Por: DR. JOSE MARIA MANUEL GARCIA-OSUNA y RODRIGUEZ
–ILTMO. DR. DON JOSÉ MARÍA MANUEL GARCÍA-OSUNA Y RODRÍGUEZ
Académico-Correspondiente de la Real Academia de Medicina de Asturias (año-2013). RAMPA. IDE.
Cofrade de Número de la Imperial Cofradía de Alfonso VII el Emperador de León y el Pendón de Baeza. (Creación año-1147)
Socio de Número de la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas. ASEMEYA.
-Socio de Número de la Asociación de Hispanistas del BeNeLux.
-Historiador de HISTORIA-16.
Académico-Correspondiente del Instituto de Estudios Históricos Bances y Valdés.
-PRÓLOGO.
Esta es la segunda parte del trabajo sobre el inicio de la Segunda Guerra Romana o Romano-Púnica o Púnica, que enfrentó, durante los años 218 a 201 a.C., a romanos contra cartagineses, por el dominio del orbe conocido y, sobre todo, de las tierras que bañaba el Mar Mediterráneo o el Mare Nostrum de los romanos. El trabajo, ya comenzado en el mes anterior, en la publicación y sección-‘Protagonistas de la Historia’, de ‘La Gaceta de Almería’, continúa ahora; y define lo ocurrido desde que muere Asdrúbal Janto hasta el paso de los Pirineos por las tropas de Aníbal Barca. Agradezco a la publicación almeriense, que me permite seguir siendo un historiador entregado a su profesión.
I.-ANÁLISIS DE ANÍBAL BARCA EL GRANDE SOBRE LA SITUACIÓN DE LOS ROMANOS EN LA ITALIA DE LA ÉPOCA-
Hasta el mes de mayo del año 218 a. C., Aníbal no acabó de preparar sus planes bélicos de autodefensa de la agresión romana que se estaba gestando, a la par, en la capital del Lacio, ya que la complejidad de todo lo que se preparaba y la magnitud de su envergadura precisaban de un tiempo prolongado. Además, el uso de la vía marítima para aquel trasiego de tropas fue mínimo, salvo el que se hiciera a través del estrecho de Gibraltar, siendo Cartago Nova y no Gadir el puerto principal de tránsito desde Hispania hasta la metrópoli púnica norteafricana. Además, los cartagineses no dominaban ya el mar y, por otro lado, el número de barcos de los púnicos existentes en Hispania en ese año se circunscribía a 50 quinquerremes, 2 cuatrirremes y 5 trirremes, comparada con las flotas movilizadas en la Primera Guerra Romana.
-MONEDA DEL DICTADOR QUINTO FABIO MÁXIMO RULLIANO-
«Pensando que tampoco Hispania debía quedar descuidada, y ello por mayor razón porque no era desconocedor de que la habían recorrido los embajadores romanos para atraerse la voluntad de sus jefes, se la asigna como campo de operaciones a su hermano Asdrúbal, hombre activo, y le da seguridad con refuerzos sobre todo africanos: once mil ochocientos cincuenta africanos de infantería, trescientos lígures, quinientos baleares. A estas fuerzas auxiliares de infantería se sumaron cuatrocientos cincuenta jinetes libiofenicios, mezcla de este contingente de cartagineses y africanos, y unos mil ochocientas númidas y moros, que habitan a la orilla del océano, más un reducido contingente, doscientos jinetes, de ilergetes procedentes de Hispania; y para que no faltase ningún tipo de apoyo terrestre, veintiún elefantes. Además, para proteger la costa, pues cabía pensar que los romanos desarrollarían las operaciones bélicas, también entonces, en el terreno en que habían salido victoriosos, se le asigna una flota compuesta por cincuenta quinquerremes, dos cuatrirremes y cinco trirremes; pero utilizables y equipadas con sus remeros, había treinta y dos quinquerremes y los cinco trirremes. De Cádiz retornó a Cartagena al campamento de invierno del ejército, y emprendiendo desde allí la marcha lo conduce por la costa, pasando por la ciudad de Onusa, hacia el Ebro. Cuentan que allí, durante el sueño se le apareció un joven de aspecto divino diciendo que era un enviado de Júpiter para guiar a Aníbal a Italia; que le siguiera, por tanto, y no apartase de él los ojos en ningún momento. Al principio lo siguió, sobrecogido, sin volver la vista ni un instante hacia los lados ni hacia atrás; después, por esa curiosidad propia de la naturaleza humana, como andaba preguntándose qué sería lo que se le había prohibido mirar a su espalda, no fue capaz de controlar sus ojos; vio entonces que tras él una serpiente de un tamaño extraordinario reptaba causando enormes estragos entre árboles y arbustos, y que detrás venía una nube de tormenta acompañada de fragor celeste. Al preguntar entonces qué enormidad era aquélla y de qué prodigio se trataba, oyó que era la destrucción de Italia, que siguiese adelante su marcha y no hiciese más preguntas, dejando que los destinos se mantuvieran ocultos»[1].
