Todo comenzó en 1995, cuando la Federación Europea de Ciclistas (ECF) trazó varias líneas a lo largo del continente y las ramificaciones se extendían hasta los extremos de cada país aprovechando hasta el último gramo de tierra. Dos décadas más tarde se presentó en sociedad la Euroveló, una red de 15 rutas ciclistas de larga distancia capaces de unir Cádiz con Atenas o Bruselas con Moscú.
Observar uno de estos mapas es redescubrir Europa sin fronteras, como si a cada pedalada se cosiera un país con el otro. Una manera asequible y respetuosa con el medio ambiente de recorrer el viejo continente. De hecho, no existe otra forma más sostenible de hacerlo.