Avanzaba en mi reflexión sobre la efemérides que EL MIRADOR ha discurrido de manera paralela a su autor, que no es otra cosa que decir que tanto ha importado cuanto contenía este espacio periodístico como la personalidad, pública y privada, de su autor. Y este hecho es el que me ha llamado poderosamente la atención y muy sinceramente me ha producido dos sentimientos totalmente opuestos. Por un lado, el haber constatado la importancia que tiene la autoría y su parte más privada e íntima, y, por otro, que el contenido tenga una relación de proporcionalidad.
El haber sido objeto de atención de los protagonistas o afectados, positiva o negativamente, que han generado una reflexión por ser personajes públicos ha sido una honra inmerecida que me ha estimulado y ha servido para reafirmarme en los principios que inspiran este espacio periodístico, por lo que estoy seguro que ha producido el efecto contrario al deseado. Atención de la que se sido consciente y además conocedor de su contenido. A lo máximo que he llegado a comentarle a correveidiles y necios es que “lo desconocía”. Y haciendo un alarde de sinceridad aseguro al amable lector al cual me debo que siento la necesidad de ser objeto de atención, porque padezco desde muy joven el síndrome de la excentricidad. Al comentario de un lector que me decía que se desprendía de mi reflexión una cierta queja por el hecho de haber sido objeto de atención, la respuesta acabo de darla.
Y si decía que en etapas pasadas el haber sido objeto de atención, por parte de esos personajillos politicastros y de los estómagos agradecidos y prostituidos que ocupaban –y ocupan- su tiempo en masturbarse mentalmente ante un público entregado, ahora más que nunca, ante el final de una etapa, esa atención me revitaliza, me dinamiza y me estimula más si cabe para seguir en esta senda que iniciara hace la friolera de un cuarto de siglo. Estos efectos, observará el amable lector, son los que producen el ser objeto de esa atención, sin la cual, ciertamente, me vería afectado seriamente y me vería obligado a ocupar parte de mi tiempo en generarla.
La incongruencia e inconsecuencia existente es tremebunda y no resulta difícil, por muy allende nuestras fronteras que se produzca, llegar a conocerla. Esta aseveración no implica tratar la disonancia que en ocasiones de produce entre la vida privada y la pública, toda vez que siempre, desde que viera la luz EL MIRADOR hace 25 años, ha tenido como límite la vida personal y privada de los personajes públicos, y seguirá esta filosofía, a pesar de las provocaciones y del material existente.