Pero comprometerse con el arte significa apostar por la vida, creerse en lo más íntimo que, como escribió Gil de Biedma, la vida va en serio, que vivir no forma parte de la intrascendencia en vena favorable al cómodo e individualista adocenamiento predicado por el poder y propagado por la tele y demás enjaulados medios de comunicación para las masas.
Lo vivo florece entre las rendijas imperceptibles del muro que levanta el lobo cuando apacenta el rebaño. Así que no resulta compatible dejar pasar la vida esperando en el corral con el profundo entendimiento psicológico, filosófico y ético al que puede llegar un ser humano.
Desde esta perspectiva, la práctica del arte puede evidenciar diversas tendencias en la persona creadora. Una, la del divismo, destinada a cumplir la función de suministrar ídolos al rebaño. Otra, la del encuentro interior, la del buceo en el conocimiento, tan alejada del gusto de las mayorías.
Y como a una persona no se le conoce por lo que dice, sino en lo que hace, así ocurre con una obra de arte, cuando, concretada, ya dejó de ser un concepto mental y fue creada materia que define al/la artista.
De estas dos tendencias señaladas como motivación en la práctica del arte nos interesa aquí la segunda, esa que fructifica en base a entender la vida como un ejercicio de libertad solo posible entre las rendijas del muro, como señaló Julio Caro Baroja, y que lleva a un compromiso profundo de la persona hacia sí misma que le permite comunicar sinceramente con las demás personas, no solo con el ejemplo de la propia vida sino también a través de su experimentación con el arte.
Este es el caso de Alicia Jiménez, una mujer que vive y pinta, que ama y pinta, que sonríe y pinta. Alicia, que vivió la vida como nos enseñaron y estudió Bellas Artes como nos enseñaron, tuvo que desaprender a vivir y que desaprender a pintar para habitar y crear esas rendijas donde ya su vida no es propiedad del lobo y su arte no es señuelo que distraiga del poder íntimo de cada ser.
Una seña de identidad en la pintura de Alicia es la cercanía. Ante sus óleos intervenidos te encuentras como en casa, por sus motivos pictóricos, comunes y cotidianos pero cargados de magia, y por la utilización de los colores y la figuración, que emanan un exquisito halo familiar que une las corrientes vanguardistas de la pintura con la esencia afectiva humana.
Alicia Jiménez tiene arte y tiene vida. Y transmite. Su pintura es clara de emociones, como cuando canta Sensi Falán, que un río de sentimientos desborda las técnicas artísticas y lo que nació como canto personal se eleva sobre el oscuro egoíco para resplandecer como un bien para toda la Humanidad.