POR: DR. JOSE MARIA MANUEL GARCIA-OSUNA y RODRIGUEZ
–ILTMO. DR. DON JOSÉ MARÍA MANUEL GARCÍA-OSUNA Y RODRÍGUEZ
-Académico-Correspondiente de la Real Academia de Medicina de Asturias (año-2013). RAMPA. IDE.
-Cofrade de Número de la Imperial Cofradía de Alfonso VII el Emperador de León y el Pendón de Baeza. (Creación año-1147).
–Académico-Correspondiente de la Real Academia de Medicina de Castilla-La Mancha (año-2023).
-Socio de Número de la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas. ASEMEYA.
-Doctor en Medicina y Cirugía-“La Medicina en el Antiguo Egipto”-2023.
-Socio de Número de la Asociación de Hispanistas del BeNeLux.
-Historiador de HISTORIA-16.
-De la Asociación Hispania Nostra (2016).
-Asesor de la Asociación Cultural Reinos de España (FEAH).
-Académico-Correspondiente del Instituto de Estudios Históricos Bances y Valdés.
-RESUMEN-
El presente trabajo nos acerca a uno de los personajes más mitificados de la Historia de la Antigüedad, que incluso ha dado nombre al siglo en que vivió, el V a. C. en Grecia, y sobre todo en Atenas, la capital del Ática. Todos los avatares, sus antepasados, su poder y su ambición se han pretendido estén analizados aquí, No obstante, atentos en el Peloponeso están los lacedemonios, porque la enemistad entre Atenas y Esparta siempre fue patognomónica, aunque una epidemia de peste bubónica acabará con su vida. La sección de ‘PROTAGONISTAS DE LA HISTORIA’ de mi eximia ‘La Gaceta de Almería’ me ha permitido acercarme a este personaje, Pericles de Atenas, que por la densidad de la obra he decidido dividirlo en dos partes concatenadas y consecutivas. “Alea iacta est”.
-PERICLES-
I.-EL CLAN DE LOS ALCMEÓNIDAS-
La hija (Agariste) del tirano Clístenes de Sición (600-570 a. C.) se casó con un ateniense llamado Megacles, el cual sería el bisabuelo paterno de Pericles, quien pertenecía a lo que se denominaba como “genos” o familia en sentido amplio, que eran los clanes prototípicos atenienses de carácter aristocrático.
Cuando desaparecen los palacios micénicos (hacia el año 1125 a. C.), destruidos, en la denominada Edad Obscura, por la migración violenta de los pueblos dorios, quienes darán origen a los espartanos o lacedemonios; la nueva ciudad de Atenas se va a reconstruir alrededor de grupos familiares que descendían de un ancestro heroico; en el caso de los alcmeónidas su antepasado mítico sería el rey, que aparece en la Ilíada, Néstor de Pilos y su nombre provenía de Alcmeón, que era su antepasado lejano y del que solo se conoce que era hijo de Anfiarao y Erífice, y hermano de Anfíloco, Eurídice y Demonasa, pura mitología helénica.
-EL TEMPLO DEL PARTENÓN-
II.-CILÓN Y LA TIRANÍA-
Los alcmeónidas formaban parte de la nobleza o eupátridas, que eran los que se encargaban de la dirección política de la ciudad-capital del Ática. La primera función de la que formaban parte era el Arcontado, estructura conformada por tres arcontes elegidos anualmente: el “rey” para la religión; el “polemarca” para la guerra y el “epónimo” que daba su nombre al año y presidía el Consejo del Areópago, conformado por los antiguos arcontes. A esos tres arcontes se les añadieron seis tesmotetas que custodiaban las thesmoi o leyes de las costumbres. Será Megacles el primer alcmeónida históricamente conocido que ocupe el puesto de arconte, en el último tercio del siglo VII a. C. El momento por el que atraviesan los atenienses es lamentable, ya que su campesinado está muy endeudado y existe una acumulación de las mejores tierras en las manos de la minoría oligárquica. Los que buscan obtener el poder, con el mínimo esfuerzo, van a servirse de la crisis económica existente desarrollando la forma política aberrante, aunque necesaria, de la tiranía.
Estamos, pues, en el siglo VI a. C., uno de los tiranos más patognomónicos será Teágenes de Mégara, quien como suegro de Cilón, el cual había sido vencedor en una olimpiada, lo apoyará para que consiga dominar Atenas, apoderándose de la Acrópolis tras un cerco prolongado.
Los atenienses van a ser convocados por el arconte, a rebato, y los campesinos se van a precipitar en masa a la polis para expulsar a los partidarios de Cilón y, de esta forma, poder abortar sus intenciones.
-REY AGIS II DE ESPARTA-
«Durante este tiempo fueron en embajada a los atenienses presentando acusaciones para que tuvieran el mayor pretexto de hacer la guerra, si no se les escuchaba en algún punto. Primero los lacedemonios, habiendo enviado embajadores, invitaban a los atenienses a expiar el sacrilegio de la diosa; el sacrilegio fue éste. Cilón era un ateniense, vencedor en Olimpia, de familia noble y poderosa y que se había casado con la hija de Teágenes de Mégara, el cual era a la sazón tirano de la ciudad. El dios le contestó, cuando le consultaba en Delfos, que se apoderara de la acrópolis de los atenienses en la más grande fiesta de Zeus. Habiendo reunido él fuerzas militares de Teágenes, hizo entrar a sus amigos en su plan, y cuando llegó el tiempo en que se celebraban los juegos olímpicos en el Peloponeso, se apoderó de la acrópolis para usurpar la tiranía, habiendo creído que estos juegos eran la más grande fiesta de Zeus y que le concernía a él por haber vencido en los juegos olímpicos. Pero si se había llamado la más grande fiesta en el Ática o en alguna otra parte por casualidad, él no había pensado en ello ni el oráculo lo había explicado (pues entre los atenienses existen las Diasias, que son llamadas la gran fiesta en honor de Zeus Miliquio, fuera de la ciudad, en la que se sacrifican con todo el pueblo en masa, no víctimas, sino ofrendas de golosinas de uso en el país); pero creyendo interpretarlo bien, puso en ejecución el oráculo. Mas los atenienses, una vez que lo conocieron y acudieron en masa en su ayuda desde los campos contra ellos, rodearon la ciudadela y establecieron su cerco. Como este asedio se prolongaba bastante tiempo, los atenienses, fatigados por el asedio, se ausentaron en su mayoría, después de haber confiado a los nueve arcontes la guarda de la acrópolis y el derecho a disponer con plenos poderes del modo más conveniente según su propio juicio; pues entonces los nueve arcontes administraban la mayor parte de los asuntos del Estado. La situación de los que estaban asediados con Cilón era francamente mala por falta de víveres y de agua. Cilón y su hermano se escaparon; y los otros, como estaban sitiados e incluso algunos morían de hambre, se sentaron suplicantes cerca del altar que está en la acrópolis. Los atenienses que habían sido encargados de su vigilancia, al ver que morían en un lugar sagrado, hicieron que se levantaran prometiéndoles que no les harían daño alguno; pero después de haberlos retirado, los mataron; en el camino mataron también a algunos que estaban sentados al pie de los altares de las diosas venerables. Y después de este suceso, ellos y la raza descendiente de ellos fueron llamados impíos y sacrílegos de la diosa. Los atenienses arrojaron pues, a estos impíos, y Cleómenes, lacedemonio, los expulsó más tarde, de acuerdo con unos atenienses que pertenecían a una de las facciones que dividían a Atenas, arrojando a los vivos y exhumando los restos de los muertos para sacarlos fuera del país; regresaron, sin embargo, más tarde y sus descendientes están todavía en la ciudad» (Tucídides. “Historia de la guerra del Peloponeso”, I, 126, “Embajada de Esparta en Atenas”).
Heródoto sitúa el relato del hecho después de las reformas de Clístenes y de la petición del rey Cleómenes de Esparta, el cual sería llamado por Iságoras, de que los denominados como “impuros” fuesen expulsados de la polis-capital del Ática.
Tucidides explicita, a través del relato del intento tiránico de Cilón, la solicitud de los lacedemonios, los cuales van a reclamar, en vísperas del comienzo de la guerra del Peloponeso, que los atenienses:
“Alejaran la mancha contraída con la Diosa”, ya que los mencionados espartanos “Sabían que Pericles, hijo de Jantipo, la tenía por parte de madre”:
«Los lacedemonios exigían, pues, expiar este sacrilegio, deseando ante todo en verdad la venganza de la ofensa a los dioses; pero sabiendo que Pericles, hijo de Jantipo, estaba implicado en el sacrilegio por su madre, pensaban que si era desterrado las cosas de los atenienses les irían más favorables. Sin embargo, ellos esperaban menos su destierro que el desacreditarle ante los ciudadanos, como siendo por este baldón una de las causas de la guerra. Éste era el hombre más poderoso de los de su época, y dirigiendo el gobierno se oponía en todo a los lacedemonios y no permitía que se les cediera; él empujaba a los atenienses a la guerra» (Tucídides. “Historia de la guerra del Peloponeso”, I, 127. “Exigencias de los lacedemonios”; edición de V. López Soto. 1975).
Pero Plutarco, en una de sus monografías, en este caso la referida a la vida de Solón va a citar al arconte Megacles como al verdadero responsable, unido al global del grupo de los arcontes, del flagrante sacrilegio realizado contra los partidarios de Cilón; y en esa misma obra cita el nombre del caudillo militar que mandará a la milicia ateniense en esta Primera Guerra Sagrada, es el primogénito de Megacles y se llama Alcmeón.
La guerra se origina con la finalidad de defender al santuario de Delfos, todo va a finalizar con el esperado exilio de los sacrílegos.
«Hacía ya entonces tiempo que traía inquieta a la ciudad el atentado cilóneo, desde que el arconte Megacles había persuadido que compareciesen, para ser juzgados, a los partícipes en la conjuración de Cilón, que se habían acogido al templo de la diosa; y como habiendo tomado a este fin en sus manos un hilo de estambre atado a la estatua de la diosa, éste se hubiese roto por sí mismo cuando bajaban por el templo de las Euménides, Megacles y sus colegas trataron de echarles mano, como que la diosa desechaba sus ruegos; y a los que estaban a la parte de afuera los apedrearon; los que se refugiaron en las aras fueron muertos; y solo quedaron con vida los que imploraron la compasión de las mujeres de los arcontes; desde entonces venía el que, siendo éstos mirados como abominables o sacrílegos, se les tuviese odio. Sucedió que los que quedaron de la facción cilónea se hicieron otra vez poderosos, y estaban en continuos choques con los descendientes de Megacles; y en aquella época estaba la disensión en su mayor fuerza, y el pueblo enteramente dividido. Solón, pues, que gozaba ya de gran crédito, se puso de por medio con los principales de los atenienses, y ora con ruegos, ora con persuasiones, recabó de los llamados sacrílegos que fuese en juicio como se defendiesen, y que se sujetasen a una sentencia, siendo trescientos los jueces, tomados de lo más escogido. Fue acusador Mirón de Flía; y vencidos aquellos en la causa, cuantos de la facción vivían salieron desterrados; y los restos de los muertos fueron exhumados y arrojados fuera de los términos de la polis. Sobrevivieron los de Mégara en medio de aquellas turbaciones; perdieron los atenienses a Nisea, y otra vez fueron despojados de Salamina. La superstición también con sus terrores y fantasmas se apoderó de la ciudad; y los agoreros dieron parte de que las víctimas les anunciaban abominaciones y profanaciones, que era preciso expiar. Vino, por tanto, de Creta a su llamamiento Epiménides Festio, al que cuentan por séptimo entre los sabios algunos que no ponen en este número a Periandro. Es fama que era amado de los dioses, inteligente en las cosas divinas, y poseedor de la sabiduría profética y misteriosa; por lo que los de su edad le llamaban hijo de la ninfa Balte y nuevo Cureta. Luego que estuvo en Atenas, trabó gran amistad con Solón, a quien preparó y como abrió el camino para su legislación, porque con los ritos sagrados hizo más económicos a los atenienses, y más moderados en sus duelos, intercalando con las obsequias ciertos sacrificios, y quitando lo agreste y bárbaro a que en estas ocasiones estaban acostumbradas muchas mujeres. Lo de más importancia fue que con ciertas propiciaciones, purificaciones y ritos inició y purificó la ciudad, y por este medio la hizo más obediente a lo justo, y más dispuesta a la concordia. Dícese que fijando la vista y la consideración por largo rato sobre Muniquia, exclamó: “¡Qué ciego es el hombre para lo futuro! Con los dientes desharían los atenienses este rincón, si previeran cuántas pesadumbres les ha de costar.” Otra cosa como ésta se cuenta que conjeturó Tales de Mileto: porque dispuso que después de su fallecimiento se le enterrase en un sitio obscuro y despreciable del territorio milesio, pronosticando que vendría día en que aquel terreno sería la plaza de los milesios. Admirado, pues, Epiménides de todos, y brindado de los atenienses con muchos presentes, se fue, sin haber querido recibir otra cosa que un ramo del olivo sagrado» (Plutarco. “Vida de Solón”, XII; apud C. Mossé, “Pericles. El inventor de la democracia”, 2007, pág. 20).
-EL TEMPLO DEL ORÁCULO DE DELFOS-
III.-DELFOS-
Según refiere Heródoto, antes del inicio de la Primera Guerra Sagrada, Alcmeón y el rey Creso de Lidia se encontraron, pero el reinado del mencionado Creso es de unos treinta años más tarde, por lo que el personaje griego mencionado debería ser Aliates. No obstante, Heródoto escribe que el supuesto y mítico rey Creso invitará a Alcmeón a que vaya hasta su opulenta capital, que es la notoria Sardes, con la finalidad de agradecerle que ayudase a sus familiares y a sus embajadores cuando visitaron la ciudad del oráculo, es decir Delfos, para consultar al mencionado. El regalo, que se menciona, va a estar conformado por tanto oro como el ateniense pudiese llevar consigo solo.
«Para sacar provecho del regalo realizado en estas condiciones, Alcmeón empleó un ingenioso procedimiento que fue el siguiente: se vistió con un amplio chiton (túnica amplia que llegaba hasta las piernas) del que dejó una parte formando en la cintura una ancha bolsa colgante; se calzó botas altas, las más anchas que pudo encontrar, y penetró así en el tesoro donde le llevaron. Allí, se tiró sobre un montón de oro en polvo, comenzó por amontonar a lo largo de sus piernas tanto oro como pudieran contener sus botas, llenó totalmente de oro el bolsillo de su chiton, espolvoreó de polvo de oro sus cabellos, se metió más en la boca y salió del tesoro, arrastrando penosamente sus zapatos, asemejándose a cualquier cosa excepto a un ser humano, la boca atiborrada y todo el cuerpo hinchado. A su vista, a Creso le entró un acceso de risa. Dio a Alcmeón todo lo que había cogido y le hizo además otros regalos de menor importancia. Fue así como esta casa llegó a ser poderosamente rica, de manera que ese mismo Alcmeón crió un tiro de cuadriga y ganó el premio en Olimpia [Juegos Panhelénicos del año 592 a. C.]» (Heródoto. “Historia”, VI, 125; apud C. Mossé, op. cit., págs. 20 y 21).
El reino de los lidios era reputado como de una gran riqueza aurífera, ya que el metal precioso procedía del aluvión de las aguas de su río Pactolo.
Los vínculos de la familia de los alcmeónidas con los sacerdotes de Delfos no van a dejar de crecer en los siguientes años, hasta tal punto que en el año 548 a. C., el santuario de Apolo se incendiaría y la reconstrucción la van a pagar íntegramente los familiares de Pericles. Y cuando Clístenes, el primogénito de Megacles y de Agariste, comienza a realizar las pertinentes, oportunas y profundas reformas de las instituciones políticas atenienses solo las va a llevar a cabo tras consultar al Oráculo de Delfos. Esta plutocracia alcmeónida va a permitir a esta familia ocupar un rol puntero en la crisis ateniense del siglo VI a. C.
IV.-PISÍSTRATO-
Megacles es, entonces, el jefe de los denominados paralios o personas que provenían de las tierras costeras, por ello se van a enfrentar a los provenientes de las llanuras o pedios que estaban dirigidos por Licurgo, primogénito de Aristoclides. Para acabar con los enfrentamientos entre ambas facciones surgirá una tercera que estará encabezada por Pisístrato, que es hijo de Hipócrates y que estará conformada por las gentes de la montaña o hiperacrios.
Los primeros estaban a favor de una denominada como mese politeia o una constitución moderada; los pedios a favor del poder de la oligarquía y los pisistrátidas en la dirección popular o el pueblo llano o demotikotatos. Según la obra “La Constitución de Atenas” del Pseudo-Aristóteles: las gentes de la llanura eran los grandes propietarios de la tierra; los de la costa eran los comerciantes y se dedicaban al tráfico comercial marítimo y, aunque ricos, estaban en contra de las oligarquías y, por fin, los de la montaña eran los propietarios más humildes y, por ende, demócratas.
Pero, estos planteamientos son definiciones más modernas y no se pueden equiparar, al 100%, con lo que estaba ocurriendo en la ciudad de Atenas hacia la primera mitad del siglo VI a. C., que no se parece en nada a la polis rica, por la plétora proveniente de su comercio, en el siglo IV a. C.
-REY ALEJANDRO III “MAGNO” DE MACEDONIA-
De los tres candidatos mencionados con anterioridad, Licurgo es absolutamente desconocido; los alcmeonidas tenían depositados sus bienes inmuebles en los demos cercanos al Sur de Atenas. Las propiedades de Pisístrato se encontraban situadas en el territorio de Maratón, que está al Norte de la región del Ática.
Todas las facciones tenían influencia sobre una clientela de campesinos más o menos dependientes. Pisístrato obtiene el permiso y la potestad de poseer una guardia personal y, con ello, le será posible apoderarse de la Acrópolis de Atenas, pero tras seis años de detentar el poder, Licurgo y Megacles lo van a poder expulsar; aunque, poco tiempo después, Megacles negociaría con el exiliado, al haber perdido el favor de sus seguidores. Heródoto afirma que los alcmeónidas eran, por sistema, “enemigos de los tiranos”, aunque detrás de todo se van a encontrar las indudables simpatías de dicho historiador por esta familia y, de paso, exculparlos de la acusación plausible de apoyar al Gran Rey Darío I de Persia:
«Admiro y no puedo admitir esta alegación de que los alcmeónidas, después de la alianza con los persas, les hayan hecho nunca el gesto de levantar un escudo, porque hubieran querido que los atenienses se sometieran a los bárbaros y a Hipias» (Heródoto, op. cit., VI, 121; apud C. Mossé, op. cit., pág. 25).
Pero lo que antecede es la esperada y chauvinista conclusión histórica sobre la victoria griega en la batalla de Maratón contra los persas, en plena exaltación del patriotismo de los atenienses tras la victoria en dicha concusión bélica contra los asiáticos; pero a mediados del siglo VI a. C. todo era muy diferente.
La cuestión planteada se va a solucionar con la boda entre la hija de Megacles y Pisístrato, y por la mediación de este enlace matrimonial, Megacles, pretendería lograr el poder político en Atenas; pero todos sus planes se van a torcer, ya que Pisístrato no quiso tener hijos con aquella esposa, cuya familia había sido anatematizada.
«La historia contada por Heródoto se adorna como una comedia de costumbres: la joven, interrogada por su madre, confesó que no mantenía con su esposo más que relaciones superficiales. De ahí la cólera del padre puesto al corriente y la ruptura con su yerno, que fue forzado a un nuevo exilio. Cuando se hizo con el poder por tercera vez, apoyado por un ejército de mercenarios y después de una victoria conseguida sobre sus adversarios cerca del templo de Atenea Palénide, mandó al exilio a una parte, entre ellos a los alcmeónidas» (C. Mossé; op. cit., pág. 25).
Pero el exilio finalizaría antes de la desaparición de la tiranía, y los alcmeónidas recuperarían enseguida el poder y la fortuna, amén de poder participar en la caída de los tiranos. Por la mediación del Oráculo de Delfos van a conseguir la participación del rey Cleómenes de Esparta, que se encargará de expulsar al tirano Hipias, estamos en el año 510 a. C., de esta forma caería la dinastía de los pisistrátidas.
Entonces la lucha por el poder ateniense se va a plantear entre el alcmeónida Clístenes e Iságoras, líderes de las familias principales aristocráticas de la polis del Ática; el primero de ambos se va a apoyar en el pueblo llano de Atenas, gracias a que su conformación se había incrementado con los artesanos, a los cuales protegería con la realización de diversas obras públicas. Cuando es llamado, de nuevo, por el demos o pueblo sensu stricto, las reformas de Clístenes van a conducir a que se forme, en Atenas, un sistema próximo al de la democracia; además, para evitar la vuelta de la tiranía inventará el sistema de castigo o repudio del ostracismo, por medio del que no solo atacará a los pisistrátidas sino también a los alcmeónidas.
El ostracismo tenía una duración de exilio de diez años, pero en vísperas de la Segunda Guerra contra los persas del Gran Rey Jerjes, todos los atenienses que habían sido extrañados por el ostracismo fueron reclamados y Jantipo, uno de ellos, fue nombrado estratego o magistrado especialmente encargado de las operaciones militares, el cual era el padre de Pericles, casado con Agariste, y que mandaría a los hoplitas de la milicia ateniense en la batalla de Mícale (27 de agosto de 479 a. C.) contra los persas del rey Jerjes. Pero a partir de ahora los alcmeónidas van a perder influencias, salvo de forma indirecta a través de enlaces matrimoniales.
V.-NACE LA DEMOCRACIA ATENIENSE-
En el denominado siglo de Pericles, es decir el V a. C., se consideraba a Solón (638-558 a. C.) como el patrios demokratia o padre de la democracia ateniense. Clístenes lo único que hizo fue restablecer el régimen soloniano, tras el terrible paréntesis de la tiranía. Esto era lo que se pretendía realizar, en el año 411 a. C., por parte de los oligarcas que tomaron el poder; aunque un tal Clitofonte va a agregar una enmienda al decreto de Pitodoro de Anaflisto, uno de los dirigentes encargados de la revisión de la constitución. En dicha enmienda se preveía el examen de las antiguas leyes que ya habían sido establecidas por Clístenes cuando instituyó la democracia, a fin de que se estudiase la cuestión y se decidiese lo que era más conveniente.
No obstante, el autor atribuido de la Constitución de Atenas, Aristóteles de Estagira o el Pseudo-Aristóteles escribe que:
«Con el entendimiento de que la politeia de Clístenes no era verdaderamente democrática, sino análoga a la de Solón» (Apud C. Mossé; op. cit., pág. 31).
VI.-LA POLIS DE ATENAS EN EL TIEMPO PREVIO A SOLÓN-
Parece ser que en la archaia politeia los cargos y dignidades o archai se atribuían a los mejores o más dignos y a los más ricos o plutócratas, es decir a los miembros de las viejas familias de la aristocracia ateniense.
-CLÍSTENES DE ATENAS-
«Se puede también concebir que los tres cargos más importantes, el de rey, el de arconte y el de polemarca, derivaran de poderes que eran los de los antiguos “reyes”, poderes religiosos, judiciales y militares, cuya tradición conservaba el recuerdo. Por último, se puede admitir que cuando se establece un primer “derecho” se instituyeron los seis tesmotetas, encargados de conservar los thesmoi, decisiones que sentaban jurisprudencia para conflictos posteriores. En cambio, se puede dudar de que los cargos fueran en principio vitalicios y luego atribuidos por diez años antes de llegar a ser anuales. De hecho, su existencia atestigua, desde luego, la disminución del poder real, algo que se había mantenido después de la destrucción de los grandes palacios micénicos, al haber escapado a estas destrucciones el “palacio” situado en la Acrópolis. Pero hay que rendirse a la evidencia: no sabremos nunca cómo se fundaron estas primeras instituciones que describe el autor de la Constitución de Atenas: nueve magistrados elegidos anualmente y un Consejo de Ancianos, tal como se encuentra en Homero, manteniendo sesión en la colina del Areópago, y que, a partir de algún momento, se formó por los magistrados salientes» (C. Mossé, op. cit., pág. 32).
Estas instituciones hundían sus raíces en las tribus y las fatrías y, de esta forma, podían funcionar de manera adecuada. Las tribus eran cuatro y cada una de ellas se remontaba a un antepasado común. Las fratrías eran agrupaciones referidas a una o varias familias aristocráticas que estaban conformadas, además, por su clientela y sus dependientes; pero en los últimos tiempos del siglo VII a. C. se realizó una primera tentativa para abolir la denominada como “justicia o venganza familiar”, según lo que representaba la figura del legislador Dracón (siglo VII a. C.), y cambiarla por una ley común sobre el homicidio y, de esta forma, las venganzas privadas deberían desaparecer; las normas draconianas subrayaban un pensamiento jurídico todavía impregnado de religiosidad, pero, no obstante, así se afirmaba la idiosincrasia de esa comunidad de personas que conformaba la ciudad o polis.
