Me van a permitir comenzar con el proverbio ‘por la boca muere el pez’ para recordar que los autodenominados ‘populares’ comenzaron a definir la dilatada etapa gubernamental de Felipe González como el percebimiento de la restauración de un Movimiento Nacional que siempre sospeché que lo harían por su duración y no por su acción, pero rápidamente abandonaron estos apelativos ante el resurgimiento de auténticos dictadorzuelos en su seno que consideraban que el extinto Régimen de Franco se había quedado corto e implantaban en sus circunscripciones acciones gubernamentales extraídas con prodigiosa fidelidad de los libros de Historia.
En el aniversario de la muerte de los fundadores del Movimiento Nacional son muchos los periódicos con una esquela recordando a Francisco Franco y a José Antonio Rivera, que cuarenta años después van disminuyendo sintomáticamente sus dimensiones. Y lo que me llamaba la atención de estas esquelas era su mera publicación, que como digo van reduciendo su tamaño de manera proporcional a sus seguidores, algunos nefastos emuladores e inundados en incongruencias e inconsecuencias que son los dos valores políticos más encomiables y que realzan la figura pública de quienes los ejercitan, por no decir la vida personal. En un frustrado afán por desterrar el odio y el rencor en la sociedad española que había instalado el Régimen de Franco, no fueron pocos los dirigentes políticos emergentes durante la Transición Política que describían sus quehaceres durante la prolongada agonía del dictador con una gran benignidad que hoy no se creerían ni ellos mismos.
Pese a que las esquelas denotan el escaso seguimiento que tiene el dictador actualmente, ciertamente no reflejan la ingente cantidad de emuladores con que cuenta, y que se manifiestan en cuantos no condenan el Régimen de Franco, en este caso en un acto de consecuencia política, que se podrá o no estar de acuerdo con esta postura pero es sumamente respetable su posicionamiento político de complicidad, siempre y cuando no se transgredan los principios democráticos que con harta frecuencia desprecian.
Decíase en los estertores, y con más ahínco tras su caída, que Franco había basado su régimen en la corrupción y en la mano dura. Y qué casualidad que cuarenta y dos años después uno de esos pilares ha impregnado a la actual clase política española, no habiéndose extinguido algunos vicios que existían bien arraigados en la época, como la proliferación de somatenes como medios informativos y los viaconductos de los Certificados de Buena Conducta como subyugación. Para escarnio de las españolitas y los españolitos de a pie, hoy en día en muchas circunscripciones electorales contamos con una red de informadores, al modo de los sometenes, establecida por responsables gubernamentales que en función de la información que le suministran emiten certificaciones como medio para discriminar.
Pero la peor herencia que ha podido dejar el Régimen de Franco es el odio y el rencor que aún persiste en buena parte de la sociedad española, toda vez que la ingente dosis de generosidad ha sido por parte de los vencidos y no por la parte de los vencedores. Posiblemente sea la razón por la que treinta y cuatro años después siga hablándose del Régimen de Franco para deleite de los grupúsculos que le siguen inspirando las acciones más abominables que puedan llevar a cabo unos responsables gubernamentales.
Yo soy de los que piensan que los dos bastiones en que se basaba el Régimen de Franco siguen incólumes en muchos responsables gubernamentales actuales, de tal modo que no resultaría descabellado pensar en una refundación del actual sistema, lo que no implica más que una regeneración de la clase política contemporánea que la está provocando y que conllevaría obviamente su renovación, su sustitución. Esos dos bastiones a los que me refiero son la corrupción y el ejercicio de la autoridad llevado a su caso extremo.
Empezando por el final, en la España democrática, se están llevando a cabo discriminaciones y persecuciones por estrictos motivos políticos. Obviamente de demostrarlos se verían castigados sus ejecutores en el actual sistema político de libertades públicas, del que se sirven para ensañarse en muchos casos sobre los adversarios políticos ya que solo se verán castigados si son demostrados, como al contrario ocurría en el Régimen de Franco donde había que demostrar la inocencia y ahora afortunadamente hay que demostrar los hechos delictivos porque mientras no se demuestre lo contrario son inocentes. Es la grandeza de la Democracia, y solo se puede valorar este sistema político en su más elevado grado cuando se ha carecido de él y padecido la acción franquista debiendo demostrar la inocencia ante acusaciones espeluznantes por sus dimensiones. El otro pilar en el que se basaba el Régimen de Franco era, como decía y recogiendo el sentir mayoritario y comúnmente aceptado, el de la corrupción, que es justamente lo que está manchando a la clase política en este momento.
Cuanto he relatado en esta reflexión se puede sintetizar en los Trumpitos, que no son otros que los Alcaldes populistas que vienen siendo admitidos por todos y aún siguen sin ser detestados pese a parecer ser copias en las que se ha reflejado el actual Presidente de los Estados Unidos.