El hombre que tortura y mata animales, con frecuencia ya no siente ningún arrepentimiento. Su conciencia, la instancia de control ético y moral, se ha embrutecido. Según sean las circunstancias sólo se le volverá a hacer consciente lo que significa sufrir necesidad y miseria por medio de la ley de causa y efecto.
Muchos hombres conocen la legitimidad que dice: “a cada reacción le precede una acción” o que “cada efecto tiene una causa”. El Espíritu de Dios habló y habla de siembra y cosecha. La cosecha crece siempre de una siembra correspondiente, al revés esto significa que de la siembra se puede ver qué cosecha se puede esperar. En base a estas relaciones sencillas y lógicas ya hoy se puede prever el desastre que se avecina. El que no quiera creer lo que rueda hacia la humanidad según la ley de siembra y cosecha, lo experimentará, pues el tiempo está maduro. La cosecha ha comenzado.
Al comienzo de la humanidad el Espíritu de Dios dio a los hombres la Tierra con palabras del siguiente sentido: “Someted la Tierra” lo que no significa explotarla y torturarla y matar voluntariamente a todo lo que vive en ella y sobre ella, inseminar a los animales en contra de las leyes de la naturaleza, comerlos y muchas cosas más.
En la Biblia leemos que Dios había concedido a Moisés el matar, sacrificar y comer animales. Sin embargo esos rituales que fueron realizados con animales, no provienen de la palabra de Dios a través de Sus verdaderos profetas. La casta sacerdotal de antaño inventó y de esta manera engañó al pueblo diciendo que eran mandamientos. Esta mentira pasó a la tradición puesta por escrito, de forma que actualmente todavía se halla en el tercer libro de Moisés, el Levítico.
La forma condenable de cómo en todos los tiempos se ha tratado a los animales proviene de la idolatría, donde los hombres sacrificaban animales para hacer a los dioses benevolentes y para mantenerlos contentos. A través de los profetas del Antiguo Testamento Dios habló en contra de los sacrificios de animales de todo tipo. El dijo por ejemplo a través de Jeremías: “Vuestros holocaustos no me son gratos, vuestros sacrificios no me deleitan; a través de Isaías: Harto estoy de holocaustos de carneros, del sebo de vuestros bueyes cebados. No quiero sangre de toros, ni de ovejas, ni de machos cabríos, y a través de Oseas: Yo quiero amor y no sacrificios, el conocimiento de Dios en lugar de holocaustos.
Jesús atacó públicamente todo tipo de violencia contra los animales, también el comerlos. Alguno objetará que Jesús comió carne, también peces. Sobre esto podemos leer en el libro Esta es Mi Palabra, Alfa y Omega, dado a través de la profecía del tiempo actual por Gabriele de Würzburg lo siguiente: “Ni por los apóstoles ni por los discípulos fue ordenada la matanza de un cordero; pero tanto a Mí como a los apóstoles y discípulos nos fueron servidos como ofrenda de amor trozos de un cordero aderezado. Nuestro prójimo nos quiso obsequiar con ello, no sabían hacerlo mejor. Yo bendije la ofrenda y comencé a comer carne. Mis apóstoles y discípulos lo hicieron igual que Yo. A continuación Me hicieron una pregunta, con el siguiente sentido: debemos abstenernos del consumo de carne. Así nos lo ordenaste, pero ahora Tú mismo has comido carne.
Yo instruí así a los Míos: el hombre no debe matar intencionadamente a ningún animal, ni consumir la carne de animales que han sido matados para el consumo de su carne. Pero cuando hombres que todavía son ignorantes han preparado carne como alimento y se lo ofrecen al huésped como regalo y se lo sirven en la comida, el huésped no debería rechazar la ofrenda, pues hay que diferenciar el hecho de que el hombre coma la carne por avidez de la misma, de que la coma en agradecimiento al anfitrión, por su esfuerzo.
Sin embargo, el que sepa esto debe, si le es posible y las circunstancias externas y el tiempo lo permiten, dar indicaciones generales al anfitrión, pero sin querer escarmentarle. Cuando el tiempo haya madurado, el anfitrión también entenderá estas indicaciones generales.