La manipulación y la represión de la naturaleza por parte del hombre, con la que estoy hostilmente en desacuerdo, para obtener unos codiciosos beneficios que se han probado como falsos, están generando a nivel global daños generacionales de carácter irreversible.
{mosimage}Los cuestionables avances de la sociedad del bienestar aparente, presidida por el “dios DINERO”, paradójicamente nos acercan también a nuestra ruina. Es como para ponerse apocalíptico.
En los último diez años extensas superficies arboladas del planeta han sido devoradas por el fuego (nueve de cada diez árboles han desaparecido). La selva de Indonesia, considerada el segundo gran pulmón de la Tierra, prácticamente ha dejado de existir arrasada por descomunales incendios originados por la mano criminal del hombre con el fin de obtener nuevas tierras de cultivo destinadas en gran parte a la plantación de palmeras para la producción de aceites. Este mismo origen ( la codicia) está tras los pavorosos incendios acaecidos en la Amazonia, a los que se suman las talas indiscriminadas de árboles para la obtención de maderas con las que abastecer una insaciable industria, haciendo desaparecer con ello una masa boscosa equivalente a la superficie que ocupa la península Ibérica. La Taiga Rusa permaneció en llamas durante algo más de un año. Los daños ocasionados por este incendio son de tal calibre que su cuantificación real se hace muy difícil. En Australia grandes territorios también han sido pasto de las llamas afectando gravemente zonas arbóreas y cultivos, y lo mismo ha sucedido y está sucediendo en EE.UU. donde miles de incendios que se escapan a todo control están calcinando el norte del estado de California. En doce días, y a pesar de los múltiples medios técnicos y humanos enfrentados al fuego, mil quinientos kilómetros cuadrados de masa verde han desaparecido tragados por las voraces llamas. En Europa, el fuego se ha cebado con especial virulencia sobre países como Grecia, Portugal, Francia o Italia, y este mismo azote se ha dejado sentir igualmente en nuestro país.
España constituye un territorio especialmente afectado por el fenómeno de la sequía, lo que nos convierte en un objetivo muy sensible frente a los incendios. El año 2005 ha sido uno de los peores de los que tengamos constancia por el número de incendios forestales registrados con cerca de 25.500 incendios que arrasaron 188.672 Ha de superficie forestal y monte bajo. Este fatídico año hubo que lamentar 19 personas fallecidas por el fuego, 11 de ellos pertenecientes a la brigada de extinción de incendios de Cogolludo que perdieron la vida en el incendio iniciado el 16 de Julio en Riba e Saelices (Guadalajara). De igual forma, la superficie afectada en 2005 ha sido de las más altas, rompiendo con la tendencia a la reducción que se venía observando, superando la media de los quince años anteriores fijada en 154.598 Ha. En este mismo periodo la media anual de incendios se situó en la indeseable cifra de 19.413 incendios año, lo que supone un incremento porcentual del 97% con respecto a 1990. Las adversas condiciones metereológicas, con escasas precipitaciones han contribuido en gran medida a este fenómeno. Afortunadamente, la superficie media quemada por incendio viene disminuyendo de forma clara desde 1.978, año en que se produjo el triste record de 52 Ha. consumidas por incendio, debido en gran manera a la rapidez en las intervenciones y las mejoras en los medios y técnicas de extinción. El año 2006, pese a haber sido un año especialmente seco en primavera y verano, el número de incendios fue de 15.305, que afectaron a 143.991 Ha. Este año destacan los daños sufridos en la comunidad autónoma de Galicia( que personalmente he podido comprobar), donde se produjeron cerca de 2000 incendios que afectaron a más de 77.000 Ha. con unos daños económicos y medioambientales aún sin concretar, dado que las fuertes lluvias caídas en esta comunidad durante el otoño arrastraron consigo ingentes cantidades de cenizas afectando gravemente al marisqueo en la rías, una de las principales fuentes de ingresos para el pueblo gallego, El año 2007 pesará durante mucho tiempo como permanente pesadilla en las mentes de todos los canarios. El imaginado infierno de Dante se cebó sobre el archipiélago devastando extensas áreas de Gran Canaria y Tenerife, ocasionando unos daños desproporcionados con relación a la superficie de las islas y la masa verde disponible. Sin que esto nos sirva de consuelo, el pino autóctono Canario que representa la mayor parte de la masa forestal insular, es una especie arbórea que dispone de capacidad auto regenerativa a pesar de haber sido calcinada en superficie.
Estamos en verano, y esta es la época del año más propicia para el desarrollo de los incendios debido a la ausencia de lluvias y las altas temperaturas (con alto riesgo en Andalucía). Esta época estival incentiva los desplazamientos al campo desde las ciudades, y si bien en su gran mayoría se trata de personas responsables plenamente concienciadas de lo sensible del medio, es inevitable la presencia de una “chusma feroz”, enloquecida y cobarde que ante la perdida de la más mínima conciencia de la que hacen gala de nada sirven las advertencias, y son estos los que con sus viles actos al final terminan por desencadenar la tragedia. El 16,7% de los incendios se deben a negligencias, y por extraño que parezca el 59,2% son provocados. Es algo que tenemos que asumir a fondo por muy terrorífico que nos parezca.
Las funestas e incalculables consecuencias de los incendios forestales son de una gravedad difícil de imaginar. Solo a modo de reflexión citar unos reveladores ejemplos: la desaparición del manto vegetal acelera extraordinariamente los procesos de erosión y desertización aumentando al tiempo el riesgo de avenidas e inundaciones. Modifica sustancialmente el clima con especial incidencia micro climática. Destruye la biodiversidad y con ello el mecanismo de selección natural que tienen un papel primordial en la armonización de la evolución. Acelera la desaparición de capas freáticas y produce efectos contaminantes por la emisión de cenizas y hollines tanto sobre las aguas superficiales como en la atmósfera dando lugar al desarrollo de multitud de enfermedades entre los seres humanos especialmente las relacionadas con la respiración y contribuye en gran medida a incrementar el proceso de oscurecimiento global, un NUEVO DESAFIO, con cara y cruz al que se enfrenta la humanidad.