El primer impacto para el lugareño es que los espacios diáfanos o con escaso tráfico se han llenado de vehículos aparcados bajo presión y consecuentemente sin criterio establecido, por lo que se han aparcado sin el menor respeto a las normas legales y ante la comprensión policial. El segundo impacto en nuestra andadura son las sufridas colas en los accesos en que los atascos suelen ser generalizados durante todo el año o en épocas y/o horas puntas. Y el tercer impacto que reciben nuestros sensibles oídos es la monotonía del lenguaje en nuestro hábitat cotidiano que contrastaron el de otras épocas desde hace casi medio siglo.
Como decía, los espacios diáfanos durante casi todo el año se han llenado de coches sin formas habituales, encontrándonos vehículos aparcados en batería cuando las señales aconsejan lo contrario, o en espacios sin ninguna señalización, o en calle con bordillos amarillos o en el peor de los casos ante nuestra puerta de acceso a la vivienda o del garaje.
Llama poderosamente la atención que algunos accesos no sean regulados manualmente cuando en otros momentos del año lo han sido. De este modo, el incauto conductor puede encontrarse circulando a una velocidad normal por la fluidez del tráfico rodado y empezar un calvario ante una desmesurada cola kilométrica de vehículos que pretenden igualmente acceder por la misma vía y hora al que uno pretende, sin que previamente se le haya avisado o se establezca una guía preventiva de colapsos de tráfico.
La principal y llamativa característica de la ingente cantidad de vehículos en el litoral almeriense es que todos son españoles en sus matrículas, lo que se constata en los centros de hostelería y demás espacios de recreo y asueto de nuestra costa, es la sensible ausencia de extranjeros que otrora ofrecían un colorido digno de resaltar y proyectaba una imagen de ciudad cosmopolita. Todo parece indicar que la razón de tan sonora ausencia se debe única y exclusivamente a razones economicistas, lo que ha producido una desviación del destino ya que en los orígenes se continúa la práctica turística.
Así, en Alemania, Austria y Suiza parece ser que el enorme caudal de alemanes, principalmente, que llegaban a la provincia de Almería se han desviado hacia Croacia, Bulgaria, Turquía y México, y se insiste en que la única razón es la económica, ya que se ha producido un alza insostenible en los precios. Los hoteles se ofrecen en la provincia de Almería a precios casi prohibitivos, la ropa ni siquiera se plantean comprarla aquí y las frutas y hortalizas, paradojas del mercado europeo, se obtienen en sus países de origen más baratos en los lugares de producción, generalmente.
Un filete de pollo empanado con guarnición todavía es posible consumirlo en centros comerciales de Alemania a la friolera de 1’95 €, o sandías a 0’45 €, por ejemplo, aunque también la práctica totalidad de hortalizas y frutas almerienses que producirían el estupor de los sufridos hombres de la tierra que se ven obligados a cultivarlas para conseguir el sustento de la familia y sus productos adquiridos bajo una rígida imposición del comprador. Se dan casos, y muchos y variados, en los que el producto se encuentra casi al mismo precio que hace treinta años cuando su coste para producirlo se ha multiplicado.
Además de la motivación económica que están sosteniendo algunos de los turistas alemanes que solían acudir a nuestra provincia empiezan a aducir otro aspecto que es el que llama poderosamente la atención y es sumamente demandado, como es el del carácter abierto, solidario y cautivador que tradicionalmente ha caracterizado a los españoles lo que nos convertían en unos anfitriones llamativos y que al europeizarnos se está perdiendo.