Aunque únicamente 32 quinquerremes y 5 trirremes estaban preparadas para navegar, y en todas las circunstancias y condiciones las posibilidades de los romanos eran muy superiores, por lo que Aníbal llegó a la convicción de que la invasión de Italia debería realizarse por tierra; cuando, además, tras la pérdida de Córcega y de Cerdeña, en el año 238 a. C., en la ya finalizada Primera Guerra Romana, estas islas eran tierras hostiles y, por consiguiente, las naves de los púnicos solo podrían navegar con comodidad desde el Levante hispánico hasta las islas Baleares.
Por todo ello, Aníbal había recabado y obtenido una amplia información sobre cuáles eran las tropas romanas y cuanta era su efectividad, su servicio de espionaje le mantenía, perfectamente, informado con relación a cuáles eran los puntos débiles de la gran potencia política del Lacio.
Lo más granado de las legiones romanas eran las dos que estaban conformadas por ciudadanos sensu stricto, y que eran comandadas por los cónsules, estando compuestas de 5.200 infantes y 300 caballeros. Las fuerzas militares regulares de Roma alcanzaban el número de 22.000 legionarios, a todo ello era preciso añadir las dos legiones estacionadas en la capital de la Magna Grecia, que era Tarento, y en Sicilia, que comprendían cada una 4.200 infantes y 200 caballeros.
Las tropas de los aliados, que servían a cada cónsul, y que combatían junto a las cuatro legiones ciudadanas, estaban compuestas por 30.000 infantes y 2.000 caballeros.
En la urbe capitolina estaban de reserva, ciudadanos romanos en armas en número de 20.000 infantes y 1.500 caballeros, reforzados por soldados aliados, en un número total de 30.000 infantes y 2.000 caballeros.
A todo este importante contingente de primera magnitud y de calidad contrastada habría que sumar una segunda reserva que podría llegar a cerca de 200.000 soldados entre ciudadanos romanos y de la región de la Campania, a los que se deberían unir las milicias de los pueblos del norte de la Península: vénetos, cenomanos, umbrios, sarsinios y etruscos.
-RUINAS DE CÁSTULO, CIUDAD DE LOS ORETANOS-
En el centro de la Península y flanqueando al territorio romano por el Este estaban los vestinos, marsos, marrucinos, pelignos y samnitas, y ya en el Meridión itálico los yapigios, los mesapios y los lucanos.
Polibio se va a encargar de sumar a todas aquellas tropas, y la misma le da un resultado final de 700.000 infantes y 70.000 caballeros, aunque las milicias itálicas eran de dudosa fidelidad y de una calidad militar mediocre, y eran la mitad del total de los contingentes en armas, pero existen muchas posibilidades de que Polibio calcule esa globalidad incluyendo tanto a los iuniores (portadores de las armas, de 18 a 46 años) como a los seniores que eran la reserva militar de Roma.
Todo ese ingente número de soldados eran muy difíciles de arrastrar a los teatros de operaciones bélicas y, asimismo, de encuadrarlos y armarlos con la eficacia necesaria para las exigencias ineluctables de aquella guerra, que se planteaba como el todo o la nada para ambos contendientes.
Aníbal “el Grande” sabía todo lo que antecede, pero también tenía la certidumbre de que Roma siempre estaría en condiciones de ir reponiendo sus pérdidas humanas con todas aquellas gigantescas reservas, por lo que él púnico solo podría salir victorioso contando con que se produjesen masivas deserciones en las tropas aliadas del SPQR, o con la circunstancia positiva de que los refuerzos que le enviasen desde su metrópoli norteafricana le llegasen sin ningún tipo de problemas, y con las mayores posibilidades de que pudiese sacarles el mayor fruto posible.
Por otro lado, Aníbal podría utilizar a su favor aquella heterogeneidad de las milicias de Roma y, por consiguiente, de los diferentes status quo de esos pueblos en la Península itálica.
