No son hábitos rígidos pero sí adquiridos durante una etapa de mi vida que, a buen seguro, puedo indicar que ha sido la más feliz de mi ya dilatada e intensa vida. Discurría el sábado, que pudo ser un sábado cualquiera, con la parsimonia y las rémoras agnósticas y apáticas que producen ese nuevo estado de cosas, y sobre todo cuando se producen por razones que no se acaban de entender por absurdas al ser inexistentes. Nada a motivado ese trance, esa nueva situación provocada por lo deleznable, por lo injustificable, lo cual hace muchísimo más doloroso, innecesariamente, ese nuevo estado de cosas que al alcance de la mano está y quien dispone de esa posibilidad la niega, haciéndola merecedora de la responsabilidad contraída.
Y en esa etapa, que permanecerá en mi recuerdo hasta que el aliento atempere el empañamiento de la prótesis ocular, tuve la oportunidad de conocer y tratar, aunque no con la intensidad pero sí con la intimidad que hubiese deseado, y en perfecta consonancia con mi personalidad conformada desde mi más tierna infancia, en internados de centros de enseñanza y en las rutas e estancias de numerosos países que tuve la oportunidad de conocer durante mi adolescencia y juventud y que continúo explorando ya en mi madurez con la misma ilusión que renové durante la mencionada y todavía latente etapa que tanto me ha marcado, a un hombre de características grandiosas por cuanto enorme fueron los desafortunadamente escasos consejos que me dio y tanto me enorgullecieron y me están haciendo superar dos momentos actuales, el provocado por su silencioso viaje que inesperadamente preparó sin que nadie me permitiera –por desconocimiento mío y posiblemente por desdén de alguien- poder ayudarle cuando más lo necesitaba.
Compartíamos aficiones, y lo más importante es que nos unía la capacidad de emanar afecto, simpatía y cariño por el ser querido, una conjunción que raramente, desde mi experiencia personal, se me ha producido. Y practicando una de esas aficiones deportivas es cuando comenzó a apagarse el aliento que desde la práctica de ese deporte común nos unía y yo estaba produciendo en ese momento. Para colmo, y en honor a uno de los seres mas queridos y que han marcado mi vida personal, padecía la misma insuficiencia física, lo que posiblemente produjese, si cabe, una mayor compenetración y sintonía personal.
No ha sido el destino quien ha motivado el alejamiento durante el último año de iniciar ese viaje que todos debemos realizar pero que hasta los más apasionados aventureros y en las peores circunstancias adversas deseamos postergar. Fue, desafortunadamente, una sinrazón por inexistencia de razón alguna que no acabo de conseguir atisbar aunque los hechos que está protagonizando quien provocara esa sinrazón permiten intuir una excusa, y nada más doloroso existe que las causas injustificadas. Es un dolor añadido que se multiplica cuando el viaje se ha producido en silencio o al menos sin que hubiera tenido yo conocimiento. Puede estar seguro que esos más de tres años que tuve la fortuna y la dicha de poder compartir con él permanecerán, por razones distintas, en lo más profundo de mi ser.
Ese dolor que digo se multiplica, y que resulta fácilmente perceptible en personas con buenos sentimientos, que son la inmensa mayoría, cuando mi amigo, admirado y querido viajero lo ha iniciado sin poder ver como una de las ramas del árbol que engendró y cultivó con tanto esmero haya podido florecer cuando todo lo modesta y humildemente lo ha tenido a su alcance.