LA VERDADERA HISTORIA DEL CUARTO REY MAGO
“Ya es la hora; llegó el momento” —se advirtió a sí mismo mientras cerraba la semicircular ventana de su estudio, impidiendo que el gélido viento reinante en el exterior siguiese helando su rostro.
Las estrechas escaleras de caracol que bajó después emocionado, lo condujeron hasta una enorme sala, donde lo esperaba un joven paje que estaba a su servicio:
—Todo listo —le informó éste, mientras contemplaba como en los ojos de su señor ardía la chispeante llama que produce la ilusión contenida.
—Partamos entonces hacia Belén sin más demora.
En la fría y seca noche Babilonia, la figura de un camello y de dos caminantes, ataviados con túnica y turbantes, se empezó a recortar en un horizonte dominando por un encendido cielo, donde una gran y rutilante estrella, aparecida por el Oriente, parecía querer guiarles hacia un punto determinado.
La noche se hizo larga y dura para los aventureros. El frío mordía con rabia sus entumecidos músculos, haciendo lento y complicado su avance. Por fin, los primeros rayos de un tímido sol llegaron hasta ellos como finos hilos de oro, logrando hacerles recuperar la compostura.
A lo lejos, bordeando el polvoriento camino, empezó a columbrarse la figura de lo que parecía ser una construcción de adobe moruno, flanqueada por el alto talle de varias palmeras.
—Acerquémonos a esa casa —le comentó su señor al paje—. Con un poco de suerte será una posada donde podamos reponer fuerzas.
Al llegar, notaron como toda la familia estaba en la puerta, alzando obtentosamente las manos hacia el cielo, como esperando justicia divina.
—Me llamo joram —informó a sus moradores al llegar—, y soy un sabio venido de Babilonia. Quisiéramos albergue y comida en su posada para poder proseguir nuestro camino hacia Belén
—Con mucho gusto atenderíamos su petición, noble señor —le contestó el posadero—, pero esta madrugada unos fieros ladrones han asaltado mi humilde posada, llevándose todo lo que ella contenía. Solo puedo ofreceros un cuenco de leche de la única cabra que nos han dejado. Lo mismo les he ofrecido a los tres Magos y a sus cortejos, que pasaron muy temprano, siguiendo la misma ruta que pretende; pero ellos han declinado mi ofrecimiento.
—A nosotros nos será suficiente —le contestó Joram, mientras su paje acercaba el camello hasta un pequeño oasis, encajonado entre las palmeras que divisaron antes.
Una vez repuestos, Joram se fue hasta el camello, sacando de sus alforjas un pequeño cofre repleto de de diamantes:
—Tome —acercó hasta las manos del posadero uno de ellos, mientras sus oscuros y almendrados ojos le miraban con afecto—. Supongo que con esto podrá volver a poner su negocio en marcha.
Un ligero vistazo a la estrella que les precedía —que brillaba ahora con más intensidad, a pesar del sol—, le recordó la urgencia de continuar el viaje. Unas cincuenta leguas mas adelante, andando por un viejo camino que los romanos habían abandonado, divisó a un pastor que se lamentaba a voz en grito de su mala suerte:
—¿Que te ocurre, buen pastor? —le preguntó Joram deteniendo el paso.
—Esta mañana mi rebaño ha sido atacado por unos fieros lobos, y me lo han dejado muy diezmado; tanto, que ya no podré alimentar a mi familia en lo sucesivo.
Otro diamante cayó en las manos del pastor, como sucediera con el posadero, viniendo a sembrar en su cara una sonrisa mágica, mientras el brillo de la estrella parecía refulgir con más intensidad a cada acto de caridad.
Así, durante todo el viaje, fueron sucediéndole a Joram episodios parecidos, hasta que su cofre quedó completamente vacío.
Cansados paje y señor hasta la extenuación, un frío amanecer de un veinticinco de diciembre, llegaron por fin hasta las inmediaciones de un destartalado establo —lugar en el cual se había detenido la estrella, que ahora aparecía cercana y enorme—, donde se agrupaban varios pastores, haciendo sonar sus salterios y zampoñas en señal se alegría.
Por un momento dudó Joram en acercarse hasta ese establo, meta final de su largo y fatigoso viaje. El regalo que traía dispuesto para adorar al niño que allí acababa de nacer, lo había ido regalando generosamente; aunque para nada se sentía arrepentido de haberlo hecho.
Al final, cabizbajo, se adentró en él…
—Pasa, José y yo te estábamos esperando —una voz de mujer, cálida y entrañable, le dió la bienvenida, provocando en su interior una sensación de paz y desasosiego al mismo tiempo.
—No tengo con qué obsequiar al Rey de Reyes —les contestó de hinojos Joram—, pues mis presentes se han ido quedando por el camino.
—No has venido con las manos vacías, Azaría. Quítate el turbante y mira a tu alrededor —le indicó María, mientras sus bellos ojos azules la miraban con ternura.
Al hacerlo, una extensa cabellera morena fue a descansar sobre sus espaldas, dejando a los pastores estupefactos.
—Aqui tienes al posadero, al pastor, al mercader al cual robaron sus camellos… como vés, todos eran Ángeles al servicio del Padre. En el corazón de una mujer es donde el Señor ha puesto la esencia más pura del amor, y ni con el oro, el incieso o la mirra, se podrá nunca compar tal cosa. Tu gesto noble de ser capaz de ayudar a quien de verdad lo necesita, es sin duda el verdadero regalo que Dios siempre espera.
Acércate. Él está esperando tu beso en el pesebre.
¡¡FELICES FIESTAS A TOD@S!!