El carril-bici se ha convertido en objeto de pasión por lo prohibido, aunque ciertamente tampoco es esta vía la única en la que converge inconsciente.
O intencionadamente algunas personas que ven en lo que no se debe hacer un estímulo o una satisfacción por su práctica, corroborando de este modo en la práctica lo que es un comportamiento tan extraño como antiguo.
Mucho se está escribiendo por esta satisfacción que produce lo prohibido, algo que acontece a todas las edades y que se manifiesta en algo tan sencillo como estos ejemplos que fueron captados ayer tarde en un carril-bici, no importa el municipio ni el lugar sino que se trata de una muestra de algo que en este caso produce una sensación extraña al tener que ir esquivando personas desde una bicicleta en este caso y generando con ello una problemática que no se ha sabido encauzar por los Gobiernos.
Y como ilustración literaria sobre la atracción por lo prohibido valga esta reseña de un comentario escrito en Internet por marissa:
“A todos nos ha pasado alguna vez eso de que nos diga, por poner un ejemplo, “de esta habitación puedes tocar lo que quieras, menos abrir esa puerta del fondo”.
De pronto la puerta, que en circunstancias normales nos habría parecido sólo una puerta, pasa a ser el objeto de nuestro deseo, sencillamente porque está prohibida.
Sentimos esa inquietud, esa atracción apremiante que nos empuja a querer abrirla por encima de todo. Es inevitable, lo sabemos, vamos a abrirla, no podemos pensar en otra cosa, somos así (la gran mayoría) demasiado fáciles de tentar. Queremos aquello que no podemos tener. Lo peor de todo es que generalmente, cuando lo hemos conseguido, perdemos todo el interés.
¿A qué viene todo esto?, pues que hoy me apetecía hablar de mi vecino de enfrente, ese que está tan bueno, pero que tiene un pequeño defecto, está casado.
Últimamente no hago más que verle, parece que lo haga a propósito. Yo que me resisto y me digo a mi misma “no te líes que no te conviene” pero ahí está él, cada día más guapo.
Lo peor de todo es cuando me encuentro con la mujer. Siempre está sonriendo, es muy agradable. Nos metemos en el ascensor y en el trayecto me habla de cualquier trivialidad como por ejemplo del tiempo, mientras yo asiento a lo que dice y por dentro voy pensando en como me gustaría pegarle un buen mordisco a su maridito… Incluso me siento un poco culpable.
Menos mal que aún no se ha inventado una máquina capaz de leer los pensamientos.
Supongo que como dicen “a falta de pan buenas son tortas” y por eso me siento atraída por el vecino, porque últimamente no hay nada mejor a mí alrededor y si apareciera un tío interesante dejaría de pensar en él. O quizá simplemente es eso de lo que hablaba al principio, algo que no puedo tener y que precisamente por eso deseo con todas mis fuerzas.
Cómo me gusta complicarme la vida a veces… En fin, espero que al final todo quede en nada y no acabe cayendo en la tentación.
http://erika-blog.lacoctelera.net/post/2008/11/14/la-atraccion-lo-prohibido
En su libro Los siete pecados capitales, Fernando Savater cuenta el caso de un apasionado por el chocolate caliente. Mientras lo saboreaba, acostumbraba a suspirar: “Está riquísimo. Lástima que no sea pecado”. ¿Por qué no existe mayor atracción que lo prohibido?
La necesidad de transgredir. Dos rasgos motores de nuestra condición humana explican ese afán por lo vetado: la curiosidad y la libertad. La primera es uno de los factores que explican la formidable evolución de nuestra raza en la dimensión racional. Por otro lado, tenemos la tendencia natural del hombre a la libertad. Incluso el príncipe Segismundo de La vida es sueño, encerrado desde que nació en una prisión, anhela una libertad que no conoce, pero le es revelada por su propia condición de humano. Estos factores explicarían de modo natural nuestra necesidad de transgresión.
Desde niños, las figuras de autoridad nos indican de modo explícito e implícito los límites. Psicológicamente, el ser humano tiene la necesidad de “superar al padre”. En lo social, las personas necesitamos experimentar los desastrosos resultados que suponen ciertas actividades prohibidas para aceptar por voluntad propia que esa prohibición es realmente desdeñable.
Los riesgos de prohibir. ¿Va alguien a aceptar unos límites sencillamente por la recomendación de un adulto? No se convencerá del todo hasta que no lo experimente por sí mismo. Como padres, sabemos que esa experimentación es necesaria, pero arriesgada. ¿Cómo actuar? No hay nada peor que prohibir tajantemente. En 1933, el Senado de Estados Unidos derogó la Ley Seca que prohibía y castigaba la fabricación y venta de bebidas alcohólicas. Entre otros motivos, había aumentado en más de un 10% el consumo de éstas.
Experimentar lo prohibido para olvidarlo. Oscar Wilde escribió que la única forma de vencer una tentación es dejarse arrastrar por ella. Un amigo mío, sacerdote, me explicó el caso de una mujer casada, con un hijo, que se enamoró de un compañero de oficina. Fueron amantes. La mujer pensó que lo mejor era separarse y se lo explicó a este sacerdote. Su recomendación fue la de no romper con su marido. Aquel amante tenía tantos defectos como su marido. El sacerdote promovió la llamada terapia estratégica. Forzar a experimentar con lo prohibido para que la brecha entre idealización y realidad se disipe.
¿Cómo eliminar entre nuestros hijos la atracción por lo prohibido sin inducirles a peligros?
La solución es hablar de cualquier asunto con naturalidad. Tengo un amigo a quien su hijo le dijo con 15 años que no pasaba nada por tomar drogas. Mi amigo, en lugar de discutir, le condujo a un centro de rehabilitación de drogadictos. Su hijo habló con algunos internos a solas y el padre no tuvo que argumentar nada. Su hijo abandonó las drogas que estaba empezando a consumir. Hoy es ingeniero de puertos y caminos.
Fernando Trías de Bes es profesor de Esade, conferenciante y escritor