La tendencia de subir los precios durante la época vacacional por excelencia como es el estío fue heredada de lo que se venía haciendo durante las fiestas patronales en los pueblos, un despropósito, desde mi punto de vista, que a largo plazo se está pagando con creces.
Atrás quedaron los bares y cantinas que, sin más razón de la de encontrarse en fiesta, subían los precios, provocando el malestar generalizado y que tras esos días festivo, cuando el pueblo recobraba la normalidad, se producía lo que se venía en llamar ‘crisis económica postferial’ y que no era otra cosa que el encubrimiento de los abusos de los hosteleros el razonable exceso.
A medida que evolucionaba la sociedad se producía una concepción basada en la de los hechos descritos al principio. La aparición del turismo abrió la puerta a la esperanza de poder seguir una vida cada vez mejor, sobre la base de una gradual consolidación económica. Con este propósito se consiguió la transformación de una sociedad rural como la española en otra de servicios en la que comenzaron a aflorare las bares, restaurantes, hoteles, talleres diversos y demás establecimientos de servicios asentados en lo que hasta entonces eran huertas o bancales que con gran esfuerzo producían para el sustento familiar y la cuota parte de la social.
Y esta picaresca consentida, basada en las acuciantes necesidades económicas entonces existentes, comenzó a trasladarse al sector servicios produciendo un estado económico que tan solamente se elevaba durante la época vacacional de la que disfrutaban unos considerados privilegiados a los que escasamente afectaban el alza de los precios y era admitido por coyunturales clientes. La diferencia de precios era pronunciada pero tolerable.
Así llegamos a la actual situación, en la que el alza de los precios se ha desbordado en el sector servicios en medio de una profunda crisis económica de ámbito internacional y que por no rocambolesco que parezca el comportamiento vacacional está afectando menos a los nacionales que a los extranjeros pese a una agudeza en España de la crisis económica mayor que en otros países de nuestro entorno.
De este modo nos encontramos con situaciones dantescas como escalofriantes que producen la hilaridad en los consumidores, nacionales y extranjeros. Sirvan como ejemplos cotidianos y singulares, en hoteles donde ofrecen un ‘todo incluido’ sumamente atractivo económicamente y que han pasado en agosto a resultar la estancia prácticamente prohibitiva para el común de los mortales. Restaurantes a los que se puede acudir a degustar sus ricas y suculentas recetas culinarias periódicamente y que han pasado a superar con creces los límites de lo razonable. Bares próximos a la playa están consiguiendo pingües beneficios jamás soñados, y no por anhelados, aprovechando el la botella de litro y medio a 2€, café a 1’80€ y un chupito de limón granizado a 2’50€; obviando intencionadamente la refrescante caña de cerveza que aprovechan algunos desalmados para cobrar la tapa como media ración.
El resultado de todo esto, de estos abusos, es que en toda la Unión Europea se reciben los emolumentos en monedas nacionales con especial énfasis en España y Portugal y se paga en euros, lo que ha provocado un desfase en las economías familiares que has disminuido sensiblemente el poder adquisitivo y en consecuencia replantearse destinos turísticos.