-RUINAS DE CÁSTULO, CAPITAL DE LOS ORETANOS-
«En la época en cuestión, el territorio propiamente romano ocupaba la mayor parte de la Italia central, con una fachada marítima relativamente estrecha sobre el Adriático, de Pisaurum (Pésaro) al Norte hasta Adria, al Sur. Aquella fachada era mayor en el mar Tirreno, puesto que iba desde el cabo Telamón hasta Cumas. Los Apeninos centrales estaban englobados en aquel todo –de cerca de unos treinta mil kilómetros cuadrados-, que no era en absoluto un conjunto homogéneo, y ello por diversas razones. La primera es que, junto a los ciudadanos romanos de pleno derecho (optimo iure), había ciudadanos sin derecho a voto (sine suffragio) y, por lo tanto, sin posibilidad de ser candidatos a los honores en Roma; pero, sin embargo, estaban sujetos a las mismas cargas militares y financieras que los ciudadanos de pleno derecho. Era sobre todo en las márgenes del norte, este y sur del ager Romanus donde se localizaban aquellas ciudades sin sufragio, como Caere, en el límite sur de Etruria, Sena Gallica, en el antiguo territorio galo junto al Adriático y, por ejemplo, en el sur Capua, en la Campania. Capua tenía sus propias instituciones, sus magistrados, su senado y sus propias asambleas populares, y veremos que Aníbal, después de Cannas, supo aprovechar hábilmente aquella situación política y también jugar con el deseo de las elites campanienses de obtener de nuevo en la Confederación un estatus que estuviese a la altura de su antiguo prestigio»[2].
Abundando más en el hecho, el territorio romano estaba repleto de enclaves conformados por los territorios de las colonias de derecho latino, que eran como una especie de ciudades autónomas que poseían sus propias instituciones y sus magistrados pertinentes, con sus ciudadanos que estaban gobernados por su propio derecho y sus propias leyes locales, pero a los que les estaba permitido residir en Roma, casarse con ciudadanos romanos y, por ello, poder adquirir la ciudadanía romana.
A cambio estos pueblos latinos pagaban impuestos a Roma y aportaban un número de soldados fijos a las guerras que sostenían los romanos, por medio de un pacto denominado la Formula Togatorum o Lista de Usuarios y que significaba el número de latinos romanizados que estaban sujetos al servicio militar obligatorio en las legiones de Roma.
En la lista que realiza Polibio en el año 225 a. C. se indica que los aliados latinos son 80.000 infantes y 5.000 caballeros. Existía, por lo tanto, un status quo muy privilegiado en ciudades como Spoletium (Spoleto) en el Septentrión itálico y Beneventum (Benevento) en el Meridión. Por todo ello, es obviamente constatable que los pueblos de la etnia latina o nomen Latinum, eran de una fidelidad hacia Roma a prueba de todo influjo foráneo adverso.
-CÓNSUL MARCO CLAUDIO MARCELO-
Luego quedaban los territorios ocupados por los aliados y que servían para la protección del hinterland romano o ager Romanus y de las ciudades de nombre latino, por medio de vastos glacis, que es una pendiente suave y despejada que precede al foso de una fortaleza y que está dominada por los baluartes y otras fortificaciones. Por lo tanto, será en los territorios y en sus gentes de los pueblos del sur peninsular, en la Apulia, en la Lucania y en el Bruttium, en los lugares donde el genial caudillo cartaginés va a poder conseguir las más fervientes y firmes adhesiones a su proyecto político y militar antirromano.
II.-LA CONFORMACIÓN DEL EJÉRCITO CARTAGINÉS O PÚNICO-
Como era nítido para la preclara inteligencia de Aníbal Barca “el Grande” que su ejército no estaría al 100% de sus efectivos cuando desembocase en el valle del río Po, debería, por consiguiente, lograr que el número de sus soldados fuese incrementado lo máximo posible. Polibio indica que eran, aproximadamente, noventa mil infantes y doce mil caballeros.
