Cinco de Junio del 2005. Domingo.
En toda mi vida puedo asegurar que jamás se me olvidará esa fecha. Escrito queda.
Se me fue sin decir adiós, nada. La última vez que pude hablar con él fue el viernes veintisiete de Mayo.
Ni falta hace decir en las condiciones que se encontraba entonces, porque los que deben saberlo ya lo saben. Su última semana apenas le visité, pensaba que se mantendría, pero en tres días se vino abajo.
El viernes tres de Junio por la noche, vine de jugar un partido en el cual me lesioné (estuve cojo una semana, “su semana”) y fui a su casa, estaban mi Tita Mariloli, mi abuela, y mi madre.
En la cama estaba él, le dije: “Abuelo, ¿cómo estás? Dame un beso”. No habló. Me miró y movió la cabeza lo suficiente como para poder dármelo. Ahí se acabó para siempre nuestra conversación, nuestro último momento cara a cara, frente a frente.
Estaba ya muy malito, muy malito.
Cuando mi madre llamó a mi casa desde el hospital, afirmando que ya se había marchado, mi hermana y mis primas (Marta y Marinieves), que se encontraban conmigo en mi casa, rompieron a llorar.
Yo ni eso. No lo acepté, ni siquiera rompí a llorar.
Y es ahora cuando me pregunto qué me pasa. Sé que no está. De niño temía que ese día llegara, y cuando llega, ni me inmuto.
Nunca sentí esa sensación, y me hace pensar qué coño me pasará, repito.
Cuando hablan sobre él, me lo escondo, no me gusta, tal vez porque pienso que no se puede cambiar.
En muchas ocasiones de mi cortísima vida he sido un reprimido de mierda y lo sigo siendo, y, conociéndome, lo seguiré siendo. Precisamente por esto me arrepiento de no haber pasado más tiempo con él y de todas las cosas “feas” que haya podido hacerle.
Qué curioso, ¿no? Cuando ya no está es cuando salen a mi entender todas estas lamentaciones, eso me lleva a pensar a querer mejorarme a mi mismo y después de escribir esto, conocerme un poco mejor.
Ahora lo veo en las olas, en las estrellas, en la arena y en el cielo, porque vive en mi mente.
El corazón sólo bombea sangre, pero él solamente queda en nuestro recuerdo, ¿sabes, Pepa?
<<No ha sido justo que te vallas así abuelo, te juro por todo lo que tengo que hasta que no empezaste a ponerte malito te veía fuerte, un hombre fuerte, como siempre has sido y has demostrado ser, y esperaba tenerte con nosotros bien unos cuantos años más.
En el velatorio me despedí sin saber ni qué decirte, pero lo hice tranquilo porque sabía mas que de sobra que con mi sentimiento me entenderías perfectamente ¿verdad, abuelo? Perdóname que todavía no haya ido a verte, las circunstancias son duras y yo soy un débil mental. Si voy, ha de ser solo, no voy a dejar que nadie valla conmigo, lo entiendes, ¿no?
Quiero agradecerte que hayas sido mi abuelo durante casi diecisiete años y haber tenido de todo contigo: carcajadas, consejos, tus historias, tus mandados, tus pájaros e infinidad de cosas que ahora no me vienen a mente.
Te quiero con todo mi poder, con toda mi fe y con todo lo que tengo.
Gracias. Gracias. Gracias. Gracias.
Martes, 16 de Agosto del 2005