Lecturas: Éxodo 3, 1-8a. 13-15. “Yo soy” me envía a vosotros. Salmo 102: El Señor es compasivo y misericordioso. 1 Corintios 10,1-6.10-12. La vida del pueblo con Moisés en el desierto fue escrita para escarmiento nuestro. Lucas 13,1-9. Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.
Dios irrumpe en la historia no como un descuidado observador sino como su principal motor. Revela su identidad. El nombre refleja la realidad de la persona. Es el que posibilita el SER del pueblo, del individuo. Se distancia de otras deidades asociadas a ritos de fecundidad. Es el Dios de la justicia. Sabe escuchar el sufrimiento de los maltratados de la historia. Es sensible al dolor humano. No se queda en la siempre ventajosa equidistancia, sino que opta por los oprimidos, rebelándose contra el poder opresor.
San Pablo nos advierte que una parte de la comunidad liberada no alcanzó su meta al rechazar dicho proyecto. Respondieron con la maldad a la aspiración divina. El Nuevo Testamento ahonda en la incombustible imagen que la zarza susurró al corazón de los hombres. Dios es Padre de Jesucristo. La liberación sigue haciéndose fecunda y abarca toda la existencia. El pecado y sus cadenas: sufrimiento y muerte, son el nuevo escenario donde la presencia de Dios ejerce la redención. Nos llama la atención que esta dinámica no quiera prescindir de nuestra actuación ni mantenernos al margen. Su ofrecimiento reclama que sepamos dar frutos de bondad.
Estos domingos van a insistir en el tema de la conversión como actitud necesaria para vivir la Pascua. La inquietante parábola dirigida al pueblo de Israel es una preciosa oportunidad para despertar a las incesantes oportunidades que Dios nos sigue ofreciendo. Como aquella higuera, por nuestra vinculación a la fe y a la Iglesia, somos plantados en la mejor viña de Dios. El dueño viene a por frutos y puede que sólo encuentre quejas y abundantes excusas. La parcela de nuestra vida corre el riesgo de volverse estéril. Quien cuida de la viña intercede por el perezoso ficus.
Cristo es el gran intercesor, pero cada uno de nosotros debemos cuidar de los demás que entre viñas y zarzas podemos malograr los ansiados brotes. Subraya la narración la paciencia del cultivador de higos. Forja nuevas oportunidades de gracia sin dejar de confiar en el ser humano que creó para generar vida. El amor de Dios vence a la desilusión y a la frustración que pretenden arruinar su proyecto y malograr la higuera de mi vida.
Ramón Carlos Rodríguez García
Rector del Seminario