Pero esa legislación constitucional draconiana parece falsa de toda falsedad y da la impresión de haber estado creada hacia finales del siglo V a. C., sobre todo porque menciona el pago de las multas con dinero por parte de los miembros de un consejo, y que elegidos por sorteo se habrían negado a participar en él, lo que es claramente absurdo para unas gentes que en esa época, todavía, ignoraban la existencia y el uso del dinero en forma monetaria, aunque el permitir que solo los que tenían capacidad económica para poderse equipar como hoplitas pudieran ejercer derechos políticos sería francamente plausible.
VII.-SOLÓN DE ATENAS-
Todo lo relativo a este gran legislador ateniense proviene de la aristotélica Constitución de Atenas, donde se narra cual era el estado de la sociedad ateniense anterior a Solón. El Pseudo-Aristóteles opone en su texto a los pobres o hoi penetes con los ricos o hoi plousioi; afirmando que los segundos avasallaban a los primeros, quienes, no obstante, eran mayoría, los cuales, cuando se trataba de campesinos y no podían pagar la renta o misthosis eran reducidos al estado de esclavitud junto a toda la familia al completo.
A los pobres se les va a calificar de dos formas diferentes: a) pelatai, a los que se les puede equiparar a la categoría de los “clientes” en Roma, eran personas dependientes pero sin ninguna característica jurídica especial, y tenían, con sus respectivos patrones, vínculos morales y religiosos inalienables; y b) hectemoroi, que pagaban una renta por ser dependientes, que equivalía a 1/6 del global del producto de su cosecha, lo que se puede estimar que suponía el pagar un canon por la protección, necesaria e inevitable, que el oligarca les brindaba.
Solón fue elegido arconte en el año 594 a. C., y lo primero que hizo fue eliminar la dependencia de los campesinos suprimiendo lo que les estigmatizaba: las marcas o lindes u horoi. Además, “prohibió prestar dinero tomando en prenda a las personas”.
«Sí. El objetivo para el que reuní al pueblo, ¿me detuve antes de haberlo conseguido? Ella puede mejor que cualquier otro atestiguarlo por mí ante el tribunal del tiempo, la venerable madre de los Olímpicos, la Tierra negra de la que entonces arranqué las lindes hincadas por todas partes; esclava antes, ahora es libre. Conduje a Atenas, a la patria fundada por los dioses, a mucha gente tratada más o menos justamente, a unos reducidos al exilio por una terrible necesidad, que ya no hablaban la lengua ática de tanto como habían vagado por todas partes, a otros que sufrían aquí mismo una esclavitud indigna y temblaban ante el humor de sus amos, yo los he liberado» (Constitución de Atenas, VI, 1; apud C. Mossé, op. cit., pág. 35).
Además, el susodicho legislador indica en otro pasaje que “He dictado leyes iguales para el bueno (agathos) y para el malo (kakos), fijando para cada uno la recta justicia”.
De esta forma, Solón pretendía realizar una amplia dicotomía entre los humildes, o gentes de bien, y los que luego serían cualificados como buenos y bellos-hermosos (kaloi kai agathoi), en el sentido valorativo de lo ético, siendo de entre estos últimos, los más altos y mejores moralmente hablando, denominados como aristoi, de los que saldrían los dirigentes políticos de la polis.
Aunque se negaría al reparto igualitario de la tierra, que sí conllevaría, sensu stricto, el nacimiento de una sociedad auténticamente justa y democrática. Pero, el legislador ateniense sí otorgó a todos los varones atenienses libres la anhelada igualdad jurídica ante la ley.
-REY FILIPO II DE MACEDONIA-
Solón repartió o dividió a los ciudadanos atenienses en cuatro clases sociales: Pentacosiomedimnos; Hippeis; Zeugitas y Tetes, de las que solo esta cuarta categoría tenía vedado el acceso a las magistraturas, aunque sí podían participar en las asambleas y en los tribunales.
Este reparto se hizo, obviamente, en función del nivel de renta en medidas o medimnos de productos secos o líquidos: 500 para el primer grupo, 300 para la segunda clase, 200 para la tercera categoría y por debajo de 200 medimnos para la clase social de los tetes. En las obras épicas de Homero, tanto en la Ilíada, como en la Odisea o epopeya del rey mítico de Ítaca Odiseo o Ulises, los tetes presentes en el texto solo poseen sus brazos, son los miserables o misérrimos que se alquilan para el trabajo de obreros agrícolas.
Los hippeis o caballeros son aquellos que poseían un caballo o un tiro de caballos, por lo que representaban a la juventud noble de la polis en las procesiones y estaban capacitados para poder participar en los denominados juegos panhelénicos: en Olimpia u Olímpicos, en Delfos o Píticos, en Nemea o Nemeos y en Corinto o Ístmicos: aquel que vencía en los cuatro juegos se le denominaba como periodonikes, aunque su rol social es secundario en Atenas; los zeugitas provienen del vocablo griego definitorio de zeugos o yugo alusivo al homónimo de las yuntas de bueyes o de mulos del campesinado. En Solón se va a ver reafirmada la responsabilidad jurídica individual.
VIII.-CLÍSTENES-
Nos encontramos ante un auténtico revolucionario de las estructuras políticas y sociales de los atenienses. Repartió a los mismos en diez tribus nuevas, con la finalidad de poder conseguir que los ciudadanos, en mayor número, se implicasen en la vida política de la capital del Ática. Además, dividió a la propia región aticense en treinta demos, que eran las circunscripciones territoriales, poseían sus asambleas, sus magistrados y sus fiestas religiosas.
Estaban agrupados en diez demos ciudadanos o urbanos, diez de la costa y diez para las tierras del interior; los llamó tritías y les atribuyó por sorteo tres demos a cada tribu para que cada una tuviese una parte en cada región. Había sido llamado del exilio por el pueblo o demos o conjunto de los ciudadanos, tras el fracaso de la acción político-militar del rey Cleómenes de Esparta a favor de Iságoras, y su llegada conllevó el final de la tiranía.
Por medio de ese sistema tribal territorial se ponía coto a la influencia de las grandes familias atenienses y se realizaba una mezcolanza de la población, lo que conllevaba la igualdad entre los ciudadanos ante la ley.
«Se decía no hacer distinción entre la gente que quería investigar sobre las familias» (Constitución de Atenas. XXI, 2. Pseudo-Aristóteles; apud C. Mossé, op. cit., págs. 38-39).
Además, a propósito del demos, que es la nueva estructura de base, añade que:
«Hizo demotes, de aquellos que vivían en el mismo demo, para impedirles llamarse con el nombre de su padre y denunciar así a los nuevos ciudadanos, y por el contrario para hacerles llamarse de acuerdo con su demo; de ahí viene que los atenienses se llamen aún de acuerdo con su demos» (Constitución de Atenas, XXI, 4. Pseudo-Aristóteles; apud C. Mossé, op. cit., pág. 39).
Entonces el patronímico se substituía por el gentilicio para que no se pudiese distinguir entre los ciudadanos de nacencia y los neopolitai. Es en esta época cuando llegan al Ática artesanos y comerciantes, a los que Clístenes decidirá dar el estatuto de ciudadanos e integrarlos en las nuevas tribus creadas para de esta forma poder debilitar a sus adversarios políticos que eran, ¡cómo no!, los ricos propietarios de bienes raíces en la chora o campo, es decir los terratenientes latifundistas, pero que tenían su vivienda habitual en la polis.
Será, por lo tanto, el demos urbano el que va a reclamar la vuelta del extrañado Clístenes, para asediar a Iságoras y al rey Cleomenes de Esparta.
«Para resistir a los aristoi reunidos en las hetairías (agrupaciones de compañeros; en su origen eran grupos aristocráticos, en la época clásica serán facciones políticas), Clístenes se concilió con el pueblo (demos) al dar la politeia (Constitución o derecho de la ciudad) a la multitud (plethos). Y estos dos mismos términos se vuelven a encontrar a propósito del asedio de la Acrópolis: estando reunida la multitud (plethos) después de que Cleómenes hubiera devuelto el poder en la ciudad a Iságoras y a trescientos de sus partidarios, el pueblo (demos) les asedió allí durante dos días hasta que capitularon. No es imposible que al emplear dos veces los términos demos y plethos el autor haya querido subrayar el nuevo carácter del grupo de los que apoyaban a Clístenes: por una parte, el demos, tradicionalmente vinculado a los alcmeónidas; por otra, la multitud urbana de los que iban a acceder al estatus de neopolitai. En todo caso, investido de este poder, que, a diferencia de lo que pasó en 594 a. C. con Solón, no parece haber revestido un carácter institucional –y se comprende por qué Aristóteles en la Política interpreta la concesión del derecho de ciudadanía a extranjeros y esclavos residentes como ejemplo de esas metabolai, esas revoluciones que hacen acceder a la ciudadanía a gentes que no lo son de nacimiento (III, 1275 b35-37)-, Clístenes no solo revolucionó las estructuras de la ciudad instaurando una organización territorial que, al tiempo que dejaba subsistir a los antiguos cuadros de la sociedad civil, en especial a las fratrías y a los gene aristocráticos (plural de genos, es la familia en sentido amplio; en Atenas se aplicó a las familias aristocráticas y a las asociaciones religiosas), atestiguaba que todos los ciudadanos eran en adelante isonomoi, sino que también con la Boulé de los Quinientos (Consejo u órgano principal de la democracia ateniense, formado por quinientos miembros elegidos por sorteo cada año entre el conjunto de los ciudadanos de más de treinta años) creó un órgano esencial de la vida política ateniense» (C. Mossé, op. cit., págs. 40-41).
La reforma de Clístenes consistió en alinear el número de miembros del Consejo solónico de los Cuatrocientos con el de las nuevas tribus, a las que iban, ahora, a representar cincuenta consejeros por tribu, pero la auténtica realidad era bien diferente, ya que los miembros del nuevo Consejo se sorteaban a razón de 50 ciudadanos por tribu entre todos los ciudadanos libres de Atenas y siempre mayores de 30 años, pero no podían repetir en el cargo más de dos veces.
El Consejo era la suprema representación de la polis, por lo que los decretos comenzaban siempre con la fórmula: “edoxe to demo kai te boulé o el pueblo y la asamblea han decidido”. En lo sucesivo todas las instituciones civiles y el calendario serán determinados por el sistema de las diez tribus o decimal, en vez del ancestral duodecimal, fundamentado, el nuevo, en el razonamiento pitagórico. En la Constitución de Atenas (XXI, 6) se deja claro que Clístenes dejó que:
«“Las familias (genei), las fratrías y los sacerdocios, que cada uno los conservara de acuerdo con las tradiciones de los antepasados”; y por otra parte, que dio a las nuevas tribus nombres “según los cien héroes fundadores (arquégetas) elegidos anticipadamente y de los cuales la Pitia designó diez”. Y concluye: “después de estos cambios la constitución se hizo mucho más favorable al pueblo que la de Solón”» (Apud C. Mossé, op. cit., págs. 42-43).
La denominada revolución de Clístenes puede resumirse en lo siguiente: a) la isonomía o igualdad política de derechos civiles de los ciudadanos; b) la igualdad jurídica; y c) el situar el poder político en el centro de ese espacio vital reorganizado por él. Solo quedaba ya el nuevo sistema democrático para poder elevar a Atenas a la cumbre de las relaciones sociales y políticas entre sus ciudadanos.
IX.-LAS GUERRAS MÉDICAS CONTRA EL IMPERIO PERSA-
Pericles nació hacia el año 495 a. C. Sus padres eran Jantipo y Agariste (nieta de Megacles e hija de Hipócrates). Su padre se había hecho notar, en su momento, por haber intentado procesar a Milcíades, el vencedor de la batalla de Maratón.
El imperio de los persas se había conformado hacia la mitad del siglo VI a. C., bajo los auspicios del rey de los medos, Ciro II el Grande (600/575?-559-530 a. C.), que en pocos años va a conseguir dominar o conquistar a toda la Mesopotamia, al reino de los lidios y a las ciudades griegas de la Jonia (en la costa occidental del Asia Menor). Su hijo Cambises II (?-528-522 a. C.) completará el proyecto imperial conquistando la costa de Palestina y el reino de Egipto, las rebeliones del final de su reinado van a conllevar el advenimiento del nuevo soberano, Darío I (c. 549-522-486 a. C.); en este momento histórico los jonios piensan en escapar del dominio de los persas y se van a rebelar.
Parecen existir estrechos lazos políticos entre la corte de los persas, en Susa, y los alcmeónidas, ya que previamente las grandes oligarquías de Atenas habrían mantenido contactos con la corte del Gran Rey de Persia, desde finales del siglo VI a. C., el ejemplo paradigmático de lo que antecede va a ser el establecimiento, por Milcíades el Viejo, de una colonia ateniense en la región del Quersoneso de Tracia. Pero, paradójicamente, su sobrino-nieto homónimo derrotaría con sus aguerridos hoplitas a los persas de Darío I en la celebérrima batalla de Maratón, en la denominada Primera Guerra Médica, el fruto de la concusión bélica serán diez años de tregua. Será a comienzos del siglo VI a. C. cuando se realicen los primeros procedimientos jurídico-políticos del ostracismo.
-SOLÓN DE ATENAS-
Ya con anterioridad, Jantipo había intentado realizar un proceso contra Milcíades el Joven, cuando este había vuelto de una expedición contra la polis de Paros. Aquí comenzarían los conflictos que iban a enfrentar al hijo de Milcíades el Joven, Cimón, contra el hijo de Jantipo, Pericles; pero, Milcíades el Joven fallecería a causa de las heridas sufridas en el cerco de Paros.
El ostracismo consistía en un procedimiento jurídico-político extraordinario por medio del cual el demos, reunido en el Ágora (plaza pública donde se reunía la asamblea de los ciudadanos), designaba para ser exiliado a aquel político ateniense que constituía un peligro para la polis o ciudad o que aspiraba al establecimiento de la tiranía.
Se escribía el nombre del encausado en un tejo (ostrakon), el voto podía, a veces, estar preparado de antemano por los adversarios del interfecto.
«El día en que iba a tener lugar la asamblea en el Ágora, “mientras la gente inscribía los nombres en los tejos, un hombre iletrado, un patán completo, tendió su tejo a Aristides, al que tomó por cualquier viandante, y le pidió que le escribiera encima el nombre de Aristides. Este le preguntó si Aristides le había causado algún perjuicio. Ninguno –replicó el hombre-, ni siquiera le conozco; pero estoy harto de oírle llamar justo por todas partes. Ante estas palabras, Aristides no contesto nada; inscribió el (su) nombre en el tejo y se lo devolvió”» (“Vida de Aristides” de Plutarco, VII, 7-8; apud C. Mossé, op. cit., pag-47).
El primer exiliado, por medio de este sistema, fue el prostates o patrón de los tiranos, es decir, Hiparco, hijo de Carmo perteneciente al demo de Colito; al año siguiente debió abandonar Atenas Megacles, hijo de Hipócrates, del demo de Alópece, hermano de Agariste (la madre de Pericles) y tío, por lo tanto, de Pericles, el fautuor de su ostracismo sería su propio cuñado Jantipo, pero este también recibiría de su propia amarga medicina tras el discurrir del cuarto año. El exilio duraba diez años. Detrás de todas estas actitudes se encontraba la lucha furibunda por el poder en Atenas, y, como la aristocracia ateniense se apoyaba, de forma alternativa, en unos y otros de los ciudadanos de la caput del Ática, para poder obtener el poder político en la misma polis, Clístenes pudo utilizar, en su propio beneficio, la fuerza del demos.
Pero, el que más partido obtuvo de todo este sistema sería Temístocles, que pertenecía a la aristocrática pero anodina familia de los licómidas, cuyo demos era el de Flia, aunque su madre era de origen bárbaro o extranjero, con toda probabilidad cario o tracio.
Según refiere Dionisio de Halicarnaso, Temístocles sería arconte durante los años 493-492 a. C., pero su predicamento político va a ser notorio cuando en la segunda mitad del año 480 a. C. va a hacer que se destinen las rentas producidas por un nuevo yacimiento argéntico de la zona del Laurión, en tierras de Maronea, para construir 200 navíos.
«Como el tesoro público de los atenienses rebosaba de plata procedente de las minas de Laurión, cada uno recibiría su parte de él a razón de seis dracmas por cabeza. Temístocles les había persuadido de renunciar a este reparto y, con ese dinero, construir doscientas naves para la guerra; quería decir la guerra contra los eginetas. Fue, en efecto, la coyuntura de esta guerra lo que supuso entonces la salvación de Grecia, al forzar a los atenienses a convertirse en marinos; las naves no se emplearon en aquello para lo que habían sido construidas, pero se encontraron allí justo a tiempo para la defensa de Grecia» (Heródoto, op. cit., VII, 144; apud C. Mossé, op. cit., pág. 49).
Para el amarre de dicha flota se construiría el puerto de El Pireo; esa armada iba a servir para marcar normas e imponer respeto a los enemigos de la polis de Egina; pero Temístocles tenía la certidumbre de que los persas no se iban a conformar con el status quo existente en ese momento, sobre todo tras haber pasado su forzado exilio en la corte del Gran Rey de Persia.
«El rey, según se dice, admiró la resolución de Temístocles y le invitó a obrar así. Y en el tiempo que él se detuvo aprendió todo lo que pudo de la lengua persa y de las instituciones del país; luego, pasado un año, se presentó al rey, llegando a ser más honrado y estimado que ninguno de los griegos llegados ante él. Debió estas distinciones, en parte, por la dignidad que anteriormente gozaba y, por otra, por la esperanza que le hacía concebir de dominar Grecia, pero sobre todo por su genio, del que le dio tantas pruebas. Pues Temístocles mostró de la manera más convincente toda la pujanza de una naturaleza privilegiada, y, con respecto a esto, nadie ha recibido una admiración más grande. Por la sola fuerza de su inteligencia y no habiendo aprendido antes nada y no cultivada por el estudio, era el mejor apreciador de las cosas del momento, tras una muy corta reflexión, y conjeturar sobre la mayor parte de las consecuencias que podían derivarse en el futuro. Con una seguridad a primera vista trataba a fondo las cuestiones que tenía por costumbre y penetraba sutilmente en aquellas de las que carecía de experiencia; él preveía sobre todo lo mejor o lo peor en las cosas todavía en la obscuridad de la duda. Y para decirlo en una palabra, por su inspiración natural y la prontitud de su espíritu, llegaba a ser el hombre más vigoroso para improvisar lo que debía hacerse. Pero después de haber enfermado, murió; y algunos dicen que se envenenó voluntariamente, después de pensar que no era posible cumplir lo que él había prometido al rey. Su tumba se halla, pues, en Magnesia de Asia, sobre la plaza del mercado, porque él gobernaba este país, habiéndole entregado Magnesia, que le reportaba cincuenta talentos al año, como pan; como vino, la ciudad de Lamsaco (pues ella parecía que era la más fértil en vino de todas las demás), y la ciudad de Mionte, como manjar. Pero sus parientes dicen que sus restos fueron llevados a su patria e inhumados en el Ática a escondidas de los atenienses; porque no estaba permitido enterrarle, ya que se hallaba desterrado por traición. Las cosas concernientes al lacedemonio Pausanias y al ateniense Temístocles acabaron de esta manera» (Tucídides, I, 138, op. cit. “Temístocles, distinguido por Artajerjes. Su muerte”).
Cuando en Atenas se reciben las noticias pertinentes sobre que Persia prepara una nueva guerra contra Grecia, la polis del Ática llamará a sus exiliados, entre ellos a Jantipo y a Aristides. Se realizará una alianza panhelénica (verano del año 481 a. C.) en Corinto, que se iniciará tratando de detener a los invasores persas, por tierra, en el desfiladero de las Termópilas, los encargados del hecho serán, ¡cómo no!, los valerosos hoplitas de la guardia del rey Leónidas de Esparta, mientras que por mar la defensa se planteará enfrente del promontorio de Artemision, al norte de la polis de Eubea; pero los persas obligarán a la flota helénica a replegarse hasta la bahía de Salamina (480 a. C.), donde la victoria de las naves de Temístocles será aplastante e incontestable. El Gran Rey persa Jerjes decidirá, por consiguiente, volver a Asia, pero como venganza arrasará Atenas antes de replegarse hasta la región de la Tesalia.
Al año siguiente, 479 a. C., el general persa Mardonio será aplastado en la batalla de Platea por los soldados hoplitas griegos comandados por el rey Pausanias de Esparta. Unos días más tarde, la flota persa era destruida en el cabo Mícale. Pero, como era de esperar, una vez derrotado el ejército de los persas, la alianza panhelénica se deshizo y Atenas se encontró en solitario.
X.-LA HEGEMONÍA ATENIENSE-
A lo largo del siglo V a. C., el demos urbano ateniense va incrementándose y Aristides será uno de los responsables del influjo para que ello ocurra.
«Bajar del campo para vivir en la ciudad; allí todos encontrarían de qué vivir, unos yendo de expedición, otros ocupándose de los asuntos públicos, y así conservarían su hegemonía» (Pseudo-Aristóteles, op. cit., XXIV, apud C. Mossé, op. cit., pág. 51).
Pero la realidad palpable estribará en que al incrementarse la defensa de la polis por parte de los que no podían optar a ser hoplitas, por falta de medios económicos, se iban incorporando como remeros a la flota ateniense y, de esta forma, se aumentaba el demos urbano, y el régimen de Atenas iba evolucionando, de forma paulatina, hacia un sistema político más democrático.
Las causas van a ser:
1ª) La creación del denominado Colegio de los diez estrategos elegidos anualmente por la boulé, de esta forma el polemarco perdería sus atribuciones militares, que era uno de los nueve arcontes, y mandaba a la milicia ateniense; tras las guerras contra Persia pasó a tener funciones solo judiciales y presidía el tribunal para los extranjeros.
2ª) Se adoptará el sorteo como sistema para la elección de los arcontes, lo que conllevará que se consiguiese privar a los aristócratas de que ocupasen solos esos puestos, pero, con ello, se incrementaba el clientelismo, aunque, por otro lado, la base social dirigente se ampliaba.
3ª) El Consejo del Areópago, que era el nombre de una colina ateniense dedicada al dios Ares, era un tribunal conformado por los antiguos arcontes, sería investido de una mayor autoridad, sin dejar de representar a una mucho mayor importante parte del cuerpo de los ciudadanos.
Los aristócratas provenientes de las viejas familias dirigentes se van a transformar en una especie de patrones del demos. Tras el final de la Segunda-Guerra-Médica, los lacedemonios o espartanos van a retomar el camino hacia la obtención del dominio sobre el Peloponeso; a la par los atenienses y sus aliados jonios comenzarán a reconstruir la ciudad. El nuevo levantamiento de las murallas de Atenas va a causar perplejidad y rechazo entre los espartanos, que al invocar un incremento del poder ateniense estiman que dicho hecho va a ir en contra de sus intereses.
-SÓCRATES DE ATENAS-
«Los lacedemonios, enterados de lo que iba a emprenderse, fueron en embajada a Atenas; en cuanto a ellos, habrían visto con agrado que ni esta ciudad ni ninguna otra tuviese murallas, pero ellos habían sido arrastrados a dar este paso por los aliados especialmente, quienes temían la numerosa flota de los atenienses, que era insignificante antes, y la audacia a que llegaron en la guerra médica. Los embajadores les invitaron, pues, a no fortificar su ciudad, sino que más bien destruyeron, de acuerdo con ellos, los muros que se encontraban en pie fuera del Peloponeso, no demostrando en verdad ni su voluntad ni sus recelos contra los atenienses, para que los bárbaros, si llegaban de nuevo, no encontraran en ninguna parte, como hacía poco en Tebas, una plaza fuerte que les sirviera de base para sus operaciones. El Peloponeso, afirmaban ellos, puede ofrecer a todos los griegos un refugio y un punto de apoyo suficientes para todos. Pero los atenienses, por consejo de Temístocles, reexpidieron al punto a los lacedemonios, una vez que expusieron estas cosas, habiéndoles contestado que les enviarían embajadores sobre los asuntos que ellos habían expuesto. Por otra parte, Temístocles ordeno que le enviaran a él mismo en seguida a Lacedemonia, mientras que a los otros embajadores, escogidos además de él, no los enviaran al instante, sino que los retuvieran durante tanto tiempo cuanto fuera necesario, hasta que levantaran el muro de la altura suficiente para rechazar el ataque; que todos los habitantes de la ciudad construyeran en masa el muro, hombres, mujeres y niños; que no se perdonara ningún edificio, ni público ni privado, del que pudiera sacarse alguna utilidad para el trabajo, sino que se demoliera todo. Y luego de haberles recomendado todo esto y de darles a entender que él haría lo demás allá, partió. Habiendo llegado a Lacedemonia, no se presentaba ante los magistrados, sino que usaba de dilaciones e inventaba pretextos. Y siempre que alguno de ellos le preguntaba por qué no se presentaba ante el pueblo, decía que esperaba a los compañeros de embajada y que éstos se habían retrasado por alguna ocupación, pero que esperaba verlos pronto y que se extrañaba de que no hubiesen llegado todavía» (Tucídides, I, 90, op. cit. “Esparta manda una embajada a Atenas”).
