Pero si la desesperanza es inevitable, que la dignidad y la integridad de
nuestra conciencia ciudadana impidan que desemboque en resignación y
cobardía. Hagamos nuestra, al menos, aquella divisa del Quattrocento que
recogió Spinoza y formó parte del juramento de los jueces ingleses: «Sin
esperanza y sin miedo». Fieles, aunque afligidos. Fieles a la verdad y a la
justicia aunque afligidos por sus continuos fracasos y desasatres. Sería ya
una buena nueva para esta celtiberia de nuestros pecados en la que la
desesperanza va siempre acompañada de un miedo casi ilimitado a casi todo.
Miedo a la opresión, miedo a la libertad, miedo a la pobreza, miedo a la
fortuna, miedo al poder, miedo a la anarquía, miedo a la guerra y miedo a la
paz de los vencedores. Sobre todo, miedo al miedo. Sin esperanza, pero con
mucho miedo.
Cuando éste se supera o se sacude, comienza a tambalearse el poder y se hace
posible la libertad. Como ha dicho Antonio García Trevijano: «No hay poder
que no fomente miedo en el pueblo y no hay libertad que no procure el miedo
a los poderosos». Sin esperanza ni miedo. Pero con libertad y pasión por la
justicia, que es indisociable de la pasión por la igualdad.
Cada vez entiendo mejor la recapitulación autobiográfica de Beltran Russell,
uno de los pocos liberales que en el mundo han sido, es decir, de los que
han puesto siempre la libertad sobre la propiedad y la dignidad sobre la
riqueza: «Tres pasiones simples, pero abrumadoramente intensas, han
gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una
insoportable piedad por el sufrimiento de la Humanidad». Amor. Verdad.
Justicia. Son el mejor equipaje humano para el derecho propio de una
democracia efectiva.
Pero no hay que ponerse demasiado serios. Recientemente nos recordaba Darío
Fo que los cómicos actúan contra la hipocresía y la violencia del poder.
Encima, haciendo reir. «Al poder», decía «no le gusta la risa». Sigue
estando dispuesto, como Federico II de Suabia, ha insultar, golpear e
incluso matar a los juglares que difaman e irritan. Tenía fama de liberal e
iluminado.
No hay cosa mejor que reirse y distanciarse despectivamente del poder cuando
olvida o desprecia la libertad, la igualdad y la justicia, es decir, el
derecho. La risa lo pone histérico. Si en vez de la verdad togada la
justicia buscase siempre la verdad desnuda, con sus atributos al aire todos
seríamos más felices. Nadie podría cerrarnos la boca ante la impunidad ni
exigirnos poner jeta de acelga ni comparar la seriedad del burro con la
bragueta de un juez. Y si el poderoso se empeña en la púrpura y la liturgia,
debemos apostrofarlo con las palabras de Alonso Quijano: «¡¡Llaneza,
muchacho; no te encumbres que toda aceptación es mala!!».
SIN ESPERANZA Y SIN MIEDO
Escribe un comentario Escribe un comentario