«Aníbal realizó los mencionados preparativos durante el invierno. Dispuso una seguridad suficiente para los asuntos de África y los de España, y cuando llegó el día señalado, se puso en marcha con noventa mil soldados de a pie y alrededor de doce mil de caballería. Cruzó el río Ebro y sometió a las tribus de ilergetes y bargusios, también a los ernesios y a los andosinos, hasta llegar a los llamados Pirineos. Redujo a todos estos pueblos, tomó por la fuerza algunas ciudades más pronto de lo que hubiera esperado, pero le costaron numerosas y duras luchas en las que perdió no pocos hombres. Dejó a Hannón como gobernante de todo el territorio desde el rio hasta los Pirineos, y de los bargusios, pues desconfiaba mucho de ellos porque eran amigos de los romanos. Del ejército de que disponía separó para Hannón diez mil hombres de infantería y mil jinetes, y también dejó la impedimenta de los que marchaban con él. Licenció y mandó a sus hogares a un número de soldados igual al mencionado, con la intención de dejarles bien dispuestos hacia él, y dejar entrever a los restantes la esperanza del retorno a la patria, no solo a los íberos que marchaban a la campaña con él, sino también a los del país que se quedaban en sus casas. Quería que todos se pusieran en movimiento con buen ánimo por si eventualmente precisaba de su ayuda. Tomando, pues, el resto de las tropas ligeras, cincuenta mil soldados de a pie y unos nueve mil jinetes, los condujo a través de los montes llamados Pirineos para pasar el río que se llama Ródano. Tenía un ejército no tan numeroso como útil y excepcionalmente entrenado por lo continuo de sus luchas en España»[3].
Aunque se refuta que todas estas cifras puedan ser consideradas por encima de la realidad y, por ello, cuando cruce los Pirineos serán cincuenta mil infantes y nueve mil caballeros el total.
Polibio sigue ilustrando la hipotética composición cuantitativa de la milicia púnica, ya que escribe que, tras cruzar el río Ródano, Aníbal solo va a contar con treinta y ocho mil infantes y ocho mil caballeros.
«Ya hemos precisado el número de soldados con que Aníbal llegó a Italia. Tras su entrada, acampó en las mismas estribaciones de los Alpes, y de momento procuró que sus tropas se repusieran. Todo su ejército estaba en una situación lamentable no solo por las ascensiones y descensos y por las penalidades de la travesía; la escasez de víveres y los nulos cuidados corporales lo habían deteriorado enormemente. Ante estas privaciones y lo continuo de las calamidades muchos se habían desmoralizado por completo. Las dificultades del terreno habían imposibilitado a los cartagineses transportar provisiones abundantes para tantas decenas de millares de hombres, e incluso se perdió la mayor parte de lo que acarreaban cuando perdieron las acémilas. Cuando cruzó el Ródano, Aníbal tenía unos treinta y ocho mil hombres de infantería y más de ocho mil jinetes, pero en los pasos perdió casi la mitad de las fuerzas, como apunté más arriba. Los supervivientes tenían algo de salvajes en su aspecto y en su comportamiento, como consecuencia de la continuidad de las penalidades aludidas. Aníbal puso mucha atención en su cuidado, y recuperó a sus hombres tanto en sus cuerpos como en sus espíritus. Hizo igualmente que se repusieran los caballos. Tras esto, rehechas ya sus tropas, los turineses, que viven al pie de los Alpes, andaban peleando con los insubres, pero recelaban de los cartagineses; primero Aníbal les había ofrecido su amistad y alianza. Pero al serle rechazadas, acampó junto a la ciudad, que era muy fuerte, y en tres días la rindió por asedio. Mandó decapitar a sus oponentes, con lo cual infundió tal pavor a los bárbaros que habitaban en las cercanías que acudieron todos inmediatamente a ofrecerle su lealtad y sus personas. El resto de los galos que habitaban las llanuras se apresuró a asociarse a las empresas de los cartagineses, según el acuerdo anterior. Pero debido a que las legiones romanas habían rebasado a la mayor parte de estos galos y les habían interceptado, permanecían inactivos; algunos incluso se vieron forzados a militar con los ejércitos romanos. Al ver esto Aníbal, decidió no perder tiempo, sino seguir adelante y hacer algo para infundir confianza a los que estaban dispuestos a participar en sus esperanzas»[4].
-BUSTO DE MARCO PORCIO CATÓN “EL CENSOR”-
Por el presente texto del amicísimo del futuro P. Cornelio Escipión Emiliano “Numantino” y “Segundo Africano”, se puede observar que la sangría en las pérdidas entre los soldados púnicos fue una auténtica hemorragia incontrolada, lo que no tiene la más mínima lógica, pero existe una indicación coherente y es aquella que se refiere a que únicamente le quedaban veinte mil infantes y seis mil caballeros cuando desembocó en las llanuras padanas, ya que estos son los datos que el propio genio cartaginés dejó grabados en el cabo Lacinión.
