Todo empezó en mi vigésimo cumpleaños, se levanto el día como de costumbre, un poco frío, pero claro y soleado. La verdad es que nunca he sido de madrugar mucho, para mi la hora ideal de levantarse son las ocho de la mañana.
Conforme a mis principios, no antes de esa hora, empecé el día.
Partí a trabajar a eso de las nueve, para empezar con mi primera consulta a las diez.
Todo iba bien, trabajaba de terapeuta desde las diez de la mañana, a dos de la tarde, para después, dar clases a niños, de psicomotricidad, de tres a cuatro, también de la tarde, y volver a tener otra vez consultas desde las cinco hasta las nueve de la noche. Ni que decir tiene, que comía lo que podía cuando me lo permitía mi ajetreado horario.
Ese día, acabado mi trabajo, me recordó una compañera con la cual tenía y tengo mucha afinidad, que teníamos clase de nueve y media a once de la noche.
Date prisa, vamos a llegar tarde. Me dijo.
La pobre, me llevaba en coche hasta la clase, la cual la estudiábamos juntas. Al finalizar la misma, y muy a pesar mío, me dejaba en mi casa, que se encontraba en dirección opuesta de la suya.
No sabrá nunca cuanto se lo agradecí, pues a esas últimas horas del día, no podía dar ni paso del cansancio físico, mental y espiritual que me abrumaba. Era como si de golpe se acabaran las pilas, y toda mi adrenalina desapareciera de repente.
En esa clase, aquel día, pasó algo espeluznante, cada vez que lo recuerdo, pienso, que fue el principio de mi decadencia, y otras veces pienso, que fue el principio, del verdadero conocimiento. Ese, que a todos nos cuesta reconocer, e intentamos, buscar justificaciones para no concienciar.
Cuando llegamos, la clase había empezado como de costumbre. Nos sentamos en nuestras sillas habituales y pedimos perdón a nuestros compañeros por la tardanza.
Emi, mi compañera, y yo, escuchábamos con atención, los comentarios de nuestro elocuente profesor. Era una clase como otra cualquiera. El profesor explicando, y los alumnos, distraídos, jugando con los apuntes, mandándose notitas y pensando en el origen de las musarañas. Todo estaba tranquilo. Nada parecía diferente. Se respiraba paz. Estábamos seguros de que el profe, no se enteraba de nada.
De repente, sin esperarlo, en mitad de la explicación, y entre burla y burla con mi compañera, apareció, algo inesperado, inimaginable e inaudito.
Una figura impresionantemente alta, vestida con una túnica brillante y con una gran capucha, que le cubría la cara, se puso entre el profesor y yo.
En ese momento me di cuenta de que mi nivel de distracción había sido completo. Pues, cómo podía haber entrado alguien en clase y no haberme percatado. Decidí, no jugar ni distraerme más para prestar un poco de atención.
Sin darme tiempo, a preguntarle a mi compañera, la típica frase de ¿Quién es ese?
El personaje, empezó a hablar por sí mismo en un tono no muy agradable, dirigiéndose a mi, con gestos duros e inexpresivos.
Sus palabras, todavía resuenan en mi mente, provocando un gran desazón, escalofrío y temor.
– SE ACABA El TIEMPO, RECUERDA LO QUE HAS PROMETIDO, ES EL MOMENTO DE QUE CUMPLAS TU PROMESA.
En ese mismo momento, mi mente además de estar viéndole a él, veía cómo un grupo de personas, se dirigían al interior de una pirámide y formaban un círculo en torno a una luminosa luz roja, desprendida, quizás, de una piedra preciosa que podría ser perfectamente un rubí gigantesco. Todos iban vestidos con unas túnicas parecidas a la que mi visitante llevaba, y en torno a esa luz, pronunciaban a la vez lo que se podría llamar un mantra.
-Tat sabitut aleeia. Bargot di nasa, disai. Di yo, yo, nova, proyodabat. O algo parecido era lo que mis oídos escuchaban. (Es el Gayatri Mantra de los hindúes.)
Automáticamente, después de esta imagen, el visitante desapareció, y en mi mente sólo quedaba la figura de un reloj de arena agotando sus últimos granos.
Ni que decir tiene que mire a todos lados para asegurarme de que a los demás también les había pasado lo mismo, pensé que era una broma muy bien montada y que a lo mejor con mi despiste puesto, no me había dado cuenta, de que eran los Santos Inocentes. Mis compañeros estaban escuchando atentamente al profesor, cosa rara en esa clase, del cual yo no me había perdido ni una sola palabra, no tan raro por mi parte, pues no me es difícil tener mi pensamiento en otro lugar y escuchar al mismo tiempo.
Qué cosa mas rara, pensé, me he quedado dormida y no me he perdido nada de la clase, ¡que suerte!
No le di más importancia al tema, pues no la tenía.
Un sueño así lo tiene cualquiera, pensé.
Lo malo fue cuando pasado ese día, y otro día y otro día, la experiencia se seguía produciendo en diferentes lugares y a diferentes horas, siempre la misma experiencia, el famoso visitante aparecía en el metro sin ninguna vergüenza ni pudor, en el trabajo, entre consulta y consulta e incluso, durante la misma, en el baño, en el dormitorio, etc., para volverme a contar lo mismo, exactamente lo mismo. Puedo asegurar que no cambiaba ni una coma, lo que me decía y la visión que lo acompañaba era siempre idéntica.
Al cabo de unos meses, digamos que me empecé a preguntar, si lo que tenía era un foco de estrés, pues la verdad, eso de que se me acababa el tiempo, tenía algo que ver con mi ritmo de vida. Siempre iba con la prisa puesta.
Por lo cual decidí tomarme la vida con un poco de calma, dejé las clases de psicomotricidad a medio día, e intenté pasar menos consultas, a ver si la cosa mejoraba un poco y mi inconsciente se relajaba y dejaba de mandarme mensajes de estrés. Además me automediqué con dos o tres plantitas antiestrés, pues las plantas y yo nos hemos llevado siempre muy bien, y el naturismo era uno de mis hobby.
Pasados unos meses de imponerme este tratamiento, la cosa no mejoraba, e incluso puedo asegurar que empeoró, hasta tal punto que físicamente mi cuerpo se deterioró. Los kilos se me caían de dos en dos, el pelo, las pestañas, las cejas y las uñas, todo lo referente a la formación del tejido conjuntivo empezó a empobrecerse, mi estómago e hígado se declaró en huelga para la transformación de ciertos alimentos, lo que hizo cambiar mi dieta progresivamente. De ser una persona omnívora y defensora de la fast food, pasé al vegetarianismo por obligación. Con la consiguiente tomadura de pelo por parte de mis compañeras, al ver en mi, ese cambio tan radical. Me empezaron a llamar guisantito y lechuguita; de forma, -todo hay que decirlo- bastante cariñosa. Creo que disfruto de bastante sentido del humor, por lo cual no me enfadaba e incluso me hacía bastante gracia.
Además de esos cambios en mi comportamiento y en mi cuerpo físico, mi mente tenía la necesidad imperiosa de dibujar, en cuanto encontraba un papel en blanco y un boli, mi mano se dirigía a por ellos rápidamente y se dedicaba a hacer dibujitos que no entendía.
Recuerdo dibujar un triángulo con seis triángulos mas pequeñitos dentro, unas espirales un poco desgarbadas, una ballena sobre la cual vivían personas y había casas, tierra y árboles, pero sobre todo recuerdo dibujar, muchísimas palmeras, de todos los tamaños.
Parecía que estaba pasando por esa etapa que pasan los niños entre tres y cuatro años, que lo pintan todo y les da igual donde pintar; en la pared, en la sábana, en la mesa o en el cuaderno.
En fin, tenía que hacer verdaderos esfuerzos para no pintar, reconozco que nunca me ha gustado la pintura y los dibujos que hacía eran francamente pésimos, pero no podía resistir el impulso del boli y el papel.
Para mi fue una etapa de desconcierto, pero no os podéis imaginar el impacto que suponía mi cambio, en la gente de mi entorno. Mi jefa estaba cansada de recoger papelitos míos por todas las esquinas del trabajo, mis compañeras me sentían distante y en las nubes, mi familia; madre, padre y hermanos no estaban preparados para ser empapelados por palmeras y ballenas por doquier.