Temístocles se hace nombrar embajador plenipotenciario de Atenas y recurrirá a su proverbial astucia para embrollar a sus enemigos lacedemonios, dilatando las negociaciones hasta que los nuevos muros atenienses estuviesen reconstruidos.
«De este modo, los atenienses fortificaron su ciudad en poco tiempo. Y todavía en la actualidad se ve evidentemente que la construcción fue hecha con apresuramiento. Los cimientos están formados con toda clase de piedras, que en ciertos sitios no son incluso preparadas, sino llevadas por cada uno al azar, colocándose también muchas estelas procedentes de tumbas y piedras esculpidas. Porque el recinto de la ciudad había sido agrandado en todos los sentidos, y, en las prisas del trabajo, se echó mano de todos los medios disponibles. Temístocles persuadió también que se construyera el resto del Pireo (cuya construcción había ya empezado anteriormente durante el año de su magistratura en Atenas), pensando que la plaza era muy estratégica con sus tres puertos naturales y que los propios atenienses, si llegaban a ser marinos, encontrarían allí grandes recursos para adquirir su poderío; porque osó decir el primero que debían dedicarse al mar y preparar en seguida el imperio. Según su consejo, se le dio al muro el espesor que se ve todavía en nuestros días alrededor del Pireo; dos carromatos cargados de piedras podían ir en sentido contrario el uno del otro. En el interior no había ni grava ni mortero, sino que todo el muro estaba construido con grandes piedras talladas a escuadra, unidas por fuera una con la otra por hierro y plomo. La altura se terminó precisamente la mitad de la que se había proyectado. Porque él quería por su altura y espesor rechazar los ataques de los enemigos y pensaba que la defensa de unos pocos hombres, e incluso de los menos útiles, debía ser suficiente y los demás debían embarcar. Lo que le hizo dedicar tanta importancia a la marina, yo creo que fue el haber visto que la invasión por mar del ejército del Gran Rey fue mucho más fácil por mar que por tierra; y él pensaba que el Pireo era más importante que la parte alta de la ciudad, y a menudo aconsejaba a los atenienses, si alguna vez eran acosados por tierra, que descendieran al Pireo y se defendieran sobre las naves contra todo enemigo. Los atenienses, pues, se fortificaron de ese modo, y todo lo demás [la reconstrucción de la ciudad] se preparaba después de la retirada de los medos» (Tucídides, I, 93, op. cit. “Por consejo de Temístocles se fortifica El Pireo”).
Por todo lo que antecede, se colige que Temístocles va a construir un muro mucho más perfecto en El Pireo, ya que allí se iba a amarrar la flota de guerra ateniense y, además, se va a poder utilizar para los atenienses si eran derrotados en un asedio o batalla terrestre. En este aserto está la raíz de la táctica de Pericles en la próxima Guerra del Peloponeso contra la peligrosa y militarista polis de Esparta.
El nacimiento del imperialismo ateniense se va a originar en la reconstrucción de sus murallas defensivas y en la de la propia polis.
A continuación, la evolución imperial ateniense se va a producir en la Jonia. Tras la caída de la polis de Sesto los griegos coaligados contra los persas consideraron que, para acabar con las ansias imperialistas del Gran Rey Jerjes de Persia, era necesario aherrojarle sus ímpetus expansionistas conquistando la polis de Bizancio, que era la llave inexcusable del Helesponto.
Para este hecho, las fuerzas coaligadas griegas fueron puestas a las órdenes del lacedemonio Pausanias, que era el hijo del rey Cleómbroto de Esparta; pero tras conquistar Bizancio, el generalísimo espartano citado va a ser acusado, en su Esparta natal, de connivencia con el Gran Rey de Persia, ya que había devuelto a Jerjes a algunos de sus parientes que había conseguido cautivar en la conquista de Bizancio, incluso existían cartas comprometedoras entre el militar lacedemonio y el Gran Rey; además, Pausanias vivía como un auténtico sátrapa oriental.
«“Los atenienses dispusieron a su vez que los lacedemonios expiaran también el sacrilegio del Tenaro. Pues los lacedemonios, habiendo hecho levantar un día fuera del templo de Poseidón del Tenaro a unos suplicantes ilotas, luego de haberlos alejado los mataron; y por lo cual ellos también piensan que el gran temblor de tierra que en Esparta ellos experimentaron a ello fue debido. Los atenienses les exigían también expiar el sacrilegio de la diosa Calcieca (Palas Atenea); y esto fue así. Después de que el lacedemonio Pausanias hubo sido llamado por primera vez por los espartanos del mando que ostentaba en el Helesponto, fue juzgado por ellos y absuelto por no ser culpable y no fue vuelto a enviar por el pueblo, pero él, por propia iniciativa, tomando una trirreme de Hermiona sin los lacedemonios, llegó al Helesponto pretextando proseguir la guerra de los griegos, pero de hecho para negociar los asuntos ante el Gran Rey, como lo había ya intentado antes aspirando al imperio griego. Primero él había prestado un servicio al Gran Rey, y ello fue el principio de toda intriga según esto: porque habiéndose apoderado de Bizancio en su primera expedición después de regresar de Chipre (entonces los medos la ocupaban y algunos parientes y aliados del Gran Rey habían caído prisioneros en ella), entonces él mandó a los que había hecho prisioneros al Gran Rey a escondidas de los otros aliados, pero diciéndoles que se le habían escapado. Sobre esto estaba de acuerdo con un tal Gongila de Eritrea, al que había confiado Bizancio y los prisioneros. Envió a este mismo Gongila llevándole [a Jerjes] una carta suya, cuyo contenido, como más tarde se descubrió, fue el siguiente: ‘Pausanias, el general de Esparta, queriendo congraciarse contigo, te envía a estos hombres que han sido hechos prisioneros, y yo he pensado, si a ti te parece bien también, desposarme con tu hija y someter a ti a Esparta y el resto de la Grecia. Y me parece que soy capaz de ejecutar esto poniéndome de acuerdo contigo. Si, pues, algo de esto te agrada, envíame un hombre fiel por mar, por medio del cual nos comunicaremos en lo sucesivo’”. “La carta daba a entender esto, y Jerjes se regocijó de su contenido y envía a Artábazo, hijo de Farnaces, hacia el mar y le ordena se haga cargo de la satrapía de la Dascilítida [por Dascilión, el puerto de Bizancio], reemplazando al sátrapa Megabates, que mandaba antes, y le remitía una carta a Pausanias en respuesta dirigida a Bizancio para expedirla lo más rápidamente posible y mostrar el sello del rey y, si Pausanias le hacía alguna confidencia sobre sus propósitos, obrar lo mejor y más fielmente posible. Una vez que llegó Artábazo, hizo llegar la carta, en la que se había escrito lo siguiente: ‘El rey Jerjes habla así a Pausanias: el favor de haber salvado a mis hombres prisioneros en Bizancio, y que me los enviaste a través del mar, permanecerá grabado de manera indeleble en nuestra casa. Me alegro de las proposiciones que me has dirigido. Que ni la noche ni el día te detengan en la ejecución de alguna de tus promesas y que tu empresa no se vea entorpecida ni por falta de oro, plata ni por el número de soldados para todo cuanto te sea necesario; sino que trata con confianza a Artábazo, hombre fiel, que yo te envío, mis asuntos y los tuyos de la mejor y más ventajosa manera para los dos’”» (Tucídides, op. cit. I, 128, “Exigencias de los atenienses” y 129, “Detalles de la traición de Pausanias”).
Y, aunque Pausanias sería absuelto en Laconia, los jonios no aceptarían el veredicto y ofrecerían el mando militar a Atenas.
-EL DIOS ZEUS-
«Los atenienses, después de haber aceptado el mando supremo de esa manera, por haberlo querido los aliados a causa del odio que tenían a Pausanias, determinaron a qué ciudades se les debía proporcionar dinero contra los bárbaros y a cuáles las naves para hacer la guerra contra éstos: pues el pretexto era el de vengarse de lo que habían sufrido saqueando el país del Gran Rey. Y entonces, por vez primera, se constituyó entre los atenienses una magistratura, la de los helenótamos, quienes recaudaban los tributos, porque esa contribución de dinero fue fijada en cuatrocientos sesenta talentos; ellos tenían [administraban] el tesoro [público] en Delos y las asambleas se reunían en el templo» (Tucídides, I, 96, op. cit.).
El importe fue, por lo tanto, el señalado en el texto de Tucídides que sería depositado en el santuario del dios Apolo en Delos, se trataba de 460 talentos (1 talento era equivalente a 5.218 pesetas). Se crearon unos magistrados especiales o helenótamos o tesoreros específicos para la gestión económica de la Liga de Delos. Entre los años 476-475 a. C., Atenas estableció una colonia en Ión, en la desembocadura tracia del río Estrimón. En el año 466 a. C., de nuevo los atenienses crearon otra colonia en Eneahodos, que a posteriori se llamaría Anfípolis; pero la isla de Tasos se rebeló por el sumo recelo que le producían tantos colonos atenienses en su vecina costa de Tracia, no obstante, serían aplastados por los hoplitas de Atenas en el año 465 a. C., por ello tuvieron que entregar su flota y destruir sus murallas.
Atenas vio incrementado su predicamento al conseguir derrotar a la flota de los persas en la desembocadura del río Eurímedonte (466-465 a. C.), la flota ateniense estaba comandada por Cimón, el hijo de Milcíades, quien era el factotum político ateniense del momento. Pero tras las victorias sobre los persas en Salamina y en Platea, el poder pasará a las manos de Temístocles y de Aristides, que son los patronos del demos ateniense.
Aunque mientras el segundo personaje es calificado como pobre y justo y su vida se va a hundir en la nebulosa de la historia, Temístocles, por el contrario, generará todo tipo de envidias y de calumnias, no obstante, él se enriquecerá sin ningún tipo de remordimiento, haciéndose construir, cerca de su casa, un templo, en Mélite que va a dedicarlo a la diosa Artemisa Aristobula o “del Alto o Buen Consejo”.
«“Indicando con ello que él había dado los mejores consejos a la ciudad y a los griegos”. Y Plutarco toma prestado de dos autores del siglo IV, Teofrasto y Teopompo, la indicación de que cuando Temístocles (nacido hacia el año 524 a. C.), condenado al ostracismo en 471 a. C., huyó a Asia, la parte de sus bienes que no pudo llevarse con él y se restituyó al tesoro público se elevaba al menos a ochenta talentos, “cuando no poseía ni el valor de tres talentos antes de comprometerse en la vida política”» (“Temístocles”, Plutarco, apud C. Mossé, op. cit, pág. 56).
Temístocles es un hombre astuto que utilizará a los espartanos para sus propios fines tras la batalla de Salamina, y un ambicioso que deseaba adueñarse del poder en la ciudad de Atenas.
Todo ello concitará múltiples temores entre los atenienses que, por consiguiente, lo van a condenar al ostracismo (año 471 a. C.), yéndose a vivir a Asia Menor, aunque primero va a crear cizaña revolucionaria anti-espartana en Argos, la cual fracasará, luego ya se dirigirá al reino de los persas para vivir de los beneficios de todo tipo que le va a procurar el hijo del Gran Rey Jerjes I (c. 519-485-465 a. C.) que se llama Artajerjes I (?-465-424 a. C.), hasta su muerte en el año 459 a. C.
Su irredento adversario sería, ¡cómo no!, el susodicho Cimón, que era muy proclive a los espartanos, y que cuando se produjo una de las múltiples rebeliones de los ilotas, contra los lacedemonios, años después, la cual amenazaba a la propia polis de Esparta, el mencionado Cimón enviaría y mandaría una expedición de hoplitas de socorro para responder a la petición de ayuda demandada por los espartanos, compuesta por 4000 hoplitas atenienses, pero los espartanos le harían retornar a Atenas, bajo el pretexto de que los atenienses iban a confraternizar con los rebeldes ilotas. Previamente, Cimón se había enfrentado a las acusaciones del joven Pericles por causa de un proceso judicial de rendición de cuentas. En este intervalo de tiempo, Atenas, sufrirá una metabole o revolución, el producto final de la misma será la democracia.
XI.-EFIALTES “EL REFORMISTA”-
Será, en el ya citado año 463 a. C., cuando Pericles, un joven y brillante orador, va a irrumpir en la vida pública de Atenas; tiene alrededor de 30 años y se ha significado en dirigir la mencionada acusación contra Cimón (510-450 a. C.), a pesar de las victorias que había obtenido, por tierra y por mar, contra los persas, las cuales habrían asegurado las posiciones políticas y militares de los atenienses en el mar Egeo, además, recuperaría los restos del héroe mítico nacional de los atenienses, Teseo, que se encontraban en la isla de Esciros. Cimón destacaba, sobre todo, por su gran generosidad no solo con sus demotas que podían ir todos los días a buscarle y conseguir de él lo que les era necesario para su subsistencia, sino con todo el resto del demos de Atenas.
Fue acusado de tener una importante e inexplicable dosis de indulgencia con el rey Alejandro I Filoheleno de Macedonia (498-454 a. C.), que era un aliado eximio del Gran Rey Jerjes de Persia; pero, Cimón sería absuelto, hasta tal punto recuperó la confianza de sus conciudadanos que pudo acudir en ayuda de los espartanos, con 4000 hoplitas para ayudarles a resolver la ya mencionada y más que peligrosa rebelión de los ilotas.
En este momento va a ser acusado, por los lacedemonios, de connivencia con sus rebeldes irredentos ilotas, y es en este instante cuando, en Atenas, un tal Efialtes, hijo de Sofónides, aquel como nuevo patrono del demos ateniense, llevará a cabo la séptima metabole o revolución citada por el Pseudo-Aristóteles de la Constitución de Atenas, que será el inicio de la tan manida y mitificada democracia ateniense.
Efialtes fue un perfecto desconocido, salvo por una cita del Pseudo-Aristóteles que lo define y cualifica como, “provisto de espíritu cívico”; parece que fue amigo y “cómplice” de Temístocles para, así, poder tender una trampa al Consejo del Areópago y conseguir su desmantelamiento, pero como Temístocles estaba en el ostracismo es más lógico pensar que el pacto lo realizaría con Pericles. Efialtes era la “bestia negra” de los oligarcas y “despiadado en las persecuciones emprendidas contra los que habían dañado al pueblo”.
El Pseudo-Aristóteles escribe que el Areópago había obtenido, tras la victoria de Salamina, “poderes sobreañadidos y era, por ello, el custodio de la Constitución de Atenas”; lo que conllevaba, sin solución de continuidad, un incremento en los poderes de la Boulé de los Quinientos y los tribunales populares que heredaron funciones muy incrementadas en ese momento de la historia.
«Pues bien, estos últimos eran órganos reclutados por sorteo entre todos los ciudadanos, mientras los miembros del Areópago eran miembros vitalicios del Consejo, y su reclutamiento, en tanto que antiguos arcontes, se limitaba a los miembros de las dos primeras clases solónicas. Solo algunos años más tarde el arcontado se abrió a los ciudadanos de la clase de los zeugitas» (C. Mossé, op. cit., pág. 64).
Lo que es indubitable es que Efialtes privó al Areópago de una parte importante de sus poderes y los puso en las manos de los representantes del demos y, con ello, se daba un paso de gigante hacia el sistema democrático. Pero aquella revolución no fue incruenta, ya que algunos miembros del Areópago fueron procesados, lo que condujo a que el susodicho Efialtes fuese objeto de la represalia del asesinato.
XII.-CIMÓN FRENTE A PERICLES-
«La hostilidad entre los filaidas-cimónidas y los alcmeónidas venía de antiguo. Es verosímil que la acusación de haber alzado su escudo para advertir a los persas durante la batalla de Maratón formuladas contra estos últimos fuera divulgada por los familiares de Milcíades. Lo que nuestras fuentes nos presentan como una rivalidad fundada en opciones políticas se debe tomar con prudencia. Como mucho, podemos evidenciar los vínculos que unían a algunas de estas grandes familias con una u otra ciudad. Al respecto, es verosímil que Cimón fuera favorable al mantenimiento de estrechas relaciones con Esparta, en un momento en el que el desarrollo del imperio de Atenas, del que era uno de los artífices, arriesgaba a comprometer el equilibrio establecido al día siguiente de las guerras médicas. Dicho esto, si las tradiciones relatadas por Plutarco tienen algún fundamento, la forma en que Cimón utilizó su fortuna pudo igualmente enajenarle a aquellos que temían que se sirviera de ella para adquirir ascendiente sobre el demos» (C. Mossé; op. cit., pág. 65).
Tras su regreso de Laconia, sus enemigos acérrimos presentaron un proceso judicial de ostracismo en su contra, en la asamblea. Será Pericles, según Plutarco, quien le acuse de, “amigo de los lacedemonios y enemigo de la democracia”, pero este aserto no tiene el más mínimo sentido, ya que en este preciso momento los espartanos ya han decidido seguir apoyando a los regímenes oligárquicos en toda la Hélade, mientras que, por el contrario, Atenas se volcará en apoyar a las democracias.
El ostracismo de Cimón puede, por consiguiente, producirse entre los años 462-461 a. C., y no existe la más mínima prueba fehaciente de que Pericles esté detrás de toda esta estrategia, ya que el futuro estadista es, todavía, demasiado joven como para tener algún tipo de rol político de alguna relevancia.
El Pseudo-Aristóteles solo lo cita a propósito de la ley de la ciudadanía del año 451 a. C.; pero Plutarco insiste en que toda la cuestión estriba en la rivalidad entre ambos personajes como la causa primigenia del ostracismo de Cimón, cuyo exilio va a finalizar en el año 456 a. C., cuando el propio Pericles reclamará su vuelta, al ser los hoplitas atenienses aplastados en la batalla de Tanagra (en Beocia) por la milicia lacedemonia y sus aliados.
Será, por lo tanto, Cimón, quien negocie una tregua con los lacedemonios; pero, Plutarco, se vuelve a equivocar ya que dicho tratado va a firmarse años después. Y, Tucídides, que menciona dicho armisticio no cita para nada a Cimón como fautuor del mismo. Por lo que como es Pericles quien reclama a Cimón del exilio, otra vez, este hecho desmiente, sin ambages, la existencia de cualquier tipo de enemistad entre ambos políticos. Además, Cimón estaba matrimoniado con Isodice que era una alcmeónida, aunque Plutarco cuenta una agresiva respuesta de Pericles a una interpelación pública de la hermana de Cimón, llamada Elpinice: “eres demasiado vieja, Elpinice, como para poder llevar a buen término asuntos tan serios”.
Por lo tanto, la nebulosa más absoluta rodea a este tipo de afirmaciones históricas con respecto a las relaciones entre ambas personalidades políticas atenienses. Pero sea como sea, en el año 451 a. C., Cimón va a ser el encargado de comandar las tropas atenienses contra Chipre y allí fallecerá.
XIII.-PERICLES TIENE LA AUTORIDAD EN ATENAS-
Según el Pseudo-Aristóteles, bajo el poder y la autoridad de Pericles, el demos ateniense verá cómo se incrementa su poder frente a la oligarquía.
“Empujó vivamente a la ciudad a incrementar su poderío marítimo, lo que dio a la multitud (hoy polloi) la audacia de atraer hacia ella cada vez más toda la vida política” (Apud C. Mossé, op. cit., pág. 67).
En el relato de Tucídides, Pericles, es el estratego que manda las diversas expediciones marítimas. Plutarco va a narrar el conflicto que enfrentó a Pericles contra un tal Tucídides, hijo de Melesias. El Pseudo-Aristóteles lo define como el jefe de los gnorimoi o los nobles, también llamados como emporoi o los ricos y, asimismo, como los epiphanoi o los eminentes.
Según Plutarco el citado Tucídides, que obviamente no es el historiador, era yerno de Cimón y se le reconoce el mérito de haberse sabido rodear por los kaloi kai agathoi o los bellos y buenos y, sobre todo, por no tener el más mínimo inconveniente en conseguir plantar cara a una personalidad política de tan acusado perfil como era Pericles, en la tribuna de la Boulé, por poseer una calidad oratoria notable.
Lo que se colige con este hecho es que existía una casta política evolutiva, ya que contra el creciente poder de la Boulé se van a formar grupos de pseudoclientes alrededor de políticos importantes y, por otro lado, las familias de más rancio abolengo van a ir perdiendo predicamento. Como siempre, Tucídides finalizaría su momento de gloria política condenado al ostracismo hacia el año 441 a. C.
-LA DIOSA ATENEA-
XIV.-PERICLES Y EL PODER DEL DEMOS–
«Nuestro régimen político no trata de imitar las instituciones de los pueblos vecinos, porque nosotros somos más bien modelos que imitadores de otros. En cuanto a su nombre, es una democracia, porque la administración está en manos no de unos pocos, sino en las de la mayoría. Mas si la ley es igual para todos en los intereses privados, es con arreglo a la consideración de cada ciudadano en alguna cosa y no por razón de su clase social, sino por la de sus méritos personales, que se prefieren para las funciones políticas; e, inversamente, la pobreza no traerá la consecuencia de que un hombre que sea capaz de prestar un servicio al Estado se vea entorpecido por su obscura condición social. Nosotros practicamos la libertad no solo en la norma de gobierno en la vida pública, sino también en lo que viene a constituir recíproca sospecha en la vida cotidiana; nosotros no nos irritamos con nuestros vecinos si obran a su gusto, ni les ponemos mala cara, que no daña pero duele. Sin molestias en nuestras relaciones privadas, el temor nos retiene a ejecutar cualquier acto fuera de la ley, porque nosotros cumplimos con exactitud las disposiciones públicas obedeciendo siempre a los magistrados y a las leyes, en especial las establecidas para proteger a las víctimas de la injusticia y las no escritas, cuya transgresión lleva consigo el desprecio general» (Tucídides, op. cit. II, 37, “Sigue hablando Pericles”).
Lo esencial del nuevo sistema político es la soberanía del demos o pueblo sensu stricto o demoskratein (ejercicio de la soberanía por parte del pueblo) o democracia. El pueblo o demos está definido como el conjunto de los ciudadanos o del pueblo-llano que se opone a la oligarquía o a los notables, y Pericles elegirá el concepto definido por el control de la polis por parte de los pobres o pueblo-llano. Por lo tanto, las decisiones a tomar van a depender del mayor número o de la mayoría o pleion. La partícula “kratein” implica todo tipo de fuerza o de dominio y es diferente a la palabra “arche” que significa la autoridad delegada por la ciudad a los magistrados, este último vocablo dará origen a monarquía y a oligarquía.
El año político, en Atenas, se dividía en 10 pritanías. En ese año los 50 buleutas o pritanes de la tribu se reunían en asamblea casi permanentemente y ejercían la pritanía o presidencia de la Boulé. El presidente de los pritanos o epístata se sorteaba a diario. Habría, ahora ya a posteriori, en el siglo IV a. C., 4 sesiones regulares de la Boulé o Asamblea por Pritanía, es decir no anuales.
«La asamblea principal confirma a mano alzada a los magistrados si opina que desempeñan bien su cargo. Delibera sobre las cuestiones de aprovisionamiento y de defensa del país. Es ese día cuando todo ciudadano que lo desee debe presentar las acusaciones de alta traición. Se da lectura al estado de los bienes confiscados y a las instancias comprometidas para la atribución de una sucesión o de una hija epiclera (aquella que heredaba de un padre muerto sin hijos varones), una hija única heredera de un bien, para que nadie pueda ignorar la vacante de bien alguno. Otra asamblea se consagraba a las peticiones. Otras dos se consagraban al resto de los asuntos» (C. Mossé, op. cit., pág. 73).
