A medio año de las Elecciones Municipales, las más próximas al ciudadano y las que generan mayor posicionamiento público de aspirantes por tanto, es cuando empiezan a aflorar comportamientos peculiares en un elevado número de personajes políticos.
Unos porque se juegan la poltrona en los próximos comicios electorales, otros porque su función de correveidile podría desaparecer, y hay otros que aparecen en escena como son los meritorios, que son, a mi juicio, los que más peligro entrañan para todo el que se encuentre a su paso, y que se unen al entorno de los poltroneros, desligándose de los aspirantes que son, desde mi punto de vista, los menos viciados y lo más valorados, por ser aquellos que no tienen la piel cubierta de escamas e insensibilizada a la problemática de las ciudadanas y los ciudadanos a los que dicen servir y de los que en la realidad se sirven.
Así, pues, nos encontramos con una especie de poltroneros, correveidiles y meritorios que merecen especial atención porque campan por sus respetos y se vienen caracterizando por el atropello y aniquilamiento desapasionado de potenciales adversarios políticos que para ellos son enemigos acérrimos del pueblo del que se nutren, como acción de supervivencia política, en algunos casos ligada a la personal por haber hecho de ella su forma de vivir y de la que dependen económicamente.
El peligro que entrañan estos personajes políticos es alarmante por el grado de afección a la ciudadanía a la que dicen gobernar, ya que su comportamiento deriva de la necesidad de supervivencia y no escatiman medios para contrarrestar. Peligro que se manifiesta no solamente en el uso abusivo y/o extraordinario que le otorgan la poltrona en que se hallan instalados sino al verse obligado al ejercicio de estas prácticas por la manifiesta incapacidad para conseguir un estilo de vida en otra actividad y por ello son considerados capaces de todo para neutralizar al adversario.
Consecuencia de esta necesidad es por lo que aparece un sensible cambio en el comportamiento del responsable político que he venido a llamar poltronero y que se manifiesta en la prefabricada creencia para pensar que sus adversarios políticos o potenciales enemigos siempre se encuentran activos y tramando en su contra. Cualquier acción de estos personajes, que potencialmente puedan llegar a discrepar de su acción gubernamental, son incluidos en objetivos a combatir sin escatimar medios, tanto en lo físico como en lo profesional y en lo humano, curiosamente sin distingos cuando los poltroneros o acervados profesionales de la política son los primeros en exigir respeto para su vida personal y privada así como la labor constante para incorporar al trabajo o proyecto que encarna su programa político una vez acabado el periodo electoral.
Aparecen este tipo de creencias en la prodigiosa imaginación del personaje político, de sus correveidiles y de sus meritorios, provocando perplejidad cuando se manifiestan exteriormente. Sin ser ducho en la materia, lo que parece adivinarse es que nos encontramos con algunos poltroneros presos de ideas persecutorias y que bien podrían deslizarse hacia la conformación de una personalidad esquizofroide por la alteración psíquica que padecen, y lamentablemente para los ciudadanos y ciudadanas de muchos pueblos y ciudades de nuestro país haberlos háylos.