A pesar de reconocer que me estaba pasando con eso de los dibujitos estaba deseando tener un rato para dibujar, hasta tal punto que reduje mi horario laboral para tener más tiempo con mi pintura.
Así pasaron unos cuantos meses más, hasta que de repente, mi jefa, me cogió por banda y me ofreció unas vacaciones con ella. Me decía que me veía muy estresada, que no era la misma, que hacía mucho que no me tomaba unas vacaciones y que además si aceptaba, le haría un gran favor, pues así ella no iría sola.
De un primer momento la idea no me pareció buena, eso de viajar con la jefa, no me parecía muy apetecible y además me iba a llevar de veraneo a Canarias. ¡Que horror! esas islas de las cuales yo no había oído ni hablar, me parecían primitivas, sin carisma, nada atractivas y muy, muy paleolíticas.
Además, si la jefa cayera en una de sus lumbalgias no me quedaría más remedio que hacerle terapia todas las vacaciones. Pues al fin y al cabo era la jefa; la mujer del jefe, y me podía despedir en cualquier momento
Después de pensármelo mucho accedí; al fin y al cabo sólo era una semana. Seguro que me iba a venir bien para mi estrés y además así ayudaba a Pepa que era mi jefa y que la quería mucho, a no ir sola.
El viaje comenzó. El destino era una pequeña isla de las canarias, llamada Santa Cruz de la Palma, jamás había oído hablar de ella y la verdad que el nombre no me resultaba muy atractivo, si se hubiera llamado isla Tortuga, isla Caribe, isla Acapulco, o algo por el estilo, hubiera ido con mejor disposición de ánimo. Pero, la Palma, sonaba a palmadas o aplausos.
Recuerdo que era un viaje organizado con un grupo que por así denominarlo se dedicaba a temas espirituales. ¡Fijaros espirituales! esa palabra no estaba en mi vocabulario, mi formación era agnóstica, lo único espiritual que yo concebía era mi propia existencia. Para mi, no existía una parte dentro de nosotros mismos, llamada espíritu, todo era materia y mente, y cuando moríamos, se acabó. La materia, por supuesto, se transforma, pero en mi caso pensaba que el resultado de la transformación sería el abono para las plantas y el campo. Con un poco de suerte, dentro de millones y millones de años, mis huesos servirían de combustible para algún que otro automóvil, o lo que es lo mismo me transformaría enzimáticamente en petróleo.
La verdad, que toda esa gente, dedicada a predecir el futuro, hacer cursos de evolución espiritual y a realizar viajes de integración humana, me han parecido siempre unos estafadores, y la gente que se acercaba a ellos, ignorantes, pues en su escaso conocimiento del cuerpo humano reclaman una parte que llaman alma que la medicina convencional nunca ha encontrado por mucho que la ha buscado.
En vista de este panorama yo le dije a mi jefa que se lo montara sola, que yo no iba a participar en ninguna excursión de grupo ni nada por el estilo, me iba a dedicar a pasar la semana tomando el sol en la playa y leyendo dos a tres tratados de fisiología humana, que nunca antes había encontrado el momento.
Pepa, mi jefa, resignada, me respeto, pero no sin antes decirme que era un poco intolerante y demasiado selectiva con los demás.
Sin hacer aprecio a sus palabras, cogimos el vuelo hacia la Palma, con la mala suerte de que el vuelo, no era directo, había que perder un par de horas en otra isla de Las Canarias llamada Las Palmas de Gran Canaria.
Cuando aterrizamos en Las Palmas, con un par de horas que disfrutar, decidimos darnos una vuelta a ver que tal se nos daba eso del turismo.
La verdad que no lo he pasado peor en mi vida, era la isla mas fea que había visto nunca. Había unos autobuses que la gente les llamaba GUAGUA, como si fuera el ladrido de un perro, no lo podía creer, me pareció una isla sucia, sin vegetación, atrasada, llena de coches, sus habitantes, gozaban de poco vocabulario, pues si al autobús, le llamaban guagua, que iba a esperar del resto de su conversación.
El mundo se me vino encima, una semana entera en una isla como esa ¡que digo! peor que esa, pues si la llamaban Las Palmas de Gran Canarias, y a la que yo me dirigía, la llamaban La Palma, a secas, me imaginaba que la comparación de los nombres iba a ser igual que la comparación de las islas. Con esto os lo digo todo, mi desesperación fue absoluta.
Con voz depre, le dije a mi jefa, que me había confundido al tomar las vacaciones en Canarias, no creía poder aguantar ni hora más en aquellas islas. Le supliqué que me montara e esa guagua y que me pusiera de vuelta a la península, preferiblemente a Madrid, si eso era posible.
Ella se lo tomó a risa:
– Qué cosas tienes, ya estas de broma otra vez, ¡anda! vámonos al aeropuerto no sea que perdamos el vuelo.
Con resignación cristiana y cara de enfado volvimos al aeropuerto para coger otro avión hacia La Palma.
El colmo fue, cuando me querían hacer subir, en el aeropuerto de Las Palmas, a un autobús con alas, que ellos llamaban bimotor, decían que eran mas seguro que los otros aviones con reactores, pero a mi, no me lo parecía. Sonaba a lata vieja, las hélices estaban torpes pues se movían a cámara lenta, por dentro el avión era pequeño, y los asientos me parecían que no estaban bien sujetos al suelo, todo el avión al despegar vibraba como una batidora, y para colmo, mi jefa tenía pánico a volar, y buscaba consuelo en mi fortaleza interna, que en esos momentos brillaba por su ausencia.
– ¡Tranquila Pepa! ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Que nos estrellemos? piensa que abajo solo hay agua, por lo cual el golpe no puede ser muy duro, además tú sabes nadar muy bien, lo mismo me tienes que salvar.
Su mirada me lo dijo todo, no le había gustado nada mi forma de consolarla, por lo cual decidí quedarme en silencio hasta que aterrizamos.
El aterrizaje fue espectacular, fue ahí donde empecé a creer en los milagros, digamos que la isla de La Palma tiene un aeropuerto como de 20 metros de largo y el avión mide 10. A la velocidad que empezó el descenso y el aterrizaje, lo más probable era que el avión saliera disparado de la pista hacia el Atlántico a una velocidad imprevisible. Por algún milagro que todavía no me puedo explicar, el avión se quedó en la punta final de la pista, se veía el mar, pero tocábamos tierra por los pelos, todos los pasajeros y azafatas nos pusimos a aplaudir como locos.
– ¡Bravo, bravo, fenómeno! Le decían al piloto, la verdad, no era para menos, pues no creo que Jesucristo lo hubiera podido hacer mejor.
– ¡Primera y última vez, Pepa! que mis huesos vienen a estas islas apartadas de la mano de Dios. Le dije rotundamente.
Cuando bajamos del avión mi jefa estaba sudando, me imagine que era del miedo que habíamos pasado, y a mi me temblaban las piernas, deduje que podría ser por la misma situación. Pero nada más poner el pie en tierra, después del último peldaño del avión, un sentimiento atravesó mi corazón, lo podría definir como un saludo de bienvenida.
Los pájaros, la tierra o en ese momento el asfalto del aeropuerto, el cielo, el sol, las palmeras, todos a la vez me dieron la bienvenida.
Era un sentimiento de amor impresionante, no entendía cómo esa isla tenía conciencia propia y me podía reconocer, además, ¿de que me conocía? yo jamás había estado allí y tenía bastantes prejuicios con respecto a Las Canarias, como para que no hubiera dirigido la palabra, ni a un solo palmero de la isla.
– Pepa, Pepa, todo el mundo me saluda, le dije rápidamente a mi jefa.
– Pues yo no veo a nadie, por aquí que te conozca.
– Yo tampoco, pero no paran de saludarme y con su saludo el corazón me da saltos de alegría.
Por supuesto me guarde mucho de decirle, que los que me saludaban no eran las personas, sino las cosas, término un poco extraño para mi mente, eso de que las cosas hablaran, no era muy comprensible de momento.