Esa asamblea decidía en todos los asuntos que tenían que ver con la polis, todos los ciudadanos atenienses podían asistir y hacer oír su voz. Estaba encargada de opinar y ratificar los tratados con el resto de las poleis helénicas; cómo debería ser abastecida Atenas; el pago de las sucesiones testamentarias; o cómo debería ser organizada la vida religiosa ateniense y, sobre todo, controlaba a los magistrados que eran los delegados que ejecutaban las decisiones adoptadas en la susodicha asamblea.
El voto era a mano alzada, por lo que, en un grupo humano tan numeroso, el error en la cuenta de los sufragios y las impugnaciones, por consiguiente, estaban a la orden del día; el final de todo este proceso podía ser la revocación de la decisión adoptada a priori.
«Se conoce al menos un ejemplo de una reconsideración semejante, posterior, es cierto, en algunos años a la época de Pericles: el voto sobre el destino reservado a la gente de Mitilene que intentó en 427 a. C. salirse de la alianza ateniense. El pueblo votó primero la muerte para todos los hombres de Mitilene y después reconsideró la decisión durante una nueva asamblea en la que la resolución de indultar a los mitilenos se tomó por una mayoría muy exigua» (C. Mossé, op. cit., págs. 73 y 74).
El quorum necesario para hacer efectivas las decisiones más importantes era de seis mil ciudadanos presentes en la votación de que se tratase; lo cual era esencial tanto para la condena del ostracismo, como para la concesión del derecho de ciudadanía. Pero para el voto del ostracismo no se recurría a la mano alzada, sino que cada uno de los votantes presentes, ese día en el Ágora o plaza pública de Atenas, depositaba un tejo con el nombre de aquel ciudadano qué al ser considerado, por la mayoría, un peligro para la ciudad era condenado a diez años de exilio forzoso.
«El título de los decretos permite por otra parte reconstruir el procedimiento de la toma de decisiones. La fórmula inicial es reveladora del papel respectivo de la asamblea del demos y de la Boulé de los Qunientos: “Ha complacido a la Boulé y al demos”. Efectivamente, era el Consejo el que preparaba las propuestas (probuleumata) sometidas a los votos de los ciudadanos reunidos. A continuación, se mencionaba a la tribu que ejercía la pritanía, el nombre del secretario que había redactado el texto, el nombre del epístata (presidente de una asamblea o de un colegio de magistrados) de los pritanos que llevaba a votación la propuesta y por último el nombre del que había hecho la propuesta y la había defendido ante la asamblea. A veces incluso, si otro orador había propuesto una enmienda al texto primitivo, se mencionaba su nombre si dicha enmienda se había aceptado. Actualmente se ha planteado de nuevo la cuestión del funcionamiento de la asamblea, y se han atendido las críticas de los adversarios de la democracia ateniense, que dudaban de la validez de unas decisiones tomadas en medio de la agitación y los gritos de la “multitud” manipulada por oradores y demagogos» (C. Mossé, op. cit., pág. 74).
El rol jugado por el orador en la Atenas de la época era esencial, aquí estaba el quid de la autoridad de Pericles, ya que gracias al magisterio de sus palabras había sido reelegido como estratego por 15 veces consecutivas. Esta es la causa por la que Atenas concentraba el mayor número de sofistas o maestros en el arte de la persuasión de toda Grecia. El más eximio de ellos sería Protágoras quien formaba parte del entorno del gran Pericles. Pero el sistema funcionaba gracias a la autoridad que emanaba de la Boulé de los Quinientos, sus buleutas representaban, elegidos anualmente por sorteo y siendo mayores de 30 años, a la totalidad de los ciudadanos atenienses, el cargo daba opciones políticas a muchos ciudadanos, ya que no era repetitivo.
«La Boulé vigila también el mantenimiento de las trirremes ya construidas, de los aparejos y las barracas para los barcos. Hace construir nuevos navíos de tres o cuatro filas de remeros, tantos como el pueblo decida por una u otra categoría, así como los aparejos correspondientes y las barracas… Para la construcción de navíos, la Boulé elige a diez comisarios en su seno. Inspecciona igualmente todos los edificios públicos…» (“Constitución de Atenas”, apud C. Mossé, op. cit., pág. 75).
Por todo lo que antecede, es claro que la Boulé ejercía por su mediación la soberanía popular; los magistrados, también, estaban obligados a rendir cuentas al final de cada ejercicio. Estaba presidida la susodicha asamblea por los 50 buleutas de cada tribu en ejercicio y compartía con los tribunales populares el poder judicial. La Heliea estaba conformada por seis mil varones mayores de 30 años elegidos anualmente por sorteo, y de ella emanaban los tribunales o dikasteria, estos juzgaban todos los procesos particulares o públicos y funcionaban como instancias de apelación de todas las decisiones judiciales tomadas por la asamblea popular o por la Boulé; se votaba depositando una ficha en una urna, cuyo cómputo era más fácil, ya que los jueces no pasaban de 501.
XV.-¿CÓMO ERAN LOS CIUDADANOS ATENIENSES Y CUÁLES ERAN SUS DERECHOS EN ATENAS?-
La base del régimen de Pericles era la igualdad de todos los ciudadanos atenienses. Ya Solón había establecido las reformas pertinentes que consistían en la existencia de leyes semejantes tanto “para el bueno como para el malo”.
Además, Solón, manifestó que:
«“Al pueblo (demos) he dado tanto poder como era necesario sin añadir nada ni recortar sus derechos. Para los que tenían la fuerza y la imponían con sus riquezas, para aquellos también me apliqué para que no sufrieran nada indigno. Permanecí de pie, cubriendo a ambas partes con un fuerte escudo, y no dejé a nadie vencer injustamente”. Y más adelante vuelve con la inquietud de afirmar su neutralidad: “Como entre dos ejércitos, me he mantenido tan firme como un poste”. Pero dice también que no ha querido ceder a algunas reivindicaciones y que se ha negado a “dar a los buenos y a los malos partes iguales de la fértil tierra de la patria”» (Constitución de Atenas, apud C. Mossé, op. cit., pág. 76).
Pero Solón no realizaría repartos igualitarios de la tierra entre los campesinos, sino que en esa desigualdad evidente se encontraba, a través de clases censitarias, la posibilidad de que las magistraturas estuviesen en poder de los ciudadanos de mayor poder adquisitivo, por lo que los tetes o más pobres estaban excluidos de las funciones del gobierno, aunque se abrió la posibilidad de acceso al arcontado a los zeugitas, ya que eran los que aportaban mayor número de hoplitas al ejército ateniense, pero, paradojas de la historia, los que estaban vedados para realizar las funciones de gobierno, es decir los ya citados tetes eran el 50% del cuerpo civil, y por ello eran la mayoría en las sesiones de la asamblea, y participaban, aunque solo fuera de esa manera, en las reuniones de dicha estructura de la polis del Ática, para la toma de decisiones comunes.
«Y, por otro lado, al ser la ley igual para todos, la igualdad era real para todo lo que concernía a los diferentes ámbitos privados: ante los jueces del tribunal popular, los ricos y los pobres disfrutaban de los mismos derechos» (C. Mossé, op. cit., pág. 78).
Pero estaba claro que la democracia de Pericles retribuía a los que participaban en la función pública o mistoforía, ya que el mérito solo “valía para los honores”. Era prístino que si era necesario renunciar al propio trabajo remunerado y dedicarse a los asuntos de la polis, se hacía necesario, y hasta obligatorio, un salario de substitución con el que pudiese subvenir a sus necesidades tanto el cargo político como su propia familia.
Pero la explicación de los autores antiguos con respecto a esta medida se va a circunscribir, en ocasiones, a lo meramente anecdótico, por ejemplo en el Pseudo-Aristóteles, y será retomado el hecho por Plutarco relatando el momento en que Pericles intentará ganarse la voluntad del pueblo ateniense rivalizando con Cimón, pero este último era un plutócrata y podía, por consiguiente, mantener a todos los seguidores de su demo, además de asegurar la celebración de las grandes fiestas religiosas y de los ágapes públicos.
«Cada uno de los laciadas podía llegar a buscarle todos los días y obtener de él con qué atender a su subsistencia; además, ninguna de sus propiedades estaba cercada, para que quien quisiera pudiera aprovechar sus frutos» (C. Mossé, op. cit., pág. 79).
Pericles con un peculio mucho más moderado no podía competir, en nivel de riquezas, con él, y se fío del consejo de un tal Damónides de Ea, que era uno de sus amigos:
«Que pasaba por inspirar la mayoría de sus actos y fue más tarde condenado al ostracismo por esta razón» (C. Mossé, op. cit., pág. 79), y decidió distribuir al demos dinero público bajo la fórmula de una especie de paga para los jueces, sería el primer sueldo o misthos a un funcionario público, que enseguida fue asumido por la polis ateniense para remunerar a los buleutas, este momento será el inicio del valor y de la fuerza del clientelismo, pero en la Atenas del siglo IV a. C. las pruebas de generosidad hacia el pueblo, bajo diferentes tipos de parafernalia eran francamente importantes.
La mistología llegó a aplicarse hasta para estar presente en las sesiones de la asamblea.
-CLEÓMENES III DE ESPARTA-
«Desde este momento, si damos crédito a las quejas de algunos, todo ha ido a peor, porque los recién llegados se apresuraban más que la gente honrada a presentarse al sorteo [de los jueces]» (C. Mossé, op. cit., pág. 80).
En la obra teatral “Las Avispas” de Aristófanes, el autor da una sutil pincelada de cómo los más pobres del demos estaban ansiosos por poder participar en el sorteo y se precipitaban para conseguir la obtención del trióbolo que les asegurase solo su subsistencia, aunque ello no les permitía vivir de ello con cierto desahogo, pero sí a cualquier ciudadano consagrarse a la política de la polis.
«No obstante, es significativo que, cuando los adversarios del régimen se hicieron con el poder la primera vez en 411 a. C., suprimieron los misthoi, con la excepción de los que recibían los nueve arcontes, y redujeron el misthos de los buleutas a tres óbolos. Ciertamente se trataba de ahorrar, pero también de retirar a la mayoría de los miembros del demos la posibilidad de ejercer sus derechos de ciudadanos. Y cuando establecieron una constitución “definitiva”, suprimieron pura y simplemente la mistoforía. Fue restablecida con la recuperación de la democracia, de nuevo suprimida y luego repuesta después de la segunda revolución oligárquica, y ampliada, como se ha recordado antes, a la participación en las sesiones de la asamblea» (C. Mossé, op. cit., pág. 80).
Solo el estratego y el tesorero no recibían ningún tipo de retribución, todo ello explica la imposibilidad de que las resoluciones de los oligarcas triunfasen a finales del siglo V a. C., a causa de la clara conciencia política de participación que tenía una gran mayoría del demos de la polis de Atenas.
No obstante la astucia de Pericles disfrazaba la realidad, ya que las magistraturas más eximias y que manejaban fondos económicos importantes estaban en poder de la plutocracia ateniense, el ejemplo patognomónico será el de los ya citados estrategos (diez elegidos cada año) que incluso se encargaban de retribuir a los soldados mercenarios extranjeros de la milicia ateniense con su propia fortuna pecuniaria, y como se les podía reelegir era una función pública a la que aspiraban todos los que deseaban ocupar un rol de primer nivel en la polis.
Pericles lo fue durante 15 años consecutivos, parece ser que les era necesario la posesión de bienes raíces para poder acceder al cargo.
Por lo tanto, se puede retorcer el argumento demagógico de Pericles e indicar que los vocablos “merito” y “fortuna” estaban en relación directa y, por lo tanto, poseían el pertinente tiempo libre para dedicarse a la política.
«Plutarco, en la Vida de Pericles, cuenta una anécdota reveladora. Pericles, que no quería preocuparse de la rentabilidad de los bienes que había heredado de su padre, “imaginó una manera de administrar su casa que le pareció la más cómoda y exacta. Hizo vender de una vez toda su cosecha anual y luego compraba en el mercado todo lo que necesitaba; así era su género de vida» (Apud C. Mossé, op. cit., pág. 82).
En esta historia jocosa se manifiesta la desazón de Pericles para asegurarse el tiempo libre necesario para gestionar correctamente los asuntos de la polis. Por lo tanto, detrás de esa tan manida isonomía o igualdad ante la ley se escondían los habituales desequilibrios sociales típicos de todas las sociedades en el planeta Tierra desde que el género homínido comenzó a controlarlo, aunque el control mayoritario del demos restablecía el equilibrio político, el social sería mantenido por mediación de la mistoforía y, en mayor escala, por las múltiples cargas financieras ciudadanas que gravitaban sobre los plutócratas y que beneficiaban a los más pobres.
«Al reconocer que no es posible que cada uno de los pobres celebre sacrificios y banquetes, tenga templos y todo lo que hace la belleza y la grandeza de la ciudad en que vive, el pueblo ha imaginado la manera de procurarse estas ventajas. La ciudad sacrifica, a cargo del tesoro, una gran cantidad de víctimas, y es el pueblo el que participa en los banquetes y se reparte las víctimas sorteándolas» (“República de los atenienses” o “El Viejo Oligarca”, atribuido a Jenofonte, apud C. Mossé, op. cit., pág. 83).
Efectivamente son las contribuciones voluntarias de los ricos o liturgias las que van a mantener las fiestas y los banquetes públicos y que, por consiguiente, otorgaban prestigio a los que las asumían; todo ello creaba una especie de competencia entre los coregos, que eran aquellos atenienses plutócratas que equipaban y entrenaban, con su dinero, a un coro para las fiestas dionisiacas.
XVI.-EL EJERCICIO DEL PODER POLÍTICO PERTENECÍA A LA CIUDADANÍA DE ATENAS-
El demos se podría traducir por el pueblo-llano, sensu stricto, y opuesto a las clases sociales de los ricos y notables, pero también se podría definir como el conjunto de la comunidad de ciudadanos (“koinonia ton politon”) o politai. Para el Pseudo-Aristóteles, el ciudadano es aquél ateniense que va a participar en el ejercicio de los poderes de juez y en la arche o archai o en el total de las magistraturas, las cuales son de duración ilimitada como era el derecho a poder participar en las asambleas, pero solo va a ser adecuada esta definición para aquel ciudadano nacido de dos padres ciudadanos y que vive en un sistema democrático.
No obstante, lo antecedente, Pericles (año 451 a. C.) va a alterar el sistema:
«Bajo el arcontado de Antídoto, a causa del número creciente de ciudadanos y a propuesta de Pericles, se decidió no permitir gozar de derechos políticos a ninguno que no hubiera nacido de dos ciudadanos» (Pseudo-Aristóteles, apud C. Mossé, op. cit., pág. 84).
Por lo tanto, en virtud de esta ley ni Temístocles ni Cimón hubiesen podido ser considerados ciudadanos atenienses, aunque Pericles no se opone a los matrimonios entre extranjeros y atenienses, por el proverbial espíritu aperturista de los habitantes de la orgullosa capital del Ática.
Para el reconocimiento de la legitimidad de un hijo, en el nacimiento, el padre de que se tratase presentaba a su retoño ante los miembros de su fratría (grupo social formado por la unión de dos o más clanes y que se encargaba de la regulación de los matrimonios).
Este rito permitía mentir al progenitor sobre cuál era la procedencia marital de su retoño, que podía haber sido concebido por alguna, si las poseyese, de sus concubinas, lo que en la Atenas de Pericles era muy fácil, ya que cuanto más alta era la alcurnia de la mujer, su reclusión en el domicilio conyugal era absoluta, por ello la legitimidad del nacimiento de los hijos estaba en manos de testigos que solían jurar la ortodoxia ciudadana de la madre, por lo que los jueces legislaban y dictaminaban sobre la legitimidad de los testimonios.
Detrás de todo ello puede encontrarse el que el vocablo xenoi definía, en la Atenas de Pericles, a los bárbaros o extranjeros y, por supuesto, a todos los otros griegos que no fuesen de la región del Ática. Lo que sí está claro es que la medida generaría controversia y diatribas varias, ya que todos los vecinos varones atenienses se conocían de visu y sabían todo lo que era pertinente sobre su procedencia.
El mismo Pericles violaría la norma, ya que al perder a sus dos hijos varones legítimos introdujo en su fratría al hijo espurio que había concebido con su concubina milesia, la afamada y cultísima Aspasia, y al que otorgó su propio nombre, por lo que sería conocido como Pericles el Joven (c. 440-406 a. C.), el cual sería victorioso estratego en el susodicho año 406 a. C. durante la batalla marítima de las islas Arginusas, en la guerra del Peloponeso, aunque a posteriori sería condenado a muerte por sus conciudadanos y ejecutado, al negarse a socorrer a los supervivientes de dicho enfrentamiento bélico que se ahogarían, sin remedio, en la ulterior tormenta desatada en el mar. Pero lo que unía a todos los atenienses era el orgullo patrio de pertenecer a una polis de tal categoría, como era, ¡cómo no!, Atenas.
XVII.-PERICLES Y EL IMPERIALISMO DE ATENAS-
«“Es natural que vosotros corráis en auxilio de la gloria que la ciudad da al imperio, de la que todos os enorgullecéis, y no os sustraigáis a las responsabilidades, sino que renunciéis también a los honores; y no penséis que en este asunto se ventila tan solo el ser esclavos o ser libres, sino también la pérdida de un imperio y el riesgo de unos odios que os habéis atraído en el ejercicio del poder. A este imperio ya no podéis renunciar, si es que algunos, en la crisis actual, por temor o por falta de energía, lo proponen como hombres de bien que son. Porque el imperio que tenéis es ya como una tiranía, apoderarse del cual parece injusto, pero su abandono, peligroso. Tales ciudadanos, si logran hacerse escuchar de otros, arruinarían rápidamente a un Estado, como también pasaría, si ellos llevaran una vida independiente en algún lugar de él. Los partidarios de la tranquilidad no pueden subsistir sin la colaboración de los hombres de acción, y no es una ciudad que tiene un imperio, sino una ciudad esclavizada, la que puede sacar provecho de una seguridad hallada en la esclavitud”. “Mas vosotros no os dejéis seducir por ciudadanos de tal índole y no tengáis odio contra mí, con el que vosotros decidisteis el ir a la guerra, si los enemigos han invadido el país y han realizado lo que se esperaba, desde el momento en que vosotros rehusasteis ceder a sus demandas, y si, más allá de nuestras previsiones, ha sobrevenido este azote, lo único que ha sucedido que no se había calculado. Y es este azote, yo lo sé bien, el que ha contribuido a que se me deteste más, y ello no es justo, a no ser que también me atribuyáis a mí cualquier éxito imprevisto que se presentare. No; debe soportarse lo que viene del cielo con resignación, y lo que viene del enemigo, con valentía. Ésta ha sido hasta ahora la costumbre de esta ciudad, y en el presente vosotros no le pongáis trabas. Pensad además que si ella tiene en el mundo entero la más alta consideración, es por no haberse abatido por los infortunios y por haber entregado a la guerra más vidas y más esfuerzos que ningún otro pueblo y que posee un poderío de una grandeza cual no se había visto hasta ahora, cuyo recuerdo perdurará por siempre en las generaciones futuras; incluso si ahora tuviéramos que sucumbir (pues todo crece y decrece), se recordará que ningún pueblo griego ha ejercido en Grecia un tan gran imperio como nosotros; que hemos hecho frente, en las guerras más importantes, a sus fuerzas unidas o separadas, y que hemos habitado una ciudad que fue la mejor provista de todo y la más grande. Sin embargo, estos timbres de gloria pueden inspirar críticas al partidario de la tranquilidad, pero el que quiere también actuar, las emularía, y el que no las tiene, las envidiaría. Ser detestados y odiosos de momento ha sido siempre el destino de los que han aspirado a mandar sobre los otros; pero el que es objeto de envidia por unos motivos tan extraordinarios da pruebas de buen juicio, ya que el odio no perdura durante mucho tiempo, mientras que la gloria del presente permanecerá por siempre en la memoria del futuro. Con respecto a vosotros, sabed prever un porvenir noble al tiempo que un presente sin deshonor y que un esfuerzo inmediato os conduzca a este doble fin, y no enviéis embajadores a los lacedemonios y no demostréis que los males actuales os acobardan; pues los que ante las desgracias muestran en sus sentimientos menos debilidad, éstos, ya sean los Estados o los individuos, son los más fuertes”» (Tucídides, II, 63, 64; “Sigue el discurso de Pericles”. “Final del discurso de Pericles”, op. cit.).
El conspicuo historiador de la guerra entre Atenas y Esparta pone en boca de Pericles estas palabras, en un momento en que los ciudadanos del Ática han sido masacrados por los espartanos y por la peste bubónica consiguiente que ha diezmado a los atenienses, por todo este cúmulo de desgracias, Pericles va a justificar esa especie de prepotencia que Atenas solía ejercer sobre el resto de sus aliados, en el interior de la Liga de Delos.
El imperialismo ateniense va a nacer en el instante subsiguiente a la ruptura política con Esparta, año 461 a. C., en los albores de la Guerra del Peloponeso. Las etapas del mismo van a ser:
1ª) En el año 461 a. C., los atenienses votarán la creación de una expedición militar hasta Egipto, para seguir horadando el poderío del imperio persa, la coartada será para apoyar a un príncipe libio rebelde llamado Ínaro. Llegarían hasta Menfis, pero en el año 456 a. C. las tropas persas los expulsarían, los asediaron durante ocho meses en una isla del Delta del río Nilo y destruyeron a la flota ateniense de socorro, por ello y a causa de esta catástrofe, la polis del Ática va a decidir la repatriación, año 454 a. C., del tesoro de la Liga de Delos.
2ª) Los persas renacerán militarmente, lo que obligará a Atenas a enviar a Cimón a Chipre al mando de una expedición militar, donde sería muerto, aunque, no obstante, la flota ateniense aplastaría a la de los persas.
3ª) La paz con el imperio asiático sería la de Calias (449-448 a. C.), por lo que, de esta forma, se confirmaba el dominio de la coalición ateniense en el mar Egeo, desde el estrecho del Bósforo hasta la meridional Fasélide, debiendo respetar los atenienses la necesaria autonomía de las poleis de la Jonia y, comprometerse, a no intervenir en Egipto o en Libia.
-HERÓDOTO-
4ª) En el año 457 a. C., dará comienzo la guerra con los lacedemonios. Desde siempre Atenas había tenido conflictos políticos y bélicos con las ciudades de Egina y, sobre todo, con la cosmopolita de Corinto, poleis ambas aliadas con Laconia, es decir con Esparta; de forma primigenia en los alrededores de la polis de Megara que era una inequívoca aliada de Atenas. En este momento histórico, Tebas, la tercera gran polis de Grecia, va a reclamar la ayuda de los espartanos contra las apetencias monopolísticas atenienses, y en su región de la Beocia la milicia ateniense será aplastada por los hoplitas lacedemonios (junio de 457 a. C., en Tanagra). Pero las tropas de Atenas se van a reagrupar y se vengarán de esa derrota y dos meses después (agosto de 457 a. C.) mandadas sus tropas por Mirónides masacrarán a los beocios en Enófita.
5ª) En el año 457 a. C., la polis del Ática padecerá numerosas vicisitudes: a) fracasará un complot antidemocrático; b) el arcontado se va a abrir para los ciudadanos de la tercera clase; c) Cimón regresará del exilio; d) se conseguirá la conquista de la polis de Egina y se la obligará a colocarse bajo la férula ateniense.
6ª) En el año 455 a. C., el estratego ateniense Tólmides va a realizar diversas razzias en las costas de Laconia y de Mesenia, penetrando en el propio golfo de Corinto. En el año 454 a. C., Pericles concluirá un tratado de paz de cinco años de duración con los peloponesios. A su finalización, los demócratas de las poleis de la Beocia solicitarán la ayuda militar de Atenas, pero los hoplitas atenienses van a ser derrotados estrepitosamente en Coronea, por las tropas espartanas y sus aliados, años 447-446 a. C., por ello los ciudadanos de Megara van a abrir las puertas de su polis a los lacedemonios, que llegaran, sin la más mínima oposición, hasta Eleusis, y, entonces, hasta las ciudades eubeas se van a levantar contra Atenas, pero, inexplicablemente, el rey Plistoanacte de Esparta se va a retirar sin luchar y, entonces, los eubeos se van a reintegrar a la alianza ateniense.
En los años 446-445 a. C., Atenas y Esparta firmarán un tratado de paz, teóricamente de treinta años de duración, pero el compromiso solo durará hasta la Guerra del Peloponeso, cada una reconocerá la preeminencia de la otra sobre los aliados, detrás de todo ello estará la pericia política de Pericles; incluso comprando al rey espartano, citado con anterioridad.
El subsiguiente proyecto de un congreso panhelénico es un fracaso total por la oposición espartana.
