Los hombres orientados a la materia que cuidan de su personalidad, también se esfuerzan afanosamente en guardar su ego, apoyarlo y ampliarlo mediante el intelecto cultivado. Pero este afán intelectual no tiene nada en común con la inteligencia verdadera que es el Logos, Dios, la consciencia divina desvelada.
El intelecto es el fruto de la educación y comprende formas de pensamientos que rodean al hombre intelectual como satélites, influenciándole cuando piensa y habla conforme a estas vibraciones.
Cosas iguales siempre vuelven a atraerse y se motivan mutuamente. Los hombres del espíritu son conducidos por el Logos, por la consciencia suprema, mientras que los hombres del mundo son guiados por el mundo, por las formas de pensamientos que les rodean. Por eso, los hombres que viven con el mundo, cuyo afán intelectual está completamente dirigido al mundo, son inspirados por sus propias formas de pensamientos que han creado y van creando mediante su pensar humano y egocéntrico. Cada pensamiento que no es legítimo, es decir, que se desvía de la Ley divina, sigue efectivo dentro y alrededor del hombre.
Es esencial separar el intelecto de la inteligencia, pues el intelecto no es Sabiduría divina, sino que representa conocimientos adquiridos, aprendidos de forma rutinaria, algo superpuesto que no ha crecido desde la consciencia divina. La inteligencia divina es el Logos, la consciencia del alma. Cuanto más pura es el alma, tanto más surge la consciencia, Dios, la inteligencia divina, que entonces inspira al hombre y le conduce a la grandeza y sabiduría internas.