Como aclaración, las cosas a las que me refiero son, los minerales, plantas, aire, agua, que por aquellos entonces para mi eran inertes e inanimadas.
Nos dirigimos, hacia los apartamentos que teníamos contratados. La verdad, que eran bastante agradables, pequeños bungalow, adosados con una piscinita en medio, y con la playa a dos minutos andando. La perspectiva iba mejorando, le dije a mi jefa que me iba a pasar toda la semana leyendo en la piscina y bañándome en la playa, que si quería algo de mi, ya sabía donde encontrarme.
Pepa, se fue a las reuniones grupales nada mas llegar y yo, me puse el bañador y me fui a explorar la playa.
¡Preciosa!, pensé, es la playa mas bonita que he visto nunca, me encanta la arena negra, que por cierto era la primera vez que la veía, y adoro este mar tan bravo y limpio. El sol tiene tanta nitidez que no parecía el mismo, y los colores; eso de los colores, me maravillo. El azul era más azul que nunca. El verde, el amarillo, el rojo, a todos les pasaba lo mismo, brillaban y emanaban una nitidez hasta nunca apreciada por mi. Fue como si hubiera encontrado mi propio paraíso, todo lo que me rodeaba me parecía de una belleza inusitada, hasta la gente me parecía bella y agradable.
¡Qué curioso!, pensé, a todos estos isleños, los siento mas emparentados sanguíneamente conmigo que a mi familia.
Me tumbé con mi toalla en la playa y me relaje. Al instante oí alguien murmurando, pude entender que no le gustaba nada la playa, se quejaba de que estaba llena de piedras y de ser arenisca negra, pues se calentaba mucho por los rayos del sol y no se podía andar sobre ella.
¡Pero qué gente más exigente!, pensé. Todo esto es precioso, la verdad que el mundo está lleno de perfeccionistas e inconformistas. ¡Pues si no les gusta la isla, no se que hacen aquí!
Me falto poco para decir lo que estaba pensando en voz alta, pero mi educación y respeto hacia el prójimo, no me lo permitieron. De lo que no me di cuenta es que ellos eran el reflejo de todos mis pensamientos. No había pasado ni una hora de reloj para que mis ideas y las de esos bañistas hubieran coincidido al cien por cien. Mi forma de pensar, con respecto a la isla había cambiado 180 grados, y lo peor es que no me había dado cuenta. Cuando oía comentarios que podían haber sido pronunciados por mi, sólo una hora antes, no me reconocía en ellos y criticaba, desmesuradamente sin piedad, a cualquier intruso que se encontrara cerca.
Después del riguroso bañito, y la consecuente secada al sol, me fui al apartamento para descansar un poco e intentar dormir. Y así fue, dormí, durante 1 hora, pero podía haberme quedado más tiempo, si no hubiera sido por un susurro insistente que me despertó. Alguien me llamaba, pero lo peor de todo es que me llamaban por un diminutivo que sólo conoce mi familia más íntima, hermanos y padres. Me levante y seguí la dirección del susurro, no me podía creer que alguno de mis hermanos me estuviera gastando esa broma, y además ¿Cuándo habían llegado a La Palma? el único vuelo a la isla, desde la península, había sido el mío y en mi avión no les había visto. En fin, de todos modos, estaba dispuesta a desenmascararles cuanto antes. Seguí el susurro, hasta un lugar lleno de rocas, cercano al mar, donde el sonido se intensificó, se hizo tan fuerte, que de susurro, pasó a grito, pero lo más curioso fue la procedencia. Venía del suelo, de las rocas, de las pequeñas piedrecillas.
– No puede ser, ¿desde cuándo las rocas hablan? esta isla es espectacular.
– Siéntate, aquí, con nosotras. Me decían.
En ese momento me enteré de que las rocas, y la mar, son femeninas. Les hice caso y me senté.
– Cuánto te hemos echado de menos, nos alegramos que hayas vuelto.
– Otra vez con los saluditos, pensé. Pero antes de que hubiera acabado de formular ese pensamiento, las rocas y la mar continuaron hablando, sin darme tiempo, a saber lo que estaba pasando.
– Nos entristece saber que no te acuerdas de nosotras. Tú viviste aquí, no hace mucho, y nos querías tanto que fuiste capaz de morir por nosotras. Mira en el agua.
Automáticamente mire en un pequeño charquito que había debajo de mi, entre las rocas y la mar, y cuan grande fue mi sorpresa, cuando observé que lo que se reflejaba en la charca, no era mi cara, sino la de un hombre de mas o menos 30 años, rubio, con los pelos alborotados y coronados por conchitas de mar. Los ojos eran del mismo color que el Atlántico, y la barba al igual que el pelo estaba bastante sucia y desmelenada.
Mi mirada se fue al instante el profundo mar, pues desde donde estaba tenía una visión privilegiada. Vi, como ese personaje era tirado desde un barco al mar totalmente moribundo y esquelético. Ni que decir tiene que le vi profundizar dentro del mar, pero no le vi salir nadando ni nada por el estilo.
El sentimiento era que había muerto, de hambre o ahogado.
Estaba paralizada, no podía moverme, pero cuando al fin lo conseguí, me di cuenta de que era totalmente de noche.
– Gracias por habernos defendido. Me volvieron a decir esas rocas que ya no me parecían tan inertes e insulsas.
Fue lo último que escuché antes de salir corriendo al apartamento, pues me imaginaba que mi compañera estaría preocupada.
Nada más llegar, la pobre estaba asustadísima.
– ¿Dónde has estado? Te he estado buscando por doquier sin resultado. No vuelvas a desaparecer, he estado a punto de llamar a tus padres, para ver si habías vuelto a la península.
Intente tranquilizarla, diciendo que me perdonara, se me había pasado el tiempo sin darme cuenta, y como compensación le prometí integrarme en el grupo desde la mañana siguiente.
Tengo que decir que esa decisión no tuvo mucho mérito por mi parte, pues me horrorizaba el quedarme sola otra vez, por si volvía a suceder el incidente de las piedras parlanchinas.
– ¡De acuerdo! pues mañana nos vamos de excursión con el grupo, prepara tu mochila.
Esa noche no pude pegar ojo, me hubiera venido de maravilla haberme quedado durmiendo todo el día, solita en el apartamento, sin que nadie me molestara. Pero tenía el suficiente miedo como para pegarme como una lapa a mi compañera. Total casi toda la excursión iba a ser en autobús, nadie podría evitar que echara allí mis cabezaditas.
El día amaneció y salimos todos en grupo a coger un autobús gigantesco, el cual tenía que pasar por carreteras estrechísimas. Ese fue el segundo día que creí en los milagros. Habría una pendiente como de 1.000 metros, y el autobús tenía que tomar una curva cerrada de 60 grados que desde mi punto de vista era totalmente imposible, sin desplomar el autobús cuesta abajo, pues la carretera era lo suficientemente estrecha como para que sólo, se pudiera pasar en moto.
Pero en contra de mis nefastos augurios el conductor lo consiguió.
– ¡Fenómeno, artista, excelente conductor!
Le vitoreaban insistentemente. Y la verdad es que el tema no había sido para menos.
La estrategia de quedarme cerca de mi compañera todo el rato, no me estaba saliendo todo lo bien que yo quería, pues fuera donde fuera, todo me hablaba, saludaba, y reconocía.
Paramos a comer en un restaurante, en el cual yo no probé bocado, se me había quitado el hambre por completo. El disgusto y la depre que tenía encima no me dejaba ni respirar.
Cuando mi compañera acabo de comer, me llevó hacia una vitrina en el mismo restaurante donde tenían diferentes souvenirs.
– Vamos a ver si compramos algún recuerdo. Me comentó.
Yo la seguí, con la idea de no comprar absolutamente nada, pues he de reconocer que para eso del dinero, soy bastante agarrada.
– Te acompaño, pero yo no voy a comprar nada. Le contesté.
Si el destino no me había zarandeado lo suficiente ese día, me llevó hacia esa vitrina donde estaban todas las cerámicas que había estado dibujando durante meses.
– ¡Mira!, se parecen enormemente a esos dibujos que tu has estado pintando por todo el gabinete ¿verdad? ¡Que bárbaro! son parecidísimos.