«Para deliberar sobre los templos incendiados por los bárbaros, sobre los sacrificios debidos a los dioses en cumplimiento de los votos hechos en Grecia en tiempos de la lucha contra los persas, y por último sobre el mar y sobre los medios de asegurar a todos la seguridad de la navegación y la paz» (Plutarco. “Vida de Pericles”; apud C. Mossé, op. cit., pág. 93).
Durante los siguientes cinco años se creará la primera colonia panhelénica llamada Turios, sobre el ancestral emplazamiento de Síbaris, que había sido destruida, en la Magna Grecia, por la polis de Crotona, será el sofista Protágoras quien va a redactar la necesaria constitución de dicha polis.
7ª) En este contexto político es cuando se producirá el conflicto de Samos (año 440 a. C.), cuyo origen se encuentra situado en el enfrentamiento entre ciudadanos samios y milesios, a propósito de la polis de Priene; los ciudadanos de Mileto demandan la ayuda ateniense apoyados por los demócratas de Samos. Atenas va a enviar a sus hoplitas a Samos y conseguirán conquistarla, estableciendo allí un régimen democrático aunque manu militari; entonces, los exiliados samios en la Jonia van a establecer un pacto con el sátrapa Pisutnes de Sardes, la ayuda persa les va a servir para derrotar y expulsar a la guarnición ateniense que va a ser cautivada por los persas; los victoriosos oligarcas samios se dirigen a atacar a Mileto y Pericles al frente de un importante ejercito va a derrotar a la flota samia y pondrá sitio a la propia polis de Samos.
No obstante, Pericles debe ausentarse, lo que será aprovechado por los asediados para conseguir la destrucción de una parte sustancial de la flota ateniense que estaba anclada en la rada. Tras la vuelta de Pericles, que se había visto obligado a hacer frente a una escuadra tiria que les atacaba, con 90 navíos, la caída de Samos se va a tornar inevitable; tras nueve meses de asedio van a abatir sus fortificaciones, entregarán sus naves a Atenas y deberán pagar, en concepto de indemnizaciones por gastos de guerra la cantidad de 1276 talentos (cada talento equivaldría a 52.174 pesetas).
XVIII.-LA HEGEMONÍA ATENIENSE EN LA ÉPOCA DE PERICLES-
La alianza de todos los helenos, alrededor de la polis de Atenas, tras la derrota de los persas del Gran Rey Jerjes, fue una symmachia o alianza militar para defenderse globalmente de la posible vuelta del ejército persa, pero el hegemón de esta pseudofederación militar de poleis va a ser la hegemónica Atenas.
«Los atenienses, después de haber aceptado el mando supremo de esa manera, por haberlo querido los aliados a causa del odio que tenían a Pausanias, determinaron a qué ciudades se les debía proporcionar dinero contra los bárbaros y a cuáles las naves para hacer la guerra contra éstos: pues el pretexto era el de vengarse de lo que habían sufrido saqueando el país del Gran Rey. Y entonces, por vez primera, se constituyó entre los atenienses una magistratura, la de los helenótamos, quienes recaudaban los tributos, porque esa contribución de dinero fue llamada así. El primer tributo fue fijado en cuatrocientos sesenta talentos; ellos tenían el tesoro [público] en Delos y las asambleas se reunían en el templo» (Tucídides, op. cit. I, 96. “Se crean los helenótamos”).
Se va a crear el primer tributo o phoros que va a ser gestionado por los tesoreros de los griegos o hellenotamiai, que se va a depositar en el templo de Apolo en Delos; las decisiones políticas se tomaban en común. Tucídides escribe que la autoridad de Atenas iría in crescendo entre el final de las guerras médicas y el comienzo de las homónimas del Peloponeso (431-404 a. C.).
En estos más de cinco lustros que van a transcurrir, los aliados de Atenas comenzarán a transformarse en súbditos o hypekooi.
«Primeramente tomaron por asedio a Eión, sobre el río Estrimón [en la Tracia], ocupada por los medos, y la redujeron a esclavitud, siendo su general Cimón, hijo de Milcíades. Después redujeron también a esclavos a los dólopes que habitaban la isla de Esquiros, en el mar Egeo, y en ella colocaron una colonia propia. Tuvieron una guerra contra los habitantes de Caristo [ciudad al sur de Eubea, en las faldas del monte Oca y famosa por sus mármoles], sin que las otras ciudades de Eubea intervinieran, y al mismo tiempo se reunieron para un acuerdo. Después de esto hicieron la guerra a los naxios, que se habían sublevado, y los redujeron por asedio; y esta ciudad fue la primera de las aliadas que fue sojuzgada contra lo establecido, pero pronto llegó para las otras la misma suerte» (Tucídides, op. cit., I, 98. “Atenas extiende sus conquistas”).
Solo las poleis de Quíos, de Samos y de Lesbos aportaban sus respectivas flotas para la defensa común de los intereses globales y no pagaban, por consiguiente, el mencionado canon, por lo que el susodicho phoros era un prístino signo de dependencia. El impuesto se revisaba cada cuatro años y se abonaba anualmente, con ocasión de las grandes fiestas religiosas de las Panateneas (23 a 30 de julio en honor de Palas Atenea, la diosa políada de Atenas).
Si las ciudades no estaban de acuerdo en la cuantía que se les fijaba y que se comunicaba a sus embajadores, les era posible apelar ante la Heliea o tribunal popular. A continuación, la Boulé fijaba la lista definitiva y la ratificaba. Los magistrados atenienses eran los encargados, en las poleis aliadas, de vigilar que los fondos pactados llegasen a la polis del Ática, en los albores de la primavera y con ocasión de las fiestas religiosas de las Grandes-Dionisiacas; los que se retrasaban en el pago eran multados.
La Boulé o Asamblea de los Quinientos se encargaba de realizar el registro de los pagos y enviaba el dinero a los hellenotamiai, que eran los tesoreros encargados de gestionar las finanzas de la Liga de Delos.
El primer phoros lo estableció Aristides en el año 478 a. C. y tenía un montante de 460 talentos; el número de aliados obligados al pago iría variando desde 150 hasta 200 salvo en el caso de Egina que, por causa de su rebeldía flagrante, sería castigada, en los años 454-453 a. C., con 30 talentos.
El phoros era una especie de pago debido, por la ineluctable fidelidad hacia Atenas, por parte de sus aliados, para la defensa común, pero tras las guerras médicas (500-440 a. C.) y la paz de Calias (449 a. C.) realizada entre la Liga de Delos, dirigida por los atenienses, y los persas, para dar por finalizadas las Guerras Médicas, las cuestiones monetarias variarían.
Se tiene la certeza de que sería del tesoro de la Liga-Ática-Délica de donde se cogieron los necesarios fondos para las grandes obras arquitectónicas de la Acrópolis ateniense, cuya iniciativa se debe atribuir a Pericles. El 50% del phoros entre los años 449 y 433 a. C. fue para allí, obviamente los aliados protestaron y, entonces, Pericles con su habitual cinismo respondió a las cuitas de sus aliados, sin ambages, y tal como lo refiere Plutarco:
«Los aliados no proporcionan ni caballeros, ni navíos, ni hoplitas; solo aportan dinero. Pues bien, el dinero ya no pertenece a los que lo dan, sino a los que lo reciben, con tal que procuren los servicios en cuyo pago lo han recibido» (Plutarco. “Pericles”, apud C. Mossé, op. cit., pág. 99).
Aunque sí era cierto que el global del poderío militar de la Liga Délica se sustentaba sobre el poderío naval de Atenas y, precisamente, de las otras tres poleis que no pagaron el phoros, a saber: Quíos, Lesbos y Samos, por no estar obligadas a ello; y a medida que la hegemonía ateniense se transformaba en arche o poder político, bajo la batuta rectora de Pericles, la capital del Ática dirigiría con suma prepotencia todo el complejo edificio de las poleis aliadas.
Además, Atenas, controlaba las fidelidades de las demás por medio del establecimiento de guarniciones militares atenienses permanentes o cleruquías, en las que los hoplitas eran pagados con lotes de tierras, lo que incrementaba su estancia en la zona de que se tratase, aunque 1/10 de los lotes se reservaban para los dioses. En ocasiones estos clerucos eran ciudadanos pobres que así podían medrar.
«Pero los otros hombres que Paques había enviado como los principales de la rebelión fueron condenados a muerte y ejecutados por los atenienses según la propuesta de Cleón (eran poco más de mil); los atenienses destruyeron las murallas de los mitileneos y se apoderaron de sus naves. Y después no impusieron un tributo a los lesbios, pero dividiendo el territorio, exceptuando el de Metimna, en tres mil lotes, se reservaron trescientos como sagrados, para los dioses [para el culto de los templos], y a los otros enviaron unos colonos atenienses sacados a suerte; los de Lesbos se comprometieron a pagar a estos colonos una renta anual de dos minas por lote, y ellos mismos cultivaban la tierra. Los atenienses se apoderaron también de las ciudades del continente que dominaban los mitileneos; quedaron desde entonces sometidos a Atenas. Tales fueron los hechos de Lesbos» (Tucídides, op. cit. III, 50. “Desenlace de la situación de Lesbos”).
De esta forma, Atenas, tenía como fin último y principal el que sus poleis aliadas pagasen el phoros o contribución económica y, por consiguiente, deseaba que fuesen los ciudadanos más ricos aquellos que estuviesen, siempre, al frente de sus ciudades aliadas y, de esta forma, se comprometían dinerariamente. Pero la mentalidad va a variar, de forma sustancial, cuando se produzca la guerra del Peloponeso contra los lacedemonios, ya que Atenas transformará ese enfrentamiento bélico contra sus irredentos enemigos del Peloponeso en una lucha de tipo ideológico, que exigía soluciones democráticas para la gobernación de las ciudades aliadas de los atenienses.
Atenas poseía magistrados en las poleis aliadas para que se encargasen de vigilar o episkopoi las fidelidades de esas urbes, que, para más inri, podían ser arcontes en ellas. Los asuntos privados de los ciudadanos aliados estaban sujetos a los acuerdos o symbola con Atenas, aunque la hostilidad o el incumplimiento de los pactos subscritos y que concernía a los asuntos públicos recibía la pertinente sanción directamente desde la Boulé o desde el tribunal de la Heliea o Popular, con todo ello los ciudadanos aliados tenían que ir a litigar sus pleitos ante los tribunales de Atenas.
Pero, a pesar de todo, cada polis acuñaba su propia moneda, y el símbolo de cada una de ellas era el signo más visible de su autonomía; por lo que lo que antecede agrava y descalifica más, si cabe, el deseo ateniense de imponer su moneda al resto de sus aliados, decisión que fue tomada alrededor de la época de la paz de Calias.
«Las acuñaciones atenienses más antiguas se remontan a la época de los pisistrátidas. Rápidamente, gracias sobre todo a la explotación de los yacimientos argentíferos del Laurión, las “lechuzas” atenienses, que llevaban en el anverso la cabeza de la diosa protectora de la ciudad, Atenea, y al reverso el ave símbolo de esta divinidad, se convirtieron en monedas buscadas en todo el mundo mediterráneo por su gran contenido de plata y la calidad de su grabado. Pero el decreto que hizo votar un tal Clearco tenía otras intenciones sin relación con el valor intrínseco de las monedas atenienses. Se trataba de prohibir a los aliados el uso de los pesos y medidas y de todas las acuñaciones de moneda que no fueran las de Atenas» (C. Mossé, op. cit., pág. 103).
-PLATÓN DE ATENAS-
Se han aducido varias razones para la existencia de esta medida, tan claramente tiránica o dictatorial, todas ellas plausibles pero ninguna definitiva; lo único claro es que de esta forma los aliados se convertían en súbditos, y la preeminencia y la prelación de Atenas eran evidentes.
Lo que está fuera de toda discusión, es que, tras la finalización de las cruentas guerras contra los persas y la adopción del decreto de Clearco, la expansión monetal por el territorio del mar Egeo fue ineluctable y, por consiguiente, las cecas locales fueron desapareciendo hasta que la prepotente política ateniense fue castigada por la mediación de las victorias militares lacedemonias, en la Guerra del Peloponeso, que ya estaban en lontananza.
Por lo tanto, el pseudoimperialismo de Atenas no va a tener una única dimensión económica, ya que existen tres textos que explicitan, sin circunloquios, las consecuencias ulteriores del mismo.
«Una vez más hemos de volver a la célebre “Oración fúnebre”. Tucídides, en efecto, hace decir a Pericles: “Vemos llegar hasta nosotros, gracias a la importancia de nuestra ciudad, todos los productos de la tierra entera, y los bienes proporcionados por nuestro país son para que los disfrutemos tanto como los del resto del mundo”. De lo mismo se hace eco el autor de la República de los atenienses: “Todo cuanto hay de delicioso en Sicilia, Italia, Chipre, Egipto, Lidia, el Ponto, el Peloponeso o en cualquier otro país, todo eso fluye al mismo mercado gracias al imperio del mar”. Y más tarde añade: “Únicamente los atenienses son capaces de reunir en sus manos las riquezas de griegos y bárbaros. Si una ciudad es rica en madera adecuada a la construcción de barcos, ¿dónde la venderá si no se entiende con los amos del mar? Y si una ciudad es rica en hierro, en cobre, en lino, ¿dónde los venderá si no se entiende con los amos del mar?» (C. Mossé, op. cit., pág. 104).
El centro inevitable de todos esos intercambios, con sus instalaciones ya terminadas y preparadas para ello, es ya el puerto de Atenas, es decir El Pireo. Por lo tanto, el dominio que, sobre el mar, poseen los atenienses asegura la llegada, a la polis, de los necesarios alimentos cerealísticos para abastecer a sus ciudadanos o los materiales que van a permitir, a Atenas, construir los navíos de sus poderosas flotas de guerra y comercial.
El control que poseía la polis sobre las mercancías tenía relación directa con el nivel de las tasas que gravaban tanto a los productos entrantes como a los salientes, y este tipo de comportamientos no denotaban ningún tipo de tactismo imperialista.
«Y únicamente cuando la guerra amenazó el abastecimiento de la ciudad, los atenienses se preocuparon de controlar más estrechamente los convoyes de trigo procedentes del Ponto Euxino y de asegurarse de alguna manera un quasi-monopolio de este comercio» (C. Mossé, op. cit., pág. 105).
Como resumen final se puede indicar que, durante el período de mando de Pericles, su planificación económica incrementará la prosperidad de la polis y de sus ciudadanos, además el abonar sueldos a los marineros reclutados entre los ciudadanos más pobres y las cleruquías van a producir un equilibrio evidente entre todos los ciudadanos atenienses. Por lo tanto, hasta el comienzo de la terrible guerra civil contra Esparta o del Peloponeso, el imperialismo de la capital del Ática no será de tipo económico, por el contrario, el término definido como arché se refiere a una autoridad dictatorial tiránica política y militar en Atenas, que va a transformar a sus aliados en súbditos. Aquí está el quid de la Guerra del Peloponeso y, por consiguiente, Pericles será el máximo responsable.
XIX.-PERICLES Y SU INFLUJO EN LA GUERRA DEL PELOPONESO-
«Tucídides de Atenas ha escrito la historia de la guerra de los peloponenses y atenienses, cómo pelearon entre sí, dando comienzo a su obra tan pronto empezaron las hostilidades y teniendo la convicción de que llegaría a ser grande y la más importante de todas cuantas le habían precedido, deduciéndolo por el hecho de que iban ambos pueblos estando en la plenitud de sus fuerzas y con todos los medios para ello y al ver que los demás pueblos griegos se alineaban a uno u otro bando, unos en seguida, otros teniendo la intención de hacerlo. Pues llegó a ser en efecto la mayor conmoción que tuvieron jamás los griegos, una parte de los bárbaros y, por así decirlo, también la mayoría de los hombres. Era cosa imposible el hallar con claridad la verdad sobre los acontecimientos anteriores o de una época más lejana, pero, de acuerdo con las pruebas que he recogido al remontarme a la más lejana antigüedad, se llega a creer que, así opino, ellos no han llegado a su grandeza ni por las guerras ni por ninguna otra cosa» (Tucídides. Op. cit., I, 1. “Prefacio”).
Tucídides (c. 461-411? a. C.) no terminó la narración de la Guerra del Peloponeso (431-404 a. C.), ya que falleció antes, tras volver del destierro (20 años) por haber sido derrotado como estratego ateniense por el espartano Brasidas en la Toma de Anfípolis, por consiguiente su narración va a abarcar los años 431-411 a. C. El gran enfrentamiento bélico finaliza con la victoria ineluctable de los lacedemonios, y también fallecería Pericles en el año 429 a. C., quien era el indiscutible artífice de la política ateniense.
XX.-LOS ACONTECIMIENTOS DE CORCIRA Y DE POTIDEA-
La ruptura de la tregua-paz de los treinta años entre Atenas y Esparta se va a producir, en primer lugar, por el enconamiento de las relaciones entre Corinto y la capital del Ática. Todo va a comenzar con la debacle de la tiranía de los cipsélidas, en la polis del istmo, que había sido fundada por Cipselo (de 455 a 425 a. C.); quien estaba emparentado con la familia de los baquíadas, la cual era una familia aristocrática de origen heráclida y que gobernaría Corinto, tras la caída de los primitivos reyes, entre los siglos VIII y VII a. C., y por cuyo poder, que era el patognomónico de los terratenientes, se fundarían las colonias de Siracusa y Corcira.
El susodicho Cipselo, apoyándose en el campesinado, funda colonias en la Jonia; su hijo, Periandro, sería uno de los denominados como Siete Sabios de Grecia y gobernaría en Corinto desde el año 425 hasta el 385 a. C.
Pero en este momento histórico, tras la debacle política de los cipsélidas, Corinto estaba bajo la hégira de Esparta y, además, controlaba, en cierta medida, el Occidente del mar Mediterráneo, por medio de su colonia siciliana de Siracusa, aunque el control de la metrópoli era cuestionado por otra de sus colonias, Corcira, que había sido fundada por la polis de Epidamno en la entrada del golfo de la Jonia, con algunos colonos también procedentes de Corinto, y otros propiamente corciros.
Por esa neapolis se van a enfrentar las dos metrópolis, en una gran batalla naval (en el promontorio de Leucimna) de la que va a emerger Corcira como hegemónica, como esperaban la inevitable revancha de su antigua y rencorosa madre patria, Corcira pidió ayuda urgente a Atenas, entonces Corinto hizo lo mismo, y en la asamblea de Atenas ambas embajadas contendieron por sus mutuos reproches y agravios. Atenas estuvo dudando, un tiempo, entre a cuál de los dos adversarios apoyar, ya que teme que una intervención de su milicia provoque la ruptura de su dilatada tregua con los lacedemonios y, entonces, la todopoderosa milicia de los espartanos se ponga en marcha hacia el norte.
Por todo ello, Atenas, solo se comprometió a defender a Corcira si Corinto la atacase, y solo se limitaría a enviar una flota defensiva de diez barcos mandada por uno de los hijos, Lacedemonio, de Cimón y por otros dos estrategos, con la orden taxativa de intervenir en el único supuesto de que Corcira fuese atacada. Entonces, Atenas y Corinto se enzarzaron en una batalla naval (año 431 a. C.) en las islas Sibota, que tuvo un resultado bélico incierto.
El segundo casus belli tendría relación con la polis de Potidea, que se habría pasado del bando de Corinto al de Atenas. Entonces, en el año 432 a. C., la flota de los atenienses se va a dirigir hacia dicha polis para exigirle rehenes que asegurasen su fidelidad; el asedio va a comenzar y, de forma inexplicable, Potidea va a rechazar la ayuda de Corinto, por lo que esta última polis va a pedir ayuda a la Liga del Peloponeso, que dirige Esparta.
En la asamblea de Laconia los delegados corintios y atenienses defendieron sus enfrentados presupuestos políticos, aunque los embajadores de Atenas no perdieron la ocasión para recordar a los peloponesios cómo ellos habrían sido los salvadores de todos los helenos en la pasada guerra contra los persas. Atenas desea la paz y que los tratados se cumplan, pero si Esparta desea la guerra, Atenas estará presta y dispuesta para ese drama de enfrentamiento civil.
«Deliberad, pues, con lentitud sobre cuestión tan importante y no os dejéis llevar por molestias personales de unas ideas y acusaciones que os son extrañas. Antes de que os lancéis a una guerra, pensad bien todas las contingencias, que no son pequeñas; porque cuando se prolonga, generalmente multiplica los cambios adversos, de los que nosotros nos hallamos alejados por igual y sin que pueda conocerse cuál de las dos partes correrá el mayor peligro. Y los hombres van a la guerra ejecutando primero los actos que convenía ejecutar después, y cuando ya se sufren las malas consecuencias de ella se recurre al diálogo. Mas nosotros, que no hemos cometido todavía esta falta ni vemos que vosotros os encontréis en ella, nosotros os decimos, mientras que los dos tenemos voluntariamente prudencia, que no rompáis los tratados ni violéis los juramentos, sino que resolváis las diferencias por la vía de la justicia según la alianza; pero, si no, nosotros, poniendo por testigos a los dioses protectores de los juramentos, intentaremos defendernos empezando la guerra por la ruta que vosotros nos habéis trazado» (Tucídides. I, 78, op. cit. “Fin del discurso de los atenienses”).
La asamblea espartana comenzó a deliberar y uno de sus dos reyes, Arquídamo, va a aconsejar la paz, pero, asimismo, que Laconia se vaya preparando para la guerra, aunque uno de los éforos o magistrados supremos de los lacedemonios (conformaban un colegio de cinco cada año. Tenían el control sobre la diarquía o dos reyes y sobre el resto de los magistrados), llamado Estenelaidas denunciará las constantes violaciones de la paz por parte de Atenas y, con ello, conseguirá que los aliados peloponesios de los espartanos se preparen para la guerra, si esta es la decisión de una asamblea deliberativa que se va a crear a tal efecto.
«“Después de haber dicho esas cosas ante la asamblea de los lacedemonios, él mismo, en calidad de éforo, puso a votación la cuestión. Y él (pues se decidía por aclamación y no por escrutinio) manifestó que no distinguía la fuerza del grito, sino que, queriendo que ellos, declarando abiertamente su opinión, se inclinaran más a hacer la guerra, dijo: ‘Aquellos de vosotros, lacedemonios, a quienes les parece que los tratados han sido rotos y los atenienses son injustos, que se levanten para ir a aquel sitio [señalándoles uno]; que los que son de otra opinión, que vayan al otro’. Y habiéndose levantado se separaron y aquellos a quienes les pareció que los tratados habían sido violados fueron mucho más numerosos. Y después de llamar a los aliados, les dijeron que ciertamente les parecía que los atenienses eran culpables, pero que querían también, después de convocar a todos los aliados, proponer el sufragio para que hiciesen la guerra, si les parecía bien, después de haber deliberado en común. Luego de haber hecho estas cosas, se retiraron a sus pueblos y los embajadores de los atenienses se retiraron más tarde, después de haber terminado las negociaciones que les habían traído a Esparta. Y esta decisión de la asamblea respecto a que los tratados habían sido rotos tuvo lugar a los catorce años de la tregua de treinta años, que tuvo lugar como consecuencia de los hechos de Eubea”. “Los lacedemonios votaron que los tratados habían sido rotos y que se debía ir a la guerra, no tanto porque habían sido persuadidos por los discursos de los aliados cuánto porque temían que los atenienses fuesen poderosos cada vez más, al ver que la mayoría [de los países] de Grecia estaban ya sometidos a ellos» (Tucídides, op. cit., I, 87, 88. “La asamblea de Esparta por la guerra”. “Motivos de tal votación”).