«Aníbal, cuando hubo reunido toda su fuerza, emprendió el descenso, y al tercer día de su partida de los precipicios citados llegó a la llanura. Había perdido muchos combatientes, unos a manos de los enemigos, o a causa de los ríos, durante la marcha, y muchos hombres en los barrancos y lugares difíciles de los Alpes, y no solo hombres, sino aun acémilas y caballos en cantidad superior. Al final, toda la marcha desde Cartagena le duró cinco meses, y el paso de los Alpes quince días. Llegó, pues, audazmente a las llanuras del Po, al pueblo de los insubres. Había salvado una parte de los soldados de África, doce mil de a pie y ocho mil iberos; la cifra de caballos de que disponía en conjunto, no iba mucho más allá de los seis mil, como el mismo Aníbal señala en la estela que, en el cabo Lacinio, contiene un recuento de sus tropas. Por aquel mismo tiempo, como dije más arriba, Escipión había confiado fuerzas a su hermano Gneo, con el encargo de que atendiera a los asuntos de España e hiciera enérgicamente la guerra a Asdrúbal. Él zarpó con unos pocos hombres hacia Pisa. Hizo la marcha a través de la Etruria, y tomó de los pretores el mando de los ejércitos que, a sus órdenes, hacían la guerra a los boyos. Acudió a las llanuras del Po y acampó allí, ansioso de trabar batalla»[5].
Por todo ello, y como parecen una enormidad las pérdidas atribuidas a los cartagineses, en su trayecto desde Cartago Nova, se debe considerar que Aníbal partiría con no más de sesenta o setenta mil soldados como máximo. El ejército de Aníbal Barca era, cuantitativamente, importante y, por supuesto, con aquel general a la cabeza podría ser considerado el mejor de la historia de la Antigüedad; valientes hasta la temeridad, pero si se le puede poner algún tipo de interrogante sería el de no ser un ejército auténticamente de ciudadanos, que era lo que le ocurría, en gran número, a las legiones de Roma que le esperaban, que aunque sí era verdad que poseían tropas auxiliares, lo más granado y representativo estaba conformado por tropas de reclutamiento.
Los ciudadanos púnicos solo se encontraban encuadrados en las fuerzas de defensa y de vigilancia de la propia metrópoli norteafricana. Aunque bien es verdad que en estos momentos la milicia cartaginesa no era de tipo mercenario sensu stricto más que en un mínimo porcentaje, tras la desastrosa experiencia de las guerras inexpiables sostenidas contra sus mercenarios por Amílcar Barca tras el final de la Primera Guerra Romana o Romana-Púnica; por todo ello, ahora, los soldados cartagineses eran casi profesionales y provenientes de las ciudades feudatarias de Cartago.
-CÓNSUL QUINTO LUTACIO CATULO-
En esta ocasión, me estoy refiriendo a los aguerridos libios, los cuales eran, nuevamente, el grueso del ejército de Aníbal, eran unos doce mil infantes los que desembocaban en la llanura padana.
En el anterior texto de Polibio se les cita. Aquellos soldados provenientes del lujurioso desierto libio eran sobrios y resistentes, su resistencia a las privaciones era legendaria, aquellos que formaban parte de la infantería ligera disponían de un armamento exiguo pero muy eficaz: algunas lanzas, un puñal y un escudo pequeño y redondeado llamado cetra. Los que Aníbal Barca alineó en su apoteosis militar de la batalla de Cannas portarían las armas cogidas a los romanos muertos en la batalla de Trasimeno.