No sabía que responder, la boca se me quedó seca, y los pelos se me pusieron de punta. Las espirales desgarbadas que dibujaba con tanto afán, el triángulo con seis triángulos dentro, la ballena con gente encima viviendo. Todo estaba allí, diseñado en una cerámica marroncita oscura, que me parecía horrorosa.
No pude resistir la tentación de comprarme ese triángulo que tanto había dibujado, además tenía un imperdible, para llevarlo puesto, y así lo lleve durante todas las vacaciones, no me lo quitaba ni para dormir, era bastante feo, pero el sentimiento de desesperación que tenía me hacía aferrarme a ese objeto. Tal vez, porque era una prueba de que no me estaba volviendo loca y que tendría que haber alguna conexión entre mis dibujos y esa isla.
Mi amiga, jefa y compañera, se estaba empezando a dar cuenta de que me estaba pasando algo, pues la verdad es que no comía nada y estaba demasiado introvertida. Respondía con monosílabos y la mayoría de las veces no me enteraba de lo que me estaban diciendo.
Volvimos de noche a los apartamentos, y la verdad es que no tenía nada de sueño, dejé a mi amiga dispuesta para dormir y le dije que me iba a dar una vueltecita por la playa hasta que me entrase el sopor.
Así lo hice, no sin antes escuchar la advertencia de que no volviera a desaparecer por mucho tiempo.
Nada mas salir del apartamento el susurro de las rocas me empezó a reclamar, no quería ir, pero no podía evitarlo, pues me inundaba un sentimiento de añoranza tremendo, y estar un rato charlando con esas rocas, era como si estuviera hablando con algún íntimo amigo, que hacía tiempo no veía.
Me senté en el mismo sitio que el día anterior, y esta vez las rocas me dijeron:
– Has sido un valeroso jefe indio de esta isla. En ese mismo momento escuché unos pasos firmes y seguros, automáticamente eché la vista atrás, pues pensaba que mi amiga me había seguido. Pero, no había nadie tras de mi. Donde si encontré algo, fue a mi derecha. Un indio bastante altito, fuerte y bien estructurado, llevaba una lanza en su mano izquierda. Su vestimenta parecía estar hecha con tela de palmera y desprendía un olor a océano limpio y fresco.
– ¿Por qué, no me hiciste caso?, yo te avise, y no me creíste, me ignoraste. Me dijo el muy atrevido.
Mi consciente no entendía nada, pero mi corazón sufría, pues sentía que por culpa de mi orgullo, no escuché a ese personaje, no le hice caso, y le menosprecié. Tomé una decisión equivocada, sin contar con él. Pero, el honor, ¿Qué pasaba con el honor? era imposible que alguien faltara a su palabra, pues el honor y la honestidad era la forma de vida de aquellos indios.
No entendía el galimatías que se estaba produciendo de nuevo en mi cerebro.
En ese mismo momento vi, como un número de niños y mujeres subían hacia una montaña por orden mía y morían de frío. También vi como me apresaron, encadenaron y metieron en un barco cortando mi libertad.
– ¡Vacaguaré! -resonaba en mi mente- ¡Vacaguaré!
A la vez que un sentimiento de muerte se apoderaba de mi corazón.
– Lo hice mal. Pensé. Mujeres y niños murieron por mi culpa. Fracasé, perdí, y el problema era irresoluble. Había llevado a mi pueblo al fin, al fracaso y a la esclavitud.
En ese momento recupere la conciencia, pero tenía un pie fuera del suelo y estaba al borde de un precipicio. La verdad, tuve que hacer grandes esfuerzos para no tirarme, pues total, lo había hecho tan mal, ese indio, que creía ser yo misma, era culpable de la destrucción de su pueblo.
El suicidio, por aquellos entonces, para mi era una alternativa a barajar. Lo peor de todo es que no diferenciaba entre si yo era el indio o era ese indio el que se hacía pasar por mi.
Decidí volver al apartamento, porque eso del suicidio no es nada fácil, hay que tener bastante valor, y la verdad, es que el mío, todavía no le he encontrado.
Nada más llegar, me acosté, con la misma ropa que llevaba, no tenía fuerzas, ni para ponerme el pijama, decidí pensar en cosas tangibles, como el cuerpo humano, los huesos, las neuronas, el sistema digestivo. En definitiva, algo que dominara o controlara.
No se cuando me quedé dormida, lo que si se, es que otro indio me despertó.
A mitad de la noche, me desperté de golpe, y vi como del cuerpo de mi amiga, salía una figura muy parecida a ella, era hombre y estaba vestido de la misma forma que el resto de los indios que me había estado encontrando durante dos días seguidos.
– ¡Pero que fea es la Pepa por la noche! pensé
Me di cuenta de que la Pepa, seguía roncando y que ese indio luminoso estaba enganchado por un cordón bastante brillante a su ombligo.
Se acercó a mi y me dijo:
– Yo fui quien te traicionó, lo hice por ambición, perdóname
Sus palabras, resonaban en mi mente con pánico interior, no entendía nada.
Me traicionó por ambición, decía mi cerebro, a la vez que mi corazón replicaba:
Fuiste tú traidor, por fin te encontré, como pudiste hacerlo.
Quería engancharme en una batalla verbal de disputas, y dolor con aquel indio, pero el miedo me paralizo, mi cerebro no paraba de decir, esto es sólo un sueño, una pesadilla, no es real, contrólate, no pegues a la Pepa, ella no tiene la culpa de tu paranoia.
Intenté hacerme la sueca, o lo que es lo mismo, dar media vuelta e intentar dormir, simulando que ahí en el cuarto no pasaba nada y todo era producto de mi imaginación.
Y así lo hice, pero mi corazón no paraba de gritar, no te perdono, todo fue por tu culpa, cómo pudiste, no tienes honor, no tienes palabra, nunca te perdonaré.
Ni qué decir tiene que el resto de la noche me la pasé llorando, porque quién creéis vosotros que controla nuestra felicidad. ¿El corazón Ó la mente?
En mi caso os puedo asegurar que el corazón no sólo controla mi felicidad, sino que aniquila la mente.
Lo que si es cierto es que gracias a mi mente, aquella noche, no maté a la Pepa a tortas mientras dormía.
La mañana entró, y mi compañera se despertó. Yo no podía ni moverme, me había pasado toda la noche llorando, y no podía olvidar el sentimiento de traición, casi no podía decirle los buenos días a la Pepa, los ojos los tenía hinchados y rojos y en mi garganta se encontraba una pelota de estrés que me arrugaba las cuerdas vocales impidiéndome formular palabra.
Por lo cual ante los buenos días de la Pepa decidí que lo mejor era ponerme a llorar.
El susto que le di a la pobre mujer tuvo que ser olímpico, pues se creía que estaba enferma, o que me habían agredido, robado, insultado, etc. etc.
Ante sus preguntas de:
¿Te han agredido? ¿Estás enferma? ¿Te has peleado con alguien?
Con lo único que yo podía responder era con un llanto un poquito más débil que el anterior.
La cara de desesperación de la Pepa fue en aumento, más y más, pues, de todas las preguntas que me hacía no pudo acertar ninguna, lo único que conseguía era verme decir no, con la cabeza.
Por humanidad, y lástima hacia ella, decidí tragar saliva y comunicarle mi problema:
– Pepa, le dije, tengo un problema, me creo que soy un indio guerrero, al cual le han traicionado. Lo he perdido todo Pepa, mi pueblo, mi tierra, mi libertad, mi mujer, todos murieron por mi culpa.
Por supuesto me guarde muy bien el secreto de que el traidor era ella, pero no os imagináis el trabajo que me costó no decírselo, pues desde por la mañana la cara de la pepa era como si se hubiese transformado en la de aquel indio traidor. Hasta el peinado parecía el mismo, era ese corte de pelo que se llevaba antes tipo taza. No sé si lo cogéis, te coloca el peluquero una taza en la cabeza y te corta lo que sobra.
La mujer no sabía que decir, ni que hacer, digamos que aquel problema no se lo esperaba, pero su capacidad de reacción ante la situación fue rapidísima.
