Muchas personas ante la pregunta sobre su origen se conforman con la respuesta de que sencillamente fueron engendrados por sus padres.
Pero ¿de dónde viene el alma en nosotros?; pues que ella existe lo sentimos día tras día en nuestros sentimientos y sensaciones, cuando nos alegramos o estamos tristes, en nuestra forma de pensar, cuando forjamos planes o tomamos decisiones y nos apercibimos así de nuestra libertad de actuar.
Todo esto puede difícilmente ser una mera función de nuestro organismo, toda vez que nuestra libertad puede decidirse incluso contra nuestra existencia física: en la entrega libre de nuestra vida para salvar a otras personas o también en el quitarse la vida a uno mismo.
Nuestra libertad de actuación excede manifiestamente a nuestra vida física. La presupone, pero no es un producto suyo. Ya Aristóteles, uno de los padres de la filosofía occidental, sabía que lo superior no puede surgir de lo inferior. Si tiene validez la frase de que no existe el Espíritu porque hay cerebros, sino que al revés los cerebros surgieron porque existe el Espíritu, se impone la siguiente conclusión para la vida del ser humano individual: nuestra conciencia no es otra cosa que una condensación de las capacidades físico-espirituales de la vida que siempre han existido, en su configuración espiritual individual, que es igual de inmortal que sus ingredientes.
Ante este trasfondo de las ciencias naturales dirijámonos a lo que nos comunica otra fuente de reconocimiento: Un mensaje dado desde el infinito a través de Gabriele la profeta y mensajera de Dios para nuestro tiempo; Cristo dijo en el año 1987: “A partir del Espíritu del Padre eterno surgieron los Cielos puros, los seres celestiales y los reinos de la naturaleza espirituales”. El cuerpo espiritual –llamado en su forma cargada “alma”– procede de los cielos eternos, la Ley, Dios.
Tiene todas las substancias espirituales del infinito y por tanto es un microcosmos en el macrocosmos, un ser que proviene de la eternidad. El es por tanto de eternidad a eternidad, es decir inmortal”. Este mensaje del Espíritu de Dios a través de la palabra profética, nos lleva a nuevas dimensiones y además es más compresible que el dogma eclesiástico, según el cual el alma inmortal del ser humano surge en el acto carnal, en cierta medida como regalo de Dios. El Todopoderoso sería una especie de “esclavo creador” de cada pareja humana que decide traer un hijo al mundo. Pero el alma no es creada especialmente por Dios como apéndice de un engendramiento físico, sino que pre-existe y es atraída sencillamente por la pareja de padres.
Ella busca y encuentra su cuerpo en formación, porque tanto sus futuros padres terrenales como ella tienen una vibración fisico-anímica parecida. Lo que viene determinado por lo que se ha programado en existencias previas. Aún queda la pregunta de por qué hay una existencia en la materia, si como hemos visto en un principio todo era Espíritu puro en forma de Cielos puros, Seres celestiales y Reinos naturales espirituales.
El Espíritu de Dios nos instruye también sobre los acontecimientos de la Caída, en cuyo transcurso muchos seres espirituales se separaron de la conciencia unitaria, de Dios, porque ellos mismos querían ser como Dios. El pensamiento básico de la Caída respecto a Dios nos resulta conocido por la historia del paraíso en la Biblia, que representa simbólicamente la seducción satánica del “eritis sicut Deus” (seréis como Dios).
El simbolismo se malinterpretó de forma concretista, trasladándose a un paraíso terrenal (entre el Eufrates y el Tigris). En realidad se trataba de una turbulencia en el mundo espiritual, que se produjo en el transcurso de eones, antes de que existiera el cosmos material. El surgimiento de este último fue un resultado de la Caída. Con su sacrificio del Gólgota Jesús de Nazaret detuvo los acontecimientos de la Caída.
Todas las almas y hombres recibieron por el acto redentor la fuerza para purificarse y encontrar el camino de regreso a su Hogar eterno. Los planos espirituales de la Caída se convirtieron en planos de purificación, desde los cuales muchas almas se dirigen a encarnar para purificar sus aspectos humanos y pecaminosos en una nueva vida terrenal. Otros, por el contrario, buscan sencillamente una continuación de su “suerte terrenal”.