El Toblerone está agonizando. Los depredadores han acabado con esta reliquia ligada al desarrollo económico y al progreso social de Almería, y ahora desean convertir el espacio sobre el que se asienta en un enjambre urbano que justificarán con algún adorno que encubra el elevado grado de especulación urbanística que contiene.
No está siendo la primera vez ni será la última que un gobernante haga, por obligación o devoción, lo contrario a su filosofía política que en teoría debería inspirar la acción gubernamental. A Adolfo Suárez le tocó capitanear la transición de la dictadura a la democracia, a Felipe González le tocó hacer la reconversión industrial, a José María Aznar involucrar a España en una guerra tras medio siglo sin estar en una, a San José Luis Rodríguez Zapatero acabar con las muertes provocadas por el terrorismo y a Mariano Rajoy hacer todo lo contrario al milagro que prometió en la oposición.
Si con la lupa se observan más nítidamente las incoherencias de nuestros gobernantes, una característica común que se viene observando en el PP de Almería es la de no respetar la armonía arquitectónica de nuestra provincia conservando su arraigo popular adquirido por el tiempo. A modo de reseña nos encontramos con que la Alcaldesa ‘popular’ de Mojácar ha remodelado el entorno de la Iglesia construyendo un horroroso parking con diseño vanguardista, y ello con el aplauso por omisión de los ecologistas, que sin embargo deparan en el desarrollo de Macenas y de El Algarrobico cuando en estos dos casos su repecusión en la sociedad es el términos económicos muy elevada. Mientras ello ocurre en Mojácar y Carboneras, en la capital se remodela la emblemática Puerta Purchena con un diseño futurista que le ha hecho perder su encanto, algo parecido a lo ocurrido en Garrucha con la Plaza Pedro Gea, donde por desprenderse del adversario se ha adaptado su diseño a personalidad de la organización política.
Ahora vuelve a manifestarse esta característica en Almería, donde extrañeza político-empresarial contrasta con la repulsa popular. Mientras al Alcalde le extraña la protesta por la destrucción de El Toblerone y la empresa la justifica por su diseño, el almeriense de a pie en cuyo nombre dicen hablar, por aquello de la mayoría silenciosa a la que Rajoy se refería para descalificar las manifestación antirecortes, protesta por su derribo al considerarlo una parte de su identidad.
Últimamente habrá observado el amable lector que distrae su tiempo en este espacio periodístico que recurro mucho al coeficiente intelectual cuando hasta hace unos años lo consideraba inadmisible, pero el nivel de nuestra clase política dirigente se ha colocado tan bajo que ha hecho necesaria su referencia que prometo retirarlo de mi argumentario. Pues bien, con el inicio de la destrucción de El Toblerone se ha elevado el grado de protesta en numerosos colectivos sociales y en la práctica totalidad de las fuerzas políticas en la Oposición, revuelo social que ha producido en nuestro Alcalde-Senador una profunda extrañeza porque era conocida la voluntad de llevar a cabo la demolición de tan singular edificación, poniendo la guinda al peculiar edil de Urbanismo. Por si ello dejase algún resquicio a la duda, la empresa co-propietaria de los terrenos se otorga la representatividad de los vecinos y vecinas de Ciudad Jardín para justificar su derribo al tiempo que le atribuye una estética que viene a causar esa supuesta oposición de la ciudadanía a este monumento que significa una parte de la Historia Contemporánea de la Ciudad.
Lo sorprendente de este tipo de controversias sociales es que vienen fomentadas por organizaciones políticas del espectro conservador, quienes por su propia definición defienden públicamente los valores tradicionales y en la práctica aplican la más rigurosa acción depredadora al aniquilarlos y situarse en la vanguardia. Ejemplos, tropecientos mil, y en todos ellos se pone de manifiesto la incoherencia, que por ser un comportamiento normal pasa desapercibida pero que condimentada con la especulación alimenta la reacción social.