En ningún momento pensó que mi cerebro se había puesto en huelga provocándome una doble personalidad, cosa que yo era lo único que pensaba, ni que lo que intentaba era llamar la atención para dar pena y que me subiera el sueldo. Sus palabras fueron:
-Voy a buscar ayuda.
Su comportamiento fue admirable, estaba lleno de compasión y cariño, pero mi corazón no permitía que mis ojos la vieran como antes, sólo la podía mirar bajo el marco de la traición.
Al cabo de un rato, cuando me hube calmado, fue a buscar a un organizador de aquel viaje. Era isleño, o lo que es lo mismo, palmero, nada más ver el estado en el que me encontraba el pobre no tuvo más remedio que llamar a sus compañeros para que le echaran un cable.
Me metieron en una reunión de al menos 5 palmeros, en medio de los cuales había un libro que me llamó bastante la atención, toda la portada la ocupaba un indio alto y bien parecido, rodeado de palmeras, el cual era conocido como Tanausu el último guanche.
No me preguntaron nada, simplemente me leyeron una leyenda, cogieron ese libro y uno de ellos empezó a leer la historia de ese guanche.
Al parecer en 1942, tras la conquista de las Canarias por el almirante Fernández de Lugo, la única isla que se resistía a su dominio era La Palma y dentro de la misma un pequeño reino ubicado en el interior llamado La Caldera, dicho nombre le viene dado por su orografía en forma de caldero. El cacique de dicho reino se llamaba Tanausú. Guerrero intrépido y egocéntrico, estaba acostumbrado a hacer siempre de su capa un sayo. Se negaba a ser conquistado y dominado por los españoles, los cuales bajo engaños y mentiras ofrecían una mejor vida para los guanches que se rindieran y les culturizaran bajo la palabra de la Santa Iglesia.
Su reino era inexpugnable para los españoles, los accesos hacia el interior de la caldera eran fáciles de defender y custodiar. La madre naturaleza envolvía ese reino en un mar de vegetación totalmente infranqueable. Entraran por donde entraran los españoles, ahí, estaban los guanches echándoles atrás a golpe de piedras y lanzas.
Tanausú lo tenía claro, nunca entrarían a la caldera, nunca conquistarían su reino. Pero el resto de la isla estaba asediada, y las demás islas habían sido conquistadas. En el fondo de su corazón sabía que la situación era insostenible.
En un ataque por parte de los españoles, ordenó subir a las montañas a las mujeres y niños para evitar bajas en su tribu, con el mal augurio del viento del norte. Esa misma noche, cuando la cuarta parte de su pueblo subió a las montañas a protegerse, no paró de soplar y soplar un frío aghártico, hasta matarlos a todos.
Todavía al día de hoy, cuando subo a la caldera puedo escuchar los gritos y gemidos de aquellas mujeres y niños que murieron de frío, pero también puedo ver como una gran masa de bajos astrales se apoderan de los altos picos de las montañas y bajan con ansia de comida hacia el interior de la caldera.
Cuando digo ansia de comida, es real, pues los bajos astrales, que vienen del reino de Agharta tienen diferentes formas, unos son cangrejitos con tridentes, otros son engendros de caparazones con grandes colmillos, otras grandes cucarachas oscuras, y otros amorfos como si de una larva negra gigantesca se tratara. Pero tienen algo en común. Son caníbales. Comen tu energía astral, o lo que conocemos como aura, entrando en el etéreo y acabando con nuestra vida.
Volviendo al relato, Tanausú, no tardó en enterarse de que su pueblo se había diezmado, por una mala decisión suya. Los remordimientos le llevaron a escuchar a un primo suyo, que ya había sido cristianizado y sometido a la cultura española. Le ofertaba el parlamentar con los españoles. Estos respetarían su pueblo y su libertad, a cambio de que se cristianizaran.
La idea no le apetecía nada, Pues el símbolo que utilizaban los españoles de su dios, era una cruz que repudiaba. Pero su desesperación ganó a su corazón.
Accedió a parlamentar, pero, no sin antes pedir la retirada de barcos españoles de la isla. Les pidió que se fueran para que hubiera acuerdo. Sólo se podía quedar Fernández de Lugo. Y así se lo prometió su primo.
La traición, gestada por el mismo se estaba desarrollando según lo acordado. Les había prometido a los españoles, entregarles a Tanausú a cambio de ser cacique de la isla.
Los españoles retiraron sus barcos, pero no de la isla, los llevaron a un lugar donde Tanausú no pudiera verlos, con el convencimiento del mismo que el pacto iba por buen camino.
Allí en la caldera, justo a punto de bajar a parlamentar, un íntimo amigo, le avisó:
No bajes, es una trampa.
Tanausú, intolerante y prepotente, no se lo creyó, ¿Cómo podría un guanche mentir?, su primo, con el que había pasado la infancia y momentos tan felices, ¿Cómo podía tenderle una trampa?
El honor y la verdad eran los lemas de aquellos guanches, la mentira era uno de los peores fallos cometidos, por lo cual era inaceptable que todo fuera un engaño.
Sin escuchar las palabras de su amigo, y sin hacer aprecio a las mismas, Tanausú se dispuso a parlamentar. Bajo por la caldera hasta el puerto, donde sin tener tiempo a recobrar el aliento fue apresado, encadenado y metido en la bodega de un barco.
Tenían orden los españoles de llevarle a la península como trofeo.
Al hacerse consciente del engaño al que había sido sometido, su sangre se paralizo, o lo que es lo mismo, ¡se le helaron las venas!.
Todavía siento esa sensación en mi cuerpo, noto como la sangre se queda fría y empieza a desaparecer, primero de la cabeza y las manos, para después desaparecer del corazón y las piernas.
Con esa sensación sólo podía formular una palabra:
¡Vacaguaré!, traducido al español, ¡quiero morir!
Dejó de comer y de beber hasta que su cuerpo se deshidrató y murió en la bodega de aquel barco. No pudieron los españoles llevarlo vivo a la península, ese fue su único fracaso.
Su pueblo fue esclavizado y masacrado. Su mujer, Acerina, su amada, la cual le había prometido amor eterno, esperó a escuchar caer los huesos de Tanausú, tirados por la borda al mar para morir a la vez, también de hambre y de sed en las montañas. Acerina, gritó hasta el último aliento: Vacaguaré.
Imaginaros la cara que se me quedó tras escuchar el relato. Mi desesperación fue total.
Todo aquello que había sentido e intuido estaba escrito en ese cuadernillo.
Menos mal que las vacaciones están llegando a su fin -pensé-.
La terapia antiestrés, que me había programado no había salido como yo esperaba, en vez de volver a la península, relajada y renovada, volví con el sistema nervioso a flor de piel, con doble personalidad, pues creía ser un indio, más, con sentimiento de culpa por haber llevado a un pueblo a su extinción.
Cuando cogimos el avión de vuelta hacia la península, La sensación era como si la propia isla me atrapara desde los pies y no me dejara moverme, cada paso que daba me costaba un triunfo. Esa isla fue mi casa, y mi compañero de batallas. …ramos uno, y la separación se hacia muy dolorosa.
Por fin conseguí, sentarme en el avión, y llegar a la península. Me fui derechita a casa, cogiendo un taxi en el aeropuerto, no me despedí de nadie, pues el disgusto que tenía me evitaba la relación con los demás y sobre todo la comunicación.
Una vez en casa, la cosa empeoró, mi depresión iba en aumento, me levantaba a coger el teléfono antes de que sonora, respondía las preguntas de mi familia antes de que las formularan, la instalación eléctrica de mi domicilio saltaba cada dos por tres, y sobre todo, lo que más me molestaba, era que me sentara donde me sentara, me tumbara donde me tumbara, todo vibraba y se elevaba.
Hasta tal punto que me designaron una silla propia, e intransferible, no podía cambiar la cama como de costumbre con mi hermana. Pues cada vez que alguien se sentaba donde yo había estado, notaban que la silla se movía y elevaba.
No me quedó más remedio que volver a pedir auxilio de nuevo, y mi salvavidas en aquellos momentos era la Pepa.
Me presentó a toda la saga de psicólogos y parasicólogos cercanos a nuestro entorno.
