Existe un proverbio que se utilizaba como un principio comercial según el cual “el cliente siempre lleva la razón”, filosofía con el que antaño se regía el comercio y que el altercado en un bar de Garrucha ha vuelto a poner en boga.
Lo ocurrido en Garrucha era previsible. Estableciendo un símil es el accidente de tráfico producido por un exceso, y algo nimio que puede tener consecuencias impredecibles para el sector de la hostelería que se ha convertido en el motor económico local, tras la debacle de la pesca.
Llevo veraneando en Garrucha 49’2 años y 46 visitando Mojácar con lo que un conocimiento por leve que sea debo tener como puede intuir el amable lector que distrae su tiempo en este espacio periodístico. Pues bien, esta reseña personal la hago para recordar que lo primero que me llamó la atención en Mojácar fue cuando a un cliente que se encontraba a mi lado se le cobró determinado precio por una consumición y a mí se me cobró otro bien distinto al alza por la misma consumición.
Puede intuir el lector lo que pensé, que la más cerebral fue la de no volver a pisar el establecimiento. Esto que acabo de señalar ha sido la tónica desde los albores del turismo en Mojácar y contra lo que hemos tenido que luchar los veraneantes y visitantes. La principal manifestación que observábamos los veraneantes y visitantes era la de que estos bares con precios desiguales se encontraban regidos por personas distintas cada temporada, intuyendo primero, y contrastando después, que se habían vistos obligados a traspasarlos tras la temporada alta debido a la escasez de clientela, en tanto que algún bar que no utilizaba esta estrategia comercial se encontraba con clientela asidua durante todo el año.
La fuerza de la dura realidad se ha impuesto con el tiempo y aunque aisladamente continúa produciéndose sí que se puede constatar que se ha corregido en general y los precios se han estabilizado, siempre con la excepción que confirma la regla. Esta realidad en Mojácar, con otros añadidos como uno pudo ser la escasez de aparcamientos, provocó el desplazamiento de tapeadores y degustadores hacia Garrucha, Vera y Turre, que se convirtieron en centros culinarios de referencia en el Levante Almeriense en la década de los 70.
Y Garrucha supo aprovecharse entonces de estas circunstancias con las que tiempo después ha tropezado. Viene siendo desde hace un lustro el comentario en muchas tertulias, que no aflora por aquello, si se me permite otro símil, del agente que decide pasar por alto alguna infracción cuando el riesgo puede ser elevado, y en el caso que nos ocupa no decir nada públicamente pensando que se dará cuenta de que esa práctica produce efectos negativos.
Esta mañana vengo escuchando una emisora nacional que se está pasando tres horas con el micrófono abierto recogiendo opiniones sobre los sablazos en restaurantes y bares con motivo del incidente de Garrucha en candelero. La hostelería se viene caracterizando históricamente por ser un sector económico en el que se encuentra mano de obra rápida, y consecuentemente muy lejos de su profesionalización, cuando por ser de cara al público se hace necesaria más si cabe que en otros.
Esta no profesionalización es, en mi modesta opinión, lo que la hace sumamente vulnerable y lo ocurrido el sábado pasado debe ser entendida como una seria llamada de atención para regular la hostelería en Garrucha para evitar la larga crisis que ha padecido el casco urbano de la vecina Mojácar y controlar la calidad, el precio y el servicio, porque este hecho era inevitable que aconteciera.