Hemos comenzado una campaña electoral, la más próxima a los ciudadanos de las cuatro con que contamos, y por ello la más desideologizada por el grado de afección personal y por lo que ponemos el interés en el candidato por encima de las siglas por las que se presenta, lo que no es óbice para que aparezcan vicios políticos del momento.
Lo he dicho en alguna ocasión, y sigo sosteniendo que la expresión más fiel del hecho que se llevará a cabo en el ejercicio del Gobierno es intuir, con una inmensa certeza como digo, salvo honrosas excepciones como le es inherente a toda generalidad, lo contrario de lo que nuestros gobernantes dicen y no digamos si se promete en campaña electoral.
El reconocimiento por el añorado Viejo Profesor de que las promesas en campañas electorales se hacían para no cumplirlas le sirvió para asentar las bases del reconocimiento popular y su entrada en un lugar destacado de la Historia. Este reconocimiento explícito apoyó la desconfianza social en las campañas electorales, que en las de ámbito local se multiplican las promesas e incluso con contradicciones entre una y otra, lo que es más fruto de la observación que de la reflexión, que hoy me inspiran los pilares o paredes maestras y no los detalles puntuales, unas veces para atraer la atención y ocasionalmente por la turbulencia mental de quien las ocasiona.
Y en este sentido, suelen comenzarse las precampañas electorales con una declaración de intenciones que suele ser radicalmente la opuesta a la que se practica, como es la voluntad de trabajar por el bien de los ciudadanos, del pueblo, cuando lo cierto es que esta filosofía de acción política es la que prevalecía durante la Transición Política y que tilda peyorativamente aún a quien la practica de idealista. Así, pues, como eje de la acción política se encuentra esta afirmación de quien ha conseguido proclamarse candidat@ y en plena campaña electoral, con el ánimo vecinal activo habría que preguntar por quien se lo cree.
Con el traje de candidat@ se aparece por los más recónditos rincones del término municipal, que en muchos casos llama poderosamente la atención la exclamación de su estado cuando posiblemente era desconocido hasta este momento y se ha prolongado en el tiempo el paupérrimo estado. No habrá candicat@ que haya pasado por el demencial rincón sin mostrar la firme voluntad de arreglarlo si consigue la Alcaldía.
Nuestr@s candidat@s harán su vida en la calle durante estos quince días y seguro que much@s de sus conciudadan@s no les verán hasta pasados cuatro años, algun@s ya irreconocibles físicamente y no tanto por el paso del tiempo sino por el tipo de vida que han llevado, cuya primera manifestación, sin excepción alguna, habrá sido el aumento del volumen corporal y la calidad de la vestimenta que lo cubre.
No tengo datos estadísticos, pero intuyo que la hipertensión arterial está fuera de lugar en una campaña electoral, porque la intensa vida social y la sempiterna sonrisa en los labios es su principal característica que la evita. Es una etapa en la que los más efusivos saludos se multiplican, y las relaciones personales se hacen densas y distendidas.
Pero adherentes a esta fauna política se encuentra otra que vengo llamando palmeros y pesebreros cuya manifestación es la de aplaudir intensa y sin venir a cuento con el fin de obtener un puesto en el pesebrero, lo que traducido al común lenguaje son estos especimenes los que, conscientes de sus manifiestas limitaciones, se ven en la necesidad de subsistir haciendo méritos para conseguir lo que de otra forma le sería imposible. En mi humilde opinión, son los meritorios los peores especimenes de cuantos existen por cuanto entre sus limitaciones se encuentran la de interpretar la voluntad irracionalmente con el fin de agradar, e incluso sin que sea del agrado de a quien pretenden embaucar, pero para desgracia de los españolitos y de las españolitas de a pie los que más éxito tienen.
Su existencia no es producida durante el régimen de libertades públicas que nos dimos en 1.978 sino de quien lo permite, del@ Concejal@ que lo consiente y lo ampara, porque otra manifestación de las campañas electorales es que en ellas se produce la curiosa proporcionalidad de ser inversa la cantidad de sonrisas a la de tensa emotividad tras su elección.
No descubro nada al asegurar que al día siguiente de las Elecciones Municipales temblarán los trabajadores del Ayuntamiento si se ha producido un cambio de signo político, el trabajo honesto que se prometió pasará a ser un ejercicio de deshonradez y l@s meritori@s alcanzarán sus propósitos con lo que el estado del pueblo o de la ciudad será igual o peor que el existente con anterioridad a la campaña electoral y se criticaba con dureza y despiadadamente a quien ahora hemos proclamado Alcalde/sa.