Si deseamos vivir sanos deberíamos ante todo pensar sanamente. Sin embargo muchos opinan que vivir saludablemente significa únicamente comer saludablemente, pero con ello se olvidan frecuentemente del sentir sanamente y de los pensamientos sanos, es decir positivos. Se trata de tener sensaciones y pensamientos saludables.
No deberíamos tan sólo hablar de salud, sino también sentir y pensar positivamente. ¡De nada sirve afirmar nuestra salud y hablar sobre la salud, y por detrás –en nuestras sensaciones y pensamientos- tener miedo de una enfermedad! Tenemos que dejarnos traspasar totalmente por las fuerzas positivas; ¡entonces se vuelven además activas en nosotros y producen lo que es bueno para nosotros!
Si sentimos y pensamos positivamente, si hablamos de la salud y vivimos en el instante, escogeremos también nuestros alimentos correspondientemente, porque la energía del día nos comunicará a través de nuestros órganos qué sustancias reconstituyentes necesitan éstos ese día. Ellos se comunicarán luego a través de nuestros sentidos y a través de nuestros nervios del gusto y nos mostrarán con qué alimentos y cantidades hemos de nutrirlos.
Si vivimos en el día, el cual empieza con el instante, se nos mostrará todo lo que sea bueno para nuestra alma y también para nuestro cuerpo. Entonces en todo lo que se nos presente –sea en la indisposición o en la enfermedad, en la conversación o en el trabajo- encontraremos el germen de lo bueno. Si nos basamos en él se desarrollará también lo que sea bueno para nosotros, pues con las fuerzas positivas afrontaremos y llevaremos a cabo lo que conduzca a lo bueno, ya que estaremos aliados con Dios, la energía positiva.
Esto es válido para toda situación de la vida, ya sea que estemos sanos o enfermos, sea que para con nuestros semejantes estemos en una actitud pacífica o de enemistad, sea que vivamos dificultades, sea que estemos sufriendo golpes del destino o que vivamos libres de toda preocupación-. ¡En todo está lo bueno! Si hallamos el germen de lo bueno y nos basamos en él, también nos irá bien, y lo contrario a la ley divina se transformará paulatinamente en positivo, ¡pues Dios ayuda! Pero si tenemos miedo a enfermedades, preocupaciones y sufrimiento, de ese modo degradamos las energías positivas volviéndolas negativas, con ello creamos nuestras formas de pensamientos destructivas, esos peligrosos robots que somos nosotros mismos.
Hagámonos por tanto conscientes de que el peligro no viene de fuera: viene de nosotros mismos y nos influencia a nosotros mismos. Sólo puede recaer sobre nosotros lo que nosotros mismos tenemos en nosotros. Aunque en el mundo acechen aún muchos peligros –si no tenemos algo igual o parecido en nosotros, tampoco atraeremos esos peligros-. No pueden hacernos nada, salvo que para ello hayamos creado la fuerza de atracción en nuestra alma. Podemos por consiguiente con nuestros pensamientos negativos hacer surgir en y sobre nuestro cuerpo enfermedad y padecimiento o provocar sufrimiento y golpes del destino. Por otra parte, a través de una forma positiva de sentir, pensar, hablar y obrar producimos en nosotros salud, armonía interna, alegría, paz, felicidad y satisfacción. Vemos por tanto que los pensamientos son fuerzas. Lo que pensamos y cómo pensamos, ambas cosas retornan a nosotros, el emisor.
También en este contexto entendemos la ley de siembra y cosecha: “lo que siembres, cosecharás”. Expresado de otra manera: cada causa tiene su efecto. La causa es la siembra, el efecto es el fruto. Comprendemos por tanto que únicamente nosotros somos los causantes de nuestras enfermedades, sufrimientos y golpes del destino, no nuestros semejantes o tal vez Dios.
Pensemos que cuando no damos la vuelta a tiempo… ¡el destino sigue su curso! Con nuestra forma de pensar contraria a la ley divina, sin rumbo fijo, podemos fortalecer analogías, es decir, cargas de nuestra alma, o construirlas de nuevo.