La nueva etapa preelectoral en la que nos hallamos ante los comicios municipales de mayo ha reincorporado unos especímenes a los que con cierto pesar en esta ocasión vengo a denunciando, siendo la última vez que lo haga de forma impersonal por razones laborales haciendo honor al compromiso adquirido cuando comencé este periódico digital.
Es la actualidad política la que me obliga a volver a abordar este problema que ha sido provocado por unos especímenes, que otros califican de carroñeros y por los epítetos más variopintos pero todos sinónimos, al comentarme un amigo su peripecia laboral y que sistemáticamente tienen el mismo comportamiento basado en hacer méritos antes el Jefe para ser promocionado, lo cual es algo loable en principio pero se torna en demencial porque no supone un ejemplo a seguir sino por el contrario una actitud a denunciar.
Este comportamiento que tienen los especímenes que generosamente vengo en llamar meritorios tiene como propósito exclusivo y único conseguir un ascenso laboral, que repito es loable y honra a cualquier trabajador con aspiraciones, pero los susodichos siguen las mismas pautas que no son otras que la descalificación de los compañeros potencialmente competitivos y considerados con mayor capacidad a los que sienten la necesidad de anular por cualquier medio a su alcance y con la ayuda inestimable de terceros. Esto es una práctica que suele producirse con desgraciada frecuencia en el ámbito de lo laboral y se torna dramático cuando sale de lo laboral con el beneplácito del Jefe, que ‘por sus hechos le conoceréis’, y se produce en la actividad política que es la objeto de atención preferencial aunque en ocasiones colateralmente me introduzco en otros terrenos al verse afectados por lo político que en lo reseñado es quien lo fomenta. Pues bien, mi atención converge por ahora en el ámbito político, y así se viene ocupando este espacio periodístico en los más de treinta años de su existencia, por cierto con todo tipo de suerte que se va liberando, como se diría en términos taurinos, y de los que conoce el amable lector que distrae su atención en este espacio periodístico.
Lo descrito en el ámbito privado, decía, adquiere especial virulencia en el político, y así lo vengo denunciando en cuantas ocasiones se me brindan, porque los personajes políticos meritorios se convierten en los más temibles, desde los cachorros que aspiran a vivir toda su vida de los demás a modo y ejemplo de los maduritos consolidados que lo desean lograr, porque hasta este punto de su trayectoria vital no han sido capaces, en la inmensa mayoría de los casos, hacerlo de su profesión, el que la tenga, y ciertamente también estimulados por la avaricia, de la que suele decirse que ‘rompe el saco’ por ilimitada.
Este tipo de personajes, los meritorios que son los objeto de reflexión hoy, comienzan por hacerles el traje a medida al Jefe, que cualquiera que sea merece el aplauso forzado pero espléndido y entusiasta que deberá ir acompañado por algún otro hecho que avale a los aplausos al haberse convertido ya en palmeros profesionales y por tanto subestimado por su frecuencia y duración en el tiempo pero que será determinante para que su camino hacia el pesebre de lo público, como son las arcas públicas, aquella que se engrosan con el dinero de los incautos e benevolentes españolitos y españolitas de a pie.
El meritorio se ha consolidado como palmero consagrado y entusiasta sastre con lavandería, aunque en general suele ofrecer todo tipo de servicios, lo que convierte a este espécimen en un consagrado y detestable que es solamente sustentado por el Jefe que va depositando en él una gradual dosis de confianza. Bendita confianza solamente avalada por las palmas y su conversión en el largo brazo, porque al final será a quien se debe y por muy carroñero en que se haya convertido le traicionará caso de no ver cumplidas sus expectativas o insatisfecha su avaricia. Por ello, bendigo la confianza, porque gracias a ella estamos conociendo todas las fechorías que hacen esos personajes públicos con cargo a los dineros de toda la ciudadanía.