No es el único hecho de estas características que se produce sino que suele ser algo usual, por ejemplo, pretender aparcar el vehículo y encontrarse con un individuo que acude a hacerlo deprisa y predispuesto sin corresponderle porque pasaba por el lugar en busca de aparcamiento y habiendo hallado uno no repara en si tiene ya conductor que lo ocupe o no. Y no es solo el conductor quien la genera, para eso cuenta con la ayuda inestimable del gorrilla, esos pedigüeños sin oficio ni beneficio que encontramos amables para indicarnos cómo y dónde aparcar y que a continuación ponen la mano y si no es satisfactoria la cantidad que se les dona pueden provocarnos un reencuentro complicado y, por supuesto, indeseado.
Los vehículos son los que más ofertan agresividad, al parecer. Ocurre muchas veces que visualizamos cómo un peatón se dispone a cruzar cuando el semáforo está en rojo y si se le llama la atención por tal eventualidad responde ariscamente que es un paso de peatones y que tiene la preferencia. Llama poderosamente la atención que ello venga sucediendo precisamente donde existe la única pasarela en la ciudad almeriense por la que única y exclusivamente se ha visto discurrir cuantos van a colocar anuncios en sus barandillas. Si la pasarela de RENFE es la que más se utiliza por los peatones, la existente en la Casa del Mar en Pescadería es la que menos se utiliza, desviándose el tráfico peatonal por los dos pasos peatonales existentes y en la mayoría de los casos ante la atónita y parsimoniosa mirada de los agentes de la Policía Local, que observan impávidamente como cruzan los peatones por pasos de cebra con semáforo en rojo para ellos.
Generalmente, e incluso en política suele suceder también aunque muy de vez en cuando, lo que no funciona suele ser sustituido por algo que funcione y que cumpla los fines para los que está. Eh aquí el caso de la pasarela existente en Pescadería, por la que, como he dicho antes, jamás se ha visto caminar a un peatón para cruzar con la mayor seguridad para su integridad física y en cualquier momento cual fuere el estado del semáforo sobre el que se asienta. Tan solo anuncios publicitarios es lo que soporta la susodicha pasarela, y precisamente algo para lo que no fue concebido y que distrae la atención de los conductores. Pese a ello, los ediles almerienses parecen distraer su tiempo en otros menesteres y cierran los ojos ante tan arcaica mole de hierro a la entrada a la ciudad. No estaría nada mal orientar a los peatones a cruzar la pasarela y alejarlos de los pasos peatonales en rojo.
Distraerse ante el semáforo en rojo, y no importa donde, también es lugar de crispación constatada. Aprovechar el semáforo en rojo para descolgar el móvil es una tarea muy común, tanto como la de otear el bello horizonte desde el cual se divisa o proseguir con mayor atención la animada charla. Cuando el verde sorprende y la ocupación del conductor llama poderosamente la atención del resto de automovilistas y a alguno se le colma la paciencia y toca el claxon, el panorama se puede tornar oscuro y puede empezar una nueva situación de la que se puede derivar todo tipo de insultos, cuando menos.
Los vehículos suelen ser fuente de crispación social, un estado que no es nuevo pero que va creciendo vertiginosamente sin que se pretenda poner coto. Pero esa crispación social que se viene manifestando por doquier suele parecer también cuando, se hace por ejemplo, fotografía en la calle y aparece un caballero y una dama por ahí deambulando y asegura pertinazmente que se le ha hecho a esa persona la foto y no se está autorizado para captar su imagen por la calle. La calle suele ser productora de crispación sin más mérito ni objeción, en ocasiones, que el simple hecho fortuito de discurrir por ese punto en ese preciso momento.
Y no se está exento de crispación en la mayoría de las comunidades vecinales, conjuntos armoniosos y adaptables por los propietarios por ser el lugar en el que la intimidad se conjuga con infinidad de factores por ser la vivienda habitual o donde disfrutar y gozar del siempre merecido descanso y asueto. Y es aquí, precisamente en este lugar tan cuidado y personal, cuando aparece el vecino de turno dispuesto a alterar la convivencia.
Lo cierto y verdadero, que diría el castizo, es que la sociedad se está crispando cada vez más, aumentando el grado de irascibilidad colectiva y ampliándose el espectro que la genera. Su regulación o no es responsabilidad en sus cotas más elevadas de los políticos, de nuestros responsables políticos, que son los encargados de velar por nuestro bienestar social y para su consecución también se debe alejar de la manifestación social la crispación, que ya no es siempre verbal sino que suelen ir produciéndose casos de violencia física. Y en este sentido habría que preguntarse el ejemplo que dan a la sociedad, muy particularmente durante el último lustro, en el que se erigieron en referente de la crispación y ejemplo nada desdeñable para los españolitos de a pie y muy especialmente para los niños y adolescentes. Es a los responsables políticos a quien corresponde zanjar de una vez por todas esta crispación social existente o violencia social de baja intensidad que tanto daño está produciendo a la infancia, a la adolescencia y a cuantos deseamos un clima social basado en el respeto y en las buenas normas de urbanidad.