La reacción del sector político más rancio en Garrucha y en Vera, por haber quitado la Bandera de España que habían colocado en las rotondas a modo de indicador, ha servido de antesala a la que ha tenido el Ejército con el encomiable gesto de Pedro Sánchez haciéndola presidir el acto de proclamación de su candidatura a la Presidencia del Gobierno de España.
Circunscribiéndome a la etapa democrática, pese a que resulta inevitable la genética política, me llama poderosamente la atención que esté siendo durante los Gobiernos del Partido Popular cuando se cuestiona la unidad de España. Primero fue por Ibarretxe en País Vasco y ahora por Mas en Cataluña, además de numerosos gestos cotidianos como los de Vera y Garrucha en los que la Bandera está pasando de símbolo de unidad a generadora de discordia social, lo que aventuro se producirá en otros municipios a medida que vaya perdiendo el PP.
Resulta sospechoso que un grupo político se vea en la necesidad de utilizar, nada menos, la enseña nacional como indicador de sus supuestos principios ideológicos. Esta necesidad de enarbolar la Bandera nacional me hace recordar el viejo proverbio popular ‘dime de lo que presumes y te diré de lo que careces’, porque no por casualidad en casi todos los municipios donde tienen izada la enseña española en sus rotondas, generalmente de entrada, cuentan con casos tildados como corrupción política o la honradez de los dirigentes del PP está socialmente en entredicho.
Si esta relación se diera masivamente se podría encontrar una explicación a la utilización de la Bandera como doble indicador: de que gobierna el municipio grupo político de Derechas y cuya honradez se encuentra cuestionada socialmente. Se puede argüir el recurso de que el gobernante ha sido votado por la ciudadanía, pero sabido es que la corrupción política da votos casi por principio y si es ello es una cualidad en esos municipios pues hay que aceptarla también en otros países cuando utilizan los referéndums como valor, por lo que solo entiendo como un insulto a la inteligencia colectiva el que se entienda el voto como positivo cuando interesa y negativo cuando no.
La coherencia es una cualidad que debería tener a gala toda persona, pero hete aquí que en la actividad política de la España contemporánea viene estando sumamente escasa, y a tan elevado grado de incoherencia hemos llegado que debemos entender como realidad lo contrario de lo que nuestros gobernantes nos dicen, en la seguridad de que no nos equivocamos. Ello se encuentra en plena concordancia con lo dicho anteriormente, lo que la Bandera en lugar tan visible como escasamente idóneo nos supone un fiel indicador de la situación política y social en ese municipio.
Si se me permite un inciso, amable lector que distrae su tiempo en este espacio periodístico, contamos con varios indicadores, y yo vengo teniendo, además del citado, el de la Policía Local para conocer el estado de salud política del Equipo de Gobierno en ese municipio y el de la Guardia Civil para el Gobierno Central. En ambos casos vengo practicando esta observación como indicador político y puedo asegurar que no me he equivocado en la práctica mayoría de los casos.
Pues bien, sobre el asunto que hoy motiva esta reflexión política debo manifestar que no puedo evitar su relación con la religión católica, en la que se cataloga como buen cristiano a quien la practica al uso sin reparar en su comportamiento personal, fijándome como indicador el comportamiento personal y no las manifestaciones públicas. Y como en la actividad política, aunque a los creyentes nos duele más, ocurre que una amplia mayoría de practicantes religiosos tienen el comportamiento contrario a los principios cristianos. Dicho en primera persona y para una mejor comprensión, yo vengo declarándome creyente no practicante pero mi comportamiento personal está inspirado en los Diez Mandamientos, que los considero la síntesis de la ‘Constitución’ del cristianismo, y ya me gustaría saber cuantos practicantes religiosos los cumplen.
Exactamente lo mismo que ocurre en la religión pasa en la política, y la eclosión social existente es una prueba evidente de que el sentimiento españolista que inspira la Bandera nacional es un medio que están utilizando para la consecución de fines personales, y a las pruebas me remito con suma tristeza y cierto estupor, porque he tenido que padecer en el extranjero los comentarios sobre comportamientos de gobernantes españoles.
A mí, por consiguiente, nunca, y a estas alturas menos, me ha supuesto un elemento determinante el fasto, al haber entendido que los grandes detalles solemos tenerlos todos pero los pequeños detalles no todos los tienen, por lo que solo me produce aumentar la indignación la observación de un practicante religioso que en su vida personal causa más daño a sus semejantes y de un gobernante que utiliza el Gobierno para conseguir lo que profesionalmente no ha podido y es incapaz de solucionar los problemas de sus conciudadanos en general, sin distinción de clase social, credo religioso o ideología política.
Por tanto, las Banderas se encuentran muy alejadas del sentimiento que simbolizan y son utilizadas en las rotondas como meros indicadores del Partido Político que gobierna, y en este momento ligadas al materialismo más puro y duro con todos sus componentes. La Bandera no es un indicador colocado en la rotonda de acceso al casco urbano y sí significa un sentimiento expuesto en los centros oficiales de la Administración Pública por la que todos tienen que pasar porque de todos y para todos sin exclusión es.