Desde tiempos inmemoriales y hasta el día de hoy las palabras bíblicas: «Someteos la Tierra», han sido malinterpretadas y con ello el ser humano se ha podido dedicar de forma “justificada” a hacer de las suyas, sobre todo a practicar el abuso desmedido de la Madre Tierra para su propio beneficio y sin ningún tipo de escrúpulos. Sin embargo la naturaleza nos enseña otra cosa, ella nos habla sobre la comunicación de todas las formas de vida y que ésta se produce en el silencio del universo. Esto nos lo enseñan incluso las piedras y los minerales, también los animales, los que sin duda tienen un alma inmortal a pesar de que determinados preceptos eclesiásticos institucionales lo nieguen.
Todos los seres vivos, y las formas de vida que el Creador eterno alienta en toda la Tierra, permanecen en su estado de consciencia sin importar lo que los seres humanos les hagamos. No importa lo que les exijamos, lo que queramos conseguir de ellos por la fuerza o bajo qué condiciones los mantengamos, incluso si los maltratamos o matamos. Ellos permanecen en lo profundo de su ser eterno junto a su Creador. Pero preguntémonos: ¿dónde se encuentra la consciencia de muchos seres humanos, y adónde irá su alma en base a su nivel de consciencia tras el fallecimiento?
La consciencia de las formas de vida creadas por el Creador eterno no las puede alterar el hombre, tampoco cuando hace hibridaciones, cuando trata de modificar formas de vida, cuando el agricultor esparce veneno y abonos químicos en su campo y lo transforma en un vertedero en el que incluso los microbios mueren asfixiados. Sin embargo el hombre que hace esto sí que carga su alma y sí que modifica su propia conciencia. ¡Cuán a menudo escuchamos hablar de Siembra y cosecha o de Acción y reacción! Pero los más creen que esto no se refiere a ellos. No obstante cada acto negativo regresa de vuelta al causante, no en los animales maltratados, no en la Madre Tierra: el hombre es el causante y el causante cosechará su siembra.
El ser humano presume de ser la corona de la creación, y sin embargo todas las criaturas vivas se retiran de él. Cada árbol tiembla cuando es talado en su savia y difunde su miedo que es captado por todas las formas de vida de la misma especie. El malhechor es el único que no lo nota, sin embargo el efecto no se hace esperar. El ser humano, incluso aquel que nunca escuchó hablar de esto, podrá evitar el tener que llegar a comprenderlo alguna vez, aunque sea después de su vida terrenal. Si el hombre causa daño a los reinos de la naturaleza, incluso a los minerales y a los suelos, o sea si los violenta, tarde o temprano esta será también su cosecha.
Pero quien se esfuerza en no menospreciar más a los animales considerándolos como seres inferiores, empezará a tender un puente hacia sus criaturas hermanas para aprender a comprenderlas. Y quien haya cruzado el puente hacia la vida de los reinos de la naturaleza, con el tiempo respetará la naturaleza, y ya no considerará ni tratará a ningún animal de modo indigno, tampoco consumirá su carne. Pues todo aquello a lo que el Eterno da su hálito, pertenece a la gran unidad de la vida.