Los griegos distinguían en el cuerpo humano cuatro humores básicos: la sangre, la pituita, la bilis blanca y la bilis negra. El equilibrio de todos ellos representaba la salud. Su desequilibrio, la enfermedad. Por ejemplo, el exceso de bilis negra (también llamada atrabilis) provoca melancolía, las pasiones más agresivas, la antisociabilidad.
Crece en el mundo la melancolía en sus manifestaciones más agresivas. La “vieja melancolía de la ciudad decrépita” que le llegaba al alma a Don Antonio Machado no le llevaba a la cólera sino a la recordación o, si acaso, a la indignación por llevar el alma mutilada por la ausencia de “Soria pura, cabeza de Extremadura, con su castillo guerrero asomado sobre el Duero”.
El predominio de la melancolía, de la bilis negra alborota la sangre y la bilis blanca de los revolucionarios. No admiten que lo que es sea lo que debe ser. Debe ser otra cosa. Hay que cambiar el mundo de base, cortar las malas hierbas, extirpar hasta la raíz los árboles de la explotación, la avaricia, el saqueo y la insolidaridad. Para ello hace falta la admirable pasión por un cambio radical de lo que existe. Y hacerlo por vez primera en la historia del mundo sin violencia. Sin utilizar como armas las mismas que se vienen utilizando para defender este mundo de vileza, falsedad, terrorismo de Estado y asesinatos en serie. El fin no justifica los medios pero estos condicionan y degradan el fin si son perversos o inhumanos.
La justicia, la libertad, la igualdad y la fraternidad no son posibles en la realidad social, económica y ética de nuestro tiempo. En una realidad protagonizada cada vez más por la mierda. Vivimos rodeados de mierda, como el viejo Job. Pero hay sus diferencias. Muchos se la comen con deleite y se van convirtiendo en mierda. Son mierda semoviente, detritus verticales. Otros la rechazan y concentran sus esfuerzos en hacer un pasillo en el culo de la mierda para poder salir a la esperanza. El viejo topo nos ayuda incansablemente. Es la conciencia de la rebeldía y, por tanto, de la revolución. Sin rebelión no hay avance posible. Sin entregarlo todo en el presente no se es generoso ni con el presente ni con el futuro. Todo se convierte en simple retórica adocena.
Hay optimismos sorprendentes. Para algunos, el capitalismo se humanizaría con el cambio de costumbres. Es como pretender que se regenere una partida de malhechores. Para otros, los avances en el estudio del genoma humano, de la red de genes en los que se ven cambios y que algún aminuácido que nos hace humanos. Ahora sabemos que, por encima de la red de genes, hay otras decididas por las proteínas y sus interacciones. Y sobre todo ello, están las condiciones ambientales. Seguimos en el mito de sísico. Pero hay que seguir subiendo la roca. Ni un paso atrás, ni para tomar impulso.