La economía de mercado y la competitividad son los dos ejes diamantinos del neoliberalismo capitalista. Ninguno de los dos abona otra libertad que la de empresa y la de mercado. El triste proyecto de “tratado constitucional” por la Unión Europea no dejaba lugar a dudas: todos los derechos sociales, económicos y culturales que proclamaba estaban sometidos, en su ejercicio, a las exigencias de la economía de mercado y la competitividad.
Así no pueden prosperar las cuatro libertades. Ya estamos asistiendo a profundos recortes de la libertad de expresión e información. De forma directa o indirecta, la coacción y la represión están presentes. Cada vez se respeta menos el derecho a disentir, la libertad de discrepar, la insobornable libertad ciudadana de rechazar lo que no le convence o lo que le parece hostil a la democracia. Es cada vez más difícil la libertad de expresión en los grandes medios de comunicación. La censura de sus propietarios, casi siempre al servicio del poder, hace imposible el normal desarrollo de la libertad de periodistas y colaboradores. Y las enormes inversiones que exige la creación de nuevos medios los deja siempre en manos de la oligarquía. Una oligarquía que se siente “propietaria”, no simple administradora, de la libertad de información y comunicación. Todos los medios dicen lo mismo. Los matices son simples anécdotas. Tienen las mismas fuentes de información, todos en manos del poder. Dicen lo mismo y casi de la misma forma. Pero disimulan cínicamente la impudicia.
Los ciudadanos al margen de los medios han de inventarse el alcance de su voz. Han de multiplicar sus voces en manifestaciones, concentraciones, pequeñas publicaciones realizadas con grandes esfuerzos o alguna que otra emisora local que, en cuanto empieza a molestar, desaparece. Así las cosas, muchos ciudadanos son sordomudos. No quieren oír la bazofia que se les dice, como si fuesen súbditos, y no pueden hablar. Ciudadanos sordomudos que en no escasas ocasiones terminan siendo, otra vez, siervos. Adscritos a la gleba de la globalización.
La libertad de conciencia es el derecho a una conciencia libre, exenta de hipotecas, imposiciones y dogmatismos. Acostumbrada al libre examen de las cosas del espíritu y de los principios de la naturaleza y de la convivencia. Una conciencia libre que tiene también como presupuesto la libertad ideológica. El derecho a elegir entre distintas opciones o a tener una opción propia. El derecho a pensar con la propia cabeza y a decidir con la propia conciencia. La costumbre moral de no doblegarse ante nadie, de no admitir la imposición de nadie. El derecho a rechazar la servidumbre y la resignación ante el poder, ante la realidad que se pretende imponer por la fuerza, la falsedad, la patraña o la superstición. Y el derecho a exigir la igualdad. A no tolerar ser menos que nadie. A repeler privilegios, exenciones e impunidades. Es lo propio de la plena libertad y la igualdad radical de los republicanos.
La libertad frente a la miseria es imposible para miles de millones de personas. La lucha económica, social, ideológica y política por liberar a esas personas de la miseria que las oprime, que las llega suprimir como ciudadanos, es la mayor exigencia de la gente libre. Los ciudadanos no serán plenamente libres si no consiguen que todos lo sean por igual. Su lucha por la emancipación de los “siervos” es también la lucha por su propia emancipación. Para llevarlo a cabo, han de recordar que son sagrados tres derechos históricos. La desobediencia civil frente a los poderes que no colaboran decisivamente contra el hambre y la enfermedad. El derecho a la resistencia activa frente a esos poderes, provocando, si es menester, detenciones masivas, macrosumarios y maxprocesos, para que se visibilice la rebelión. Y el derecho a la insurrección, violenta si es preciso, contra ese poder ilegítimo que participa en la esclavitud de los miserables.
La libertad frente al miedo. El poder procura el miedo de los ciudadanos para acrecentar su autoridad. Prefiere el temor a la libertad. Aquél lo hace más fuerte; ésta lo debilita. La libertad plena de los ciudadanos reduce la libertad del poder. Por ello, éste no ceja en multiplicar sus instrumentos de intimidación, directos e indirectos. Valiéndose de la mentira, la estafa moral y fraude intelectual, presenta como realidades tremendas falsías, fabulaciones y supersticiones. En ello encuentra la complicidad de unas auténticas maestras de la superstición y el engaño. Las iglesias. Son las grandes manipuladoras del miedo a la muerte y a la condena, las grandes terroristas de la conciencia personal. Las inseparables colaboradoras del poder político para mantener la servidumbre y evitar la ciudadanía.
La persona con miedo no es libre. El terror incapacita el sentido de la dignidad y la igualdad. Las elimina o las degrada radicalmente. El miedo hace siervos; la libertad crea ciudadanos. Pero el poder prefiere a los siervos, a los carneros de Panurgo, a los cerdos de Gadar. Los ciudadanos son enemigos de ese poder ilegítimo y luchan contra él con todas sus fuerzas. Representa lo más odioso de la condición humana y no merece gobernar en una ciudad de mujeres y hombres libres. Hay que liquidarlo y expulsarlo. Si no se consigue, la libertad será imposible y la dignidad una quimera. La ciudad de los republicanos le cierra sus puertas, le persigue, le acosa y le aniquila allí donde puede. Porque siempre debe. Porque es necesario y hay que hacer posible lo que es necesario. Forma parte del útero de la democracia, de la sangre que recorre las arterias de la libertad y la misma luz de verdad y fraternidad que termina incendiando el horizonte de la comunidad humana.
Como decía Emerson, el mundo sigue esperando a su poeta. Ha de ser un poeta revolucionario que convoque una nube de arcángeles rojos, amantes de Luis Cernuda, que se hayan rebelado contra el Dios del orden, la seguridad y la propiedad privada.