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La Gaceta de Almeria > REPUBLICA CONSTITUCIONAL

REPUBLICA CONSTITUCIONAL

Por LA GACETA DE ALMERÍA 15 de julio de 2005
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Aún persisten las quejas de ciertos gobernantes por la deslegitimación del poder que ha supuesto –dicen- la pleamar de manifestaciones ciudadanas contra la participación aznariana en la guerra inmoral contra Iraq. Les parece una deslegitimación antidemocrática porque –según dicen- ellos ganaron en las urnas, que es lo que vale. Así, el poder debe ser sustraído a la crítica, pues su origen democrático –urnero- lo hace inaccesible a ese honor o a ese dolor.

Late en el fondo de todo ello un sentimiento profundamente antidemocrático de las cosas. La crítica más radical consolida las raíces democráticas del poder. Las grandes manifestaciones ciudadanas contra el Gobierno potencian la vitalidad del sistema, sobre todo, como es el caso, cuando dentro de ese enorme movimiento reivindicatorio contra la guerra y la globalización hay una profunda exigencia de libertad política.
Nadie ha podido llegar después a este dominio de la calle, a este gobierno popular de la vía pública. Los ciudadanos sensibles han cometido una grave torpeza al no convertir cada 14 de abril en un nuevo dominio de nuestras calles y plazas. Contra la guerra, el hambre, la tortura, la enfermedad, la coacción, el expolio y el miedo. De nuevo las calles nuestras. De nuevo las canciones y las banderas republicanas llenando todo el país con ansias de transformación hacia la libertad, la igualdad y la fraternidad que la República representa. Como decía Alberti, “cuando el trigal se mueve/se mueve todo el trigo/¡mira, amigo/todo el trigo¡”. O se mueve o se muere. Esa mejor parte de nuestra sociedad, la más sensible e inteligente, nuestro tercio constituyente, es el núcleo activo y creador de la República. Ha de movilizar al resto. Que piensen en sus hermanos asesinados, en sus padres perseguidos, en la razón atropellada, en la libertad humillada. Que piensen, sientan y actúen. Algún viejo y grande poeta definió las estrellas como “ojos de amigos nuestros que se acuerdan de la tierra”. Que se acuerdan de la infamia y del amor traicionado por casullas, coronas y espadones.
Los manifestantes sólo llevaban una bandera, que no era la “constitucional” u oficial. La bandera republicana. Hacía ya tiempo que nuestros antiglobalizadores iban provistos de banderas republicanas. Pero los últimos estallidos antibelicistas han sido una explosión de simbología republicana. Ancianos y jóvenes, trabajadores y universitarios, mujeres y hombres, bajo banderas republicanas. Era como una sanción al Gobierno monárquico que había defraudado y engañado al pueblo poniéndose junto los guerreros y los belicistas y en contra del pueblo mismo y de la inmensa mayoría de los pueblos libres. Una sanción radical contra el Gobierno y contra el silencio sepulcral de la Jefatura del Estado, es decir, de la Corona. No es cierto que la monarquía parlamentaria exija ese silencio por prudencia constitucional. El Rey arbitra y modera el regular ejercicio de las instituciones y ese radical divorcio entre el partido gobernante y todos los demás partidos y entre el Gobierno y la gran mayoría del pueblo español era tremendo. Además, el carácter de la guerra como agresión ilegal contra el pueblo iraquí, al margen y en contra de la legalidad internacional, exigía también la voz del jefe de Estado como referente ético e institucional. Su silencio ha sido estruendoso, equívoco y ambiguo. Mientras las grandes masas populares agitaban banderas republicanas, como conscientes de que la “constitucional” era monárquica; mientras la gran mayoría social reprochaba duramente al Gobierno de Su Majestad, éste se hunde en silencio. Recuerdo los terribles versos de Aleixandre: “Pero el hombre no existe/nunca ha existido, nunca./Pero el hombre no vive, como no vive el día/pero la luna inventa sus metales furiosos”. El Rey no existió, pero hubo en las calles de España muchos metales furiosos.
Nunca ha existido mayor pasión republicana en la celebración del 14 de abril. Los nacionalistas irlandeses del Ulster repiten una y otra vez: “Nuestro día llegará”. Aquí se dice machaconamente “España, mañana, será republicana”. Y lo será. No de una república parlamentaria y débil desbordada y chantajeada por las más notables oligarquías partidarias. De una república constitucional, en la que el presidente sea elegido por sufragio universal, igual que los parlamentarios e, indirectamente, lo mismo que el Gobierno Constitucional, representativa y responsable. Con separación de poderes, control del poder y libertad política.
Con un profundo e igualitario proyecto de transformación social y económica, sin la que es imposible la libertad. Si no hay emancipación popular, no hay República. Hay que romper las cadenas del hambre, de la sumisión y del miedo. La República es la ciudad de los ciudadanos libres, iguales y creadores.
Una república constitucional que establezca los presupuestos de libre integración y determinación política de las naciones periféricas en el Estado español. A ello se opondrán con todas sus fuerzas los “caballeros de la dominación”, verdaderos maestros en la represión y el amedrentamiento del pueblo. Pero, como decía el Marcbeth de Shakespeare, “los peligros visibles nos causan menos espanto que los temores imaginarios”. En Celtiberia hay gran prodigalidad en la creación de estos últimos. Los peligros reales resultan invisibles o muy oscurecidos por los negros nubarrones de riesgos y terrores que sólo existen en la imaginación de los oligarcas de turno. Una república constitucional los despacharía sin empacho.
LA GACETA DE ALMERÍA 15 de julio de 2005
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