Es necesario recuperar los espacios y los equipamientos públicos de calidad, de cercanía y accesibles como elementos dinamizadores del tráfico peatonal, verdadera razón de ser del pequeño comercio en todo el tejido urbano.
A la luz de las últimas noticias sobre los conflictos con la venta ambulante en Roquetas, intentaré dar una explicación a la progresiva desaparición del pequeño comercio en nuestras ciudades y su relación con la movilidad peatonal.
Debemos buscar las causas en unas determinadas políticas municipales que en las últimas dos décadas han apostado por cerrar todo equipamiento público de cercanía desplazándolo a las afueras de la ciudad o parcelas poco accesibles a pie (ver el caso de la piscina y el centro deportivo, del estadio y pistas de tenis o el mismo mercado de abastos) a la par que abría las puertas a recalificaciones de enormes bolsas de suelo para grandes superficies comerciales.
Esta combinación ha llevado a municipios como Roquetas a un estrecho callejón con difícil salida. La ciudad tradicional, con sus avenidas, como en el caso de La Urbanización, han perdido todo atractivo bien por el cierre de equipamientos públicos, bien, sobre todo, por la falta de inversiones en nuevos. En esta situación los únicos ejes peatonales que han mantenido un elevado tránsito peatonal, por su innegable interés, gratuidad y nivel de inversiones han sido los paseos marítimos.
Así que nada es casual: es normal que el comercio busque las únicas zonas que aún conservan su razón de ser, el peatón. Vemos cómo se desata una innecesaria y feroz competencia por un espacio público escaso como es el paralelo a los paseos marítimos entre los vendedores ambulantes (aquellos que pueden adaptarse rápidamente a esta situación) mientras que el pequeño comercio languidece sin que nadie pase por su puerta.
Desde tiempos inmemoriales el comercio se ha establecido en los márgenes de las rutas más transitadas, fundamentalmente en los sitios de parada obligada como eran las postas de descanso, los vados de ríos y puertos de navegación. Al calor del tráfico de rutas de peregrinación, por citar el ejemplo europeo medieval, surgieron las ciudades modernas (cités, burgos) ofreciendo espacios de mercado a peregrinos que se desplazaban hacia aquellos grandes centros de atracción que eran las catedrales y las reliquias de santos.
Este somero ejemplo lo traigo a colación para recalcar que es tradicionalmente el comercio quien busca los lugares de mayor tránsito para asentarse y ofrecer sus mercancías. Un comercio sin tránsito de personas por delante de su puerta, tenderete o escaparate, poco sentido y futuro tiene.
Para que exista ese tránsito es necesario que existan elementos urbanos que no sólo atraigan a la población y al visitante, sino que la forma deseable para su acceso sea a pie. En este sentido, los equipamientos públicos de calidad, como espacios multiusos, pequeñas salas de teatro y espectáculos, pistas deportivas, parques y bibliotecas están llamados a jugar un papel fundamental. Pero eso sí: siempre que su proximidad y la calidad de las vías para acceder a él (seguras, cómodas, con sombra y una adecuada estética) las hagan más atractivas para el peatón que para el coche.
Como conclusión decir que lo que hoy vemos como un problema: el comercio ambulante, irregular, descontrolado, no es tal, sino la manifestación de unos graves problemas urbanos, fruto de unas erróneas políticas. Políticas que marginaron todo lo que sea público, todo lo que sea próximo y accesible al peatón, a cambio de obras faraónicas alejadas de todo núcleo de población y hotelero, y destinando eso sí inversiones en materia peatonal al frente litoral sin complementarlo con vías transversales, que indujeron al peatón a introducirse en la ciudad y así dar más oportunidades al desarrollo del pequeño comercio.
Estamos a tiempo de revertir esta situación, pero para ello hace falta ir al problema de raíz: tenemos que cambiar de una vez por todas el modelo de ciudad. Un modelo donde el peatón, el trabajador y lo público sean los protagonistas, en vez del coche, la especulación y lo privado que hacen de la ciudad solo islas de consumo para unos pocos. Roquetas, como muchas ciudades desangeladas por la especulación, debe volver a ser una ciudad atractiva para pasear: Barrio a barrio.