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La Gaceta de Almeria > Plan patriota y capitalismo mafioso

Plan patriota y capitalismo mafioso

Por LA GACETA DE ALMERÍA 23 de julio de 2005
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5 minutos de lectura
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El Plan Colombia/IRA/Plan Patriota tiene una raíz poco explorada que se
relaciona con el creciente vigor del capitalismo mafioso a escala
planetaria.

El fenómeno alude a la expansión de negocios negros controlados
por lo que Michel Chossudovsky ha denominado organización transnacional del
crimen (OTC), negocios entre los que se cuentan el narcotráfico, el comercio
clandestino de armas, la trata internacional de prostitutas y travestis, la
compraventa de órganos vitales, la industria de la «protección» y el
secuestro, el juego clandestino, el contrabando de materiales nucleares, el
mercado clandestino de divisas, la provisión de mercenarios, el coyotismo.
Se estima que la OTC percibe ingresos anuales que se sitúan entre l.5 y 2
billones de dólares –aproximadamente la décima parte del PIB mundial- que se
«blanquean» sustantivamente en la banca metropolitana y en sus agencias
instaladas en los «paraísos fiscales».
Un producto de la financierización de la economía-mundo
El capitalismo gansteril es producto del crecimiento desenfrenado del
capital financiero, cuya avidez de ganancias le ha llevado a desbordar todos
los diques legales y morales. Su evolución exponencial ha venido asociada a
la desregulación de los flujos de capital, a la decadencia de los estados y
a la ruptura de las formas tradicionales de funcionamiento y acumulación de
las empresas.
El investigador argentino Jorge Beinstein, en su ensayo titulado La gran
mutación del capitalismo (ALAI, 2000), ha rastreado el surgimiento y
diseminación de ese lumpencapitalismo, particularmente en lo que concierne
al rubro de las drogas psicoactivas. En su estudio escribe: «La expansión
mafiosa de los años 90 constituye un dato decisivo del proceso de
globalización neoliberal. Un indicador claro de la misma es el tráfico de
drogas cuyo ingreso anual mundial era evaluado a mediados de esa década en
unos 500 mil millones de dólares, dicho monto ha estado aumentando de manera
acelerada. Una estimación conservadora situaría el nivel actual de ventas
mundiales de drogas en torno de los 700 mil millones de dólares». Los países
periféricos participan marginalmente del negocio. Colombia, conocida como la
principal nación proveedora de cocaína a nivel mundial, percibe únicamente
un 2-3 por ciento del gran pastel del tráfico de estupefacientes; ingreso
que, sin embargo, ha permitido a la dirigencia de la hermana república
sustentar una poco presentable «narcodemocracia».
¿Cómo explicar la dinámica de la narcoeconomía? En cuanto a la demanda, raíz
íntima del narcotráfico, la cuestión es inequívoca: se sustenta medularmente
en las calles y bares de las megápolis primermundistas (Los Angeles,
Londres, Tokio, etc.).
El control de la oferta, en cambio, es más complejo, aunque resulta
incuestionable que la cabeza del Leviatán se encuentra en las metrópolis y,
específicamente, en el «planeta financiero». En su libro Drogas y
narcotráfico en Colombia (Planeta, Bogotá, 200l), Alonso Salazar abunda en
informaciones sobre el rol de los poderosos e intocables sistemas bancarios
de los países del G-8 en el tráfico internacional de narcóticos de origen
natural.
Dados estos antecedentes, ¿cómo explicar que la cruzada contra las drogas
naturales se libre en países como los andinos y no en sus verdaderos
santuarios?
Plan Patriota: máscara para el control social y territorial
Tres aproximaciones no excluyentes sirven para responder a esa
interrogación.
La primera, referida a la necesidad del capitalismo mafioso de preservar los
siderales precios de las drogas restringiendo la oferta. El Plan
Colombia/IRA/Plan Patriota –o como quiera denominársele- tendría esa
teleología.
La segunda tiene que ver con la confluencia de intereses –algunos
investigadores hablan de metástasis- del capitalismo delincuencial con las
gigantes corporaciones transnacionales y con el poder político
metropolitano. Una simbiosis que apunta a profundizarse a la sombra de los
TLCs que con tanta fruición impulsan Washington y Wall Street en nuestro
subcontinente para el logro de inconfesables metas geopolíticas.
La tercera se relacionaría con cierto pudor del establecimiento político
mundial que le conduce a exorcizar sus culpas en el protervo negocio
endosando la responsabilidad de las mismas a carteles tercermundistas caídos
en desgracia o a los náufragos de la mundialización del capitalismo, como
los campesinos e indígenas de los Andes. Sectores sociales estos últimos
tipificados por el Gran Hermano y sus acólitos nativos como
«criptoterroristas» después del memorable 11 de septiembre del 2001.
LA GACETA DE ALMERÍA 23 de julio de 2005
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