Es difícil encontrar auténticos liberales, de los que prefieren la libertad al patrimonio y el bien colectivo al interés personal. Uno de ellos ha sido Bertrand Russell, maestro de ciudadano, de filósofo, de humorista y de pacifista. Su “Autobiografía” tiene un prólogo admirable en el que confieso que tres pasiones “elementales” han sacudido su vida.
Primera, el ansia de amor, incluida la pasión erótica, que le transportó a “cimas insospechadas” del paraíso en la tierra. La segunda, la búsqueda del conocimiento, la pasión de saber las causas de las cosas, de no vagar errático y necio sobre el mundo sin comprenderlo en absoluto. La tercera, una profunda piedad por el dolor y el sufrimiento que ha conocido: el de ancianos y enfermos que nadie quiere, el de niños abandonados, el de mujeres sometidas y pisoteadas. Amor, conocimiento y justicia.
Estos días de feria, con la típica y reprobable mezcla de lo civil y lo religioso, de lo político y lo eclesiástico, he reflexionado en estas ideas de Russell. Al explicar por qué no era cristiano, ponía ejemplos de una conducta no avenida con aquellos principios en el propio Jesús de Galilea. El primer ejemplo era la expulsión colérica y con violencia de los mercaderes del templo. No lo entendía en una persona tan sabia y buena. No era preciso recurrir a la violencia. Con amor, sabiduría y piedad hubiese conseguido más que a latigazos.
El segundo ejemplo era el de los cerdos de Gadar. Dice el Evangelio que, para probar su divinidad, hizo entrar al demonio dentro de una piara de cerdos. Los pobres cerditos, que paseaban tranquilamente cerca de Jesús, corrieron enloquecidos hacia el abismo y se precipitaron en él. ¿Qué tenían que ver lo pobres cerdos con la divinidad de Jesús?. ¿Fue un acto de amor, de sabiduría o de piedad?. No. Ni Buda ni Mahoma hubiesen actuado así.
Y el tercer ejemplo fue el de la higuera. No era tiempo de higos, pero Jesús deseaba comer higos. Al ver que la higuera no tenía ninguno, los maldijo y la secó para siempre. ¡Pero si no era tiempo de higos! Si podía hacer milagros ¿por qué no ordenar que la higuera se llenase de higos exquisitos?. Tampoco aquí fue sabio ni prudente. Era como pedir peras al olmo y maldecirlo por no tener peras.
La multitud que accedió a la procesión de la Virgen del Mar ¿estaría de acuerdo con estos gestos absurdos, ilógicos y crueles de Jesús?. ¿Alguien pensó en ellos?. ¿No pudo impedirlos su madre?. ¿Nadie le dijo que actuaba mal?. Todo ocurrió el mismo día, el de la entrada “triunfal” en Jerusalén. ¿Fue la sensación de poder lo que se impuso al amor, a la sabiduría y a la piedad?. Al fin y a la postre, también se muere el mar.