XXI.-PROLEGÓMENOS DE LA GUERRA-
En Atenas, los espartanos piden a los atenienses “alejar la mancha contraída hacia la diosa”:
«Durante este tiempo fueron en embajada a los atenienses presentando acusaciones para que tuvieran el mayor pretexto de hacer la guerra, si no se les escuchaba en algún punto. Primero los lacedemonios, habiendo enviado embajadores, invitaban a los atenienses a expiar el sacrilegio de la diosa; el sacrilegio fue éste. Cilón era un ateniense, vencedor en Olimpia, de familia noble y poderosa y que se había casado con la hija de Teagenes de Megara, el cual era a la sazón tirano de la ciudad. El dios le contestó, cuando le consultaba en Delfos, que se apoderara de la acrópolis de los atenienses en la más grande fiesta de Zeus. Habiendo reunido él fuerzas militares de Teagenes, hizo entrar a sus amigos en su plan, y cuando llegó el tiempo en que se celebraban los juegos olímpicos en el Peloponeso, se apoderó de la acrópolis para usurpar la tiranía, habiendo creído que estos juegos eran la más grande fiesta de Zeus y que le concernía a él por haber vencido en los juegos olímpicos. Pero si se había llamado a la más grande fiesta en el Ática o en alguna otra parte por casualidad, él no había pensado en ello ni el oráculo lo había explicado (pues entre los atenienses existen las Diasias, que son llamadas la gran fiesta en honor de Zeus Miliquio, fuera de la ciudad, en la que se sacrifican con todo el pueblo en masa, no víctimas, sino ofrendas de golosinas de uso en el país); pero creyendo interpretarlo bien, puso en ejecución el oráculo. Mas los atenienses, una vez que lo conocieron y acudieron en masa en su ayuda desde los campos contra ellos, rodearon la ciudadela y establecieron su cerco. Como este asedio se prolongaba bastante tiempo, los atenienses, fatigados por el asedio, se ausentaron en su mayoría, después de haber confiado a los nueve arcontes la guarda de la acrópolis y el derecho a disponer con plenos poderes del modo más conveniente según su propio juicio; pues entonces los nueve arcontes administraban la mayor parte de los asuntos del Estado. La situación de los que estaban asediados con Cilón era francamente mala por falta de víveres y de agua. Cilón y su hermano se escaparon; y los otros, como estaban sitiados e incluso algunos morían de hambre, se sentaron suplicantes cerca del altar que está en la acrópolis. Los atenienses que habían sido encargados de su vigilancia, al ver que morían en un lugar sagrado, hicieron que se levantaran prometiéndoles que no les harían daño alguno; pero, después de haberlos retirado, los mataron; en el camino mataron también a algunos que estaban sentados al pie de los altares de las diosas venerables. Y después de este suceso, ellos y la raza descendiente de ellos fueron llamados impíos y sacrílegos de la diosa. Los atenienses arrojaron, pues, a estos impíos, y Cleómenes, lacedemonio, los expulsó más tarde, de acuerdo con unos atenienses que pertenecían a una de las facciones que dividían a Atenas, arrojando a los vivos y exhumando los restos de los muertos para sacarlos fuera del país; regresaron, sin embargo, más tarde y sus descendientes están todavía en la ciudad» (Tucidides. I, 126, op. cit., “Embajada de Esparta en Atenas”).
Las críticas iban dirigidas hacia Pericles que, como alcmeónida por parte de madre, sobre él pesaba la mancha sacrílega unida a la represión política de la tentativa de Cilón.
«Los lacedemonios exigían, pues, expiar este sacrilegio, deseando ante todo en verdad la venganza de la ofensa a los dioses; pero sabiendo que Pericles, hijo de Jantipo, estaba implicado en el sacrilegio por su madre, pensaban que si era desterrado las cosas de los atenienses les irían más favorables. Sin embargo, ellos esperaban menos su destierro que el desacreditarle ante los ciudadanos, como siendo por este baldón una de las causas de la guerra. Éste era el hombre más poderoso de los de su época, y dirigiendo el gobierno se oponía en todo a los lacedemonios y no permitía que se les cediera; él empujaba a los atenienses a la guerra» (Tucídides, op. cit., I, 127. “Exigencias de los lacedemonios”).
-TUCÍDIDES-
Por lo tanto, Atenas exige a Esparta a que aleje otras “manchas” de las que fuesen responsables los lacedemonios, pero los espartanos exigen que se abandone el asedio de Potidea, que se derogue el decreto que prohibía a Megara el acceso al puerto del Pireo y al Ágora ateniense, y que se respete la autonomía de las poleis egeas.
«Los lacedemonios, en su primera embajada, impusieron esas condiciones y recibieron las contraindicaciones con respecto a los sacrilegios; viniendo luego más tarde ante los atenienses, les invitaron a retirarse de Potidea y a dejar a Egina independiente; pero sobre el punto en que insistieron sobre todo y de una manera formal fue en la abolición del decreto que cerraba a los megarenses los puertos bajo el dominio de los atenienses y el mercado del Ática, previniéndoles que, de no anularlo, habría guerra. Pero los atenienses ni escucharon ninguna de las otras reclamaciones ni abolieron el decreto, reprochando a los megarenses el que cultivaran las tierras sagradas y las que no tenían límites, como también el asilo dado a los esclavos fugitivos. Y finalmente, llegados de Lacedemonia los últimos embajadores, Ranfio, Melasipo y Agésandro, no añadieron nada nuevo a lo dicho anteriormente, sino tan solo esto: “Los lacedemonios quieren la paz, y habría si dejarais vosotros independientes a los griegos”. Los atenienses, habiendo reunido una asamblea, propusieron a cada uno que expresara su opinión, y les pareció que después de haber deliberado se daría a los lacedemonios una respuesta definitiva sobre todas las reclamaciones. Se presentaron en la tribuna muchos oradores y se sostuvieron estas dos opiniones: que la guerra era necesaria y que el decreto no debía ser un obstáculo para la paz y que debía abolirse. Entonces Pericles, hijo de Jantipo, el primer ciudadano de Atenas en esta época, el más hábil para hablar y para obrar, aconsejo esto:» (Tucídides, op. cit., I, 139. “Última embajada de Esparta en Atenas”). Que se debería resistir claramente frente a los lacedemonios y sus aliados: “las malas intenciones de los lacedemonios con respecto a nosotros eran, ya hace mucho tiempo manifiestas y lo son más que nunca”. «¡Oh, atenienses!, yo me atengo siempre a la misma opinión de que no cedamos a los lacedemonios, aunque sabiendo que los hombres no ponen el mismo ardor cuando se convencen a pelear que cuando ya están en la acción y que sus opiniones cambian según los acontecimientos. Yo me veo, pues, en la necesidad de repetiros todavía hoy los mismos consejos y yo os pido a los que compartís mi opinión que mantengáis, incluso en caso de reveses, nuestras decisiones comunes y que, en caso de éxito, no las queráis atribuir a vuestra inteligencia. Porque es admisible que los acontecimientos de las cosas marchen con tanta inconsecuencia como los pensamientos del hombre; por lo que también nosotros acostumbramos acusar a la fortuna en todo lo que puede llegar contra la razón. Los lacedemonios ya nos han dado pruebas de su mala voluntad, y en la actualidad no menos. Porque, si bien los tratados dicen que las diferencias recíprocas serán solucionadas de modo amistoso, conservando los dos lo que tenemos, no han pedido todavía un arbitraje y no aceptan lo que les ofrecemos; ellos prefieren que las diferencias se resuelvan por la guerra a que se discutan, y se presentan con imposiciones y no con reclamaciones. Porque ellos nos conminan a que levantemos el asedio de Potidea, a devolver a Egina su independencia y a abolir el decreto de los megarenses; y los últimos embajadores que han llegado nos ordenan incluso que devolvamos la independencia a todos los griegos. Que ninguno de vosotros piense que se haría la guerra por un motivo tan fútil como el mantener el decreto de los megarenses, que es lo que nos ponen por delante, sobre todo, diciendo que la guerra no llegaría a producirse si quedaba abolido; y no conservéis en vuestros corazones el reproche de que vosotros habéis hecho la guerra por una trivialidad. Porque ese algo de trivialidad tiene en él la seguridad y la prueba de toda vuestra entereza en la decisión. Si vosotros les cedéis hoy, mañana os harán una intimidación más fuerte, como que habéis cedido por miedo; pero manteniendo la firmeza, les habréis demostrado claramente que es necesario dirigirse a vosotros en pie de igualdad» (Tucídides, op. cit. I, 140. “Discurso de Pericles a favor de la guerra”).
Pero, Laconia pretende que sus exigencias, para mantener la paz de los Treinta Años, no tengan contrapartidas equiparables, “al preferir, para resolver los puntos en litigio la guerra a la discusión”. Pericles hace notar que renuncia al decreto de Megara, lo que conllevaría ceder a la arbitrariedad y a una supuesta prepotencia de los espartanos, que plantearía nuevas exigencias innegociables.
«Desde este momento, pues, pensad con detención o en obedecer sumisamente antes de haber sido injuriados en algo o, si vosotros hacéis la guerra, lo que, según mi parecer, es la mejor solución, en no doblegaros por motivo alguno, grave o trivial, y en guardar sin miedo lo que poseéis. Porque la esclavitud es la misma cuando la reclamación del derecho, ya sea la más grande, ya la más pequeña, se impone a los vecinos por unos iguales antes de todo juicio. Mas en cuanto a las cosas de la guerra y de los recursos de ambas partes, sabed que nosotros no seremos inferiores, atendiendo los detalles que os expongo. Los lacedemonios viven del trabajo de sus manos; no tienen riquezas privadas ni tesoro público; además, son inexpertos en guerras largas y de ultramar; su pobreza hace que no tengan entre ellos luchas sino de corta duración. Tales pueblos no pueden enviar fuera naves equipadas ni ejércitos de tierra, estando a la vez fuera de su territorio y agotando sus recursos y además estándoles prohibido el mar; y las reservas de dinero más que las cargas forzadas sostienen la guerra. Los trabajadores pobres están más dispuestos a hacer la guerra con sus personas que con sus riquezas; porque tienen siempre la esperanza de escapar del peligro y están seguros de haber gastado todos sus bienes antes de acabar la guerra especialmente si ella se prolonga, como es probable, más allá de lo que esperaban. Los peloponenses y sus aliados son bastante fuertes para resistir a todos los griegos juntos, si se trata tan solo de una batalla; pero no pueden sostener una guerra contra una potencia rival que tiene recursos completamente diferentes. No poseyendo un consejo único, no pueden poner en práctica rápidamente una determinación imprevista, y, al ser iguales por el derecho de voto, pero distintos por su raza, cada uno se preocupa de lo que a él respecta, debido a lo cual nada suele llegar a buen término. Y, en efecto, unos quieren vengarse de alguno, otros lesionar lo menos posible sus intereses propios. Reuniéndose de vez en cuando, conceden corto espacio a los asuntos generales y consagran mucho tiempo a sus asuntos privados. Cada uno piensa que no se perjudicará por su negligencia y que otro atenderá por él a los asuntos comunes, de manera que, al opinar todos en particular así, el interés común queda perdido por completo» (Tucídides, op. cit., I, 141. “Prosigue el discurso de Pericles”).
Entonces, Pericles alardea de la superioridad de una polis, como es Atenas, que posee una armada magnífica y dinero bastante; enfrente está Esparta, que está conformada por campesinos indoctos y que son nulos en lo que se refiere a su experiencia bélica marinera, pero, Pericles demuestra cierta torpeza intelectual al no tener claro que los espartanos van a fortificar algún lugar en el Ática y desde ahí van a dañar a la sociología ateniense por medio de depredaciones o favoreciendo las deserciones de los esclavos, lo que se iba a producir cuando el rey Agis II de Esparta se apoderó de la fortaleza de Decelía y liberó a unos veinte mil esclavos.
«Pero lo esencial sigue siendo el acento que pone el orador en lo que cuenta para él, la evidente superioridad de Atenas, el poderío de su flota y el conocimiento “técnico” de sus marinos, ciudadanos y metecos. Ya se anuncia la estrategia que se adoptará una vez fracasadas las últimas negociaciones: hacer de Atenas una isla, renunciando deliberadamente a la defensa del territorio donde los lacedemonios y sus aliados podrían revelarse superiores. Sin embargo, Pericles no concluía rechazando categóricamente cualquier vuelta a las negociaciones. Para volver a afirmar de inmediato que, a su parecer, la guerra era inevitable. De hecho, antes incluso de que las negociaciones se rompieran definitivamente, un ataque imprevisto de los tebanos en Platea, la aliada tradicional de Atenas, marcaba el inicio de las hostilidades» (C. Mossé, op. cit., págs. 114-115).
«“Y si habiendo empleado los tesoros que se hallan en Olimpia y en Delfos, ellos intentan por una mayor soldada arrebatarnos a los extranjeros de nuestros marineros, sería una cosa terrible, si nosotros fuéramos incapaces de luchar, embarcándonos nosotros y los metecos; pero hoy en día nosotros tenemos esta ventaja y, lo que es primordial, nosotros encontramos, entre los ciudadanos, pilotos, y, para los demás servicios, gentes más numerosas y mejores que todo el resto de la Grecia. Y en el momento de peligro, ningún extranjero aceptaría, por unos días de una soldada crecida, ir a unirse a ellos con menos esperanza de victoria y con el miedo de ser desterrado de su propio país. Me parece a mí que tales son las circunstancias de los peloponenses; las nuestras, al contrario, lejos de estar sujetas a causas de inferioridad que yo acabo de indicar, tienen además sobre las de ellos otras ventajas considerables. Y si ellos invadieran nuestro país por tierra, nosotros nos haríamos a la mar para lanzarnos sobre el suyo, y no sería de igual importancia el devastar una parte del Peloponeso que toda el Ática entera; porque ellos no tendrán en verdad otro país para ocupar sin lucha y nosotros tenemos cantidad de territorios en las islas y en el continente; porque el imperio del mar es grande. Considerad, en efecto: si nosotros fuéramos insulares, ¿qué hombres serían más inexpugnables que nosotros? Y ahora es necesario pensar en hacernos a esta idea, la de abandonar el territorio y las granjas para dedicarnos a la guarda del mar y de la ciudad y la de que, encolerizados por esto, no lleguemos a las manos con los peloponenses, que son mucho más numerosos (porque si llegan a vencer, nos combatirán otra vez con fuerzas no inferiores y al menor contratiempo nos harán perder el apoyo de nuestros aliados, de donde nos viene la fuerza; porque ellos no permanecerían inactivos, al no ser suficientes para hacer una expedición contra ellos), y de considerar como grave la destrucción no de las granjas y cosechas, sino la de las personas; porque no son por las cosas que se adquieren los hombres, sino que son éstos los que adquieren las cosas. Y si yo pensara poder persuadiros, os diría que vosotros mismos salierais de la ciudad para destruir estas cosas y demostrar así a los peloponenses que vosotros no os sometéis para conservar por lo menos eso”. “Pero yo tengo también muchas otras razones de esperar sobrevivir, mientras que no pretendáis, mientras lucháis, ensanchar vuestro imperio y exponeros voluntariamente a los peligros; porque yo temo más a nuestras propias faltas que a las intenciones de los enemigos. Pero estas cosas serán demostradas también en otro discurso al mismo tiempo que los hechos; mas ahora reexpedid a estos embajadores con la respuesta de que nosotros permitiremos que los megarenses hagan uso del mercado y de los puertos, si los lacedemonios no realizan la expulsión de los extranjeros, de nosotros y de nuestros aliados, ya que ni aquello ni esto es un obstáculo en el tratado, y que nosotros dejaremos la independencia a las ciudades, si así lo consignamos en el tratado de paz que sean independientes y cuando ellos también habrán devuelto a las ciudades de ellos dependientes el derecho de gobernarse, no según los intereses de los lacedemonios, sino de la manera que cada uno entienda; que nosotros queremos someternos a un arbitraje con arreglo al tratado y que nosotros no empezaremos la guerra, pero que los rechazaremos si la inician. Ésta es la respuesta justa y conveniente a la vez a nuestra ciudad. Mas es necesario saber que la guerra es inevitable, y si nosotros la aceptamos muy de buen grado, nosotros sentiremos menos el peso de los enemigos; y qué en medio de los mayores peligros, los más grandes honores llegan para un Estado y para un particular. Por ejemplo, nuestros padres, que resistieron a los medos, no tenían al principio tantos recursos como nosotros, pero, habiendo abandonado incluso sus bienes, rechazaron al bárbaro y llevaron adelante estos bienes a este estado de prosperidad, con más resolución que fortuna y con más audacia que poderío. No se debe quedar inferiores a ellos, sino rechazar al enemigo con todos los medios posibles y tratar de no transmitir a nuestros descendientes todas esas cosas en un estado de inferioridad”» (Tucídides, op. cit., I, 143 y 144. “Sigue el discurso de Pericles”. “Termina el discurso de Pericles”).
XXII.-EL INICIO DE LA GUERRA-
La guerra se torna inevitable, y ambos contendientes van a buscar aliados donde les sea posible. Esparta va a enviar embajadores ante la corte del Gran Rey de Persia para poder obtener los subsidios necesarios para la concusión y, asimismo, a sus aliados de la Magna Grecia (Tarento) y a Siracusa. Atenas hará lo propio con los territorios limítrofes de Laconia, entre otras poleis las de Corcira, Cefalonia, Zacinto y Acarnania. Los peloponesios van a reunir a sus hoplitas en el istmo de Corinto. El rey Arquídamo va a enviar la última embajada de paz a Atenas, pero Pericles se va a negar a todo tipo de tratos con los espartanos.
«Tomó entonces una decisión destinada a evitar cualquier equívoco sobre la existencia de vínculos de hospitalidad entre él y el rey espartano: declaró ante la asamblea qué si sus tierras no se veían sometidas al mismo pillaje que las de los demás atenienses, se las cedería a la ciudad, para no ser objeto de sospecha alguna. Al mismo tiempo, pedía a los atenienses las fuerzas de que dispusieran, en especial las importantes reservas de dinero, hombres y también las fortificaciones inexpugnables. Y frente a la próxima invasión del Ática que anunciaba la reunión de los enemigos en el istmo de Corinto, preconizó el abandono de los campos, llevando mujeres y niños al interior de las murallas, mientras los rebaños eran dirigidos hacia Eubea» (C. Mossé, op. cit., pág. 115).
El descontento de los atenienses fue muy importante por estas decisiones de su dirigente, ya que intramuros la situación de su modus vivendi era horrible.
«Después de llegar a la ciudad, pocos de ellos encontraron alojamiento en casa de amigos o de parientes o un refugio, pero la mayoría acamparon en los lugares deshabitados de la ciudad, en los templos y santuarios de los dioses o de los héroes, menos en la Acrópolis, el Eleusinion y los otros lugares cuyos accesos estaban fuertemente vallados. Había al pie de la Acrópolis el recinto llamado Pelárgico, el que estaba prohibido habitar bajo pena de maldición, e incluso lo impedía la fórmula final de un oráculo de Delfos que decía: “Mejor que el Pelárgico esté improductivo”. Sin embargo, por la necesidad presente, fue ocupado totalmente. Y me parece que el oráculo se realizó en sentido inverso de lo que se esperaba; porque no es por la ocupación ilegal del recinto por lo que se abatió la desgracia sobre la ciudad, sino que fue la guerra lo que hizo necesaria su ocupación; el oráculo no precisaba textualmente el caso, pero preveía que no sería ocupado para un lucro. Muchos se instalaron también en las torres de los muros y como cada uno buenamente pudo. La ciudad, en efecto, no era suficiente para el número de los que allí afluían, pero después se distribuyeron por los Largos Muros y la mayor parte del Pireo, en donde se instalaron. Al mismo tiempo, los atenienses se dedicaban a los asuntos de la guerra, reuniendo aliados y preparando una expedición naval de cien naves contra el Peloponeso. Y en estos preparativos se encontraban los atenienses» (Tucídides, op. cit., II, 17. “Dificultades de los refugiados”).
En los albores del verano del año 431 a. C., los espartanos y sus aliados invadieron el Ática y arrasaron Eleusis y la planicie de Trías, avanzando hasta Acarnas, donde el rey Arquídamo permitió que sus hoplitas devastaran el territorio. Los atenienses, encerrados dentro de las murallas de su polis, observaban, con rabia e indignación, el caos que sobre sus propiedades estaban creando los lacedemonios y recriminaban a Pericles su pasividad.
«Pericles, al ver a los atenienses irritados por aquella situación y no dispuestos a las mejores determinaciones y confiando en la rectitud de su juicio de no efectuar la salida, no les convocaba a ninguna asamblea ni reunión, para que, llevados en esos momentos de la cólera más que de la razón, no cometieran error, y defendía la ciudad, en donde mantenía la calma de la manera mejor que podía. Sin embargo, con regularidad, él hacía salir unos jinetes, para evitar que elementos avanzados del ejército enemigo pudieran arrojarse sobre las tierras próximas a la ciudad para devastarlas; y se produjo en territorio frigio un ligero encuentro de la caballería ateniense en unión de unos tesalios con la caballería beocia, en el que los atenienses y los tesalios no tuvieron la peor parte, hasta que los beocios, después de haber recibido la ayuda de la infantería, pusieron a aquellos en huida; hubo varios muertos entre los atenienses y tesalios; sin embargo, pudieron rescatarlos el mismo día sin tener que recurrir a ninguna tregua; y al día siguiente los peloponenses erigieron un trofeo. Estos refuerzos habían sido enviados por los tesalios a los atenienses en virtud de los lazos de una antigua alianza; habían acudido gentes de Larisa, Farsalia, Pirasia, Crannón, Pirasos, Girtón y Feres, mandaban a los de Larisa Polimedes y Aristonus, pertenecientes a partidos opuestos; a los de Farsalia, Menón. Los contingentes de las otras ciudades también tenían sus propios jefes» (Tucídides, II, 22, op. cit. “Firmeza de Pericles. Nuevos aliados de Atenas”).
Entonces, el estratego ateniense ordenó a su flota de cien navíos que se dirigiera hacia el Peloponeso y desembarcara para realizar operaciones de pillaje. Luego conquistaron Egina y expulsaron a sus habitantes, para ya a las órdenes del propio Pericles asolar Megara.
En el siguiente invierno, Pericles, va a pronunciar la renombrada Oración Fúnebre por los caídos atenienses; pero en el siguiente verano, año 432 a. C., los hoplitas peloponesios van a invadir, de nuevo, la región del Ática, lo que coincidiría con una declarada epidemia de peste bubónica en Atenas.
«Y atormentó más a los atenienses, en medio de la enfermedad que imperaba, la evacuación efectuada de los campos a la ciudad y sobre todo a los refugiados. En efecto, como éstos no disponían de casas y vivían en cabañas que la estación hacía sofocantes, la mortandad se producía en medio de un caos; los cuerpos, al morir, se amontonaban unos sobre otros; y había quienes se arrastraban por el suelo, medio muertos, sobre los caminos y hacia todas las fuentes por irrefrenable deseo del agua. Los lugares sagrados en donde se acampaba estaban repletos de cadáveres de los que allí mismo morían. Porque era de tal naturaleza el azote, que los hombres, al no saber qué sería de ellos, se despreocupaban de lo divino y de lo decente. Fueron trastornadas todas las costumbres observadas en los entierros y se enterraba como cada uno podía. Muchos recurrieron a modos indecorosos de enterrar, porque carecían de lo necesario por haber tenido ya muchos muertos entre los suyos. Los unos depositaban sus muertos sobre piras que no les pertenecían, anticipándose a los que las habían preparado, y les prendían fuego; otros tiraban el muerto sobre otro que ya ardía y se marchaban» (Tucídides; op. cit., II, 52. “Detalles consecuentes de realismo”).
Puesto que la muerte estaba a la vuelta de la esquina, era mejor disfrutar al máximo de la vida sin respetar ni a los dioses ni a los hombres.
«La enfermedad dio origen también en la ciudad a otros desórdenes crecientes de índole moral. La gente buscaba con fácil audacia placeres de los que antes se ocultaba, al ver tantos cambios bruscos, de ricos que morían de pronto y de otros que antes no tenían nada y que de la noche a la mañana entraban en posesión de los bienes de los muertos. De modo que, al considerar efímeras las cosas del cuerpo igual que las riquezas, se procuraban satisfacciones rápidas que les produjeran placer. Ninguno tenía ánimo para persistir en un noble propósito ante la incertidumbre de morir antes de alcanzarlo. El placer inmediato y todo lo que a él conducía, he aquí lo que vino a considerarse bello y útil. Nada les detenía, ni el miedo a los dioses ni a las leyes humanas; por un lado, se consideraba igual mostrarse piadoso o no, ya que se veía morir del mismo modo a todo el mundo y, en los actos criminales, nadie esperaba vivir lo suficiente para asistir a su juicio y sufrir el castigo; por otra parte, más grave era ya la sentencia dictada que pendía sobre sus cabezas, y era natural que antes de morir procuraban sacar provecho de la vida» (Tucídides; op. cit., II, 53. “Si uno tenía que morir…”).
Toda la moralidad, entre los ciudadanos atenienses, se perdió, por lo que todo exceso era aceptable. Los espartanos y sus aliados llegaron a la región del Laurión, donde se dedicaron al pillaje. De nuevo, Pericles acudió a su dilatoria táctica habitual y marítima, y envió a su flota al Peloponeso, una vez desembarcados sus soldados, en Epidauro, se van a dedicar a devastar su hinterland, luego siguieron avanzando por los territorios de Trezén, de Halias y de Hermíone, hasta llegar a la conquista de la polis-fortaleza de Prasias, ya en el genuino territorio de Laconia.
