Una vida en la Tierra que se oriente únicamente hacia la materia es tiempo perdido y energía derrochada. Después de un paso así por la Tierra, el alma volverá a encarnarse y a pasar por el camino de la materia hasta que despierte y vaya por el camino de la luz interna.
La humanidad se ha vuelto ignorante respecto a estas leyes a causa de las ataduras eclesiástico-dogmáticas, no captando el profundo sentido de la vida terrenal.
Muchos hombres acusan a Dios por sus enfermedades y fracasos, ya sean golpes del destino de diversa clase, pobreza, miseria, ataques por parte de otros, disputas familiares o incluso desavenencias por divorcios y muchas cosas más, en general por todo aquello que el mar de causas y efectos, por ellos creados, arroja a la playa.
Sin embargo antes o después aparecerán los efectos de cada causa, pues ningún alma se libra de tener que reconocer las causas por ella creadas y de arrepentirse de ellas, para que la mano de Dios, que siempre ayuda, pueda actuar. No importa si el alma se encuentra encarnada en la tierra o en los planos astrales, toda causa recibirá antes o después su eco.
El hombre sabe que a cada acción le sigue una reacción, esto significa que a cada causa le sigue su efecto. Ya Jesús de Nazaret lo dijo: aquello que sembréis eso cosecharéis. Por eso también es falsa la opinión generalizada de que Dios es un dios que castiga.