Si mi paranoia no tenía solución, no os podéis imaginar cómo era la de los demás.
Yo reconocía que estaba de psiquiatra, pero la mayoría de la gente que me quería ayudar a solucionar mi problema ya habían estado en el psiquiátrico.
Todos llegaban a una misma conclusión.
– Eres médium. Me decían. Acostúmbrate a vivir con ello.
Para mi, la palabra médium, significaba, ser la mitad, o estar a medias de la cordura y la locura. Enmarcaba a gente sin cultura, sin vocación profesional, oportunistas y estafadores, sin ganas de trabajar y sin la menor capacidad de esfuerzo por la vida.
Yo me había considerado siempre una persona ¡Entera!, tenía claro mi futuro, me gustaba mi trabajo, la lectura y el conocimiento eran mi hobby. No necesitaba para nada ser un médium, a pesar de que la gente de mi entorno me mirara con admiración y desearan tener esa capacidad.
Algo que todavía no entiendo es cómo alguien puede desear tener dotes paranormales, os puedo asegurar que vivir entre dos mundos no es un plato de gusto, existen muchas dimensiones y verlas todas puede ocasionar graves problemas de cordura.
La verdad es que vivir así no era mi meta e hice todo lo posible para solucionar el problema.
Esta vez decidí visitar a psiquiatras para probar eso de los barbitúricos. Probablemente fuera la solución.
– No tengo nada que perder. Pensé, peor de lo que estoy es difícil encontrarse.
Ese fue otro de tantos errores, os aconsejo, que si tenéis dotes paranormales, nunca toméis barbitúricos, ni drogas, pues algo que no me dijo el psiquiatra es que son alucinógenos.
Digamos que las impresiones astrales se multiplicaron por mil, me veía más indio que nunca, y en mi vocabulario se escapaban de vez en cuando palabras guanches sin venir a cuento.
Como os podéis imaginar después de probar unos meses con el psiquiatra y toda clase de barbitúricos me di cuenta de que ese no era el camino.
Me habían hablado de un parasicólogo, astrólogo, y psicólogo, que vivía por la zona de Alicante, que al parecer tenía fama de buen profesional, pero demasiado brusco.
Después del desfile al cual había sido sometida, llegue a la conclusión, que los que me querían ayudar estaban peor que yo, o lo que es peor, no sabían por donde cogerme.
No tenía claro el visitar a nadie más, pero mis amigos me insistían enormemente, hasta tal punto, que decidí consultarlo con la almohada.
Una noche, antes de coger el sueño, se apareció ante mi una cara no desconocida, tenía un ojo mas grande que otro, carecía de pelo, y su rostro era bastante luminoso. Lo que más me llamó la atención fue que llevaba puesto un uniforme bastante bien diseñado, que le favorecía mucho. Era como si fuese diseñado para sustituir su cuerpo, como si de un tejido inteligente se tratase.
Con una voz fuerte pero cariñosa me dijo:
Ve a verle, no tengas miedo.
Pensé, que si ese ser, me decía que no tuviera miedo, es porque abría peligro de albergarlo en alguna parte de mi inconsciente, y la verdad, esa fama suya de bruto no me ayudaba nada a decidirme. Me encontraba muy sensible y sólo necesitaba que alguien se pusiera a gritarme o regañarme para tocar fondo.
Al final, hice caso a esa cara y me decidí a visitarle. Cogí a mi salvavidas, la Pepa, y nos fuimos hasta Alicante.
Una vez allí, nos dirigió por teléfono hacia su casa, de la cual se estaba trasladando. La primera vez que lo vi, le dije a Pepa:
Pepa, ese chico es clavadito, clavadito, a un sueño que yo tenía de pequeña, en el cual, él me decía, que me llevaría a vivir a un lugar, donde las estrellas se juntan con el mar.
Cada vez que le comentaba algo a Pepa, los pelos se le ponían de punta, pues pensaba en las repercusiones de los comentarios anteriores.
Una vez delante de él, no me dejó pronunciar palabra, lo primero que me preguntó, fue mi día, mes, hora y año de nacimiento para hacerme una carta natal.
¡Otro paranoico! pensé. Y este además es astrólogo, si ya me lo imaginaba yo.
Lo de la carta natal, no me interesaba nada, me parecía que los astrólogos eran todos unos estafadores, y eso de que los planetas influyen en nuestra vida todavía está por demostrar.
Mejor nos vamos Pepa, para qué vamos a molestar a este señor que se está cambiando de casa y tiene los bultos aquí tirados por el suelo.
No se si el oyó este comentario, pero no nos dejó menearnos de la silla. Empezó a decirme cosas de mi pasado que realmente habían sucedido y que nadie sabía, también de mi futuro, pero lo peor de todo es que coincidió con el diagnóstico de todos los demás.
Eres médium. Me dijo. Además si te vas a Francia te vas a creer que eres Napoleón Bonaparte.
No le iba a dar la posibilidad al destino de volverme a hacer la misma jugada, pues no pensaba viajar nunca más en mi vida.
Lo único que quería es que me diera soluciones al problema, no que me amenazara.
Aquella persona, no era igual que las otras. Un cierto aire de seguridad, de fuerza y de convencimiento le otorgaba un carisma extraño. Unos años más adelante supe que esta personalidad la había construido a base de dolor, de experiencias y de fenómenos, tan alucinantes como los míos. Pero en aquel momento pensé que era distinto.
Sus encantadores ojos azules penetraron mi alma cuando me dijo:
Todo esto pasará, en el momento que encuentres a tu esposo. Y esto será el 13 de Mayo del año en que cumplas 28. Luego caminareis juntos hasta la muerte y el será tu enfermero, tu luz y tu consuelo.
Debes aceptar tu clarividencia no como un castigo sino como una herramienta. Ahora te resultará difícil entender cuanto te pasa, pero dentro de unos años, verás que nada está por casualidad. Podrás llegar a miles de personas. Les darás consuelo. Aquello que ahora te parece un castigos, será como una referencia, un camino, por donde andarán los que como tu nazcan con estas facultades.
– Pero ¿No me volveré loca? Le pregunté.
– ¿Quién crees tú que está más cuerdo de todos los que vivimos en este planeta? Llegará un tiempo, en que afirmes, que los locos son los otros, los médicos que has visitado, los psiquiatras que te han aconsejado. Verás la farsa en la que vive el ser humano. Y la compasión no la proyectarás sobre ti, sino sobro los pobres hombres que llevan una venda sobre los ojos. Sólo experimentando podrás integrar poco a poco tu vivencia.
Me aconsejó que asistiera al curso que él mismo se proponía dar en Madrid en las próximas fechas de Parapsicología. Se trataba de comprobar la vida de otros tantos psíquicos que a lo largo de la historia, habían tenido experiencias parecidas a las mías.
Pasaron unos meses y finalmente coincidimos en la capital de España, en su curso, que efectivamente realicé. En este curso aprendí algo que después en los años sucesivos cambiaría mi vida. Sobre todo la comprensión de las cosas. Me refiero a la Astrología. Gracias a ella vi que no existía la casualidad. Comprendí finalmente que mi videncia estaba perfectamente reflejada en la carta natal. No habían ocurrido las cosas por que si, sino que obedecían a un programa. Lógicamente no estaba programada en mi carta natal la locura; sino lo que necesariamente se tenía que dar como compromiso de mis vidas pasadas. Aquel curso, me dio respuestas, y esta fue realmente la mejor medicina.
– ¡Te casarás con un hombre mayor que se dedica a la enseñanza!
Esta afirmación la hizo el profesor, ante todos los alumnos. Estábamos aprendiendo de nuestras propias cartas natales. Lo que nunca habría imaginado dicho profesor, es que ya desde niña, mi corazón le había elegido a él. Era él, el que después sería y es hoy mi marido. Aquel hombre era inteligente, pero su corazón estaba un poco ciego. Tuvieron que pasar unos cuantos meses, hasta que me declarara su amor. Y fue el 13 de Mayo de mis 28 años, cuando vino a mi y comenzamos la gran aventura de nuestras vidas.