Cuando los atenienses regresaron a Atenas, los peloponesios ya se habían retirado del Ática. Entonces, los estrategos Hagnón y Cleopompo llegaron hasta Potidea para forzar más, si cabe, el asedio, pero, desgraciadamente, con sus hoplitas llevaron, asimismo, el germen de la propia peste bubónica, que acabaría con la vida de 1.050 hoplitas atenienses.
De nuevo, en la polis del Ática, los ciudadanos se van a revolver contra Pericles y el estratego ateniense se va a ver obligado a colocar a sus conciudadanos ante la tesitura de anteponer los intereses privados sobre los públicos.
«Se han producido contra mí, y en verdad los esperaba, los síntomas de vuestra cólera (pues comprendo las causas), y por eso he convocado esta asamblea, para refrescar vuestra memoria y reprobaros que sin razón os indignéis contra mí y os dejéis dominar por vuestras desdichas. Pues yo creo que sirve mejor a los intereses de los particulares un Estado en todo su conjunto próspero, que no un Estado que tan solo lo sea en sus habitantes individualmente, pero ruinoso como conjunto. Porque un individuo puede ver que su situación toma un curso favorable, pero si su patria se arruina, él no se arruina menos con ella; mientras qué si él es desgraciado y su patria afortunada, tiene muchas más posibilidades de salvarse. De este modo, desde el momento en que el Estado puede soportar las desdichas de los individuos, mientras que éstos son incapaces de soportar las del Estado, ¿cómo no defenderlo entre todos, en vez de hacer lo que vosotros hacéis hoy? Abatidos por las desgracias que caen sobre vuestras casas, os desentendéis de conservar el interés común y me acusáis de haberlo permitido. Sin embargo, os encolerizáis contra un hombre como yo, que no soy, creo, inferior a ninguno en saber concebir y exponer qué es lo más patriótico y que no se deja de sobornar. El que concibe un plan político y no sabe exponerlo con claridad, se encuentra en el mismo caso que el que no supo concebirlo; y el que posee esas dos facultades, pero que no mira por su patria, no podrá hablar con el mismo interés; y si tiene también patriotismo, pero se deja dominar por la pasión del dinero, todo podrá venderse. Pues si vosotros, siguiendo mi consejo, fuisteis a la guerra, considerad que, al distinguirme estas cualidades de los otros, no es razonable que se me acuse de una conducta culpable» (Tucidides, op. cit., II, 60. “Discurso de Pericles”).
-PLUTARCO-
Para el gran caudillo ateniense es esencial evitar la guerra, cuando es innecesaria y, aceptarla, sino queda otro remedio, y nunca hundirse ante los problemas. Además, Pericles, demuestra que el imperialismo es esencial para la existencia de la polis; para todo ello, Atenas se va a apoyar en su todopoderosa y ágil armada, que es la que le permite ser la dueña de los mares.
«No aumentéis las penalidades que en sí lleva la guerra temiendo que dure mucho y que no la vamos a ganar; sean suficientes las razones con las qué en otras ocasiones, que no han sido pocas, os he demostrado que vuestras suposiciones eran infundadas. Yo, además, os haré ver todavía la ventaja que poseéis con la grandeza de vuestro imperio, la que me parece que vosotros no os habéis detenido a considerar y yo no os la he mencionado en los discursos anteriores y que ahora no me referiría a ella tampoco, porque supone en sí una pretensión arrogante, si no fuera porque os veo en un estado de completa desmoralización, fuera de razón. Vosotros creéis que solamente ejercéis dominio sobre vuestros aliados, pero yo os manifiesto que, de los dos elementos que se ofrecen a nuestra actividad: la tierra y el mar, vosotros sois realmente dueños de ellos en su totalidad, no solamente sobre toda la extensión que vosotros ocupáis actualmente, sino sobre otra mucho mayor, si lo queréis; y no existe nadie que, si vosotros lanzáis al mar las fuerzas navales de que disponéis, os pueda cerrar el paso ni el Gran Rey ni ningún otro pueblo del mundo actual. De manera que no define ese poderío el disfrute de las casas y de las tierras, cuya privación os parece tan importante; no es razonable dejarse abatir a este respecto, sino considerarlas como cosas sin importancia, al igual que un jardín de recreo o un lujo de ricos, en comparación con el imperio; es necesario reconocer que la libertad, si conseguimos salvaguardarla con nuestro esfuerzo, nos hará recobrar fácilmente estas pérdidas, mientras que el que se somete a otro, compromete incluso los bienes que antes poseía. No os mostréis inferiores, en ninguno de los aspectos, a vuestros padres, quienes no heredaron este imperio, sino que lo ganaron con su esfuerzo y lo transmitieron íntegro a vosotros. Es mucho más vergonzoso dejarse arrebatar los bienes que uno posee que el fallar en el intento de conseguirlos. Marchad contra el enemigo no solo con orgullo, sino también con desprecio. Pues el orgullo puede hallarse también en el cobarde como consecuencia de una ignorancia acompañada del éxito, mientras que el desprecio es privilegio del que conscientemente está seguro de que vale más que sus enemigos, como se da el caso de vosotros. Y en igualdad de fortuna, la inteligencia, por ese sentimiento de superioridad que proporciona, inspira una audacia más firme y confía menos en la esperanza, que viene a ser la fuerza de los desesperados, y prefiere, fundándose en las circunstancias, entregarse a la reflexión, cuyo pronóstico supone mayor seguridad» (Tucídides, op. cit., II, 62, “Continuación del discurso”).
Luego, se dirige a los pusilánimes y les manifiesta que su actividad negociadora, si les fuese permitida, hundiría a Atenas.
«Es natural que vosotros corráis en auxilio de la gloria que la ciudad da al imperio, de la que todos os enorgullecéis, y no os sustraigáis a las responsabilidades, sino que renunciáis a los honores; y no penséis que en este asunto se ventila tan solo el ser esclavos o ser libres, sino también la pérdida de un imperio y el riesgo de unos odios que os habéis atraído en el ejercicio del poder. A este imperio ya no podéis renunciar, si es que algunos, en la crisis actual, por temor o por falta de energía, lo proponen como hombres de bien que son. Porque el imperio que tenéis es ya como una tiranía, apoderarse del cual parece injusto, pero su abandono, peligroso. Tales ciudadanos, si logran hacerse escuchar de otros, arruinarían rápidamente a un Estado, como también pasaría, si ellos llevaran una vida independiente en algún lugar de él. Los partidarios de la tranquilidad no pueden subsistir sin la colaboración de los hombres de acción, y no es una ciudad que tiene un imperio, sino una ciudad esclavizada, la que puede sacar provecho de una seguridad hallada en la esclavitud» (Tucídides, op. cit., II, 63. “Sigue el discurso”).
Pericles tenía claro que no había que ceder, bajo ningún concepto, frente al innegable poderío militar de los espartanos, sino que era esencial mantener enhiesto el poder de Atenas, que era sobre el que descansaba su prestigio para el resto de los griegos, pero Pericles fue acusado, por sus enemigos, que estaban seguros de contar con el apoyo de la ingente masa de campesinos pobres, que ya no poseían nada con que subsistir, como por parte de los hacendados ricos que habían visto, con estupor, como sus fastuosas mansiones campestres habían quedado reducidas a cenizas por la acción de los hoplitas lacedemonios, por todos ellos de consuno sería condenado a pagar una fuerte multa de 15 o de 50 talentos, según la opinión de diversos autores, el equivalente desde 800.000 a 2 millones de las antiguas pesetas.
Pero la volubilidad psicológica de los pueblos siempre ha sido un axioma y, por ello, poco tiempo después, Pericles sería reelegido estratego, pero fue contagiado por la peste bubónica que asolaba Atenas y que ya había matado a sus dos hijos legítimos, y, también, él mismo pasaría a mejor vida, a finales del año 429 a. C. Para Tucídides, Pericles es el gran director de la política de la polis del Ática, que nunca se rebajó ante nadie y, por supuesto, que el enriquecimiento económico personal nunca fue su fin último.
«Al decir de Pericles estas palabras, intentó que los atenienses refrenaran la cólera contra él y alejasen su atención de las calamidades presentes. En cuanto a ellos, por lo que respecta a los asuntos públicos, dejáronse convencer por sus argumentos y, al no enviar más embajadas a los lacedemonios, se dedicaron a la guerra con más resolución, afligiéndose en privado por sus sufrimientos: el pueblo, porque se veía privado hasta de los pocos bienes con que contaba antes, y los pudientes, porque habían perdido las magníficas propiedades del campo, con edificios y costosas instalaciones, y sobre todo porque tenían guerra en lugar de paz. Sin embargo, la cólera general contra Pericles no cesó hasta que le hubieron impuesto una multa. Pero después, al poco tiempo, como suele obrar la multitud, le eligieron de nuevo general y le confiaron todos los asuntos; en cada uno se iba ya amortiguando el dolor por sus desgracias particulares y, para las necesidades del Estado en su conjunto, le consideraban el más capacitado. En efecto, durante todo el tiempo en que él estuvo al frente de la ciudad en tiempo de paz, la dirigió con moderación y supo velar por ella con seguridad, siendo éste el período de su mayor grandeza, y, una vez surgida la guerra, se vio que también en ella había previsto su potencia. Vivió los acontecimientos durante dos años y medio (sería, pues, septiembre de 429 a. C.), y después de su muerte se reconoció todavía más el valor de sus previsiones en lo que concierne a la guerra. Él, en efecto, les había dicho que, si permanecían tranquilos, si se preocupaban de la marina, si no intentaban nuevas conquistas durante la guerra ni exponían la ciudad a los peligros, ellos triunfarían. Pero ellos hicieron todo lo contrario y, para servir a sus ambiciones e intereses particulares, tomaron medidas extrañas a la guerra que perjudicaron tanto a ellos como a sus aliados, porque, en caso de éxito, la gloria y el provecho eran más bien para los particulares, y, en caso de fracaso, el perjuicio recaía en la ciudad por sus consecuencias desastrosas para la guerra. La razón era que Pericles, debido a la consideración de que gozaba y a su inteligencia y a todas luces insobornable, dominaba a la multitud respetando la libertad y, en lugar de ser dirigido por ella, era él quien la dirigía; porque, no hallándose en el poder por medios ilegítimos, no hablaba con vistas a halagarla, sino que gozaba de reputación entre sus gentes incluso oponiéndose a su cólera. Y así, cada vez que veía que inoportunamente se entregaban a una excesiva confianza, les flagelaba con sus palabras, inspirándoles temor, y siempre que ellos experimentaban un terror infundado, les hacía recobrar la confianza. Llegó a ser aquello, en cuanto al nombre, una democracia, pero de hecho era el primer ciudadano el que gobernaba. Por el contrario, los hombres que le sucedieron, iguales entre ellos por sus cualidades, aspiraban cada uno a este primer puesto, buscando, por consiguiente, el halago del pueblo, del que hicieron depender la propia dirección de los asuntos. De aquí provinieron toda clase de errores en un Estado importante, pues a la cabeza de un imperio, y entre otros la expedición a Sicilia, cuyo mayor error no fue el mal cálculo de las posibilidades de los pueblos atacados, sino la actitud de los que la ordenaron, pues en lugar de secundar, en sus decisiones ulteriores, el interés de las fuerzas en campaña, practicaron las intrigas personales para ser el jefe del pueblo; de ese modo debilitaron los dispositivos de los ejércitos y, por primera vez, introdujeron el desorden con sus luchas en la administración del Estado. Y, pese al desastre de Sicilia, en donde se perdió el ejército y la mayor parte de la flota, y a las disensiones que reinaban en Atenas, todavía resistieron diez años a sus primeros enemigos, aumentados con los llegados de Sicilia, así como a la mayoría de sus aliados, que les abandonaron, y posteriormente a Ciro [eL Joven], hijo del Gran Rey [Dario II, 424-408 a. C.], que proporcionaba dinero a los peloponenses para su flota, y no sucumbieron hasta que cayeron abatidos por los golpes de sus propias discordias internas. Tan fundadas se hallaban las previsiones personales de Pericles cuando les decía que Atenas hubiese podido triunfar con facilidad en guerra contra los peloponenses solos» (Tucidides, II, 65. “Muerte de Pericles”).
Pero, Tucídides culpará, en el texto, sin ambages, a los sucesores de Pericles de ser los responsables de la debacle bélica frente a Esparta. Con la muerte de Pericles iba a desaparecer aquel régimen democrático que había conducido a Atenas, sin solución de continuidad, a su cenit y a ser el paradigma económico, intelectual y artístico de la Hélade.
-ASPASIA DE MILETO-
XXIII.-LA PERSONALIDAD POLÍTICA DE PERICLES-
A.-SEGÚN TUCÍDIDES-
En el relato de Tucídides, Pericles habla tres veces, la primera tras el análisis de los casos de Corcira y de Potidea; en los intercambios de los embajadores entre los atenienses y los espartanos, y en el ultimatum dirigido por los lacedomonios exigiendo, sin ambages, a los ciudadanos de la polis del Ática que respeten la autonomía del resto de los griegos. Según Tucídides, Pericles era el primero de entre todos los griegos, gracias a que era el más preclaro en los campos de la dialéctica y de la acción política. Pericles tiene la certidumbre de que ceder en el hecho del decreto de Mégara, vista la notoria prepotencia espartana, solo retrasaría en el tiempo la inevitabilidad de la guerra entre ambas poleis, para él Atenas tiene las ventajas más seguras. Pericles, por lo tanto, posee una personalidad fuerte y segura de sí misma.
En el segundo discurso que es el de la “ORACIÓN FÚNEBRE” se manifiesta la impronta personal de su carácter. En el tercer discurso se va a subrayar el hecho más personal del primer ciudadano de Atenas, atacando y no justificándose frente a sus adversarios:
«“Y en estas circunstancias los corintios, sublevada Potidea y estando las naves atenienses sobre las costas de Macedonia, temiendo con respecto a esta plaza y considerando el peligro como personal, envían voluntarios de Corinto y a mercenarios reclutados en el resto del Peloponeso con un total de mil seiscientos hoplitas y cuatrocientos hombres armados a la ligera. Los mandaba Aristeo, hijo de Adimante, y por afecto a su persona sobre todo la mayoría de los soldados voluntarios de Corinto le habían seguido; porque él fue en todo tiempo favorable a los potideos. Estas fuerzas llegan al litoral de Tracia en el cuadragésimo día de la defección de Potidea”. “Se han producido contra mí, y en verdad los esperaba, los síntomas de vuestra cólera (pues comprendo las causas), y por eso he convocado esta asamblea, para refrescar vuestra memoria y reprobaros que sin razón os indignéis contra mí y os dejéis dominar por vuestras desdichas. Pues yo creo que sirve mejor a los intereses de los particulares un Estado en todo su conjunto próspero, que no un Estado que tan solo lo sea en sus habitantes individualmente, pero ruinoso como conjunto. Porque un individuo puede ver que su situación toma un curso favorable, pero si su patria se arruina, él no se arruina menos con ella; mientras qué si él es desgraciado y su patria afortunada, tiene muchas más posibilidades de salvarse. De este modo, desde el momento en que el Estado puede soportar las desdichas de los individuos, mientras que éstos son incapaces de soportar los del Estado, ¿cómo no defenderlo entre todos, en vez de hacer lo que vosotros hacéis hoy? Abatidos por las desgracias que caen sobre vuestras casas, os desentendéis de conservar el interés común y me acusáis de haberlo permitido. Sin embargo, os encolerizáis contra un hombre como yo, que no soy, creo, inferior a ninguno en saber concebir y exponer qué es lo más patriótico y que no deja sobornarse. El que concibe un plan político y no sabe exponerlo con claridad, se encuentra en el mismo caso que el que no supo concebirlo; y el que posee esas dos facultades, pero que no mira por su patria, no podrá hablar con el mismo interés; y si tiene también patriotismo, pero se deja dominar por la pasión del dinero, todo podrá venderse. Pues si vosotros, siguiendo mi consejo, fuisteis a la guerra, considerad que, al distinguirme estas cualidades de los otros, no es razonable que se me acuse de una conducta culpable» (Tucídides, I, 60; II, 60; op. cit. “Refuerzos de Corinto para Potidea”. “Discurso de Pericles”); con esta argumentación, Pericles, deja claro que son los atenienses los que han cambiado y no él; ellos han perdido su orgullo ciudadano. Con todo ello, Tucídides deja claro cuál es el valor y la autoridad de ese gran ciudadano ateniense que era Pericles.
B.-SEGÚN JENOFONTE-
«Pero es en otro sitio distinto de las Helénicas donde se encuentra mencionado el hombre que dirigió Atenas en la época de su máximo esplendor, y especialmente en las Memorables, ese compendio de diálogos entre Sócrates y otros interlocutores reales o imaginarios. Durante uno de esos diálogos, Jenofonte cuenta una discusión entre Alcibíades y Pericles, que era su tutor. Al joven, que le pide que defina lo que es la ley, Pericles responde: “Se llama ley todo aquello que el pueblo reunido aprueba y decreta para indicar lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer”. Y define lo que hay que hacer como lo que es el “bien”. Pero Alcibíades no quiere darse por enterado, y evoca el caso de una ley votada por la “minoría”, cuando se trata de un régimen oligárquico. La respuesta de Pericles es inequívoca: “Todo lo que los gobernantes de un Estado, después de una deliberación, decretan que hay que hacer, a eso se le llama ley”. Esto es cierto también cuando la ley es decretada por un tirano. Lo que suscita por parte de Alcibíades una pregunta: ¿qué decir de un tirano que obliga por la fuerza a hacer lo que le viene en gana? A lo que Pericles responde con una distinción entre lo que se impone por la fuerza y lo que se impone por la persuasión. Y esto no solo es válido para el tirano, sino también para la oligarquía y la democracia. Una fórmula prestada a Pericles merece también citarse: “Todas las veces que se obliga a alguien a hacer algo sin haber obtenido su consentimiento, esté escrita o no la orden, es antes violencia que ley”. Nos encontramos aquí inmersos en los debates que caracterizaron, como hemos visto, los ambientes sofísticos. Pericles, por otro lado, concluye esta discusión con el joven Alcibíades evocando su propia juventud: “Cuando teníamos tu edad, nos concertábamos para discutir estos temas, pues era sobre las dificultades similares a las que parecen preocuparte en el presente con las que nos entrenábamos y sobre las que argumentábamos”. Es, pues, a un Pericles alumno de los sofistas, si no sofista él también, a quien Jenofonte pone en escena en este pasaje de las Memorables» (C. Mosse, op. cit., pág. 199-200).
En esta obra se plantea un largo diálogo entre Sócrates y Pericles el Joven, hijo ilegítimo que tuvo Pericles con Aspasia y al que reconoció tras la muerte de sus dos hijos legítimos, el consejo final que el gran filósofo ateniense da al joven es aquél de que se muestre digno de los métodos estratégicos heredados de su padre y que, por consiguiente, debe desarrollar prácticas de combate próximas a aquellas que plasma en sus escritos ese otro brillante estratega teórico y empírico como era Jenofonte. La estrategia es muy diferente a la que ese mismo autor utiliza, como crítica, en el Económico, donde critica de forma más o menos velada a Pericles.
Como los campesinos se oponen a los artesanos, Sócrates advierte a uno de sus alumnos llamado Cristóbulo:
«Supongamos que los enemigos invaden el país y repartimos en dos grupos a los campesinos y a los artesanos; y luego les preguntamos por separado a unos y otros si su opinión es defender el territorio o abandonar los campos y conservar las murallas. En este caso, los agricultores votarían por la defensa de la tierra, pero los otros decidirían no combatir y permanecer inactivos, como han estado siempre acostumbrados, lejos de las fatigas y los peligros» (C. Mossé, op. cit., pág. 201).
Pero, el mismo Sócrates va a realizar un elogio a Pericles en el Banquete de Platón, por haber adquirido la reputación de ser el mejor consejero de su patria, equiparándolo en su loa con Temístocles que había librado a todos los griegos de la amenaza de los persas, y con Solón el legislador porque había dado las mejores leyes a la polis de Atenas. Pero también existían juicios severos hacia los fracasos de los políticos atenienses por parte de los ciudadanos, y, asimismo, se criticaba a los representantes del régimen ateniense, que eran los hábiles oradores poseedores de la magia de la oratoria y de la techne de los sofistas, que convencían fácilmente al pueblo ateniense y aportaban argumentos tanto a los enemigos de la democracia (Antifonte) como a los partidarios de la misma (Protágoras).
«Esto es aún más evidente en los argumentos que Platón presta a Sócrates. En el Protágoras, Sócrates se asombra de la pretensión del sofista de enseñar la politike techne, y cita como ejemplo el caso de Pericles que, aunque ha educado bien a sus hijos –recordemos que los dos jóvenes figuran entre los oyentes del sofista-, no les ha enseñado la ciencia en la que él era uno de los mejores, a saber, la politike arete: “Les dejó pacer a la aventura como los rebaños en libertad, abandonando a la suerte el cuidado de hacerles conocer la virtud”.
Y Sócrates cita también el caso del joven hermano de Alcibíades, Clinias, de quien Pericles era tutor, y para quien temía el mal ejemplo de su hermano mayor: confió su educación a un tal Arifrón, que le devolvió a su tutor al cabo de seis meses, “sin haber podido sacar nada bueno de él”.
Pericles no es juzgado personalmente, pero se muestra en los dos casos incapaz de formar tanto a sus hijos como a su joven ahijado. En Gorgias, no son solo sus hijos a los que Pericles no ha sabido enseñar la “virtud”, sino a todos los atenienses. Dirigiéndose a Calicles, Sócrates le pregunta:
“Entre los de antes, ¿puedes nombrar a un orador cuya palabra, a partir del momento en que comenzó a escucharse, haya hecho pasar a los atenienses de un estado menos bueno a otro mejor? Para responder a Calicles, que ha citado a Temístocles, Cimón, Milcíades y Pericles, Sócrates emprende una larga demostración para llegar a la conclusión de que la principal tarea del político es hacer a sus ciudadanos tan perfectos como sea posible, y demanda a Calicles: “Refresca tus recuerdos sobre los hombres de los que me hablabas hace un momento, y dime si te sigue pareciendo que hayan sido buenos ciudadanos los Pericles, Cimón, Milcíades, Temístocles”» (Platón. “Protágoras”, apud C. Mossé, op. cit., pág. 202).
Para a continuación, referirse en el diálogo solo a Pericles:
«SÓCRATES.-De modo que, cuando Pericles pronunció sus primeros discursos al pueblo, ¿los atenienses valían menos que en tiempos de sus últimos discursos? CALICLES.-Es posible. SÓCRATES.-No se trata de posibilidad, sino de necesidad, de acuerdo con lo que hemos establecido, de sí realmente Pericles era un buen ciudadano. CALICLES.-¿Qué conclusión? SÓCRATES.-Ninguna; dime aún solamente esto: ¿pasan los atenienses por haber sido mejorados por Pericles, o al contrario, corrompidos por él? Quiero repetir por mi parte que Pericles ha hecho a los atenienses perezosos, cobardes, charlatanes y ávidos de dinero debido al establecimiento de un salario para los cargos públicos» (Platón. “ ”, apud C. Mossé, op. cit., pág. 203).
Tratando de convencer mejor a Calicles, el filósofo ateniense por antonomasia, Sócrates, se va a poyar en hechos concretos, ya que mientras que los atenienses en el inicio de la carrera de Pericles confiaban en él:
«Se dice que engrandecieron Atenas, pero no se ve que esa grandeza no era más que una hinchazón malsana. Nuestros grandes hombres de antaño, sin preocuparse de la sabiduría ni de la justicia, colmaron la ciudad de puertos, arsenales, murallas, tributos y otras tonterías; cuando se manifestó el acceso de debilidad, se acusó a los que estaban allí y dieron consejos, pero se celebra a los Temístocles, Cimón, Pericles, de quienes viene todo el mal» (Platón. “Protágoras”, apud C. Mossé, op. cit., pág. 203-204).
Pero como dejó más agresivos, a los atenienses, se deduce que Pericles era un político de baja estofa y, por consiguiente, estaba a la altura de los pésimos oradores subsiguientes, por ello la conclusión final, valga el pleonasmo, socrática estriba en que la grandeza de Atenas es falsa y sus creadores o gobernantes son culpables de todos los males posteriores de la polis.
Pericles aparece en otros dos diálogos de Platón: en Fedro, a propósito de la retórica y de sus límites, aunque aquí el elogio de Sócrates es ambiguo, aunque mucho más fuliginoso lo es en Menéxeno, en el que Sócrates va a realizar una parodia de la oración fúnebre que, supuestamente, le habría sido dictada por Aspasia, que era reputada en el arte de hablar bien y de convencer a los auditorios, y a la que se atribuye la celebérrima oración fúnebre por los muertos del primer año de la guerra del Peloponeso. Pero será el ascenso a la cumbre directiva de la política de la polis del Ática, cuando esa politeia se convirtió en mucho más democrática o demotikotera.