Pero antes de esto y quizás lo que precipitará esta unión fue otra experiencia tan fuerte como la anterior y que en igual medida cambió mi vida.
Acababa de empezar el curso de Parapsicología, y yo me encontraba igual de desesperada que antes, el consuelo de que muchos dotados habían pasado por lo mismo que yo, no era de gran ayuda.
Recuerdo un día, después del trabajo cerca de las 9 de la noche, que mi ánimo cambio, parecía que no me pesaban tanto todas mis experiencias, y empezaba a creer que podía superarlo.
Era una noche despejada de invierno, yo fui la última en salir del trabajo, por lo cual tuve que cerrar la puerta y poner la alarma yo sola. Nada mas concluir esto, un fuerte sonido procedente de lo alto, llamó mi atención, sonaba como si de una maquinaria perfectamente afinada se tratara. Eran ruidos de motores, pero sonando y vibrando todos a la vez, Los cuales se podrían asemejar a una orquesta tocando un vals.
Miré a mi alrededor y no había nadie, todo estaba cerrado, hasta el bar de la esquina que solía permanecer abierto muy tarde, tenía el cierre echado. Las luces de las casas apagadas, nadie asomándose por la ventana y la calle desértica. La única luz que me alumbraba era la de las farolas y un impresionante colorido del cielo.
En vista que el sonido no podía venir ni de la derecha, ni de la izquierda, me decidí a mirar hacia arriba muy a pesar mío.
La maquinaria era impresionante, desprendía todo tipo de luces de colores, estaba a una altura no muy lejos del tejado más alto, y de largo no pude ver el final de aquel aparato pues los edificios me cortaban campo de visión. Justo encima de mi, había una luz más grande que las demás, entre azul y blanca, que no me hacía ninguna gracia.
La anchura del aparato era grandísima, pues acababa en una cúpula gigantesca de cristal.
A la vez que veía ese artefacto, el sonido del mismo se hizo más llamativo y fuerte. Con lo cual decidí pedir ayuda al primero que se asomara por la ventana y pasara por allí cerca.
Parecía que al mundo se lo hubiera tragado la tierra, no vi a nadie, por más que miraba, por lo cual, tuve que poner en marcha el plan B.
El plan B, consistía en salir por patas, lo más rápido posible hacia la boca de metro más cercana, haciendo como si no pasara nada.
Y así lo hice, zancada tras zancada me metí en la boca de metro en un tiempo récord. Una vez allí, respiré, estaba a salvo, nunca me había alegrado tanto de ver a mis congéneres humanos. Allí me di cuenta de lo mal que uno lo puede pasar si se queda solo en el mundo. Pues necesitamos a los demás aunque sólo sea para pelearnos.
Una vez en el metro, todo era como de costumbre, tardaría como media hora en llegar a casa. El suceso con el artefacto luminoso, se me había olvidado.
Salí de la boca de metro sin ningún temor y despreocupación. Todo estaba como siempre, gente andando por la calle de camino a casa, luces en las ventanas, farolas encendidas, en definitiva, lo habitual.
Andaría como diez minutos sin preocupación, hasta llegar a un descampado por el cual tenía que pasar obligatoriamente para ir a casa. En ese lugar no había muchas viviendas, pero esa noche parecía que hubiera muchas menos.
Otra vez las luces de las ventanas habían desaparecido y la gente esfumado. Me pensé dos veces el pasar por aquel lugar, pero era el atajo más rápido para llegar a casa, estaba cansada y a golpe de vista en el cielo no había nada sospechoso.
Empecé mi andadura y todo iba bien, hasta que llegue al final del trayecto, donde de golpe, aparecieron en el cielo dos artefactos mucho más pequeños que los anteriores, llenos de luces y de formas rectangulares.
Estaban bastante más altos que el anterior, aunque parezca mentira para mi eso era un consuelo. Ya había andado la mitad del camino, era tarde, hacía frío, estaba cansada y hambrienta, la idea de dar media vuelta e irme por otro lado se me pasó por la cabeza pero en mi estado físico no era viable, no me quedaba más remedio que pasar por debajo de esos dos aparatos si quería llegar pronto a casa.
Total lo mismo eran aviones de guerra o globos sonda, y yo me estaba imaginando que eran ovnis o algo por el estilo.
Decidí ser realista y no tener miedo de algo que era totalmente normal. ¿Quién no había visto alguna vez dos helicópteros, o aviones, o globos sonda, o a lo mejor eran satélites fuera de Órbita?
Me daba igual, quería llegar a casa y descansar, por lo cual ni corta ni perezosa, pasé por debajo de ellos como si de una farola se tratara.
Justo en su vertical empecé a ver una especie de lluvia blanca y brillante que no mojaba, cuando me quise dar cuenta estaba de pie en lo que se podía llamar la sala de mandos de un avión gigantesco.
Delante de mi una chica, delgada, con un traje ajustado oscuro, bastante más alta que yo. Morena y bien parecida, el pelo a la altura de los hombros, parecía que nunca se había despeinado, pues cada pelo era como si supiera donde tenía que estar en cada momento. No como los míos que nunca saben donde ponerse, por más que se lo recuerdo.
Al día de hoy le hubiera pedido el nombre del peluquero, pero os podéis imaginar que en ese momento el tema no estaba para bromas.
Se acercó a mi y me dijo:
– ¿No te acuerdas de mi? en sus ojos vi la emoción del reencuentro y añoranza.
Tú y yo hemos trabajado juntas varias veces, te prometí ayudarte, siempre que me lo pidieras.
Mi corazón gritaba, de emoción.
– ¡Por fin te encuentro Rasig!, cuanto tiempo, cuanto te he echado de menos.
Pero mi mente decía, todo es un sueño, céntrate, esto es una broma del cerebro.
En el momento vi, como varios seres bajitos me llevaban de la mano hacia una camilla metálica, pero sin embargo otro cuerpo igual que el mío se quedaba hablando con Rasig.
Mientras esos bajitos me clavaban agujas en todo el contorno de los ojos, por cierto sin anestesia y con bastante dolor, mi otro yo conversaba con Rasig. Para que lo entendáis mejor, Rasig conversaba conmigo, con esto os hacéis una idea de la cantidad de palabras que salieron por mi boca.
Nosotros tenemos controlado todo el planeta. Me dijo. Y en aquel momento pude ver una infinidad de pequeñas cámaras de televisión conectadas a la vez a todos los países, podía ver lo que hacía un hombre en la india, una mujer en ¡frica, un niño en Inglaterra, una manifestación en Suiza, la Selva Negra, el Himalaya, etc. etc.
Parecía ¡Sky News! en directo, La capacidad de espionaje de estos seres es impresionante, era como realidad virtual, no sólo veía lo que hacían por aquellas pantallas, sino que sentía sus emociones e intuía sus pensamientos.
Una nueva forma de noticias. Como se entere televisión española, enseguida se lo plagian. Pensé.
Necesitamos tu visión para ayudarnos en nuestro trabajo. Me dijo. Tú verás a través de nosotros y nosotros veremos a través tuyo.
Mientras una parte de mi cuerpo se quedaba tumbada en la camilla con esos pequeños enanos cabezones clavando agujas por doquier, mi otra parte, salió disparada hacia otra nave, muy parecida a la anterior, pero el tripulante de abordo, no era Rasig, sino, un ser bastante más alto que ella, de color amarillo, verde, oscuro, con el pelo echado hacia atrás y muy delgado.
– Todos trabajamos en equipo. Me dijo. Y tú eres un colaborador, ya lo fuiste anteriormente y lo sigues siendo ahora.
Por mi mente pasaran como 7 u ocho vidas diferentes, bajo las cuales yo había llevado algún tipo de trabajo consciente o inconsciente con estos seres.
Sin mediar más palabra volví de golpe al lugar donde se encontraba mi otro yo, totalmente dolorido por las agujas. Tuve suerte y enseguida me recompuse y quedé como una sola persona.
– Yo siempre he estado contigo. Dijo Rasig. Calmaba tus llantos cuando eras bebé, Te acompañaba a lugares donde te daba miedo ir, y velaba por las noches tu ser.
Como siempre, con cada palabra de estos seres, se despertaban en mi mente infinidad de recuerdos. Como alguien mecía mi cuna, cuando yo era bebe, muy parecida a ella, susurros en mi oreja de ánimo con su mismo timbre de voz, siempre que tenía problemas. E infinidad de situaciones más que serían innumerables en este relato.
Digamos que la parálisis de mi cuerpo era total, mi corazón quería abrazarla, pero mi mente estaba aterrorizada. Sentía como ella se entristecía cada vez más por mi pánico.
Lo siguiente que recuerdo es verme bajar por esa lluvia, blanquecina, que no mojaba y seguir caminando por ese descampado hasta llegar a casa.
La verdad es que pensé que todo era fruto de mi imaginación, pero por si acaso, no me atrevía a echar la vista atrás, y menos arriba.
Cuando llegue al portal de casa, una vez con la puerta abierta, y dispuesta a subir las escaleras de dos en dos si hacía falta, decidí mirar a lo alto para confirmar que todo había sido una mala jugada de mi mente.
Ahí estaban las mismas dos naves, vigilándome hasta el último paso, eran como mis guardaespaldas, una vez abierto la puerta y echado la última mirada, salieron disparadas de forma espectacular, cada una en dirección opuesta, en curva elíptica, dejando tras de sí una estela brillante que duró varios segundos.
¡Saben donde vivo!, me tienen fichada, ¡que horror! Es lo primero que pensé
Subí a casa en la mitad de tiempo que de costumbre y nada mas llegar, vomité la comida, el desayuno, la merienda, la comida del día anterior, en fin, para qué contaros.
Me fui derechita a la cama, pero no sin antes decirle a mi hermana:
– Pepinillo, pues, así la llamo cariñosamente, Creo que he visto un ovni.
– Te creo, me contesto, te pasan tantas cosas, que con la suerte que tienes últimamente me imagino que será el remate final. Yo creo que es mejor que duermas, porque con un poco de suerte mañana se te ha olvidado todo.
Con sus palabras de consuelo dormí a pierna suelta. A mitad de un sueño maravilloso, se me presentó esa mujer a la cual yo había llamado Rasig, me terminó de concretar, por si no me había enterado bien, que era de las Pléyades y que el otro tripulante, el cual no dijo su nombre era de Orión.
Mientras hablaba veía como se acercaba con una inmensa luz blanca y me la colocaba en el pecho.
Esto de ayudará, a partir de ahora, nunca estarás sola.
Me desperté al instante, y como era habitual en ese día, seguí devolviendo.
Por la mañana un dolor de ojos se hacía bastante insoportable, y a causa del vómito me encontraba muy débil. Decidí autoconvencerme con afirmaciones positivas de que todo estaba bien, había sido un sueño, provocado por estrés.
Parecía que las afirmaciones funcionaban cada vez mejor, hasta que pasaron unos cuantos días y el mundo con todo su universo se me cayó encima.
Empecé a ver el cuerpo etéreo de la gente, el aura, el cuarto de aura, el medio aura y el aura entera. En definitiva el mundo astral se me manifestó en toda su amplitud.
No os podéis imaginar la cantidad de planos que conviven con nosotros y en cada plano existen seres que lo habitan. Existe el plano donde se quedan los muertos, el plano donde están los guías espirituales, el plano donde habitan los parásitos astrales, etc. etc.
Lo peor de todo es que los de plano inferior, no ven a los del plano superior, pero los del plano superior, nos ven a todos. Por lo cual en un mismo sillón nos podemos encontrar sentado a un muerto, con un grupo de parásitos astrales debajo de sus pies y encima sentado sobre él, un vivo que no sabe donde ponerse. El parásito se come, la poca energía que le queda al muerto, pero también se come toda la energía que puede del vivo, y el guía espiritual, mientras tanto lo único que hace es el papel de mero observador.
Ahora empezaba a entender esa frase que me dijo Rasig de: tú verás por nuestros ojos y nosotros por los tuyos.
Además, de vez en cuando siento como si alguien mirara por mis ojos, siento la imperiosa necesidad de observar una zona determinada o a alguien determinado durante un cierto tiempo, sin pestañear. La mirada se hace más profunda y ausente, pero es totalmente incontrolable. En ese momento si me coge conduciendo imaginaros los gritos de mi pareja cuando le llevo a bordo.
¡Ya estás colocada! Grita con pánico infernal.
Por supuesto, siempre digo que no, para no aumentar la desesperación de los pasajeros.
Ahora entiendo como podían ver por aquellas pantallas todo el planeta, me imagino que habrá mucha gente como yo, repartidas por el mundo. En la segunda guerra mundial se nos podría llamar, perfectamente, espías, en nuestro tiempo, se nos llama contactados.
Otra forma de decirlo. Pero en definitiva si lo pensáis bien, es lo mismo.
La verdad, siempre que me encuentro sola, aparecen, por supuesto en el astral, varias naves que me disipan ese sentimiento de soledad. Pero lo que más tengo que agradecer a esas entidades es que gracias a ellos volví a encontrar a mi alma gemela.
Creo rotundamente en la media naranja, alma gemela, o como queramos llamarlo. La evolución espiritual no creo que se pueda hacer bajo un sexo sólo. Se deben encontrar las dos mitades para que vida tras vida, reencarnación tras reencarnación se compenetren e intenten fundirse con el tiempo en una quinta o sexta dimensión, siendo un solo ser andrógino.
Mi pareja y yo, nos estamos describiendo como vamos a ser en la vida siguiente y donde vamos a vivir, para mantener el recuerdo y la esperanza viva en el inconsciente, de que nos volveremos a encontrar en esta, penosa rueda del Karma. Y juntos conseguiremos, tarde o temprano, evolucionar llegando a ser uno sólo.
Desde que era pequeña he tenido siempre bien claro quién y cómo iba a ser mi pareja, le estuve esperando hasta que al final lo encontré. Los sueños a menudo se hacen realidad. Tenéis que confiar en ellos.
Digamos que mi compañero también se llevó lo suyo por parte de estas entidades, sin comerlo ni beberlo, un día sin saber por qué, se sintió tremendamente atraído por mi. La verdad es que en su cara se notaba desesperación, pues no sabía como encauzar ese sentimiento.
Nada más verle, me di cuenta de que le acababan de colocar una lucecita parecida a la mía a la altura del corazón. El pobre estaba indefenso ante tal evento, la sensación de amor descontrolado que tenía no se le iba a pasar hasta que le quitaran esa lucecita.
Digamos que ese amor provocado por artefactos astrales es lo que la gente habitualmente conoce como pareja cósmica. Se refieren, digo yo, a que el cosmos les ha unido.
Y es cierto, pues mediante esos artefactos que llaman sincronizadores, los seres superiores son capaces de trasmitir emociones.
Como reflexión final os puedo asegurar que la reencarnación existe, el Karma no tiene prisa en esperar para pasarnos la factura de lo que hayamos echo mal en vidas pasadas, que no hay que jactarse de todo lo que no vemos u oímos, que el ser humano evoluciona en conjunto, que el planeta es todo uno, que los extraterrestres y nosotros somos una misma familia y si nosotros no evolucionamos ellos tampoco, de ahí tanto interés suyo en ayudarnos. Como dijo Darwin, todos venimos de la misma charca primigenia. El universo, está en expansión, pero tarde o temprano, debido a la inercia, fuerza de rozamiento y gravitación, dejará de expandirse y empezará a reagruparse. Las galaxias se unirán y fundirán unas con otras, en una sola conciencia, en una sola materia, en un solo ser. Y cuando eso haya ocurrido, y todos seamos uno, nuestra conciencia divina, querrá volverse a expandir creando otra vez, más galaxias, estrellas y planetas. Los ingleses a ese fenómeno le llaman Big-Ban. Yo le llamo uno de los latidos de Dios.
A los padres les pido que tengan paciencia con sus hijos, pues alguno de ellos será la reencarnación de Yogananda, Gandi, Juan XXIII, Martin Luter King, etc. etc. y tendrán dotes paranormales, que habrá que encauzarlas con amor y cariño.
Otras tantas cosas he visto del futuro, pero están por realizarse. Espero vivir ese tiempo con dignidad, para podéroslo contar.