-LICURGO-
C.-SEGÚN EL PSEUDO-ARISTÓTELES-
En la Constitución de Atenas define a Pericles como a un demagogo, ya que las medidas que preconizaba, tras la eliminación de Cimón, van a ir en la dirección de reforzar el poder del demos y coartar los derechos del Areópago; empujando a la ciudad a incrementar su poder marítimo, lo que va a reforzar a los más pobres de entre los atenienses que son los que van a nutrir las filas de la marina de Atenas o nautikos ochlos. También otorgó una retribución a los tribunales para que rivalizasen en popularidad con el plutócrata Cimón, de esta forma es como se puede explicar la creación de la mistoforía:
«Pericles, cuya fortuna no podía alcanzar semejantes larguezas, recibió de Damónides de Ea, que pasaba por inspirar la mayoría de sus actos y fue más tarde condenado al ostracismo por esta razón, el consejo de distribuir a la gente del pueblo lo que les pertenecía, puesto que su fortuna personal era insuficiente; e instituyó una retribución para los jueces. Fue desde ese momento, si se da crédito a las quejas de algunos, cuando todo empeoró, porque los recién llegados ponían más premura que la gente honrada en presentarse al sorteo. Fue también después de esto cuando comenzó la corrupción de los jueces» (Pseudo-Aristóteles. “La Constitución de Atenas”, apud C. Mossé, op. cit., pág. 205).
Pero, el Pseudo-Aristóteles no tiene más remedio que aceptar que la dirección del demos por Pericles conllevó que la vida política ateniense fuese mejor que a continuación. La loa es limitada, obviamente, porque la labor política de Pericles se opone a la de sus sucesores, considerados como “patronos” del demos, sobre todo referido a personajes tales como Cleón o Cleofonte, pero por lo que se le glosa no se le hace comparable a los que, a continuación, calificaría como “los mejores”, destacando sobre todo Tucídides que fue el adversario más firme de Pericles en el momento histórico en que el mencionado se encontraba en el cenit de su autoridad y, sobre todo, en el resumen que cierra la parte histórica, a saber el período que sigue a las reformas de Efialtes, quien sería como el más desastroso de todos los tiempos para la polis del Ática:
«Fue entonces cuando la ciudad cometió más faltas bajo la influencia de los demagogos y por culpa del dominio del mal» (Idem, apud C. Mossé, op. cit., pág. 206).
Se puede comprender que en ese clima de caos en los finales del siglo V a. C., marcado por las dos revoluciones oligárquicas de los años 411 y 401 a. C., la imagen del padre de la democracia ateniense se fuera diluyendo en aquel conjunto tan negativo de los demagogos, según fueron los calificativos de los filósofos de la época.
D.-PERICLES PARA PLUTARCO (h. 50-46/h. 120 d. C.)-
El autor griego de las “Vidas Paralelas”, contemporáneo de los emperadores romanos desde Claudio hasta Adriano, fue en esa obra donde recogió todas las tradiciones y las anécdotas de los contemporáneos de Pericles, sobre todo se basó en los Cómicos y en otros autores cuyos nombres se referencian aunque sus obras no hayan perdurado, por ejemplo, el poeta Ión de Quíos, o Estesímbroto de Tasos quien en los últimos años del siglo V a. C. publicaría un volumen sobre Temístocles, Tuicídides y Pericles; o Teofrasto que sería el sucesor de Aristóteles en la dirección del Liceo, sus alumnos serían Duris de Samos e Idomeneo de Lámpsaco, este último contemporáneo de Epicuro y autor de una obra titulada Peri demagogon.
Los dos primeros conocieron la Atenas de la época de la guerra del Peloponeso y los demás conformarían los medios intelectuales en los últimos decenios del siglo IV a. C., donde en la Escuela Peripatética o Aristotélica razonaban sobre la experiencia política ateniense, en un terrible momento, tras la muerte de Alejandro III El Magno de Macedonia, en el que la gran polis del Ática se va a negar a ser la urbe líder de todos los griegos. Plutarco no hace historia sensu stricto, sino que analiza el carácter o ethos de sus biografiados.
«Efectivamente, no escribimos Historias, sino Vidas, y no es siempre a través de las acciones más ilustres como se puede esclarecer una virtud o un vicio: a menudo, un acto pequeño, una palabra, una bagatela revelan mejor un carácter que los combates sangrientos, los enfrentamientos más importantes y los asedios a ciudades. Los pintores, para captar el parecido, se basan en la cara y en los rasgos de la fisonomía, y no se preocupan en absoluto de las restantes partes del cuerpo; permítasenos también a nosotros centrarnos del mismo modo sobre todo en los signos que revelan el alma y apoyarnos en ellos para trazar la vida de cada uno de estos hombres, dejando a otros los acontecimientos grandiosos y los combates» (Plutarco. “Vidas”, apud C. Mossé, op. cit., pág. 208).
En este sentido, Plutarco indica cuales eran las características predominantes en Pericles: afabilidad o praotes; un sentido muy desarrollado de la justicia o dikaiosyme; que eran cualidades definidas por causas genéticas y familiares. «Efectivamente.
A través de su madre es descendiente de ese Clístenes, “el que expulsó a los pisistrátidas, destruyó valientemente la tiranía, estableció leyes e instauró una constitución perfectamente equilibrada para garantizar la concordia y la seguridad”. Equilibrio y concordia completan de manera evidente la afabilidad y el sentido de la justicia» (C. Mossé, op. cit., pág. 208).
Pero, también va a influir, en él, la educación de sus maestros, por ejemplo, de Anaxágoras de Clazómenas:
«Quien estuvo más vinculado a Pericles, y quien más que cualquier otro le comunicó esa gravedad y ese orgullo tan pesados para una democracia, el que elevó y exaltó más la altivez de su carácter, fue Anaxágoras de Clazómenas» (Plutarco. “Vidas”, apud C. Mossé, op. cit., pág. 208).
Pero, Plutarco no va a dejar así la cuestión y matiza:
«Ese hombre inspiraba una admiración extraordinaria a Pericles, que aprendió de él lo que se llamaba la ciencia de los fenómenos celestes y la alta especulación: de este modo adquirió, parece ser, no solo un pensamiento profundo y un lenguaje elevado, desprovisto de la menor bufonería grosera o malintencionada, sino también un gesto grave, que nunca se abandonaba a la risa, un andar calmado, una decencia en el vestir que ninguna emoción desarreglaba cuando hablaba, una dicción serena e imperturbable, así como otros rasgos semejantes que llenaban de admiración a todos los que le veían» (Idem, apud C. Mossé, op. cit., págs. 208-209).
La moderación de Pericles contrasta con los atrabiliarios personajes que le sucedieron en la política ateniense, desde el vulgar Cleón hasta el heterodoxo y estereotipado Alcibíades.
Por su educación da pruebas de un espíritu científico y un pragmatismo patognomónico, puesto de manifiesto cuando se produjo un eclipse de Sol que causó pavor al piloto de la nave en que viajaba.
«Pericles, al ver a su piloto aterrado e indeciso, le puso su clámide ante los ojos y le veló la cara. Luego le preguntó si eso le daba miedo o si veía en ello el anuncio de un acontecimiento aterrador. –No, dijo el hombre. –Entonces, contestó Pericles, ¿qué diferencia hay con las tinieblas que nos han rodeado, salvo que han sido causadas por un objeto que es más grande que mi clámide?» (Apud C. Mossé, op. cit., pág. 209).
La ética le salía a flor de piel y este compromiso con la moral ciudadana le va a conducir, sin solución de continuidad, a tomar partido por el demos, quienes eran los más numerosos y los más pobres, renunciando por ello a las reuniones del symposion o banquetes de la aristocracia:
«No se le vio más que en una sola calle de la ciudad, la que conducía al Ágora o al buleuterio. Si se le invitaba a un banquete o a cualquier otra fiesta o reunión de este tipo, rehusaba la invitación» (Idem, apud C. Mossé, op. cit., pág. 209).
No se dejaba ver mucho en público:
«Adaptar su elocuencia a su modo de vida y a la grandeza de sus designios; afinándola como a un instrumento sobre el cual, muchas veces, hizo sonar los acentos de Anaxágoras, dando color, si se puede decir así, a su retórica con la ciencia física del filósofo» (Idem, apud C. Mossé, op. cit., pág. 209-210).
Tras el ostracismo de Tucídides de Alópece, Atenas va a recuperar su armonía y su unidad. Era el momento oportuno para poder transformar la democracia:
«En un régimen aristocrático y real, que usó de forma recta e inflexible con vistas al bien mejor. La mayor parte del tiempo solicitaba las buenas intenciones del pueblo, y le gobernaba con la persuasión y el razonamiento; pero a veces, cuando la multitud rechinaba, tiraba de las riendas y la llevaba por la fuerza a actuar como le convenía» (Idem, apud C. Mossé, op. cit., pág.210).
-ARISTÓTELES-
Pero su autoridad no dependía solo de su palabra o cualidades de rétor, sino:
«A la reputación que le rodeaba y a la confianza que inspiraba su vida: todo el mundo sabía que era perfectamente desinteresado e incorruptible» (Idem, apud C. Mossé, op. cit., pág. 210).
Plutarco también precisa e insiste sobre su incorruptibilidad, no incrementando en un dracma la fortuna que había heredado de su padre:
«No quiso dejar perder por negligencia la fortuna que había recibido de su padre y de la que era el legitimo poseedor, negándose, sin embargo, ocupado como estaba, a consagrarle demasiada atención y tiempo. La administró de la forma que le pareció más fácil y más exacta. Vendía de una sola vez todas las cosechas del año y luego compraba en el Ágora paulatinamente aquello que necesitaba» (Idem, apud C. Mossé, op. cit., pág. 210).
Aunque este tipo de comportamiento disgustaría enormemente a sus familiares:
«Todos le reprochaban esos gastos diarios, reducidos a lo estrictamente necesario. No se encontraba en su casa nada superfluo, como se hubiera esperado en una casa tan grande, en la que las riquezas eran considerables. Todos los ingresos, todos los gastos eran estrechamente calculados y medidos» (Idem, apud C. Mossé, op. cit., pág. 210-211).
Para Plutarco lo esencial del carácter de Pericles se resume en lo incorruptible y desinteresado que era el personaje:
«Así, por ejemplo, en el momento del caso de Samos, rehusó el dinero que le proponían los notables samios que había tomado como rehenes. Eran cincuenta, y cada uno de ellos le ofreció un talento para comprar su libertad. Del mismo modo, rehusó las diez mil estateras de oro que le había enviado el sátrapa de Sardes, Pisutnes, para inducirle a ceder ante los samios. Por último, el ejemplo aún más elocuente de esta incorruptibilidad: la declaración pública hecha por Pericles, cuando el rey espartano Arquidamo se disponía a invadir el Ática, de qué si sus bienes eran respetados a causa de los vínculos de hospitalidad que le unían al lacedemonio, él los donaría a la ciudad» (C. Mossé, op. cit., pág. 211).
Para Plutarco el insistir en la personalidad de Pericles como político íntegro está causado por ser el estratego ateniense el jefe del partido popular o democrático, por lo tanto, era el orador que contaba con el apoyo del demos. Plutarco vuelve de nuevo a insistir hacia el sentido de la justicia y de la moderación, al ponderar las relaciones que mantuvo con los atenienses por ser reelegido hasta 15 veces como estratego.
«“Prefería –escribe también Plutarco- vencer y conquistar la ciudad (Samos) a costa de gastos y tiempo antes que exponer a sus conciudadanos a heridas y peligros”. Y, más adelante, Plutarco gusta de contar una frase de Pericles en el momento de la invasión del Ática, cuando algunos le empujaban a entablar combate por tierra contra los lacedemonios: “Cuando se cortan los árboles –les decía-, cuando se les abate, vuelven a crecer de inmediato. Pero si se mata a los hombres, no es fácil volverlos a encontrar”; y lo que habrían sido sus últimas palabras: “Ningún ateniense ha tenido que ponerse un traje negro por mi culpa”» (Idem, apud C. Mossé, op. cit., pág. 212).
Para finalizar concluyendo que:
«Un hombre semejante merece nuestra admiración por la moderación y la afabilidad que conservó siempre, cuando tantos asuntos le solicitaban y a pesar de odios tan violentos, y sobre todo por lo elevado de su alma, puesto que consideraba como su mayor título de gloria no haber cedido nunca al odio ni a la cólera a pesar de la importancia del poder del que disponía, y no haber considerado nunca a ninguno de sus enemigos como definitivamente irreconciliable para él» (Idem, apud C. Mossé, op. cit., pág. 212).
«Así pues, la elección de Pericles de apoyarse en los más numerosos [hoy polloi], es decir los más pobres [hoy penetes], podía parecer también como un paso propio de un aspirante a la tiranía. Plutarco, no hay que olvidarlo, es un filósofo profundamente marcado por la enseñanza platónica, y Platón, en la República, une el advenimiento del tirano a la lucha que divide la ciudad democrática entre pobres y ricos, eligiendo el tirano hacerse defensor de los pobres. Finalmente, el último rasgo que no habla a favor del joven Pericles en sus comienzos en la vida política: “También ante el pueblo, Pericles quería evitar estar constantemente presente y saturar a la gente con su vista. Solo se mostraba ante sus conciudadanos de forma intermitente, por así decirlo; no se dirigía a ellos a cada momento y no se presentaba sin cesar ante ellos… se reservaba para las grandes ocasiones. El resto del tiempo, trataba los asuntos por la intermediación de sus amigos y de los oradores de su partido. Uno de ellos era, se decía, Efialtes…» (C. Mossé, op. cit., pág. 214).
Para finalizar, Plutarco, estudia la figura de Aspasia:
«Y luego, por supuesto, está Aspasia. Interviene en el relato de Plutarco a propósito del caso de Samos. En efecto, cuenta este la decisión de Pericles de apoyar las pretensiones de los milesios contra los samios: “Como parece ser que fue para complacer a Aspasia por lo que intervino contra los samios, es quizá esta la ocasión de interrogarnos sobre esta mujer: ¿qué arte o qué poder poseía para dominar de este modo a los políticos más eminentes e inspirar a los filósofos un interés que no fue débil ni despreciable?» (C. Mossé, op. cit., pág. 218).
-ÁGORA DE ESPARTA-
Aspasia era hija de Axioco de Mileto, que se había establecido en Atenas como meteco. Para Plutarco, Aspasia es la émula de Targelia, también de origen en la Jonia y reputada cortesana en la corte del Gran Rey de Persia, y, qué de esta manera, consiguió atraer a muchos griegos al bando persa; igualmente Aspasia sedujo a los griegos más importantes, Aspasia se encargaba de formar “pequeñas hetairas” (grupos de compañeros aristócratas). Aspasia recibe en su domicilio a Sócrates y a sus discípulos, además de a otros hombres influyentes que iban acompañados de sus mujeres, con la finalidad de que escuchasen su conversación. Uno de los hombres que, enseguida, se sintió atraído por ella fue, sin dudarlo, Pericles, ya que la inteligencia y el sentido político de Aspasia eran proverbiales. Pero la relación de Aspasia con Pericles se transformó en amor y, por ella, Pericles va a repudiar a su mujer y la va a dar, actuando como tutor o kyrios, en matrimonio a uno de sus amigos. Ya está, pues, Aspasia en la casa de Pericles.
«Todos los días, se decía, al irse de casa y al volver a ella al salir del Ágora, la tomaba en sus brazos cubriéndola de besos» (Idem, apud C. Mossé, op. cit., pág. 220).
Con ella procrearía un hijo bastardo o nothos (ya que Pericles y Aspasia no estaban casados y ella, además, era una extranjera), al que, inequívocamente, Pericles reconocería legalmente tras la muerte de sus dos hijos legítimos. Pericles el Joven hizo carrera en la política, ya que participó, en el año 406 a. C., en la batalla naval de Arginusas, donde Atenas consiguió derrotar a Esparta mandada por Calicrátides, pero sería condenado a muerte, ilegalmente, por la Asamblea, donde siempre sería ridiculizado por Cratino y Éupolis. Al final de la vida de Pericles, el poeta cómico Hermipo llevó a Aspasia ante un proceso legal por impiedad, pero ella sería absuelta por mor del poder político de Pericles:
«Obtuvo su gracia a fuerza de llorar por ella y de suplicar a los jueces durante todo el proceso» (Idem, apud C. Mossé, op. cit., pág. 220). El pleito también se dirigiría contra Fidias y contra Anaxágoras.
Por otro lado, las relaciones que va a mantener Pericles con sus dos hijos legítimos serán muy extrañas y ambiguas, por Atenas van a correr rumores sobre las relaciones espurias que mantiene Pericles con la esposa de su primogénito llamado Jantipo:
«“Jantipo, el mayor de sus hijos legítimos, tenía un temperamento gastador y una esposa joven que amaba el lujo (era la hija de Tisandro, hijo de Epílico): soportaba mal, por lo tanto, la estricta economía de su padre, que le daba escasas rentas y se las distribuía en pequeñas cantidades. Se dirigió, pues, a un amigo de Pericles que le dio dinero, creyendo que era su padre quien se lo reclamaba. Cuando este hombre volvió para pedir el dinero, Pericles le inició un proceso. Entonces el joven Jantipo, exasperado por esa actitud, se puso a difamar a su padre”. Le acusó en particular de discutir con los sofistas sobre temas ridículos, como saber si era la jabalina o quien la lanzaba el responsable de la muerte de un tal Epítimo de Farsalo. Y fue también él, ya hemos hecho alusión a ello, quien extendió el rumor de que Pericles mantenía relaciones culpables con su joven esposa. La querella entre padre e hijo solo se acabó con la muerte de este, víctima de la peste. En cambio, las relaciones de Pericles con su segundo hijo parecen haber sido muy distintas, y cuando este último fue a su vez víctima de la epidemia, Pericles, que hasta entonces había soportado con valor la desaparición de sus próximos, fue vencido por el sufrimiento y se derrumbó llorando sobre el cadáver de su hijo”» (Idem, apud C. Mossé, op. cit., pág. 221).
No obstante, Pericles, en un determinado momento de su vida va a alterar las leyes para permitir que su hijo adulterino pueda ser inscrito en su fratría y lleve su propio nombre, para ello va a apelar a la sensibilidad de los atenienses, consiguiendo que la ley fuese tergiversada, y de esta forma podía paliar la muerte de sus otros dos hijos:
«Pero, al mismo tiempo, anota Plutarco, no sin cierta perfidia, que esas desgracias eran, según ellos, “el castigo a su orgullo y arrogancia”» (C. Mossé, op. cit., pág. 222). También, Plutarco toma de Teofrasto el ejemplo de cómo el sufrimiento del cuerpo puede agriar el carácter y alterar el sentido ético de cualquier ser humano, aunque este sea alguien como Pericles: «Cuenta que, durante su enfermedad, Pericles enseñó a uno de los amigos que había venido a visitarle un amuleto que las mujeres le habían colgado del cuello. Teofrasto ve en ello la señal de lo mal que se debía de encontrar para prestarse a semejantes tonterías» (Idem, apud C. Mossé, op. cit., pág. 222).
Pericles ya en el final de su vida se va a mostrar como un ser débil igual al resto de los mortales y aceptará las supersticiones de las atenienses. No obstante, el epílogo de Plutarco es una loa total y absoluta, con fanfarrias incluidas, hacia Pericles. «Un hombre semejante merece nuestra admiración por la moderación y la afabilidad que siempre conservó, mientras tantos asuntos le solicitaban y a pesar de odios tan violentos, y sobre todo por la altura de su espíritu, puesto que consideraba su mayor título de gloria no haber cedido nunca al odio o a la cólera, a pesar de la importancia del poder del que disponía, y no haber nunca considerado a ninguno de sus enemigos como adversario definitivamente irreconciliable» (Idem, apud C. Mossé, op. cit., pág. 222).
Y va a evocar la tristeza que Atenas sintió por su muerte y, sobre todo, por los políticos tan mediocres que le substituyeron:
«Tuvieron que reconocer que ningún ser de este mundo había sido más modesto que Pericles en la grandeza y más majestuoso en la afabilidad. Se vio que su autoridad, que se había envidiado y considerado anteriormente como monárquica y tiránica, había sido como un baluarte que había defendido la salud de la constitución» (Idem, apud C. Mossé, op. cit., págs. 222-223).
-CURRICULUM VITAE-
-Del Instituto de Estudios Zamoranos “Florián de Ocampo”. (CSIC).
-Del Ateneo de Valladolid (Creación año-1872).
-Del Instituto de Estudios Gerundenses (CSIC).
-De la Real Sociedad Arqueológica Tarraconense (CSIC).
-Del Círculo Cultural Péndulo de Baza (UNESCO).
-Del Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino (CSIC).
-Del Centro de Estudios Benaventanos “Ledo del Pozo” (CSIC).
-Del Centro de Estudios Fenicios y Púnicos (CSIC).
-Del Centro de Estudios Históricos Jerezanos (CSIC).
-Del Ateneo Jovellanos (Creación año-1953).
-De la Sociedad Española de Estudios Clásicos (CSIC).
-De la Sociedad Española de Estudios Medievales (CSIC).
-Del Instituto de Estudios Bercianos (CECEL/CSIC).
-De la Asociación Gaxarte, Luanco-Gozón.
-De la Asociación Cultural Proculto, Toro-Zamora.
-De la Asociación Cultural de Estudios Históricos de Galicia. La Coruña.
-De la Asociación Cultural Arte, Arqueología e Historia de Córdoba.
-De la Asociación Cultural Arte, Arqueología e Historia de Bujalance-Córdoba.
-Historiador -Colaborador de la Fundación Gustavo Bueno-Oviedo.
-Del Centro de Estudios Merindad de Tudela.
-Del Centro de Estudios Linarenses-Linares/Jaén.
-De la Asociación Cultural Placentina “Pedro de Trejo”-Plasencia/Cáceres.
-De la Asociación Cultural San Bartolomé de San Martín del Rey Aurelio-Sotrondio/Asturias.
-De la Asociación Cultural Rey Ordoño I-Villamejil/La Cepeda/León.
-De la Asociación de Amigos del Museo Marítimo de Asturias-Luanco.
-De la Asociación Cultural “Raíces Lacianiegas”-Villablino/León.
-Médico-Geriatra en Larrañaga/Domusvi
-Historiador-Diplomado en Estudios Avanzados de Historia Antigua y Medieval y Médico-Familia de Atención Primaria.
-Vicepresidente del I Concurso de Trabajos Cortos de Investigación en Historia de la Medicina en Asturias. Colegio de Médicos de Asturias.
-Médico-Valorador de Discapacidades y Daños Corporales del Colegio de Médicos de Asturias.
-343 Críticas Literarias/Ensayo en “Todo Literatura”. Madrid.
-38 Trabajos-Ensayos-Curriculares de Historia en “La Gaceta de Almería”.
-49 (2023) Trabajos publicados en Dialnet.
-30 (2023) Trabajos/Libros publicados en Regesta Imperii /Universidad de Maguncia/Mainz.
-234 Trabajos de HISTORIA publicados.
-40 Biografías de Músicos de Música-Académica publicadas.
-121 Conferencias impartidas sobre Historia.
-LIBROS PUBLICADOS-
1.-EL GRAN REY ALFONSO VIII DE CASTILLA, “EL DE LAS NAVAS DE TOLOSA”. Editorial Alderabán/Alfonsípolis. 2012. Cuenca.
2.-BREVE HISTORIA DE FERNANDO “EL CATÓLICO”. Editorial Nowtilus. 2013. Madrid.
3.-EL REY ALFONSO X “EL SABIO” DE LEÓN Y DE CASTILLA. SU VIDA Y SU ÉPOCA. Editorial El Lobo Sapiens/El Forastero. 2017. León.
4.-EL REY ALFONSO VII “EL EMPERADOR” DE LEÓN. Editorial Cultural Norte. 2018. León.
5.-URRACA I DE LEÓN. PRIMERA REINA Y EMPERATRIZ DE EUROPA. Editorial El Lobo Sapiens/El Forastero. 2020. León.
6.-EL REY RAMIRO II “EL GRANDE” DE LEÓN. EL “INVICTO” DE SIMANCAS. Editorial Alderabán/Alfonsípolis. 2021. Cuenca.
7.-LA BATALLA DE LAS NAVAS DE TOLOSA. UN MITO HISTÓRICO. Editorial Alderabán/Alfonsípolis. 2023. Cuenca.