«En esta ocasión, cuando Aníbal acampó en la costa del Adriático, en una tierra muy fértil, que da frutos de todas clases, puso un interés especial en curar y recuperar a sus hombres, no menos que a los caballos. Había pasado el invierno al aire libre en el territorio de los galos; el frío y la falta de cuidados, las penalidades posteriores y el paso por los lugares pantanosos habían producido en casi todos los caballos y también en los hombres la llamada sarna del hambre y malestares semejantes. Aníbal, convertido en dueño de un país ubérrimo, restableció el cuerpo de sus caballos y el cuerpo y el espíritu de sus hombres. Cambió el equipo de los africanos a la manera romana, con armas escogidas de entre tantos despojos como había capturado. También en este momento mando por mar legados a Cartago, que describieran lo sucedido. Pues entonces por primera vez tocó la costa desde que había penetrado en Italia. Cuando los oyeron, los cartagineses exultaron de alegría, y pusieron todo su interés y providencia en ayudar, de todos los modos posibles, a las acciones de Italia y de España. Los romanos, por su parte, nombraron dictador a Quinto Fabio, hombre de prudencia excepcional y de ilustre nacimiento. Todavía hoy entre nosotros los hombres de su linaje son llamados Máximos, es decir, los más grandes, debido a las acciones y a los éxitos de aquél. He aquí las diferencias que hay entre un dictador y los cónsules. Estos tienen, cada uno, un cortejo de doce lictores, mientras que el dictador lo tiene de veinticuatro. Los cónsules muchas veces necesitan del senado para ejecutar sus planes; el dictador es un general que goza de plenos poderes. Cuando ha sido nombrado, en Roma se anulan todas las magistraturas, a excepción de los tribunos de la plebe. Pero de esto se hará una exposición más detallada en otro lugar. Los romanos, pues, nombraron un dictador, y junto con él a Marco Minucio como comandante de la caballería. Este está sometido al dictador, pero le substituye en el mando cuando algo retiene al dictador en otra parte»[6].
Y:
«Aníbal, al despuntar el día, después de enviar por delante a los baleares y demás tropas ligeras cruzó el río con las restantes y según iban pasando las iba situando en el frente de batalla: la caballería gala e hispana en el ala izquierda, cerca de la orilla, frente a la caballería romana; el ala derecha les fue asignada a los jinetes númidas; la parte central del frente lo ocupaba la infantería, con los africanos a los lados y los galos e hispanos en el medio. A los africanos se les podía tomar por una formación romana por las armas que llevaban, tomadas también el Trebia, pero sobre todo en el Trasimeno. Los galos y los hispanos tenían escudos casi de idéntica forma, mientras que las espadas se diferenciaban en forma y tamaño: las de los galos, muy largas y sin punta; las de los hispanos, manejables por lo cortas y con punta, pues estaban acostumbrados a atacar al enemigo clavando más que dando tajos. El aspecto de estos hombres era más terrible que el del resto, debido a su corpulencia y apariencia: los galos iban desnudos de ombligo para arriba, los hispanos se hacían notar por sus túnicas de lino entretejidas de púrpura, resplandecientes de maravillosa blancura. La cifra total de los efectivos de infantería que se formaron en línea de combate fue de cuarenta mil, y diez mil los de caballería. Los generales mandaban las alas, Asdrúbal la izquierda y Maharbal la derecha; el centro lo mandaba el propio Aníbal con su hermano Magón. El sol, muy oportunamente, caía oblicuo sobre ambas partes, sea porque se habían colocado así adrede o bien porque coincidió así, mirando los romanos hacia el sur y los cartagineses hacia el norte; un viento que los habitantes de la región llaman volturno empezó a soplar de cara a los romanos, quitándoles la visibilidad al lanzarles al rostro gran cantidad de polvo»[7].
Además, ahora los libios estaban muy apoyados por las novedosas tropas de íberos que Aníbal había reclutado provenientes de las poblaciones ibéricas sometidas por el caudillo púnico a la auctoritas de Cartago, que eran completadas con tropas mercenarias de la Celtiberia, quienes utilizaban una espada de doble filo y un sable curvo o falcata, portaban la cetra ya citada, pero los infantes de la primera línea habrían adoptado el largo escudo oval de los galos.
-DICTADOR LUCIO CORNELIO SILA-
«El armamento de los africanos era romano, pues a todos ellos Aníbal les había dotado con él, escogiéndolo del botín de las batallas anteriores. Los iberos y los galos tenían el escudo muy parecido, pero en cambio las espadas eran de factura diferente. Las de los iberos podían herir tanto de punta como por los filos; la espada gala, en cambio, servía solo para herir de filo, y ello aun a cierta distancia. Sus secciones estaban dispuestas alternadamente. Los galos iban desnudos, los iberos vestían unas túnicas delgadas de lino, con el borde de púrpura, según el uso de sus regiones; el conjunto ofrecía una visión extraña y sobrecogedora. El número de jinetes de que disponían los cartagineses era de diez mil; el de soldados de infantería, no muy superior a los cuarenta mil, incluidos los galos. Paulo Emilio mandaba el ala derecha romana, la izquierda Gayo Varrón y el centro lo mandaba Marco Atilio y Gneo Servilio, los cónsules del año precedente. El ala izquierda cartaginesa la mandaba Asdrúbal, la derecha Hannón y en el centro estaba el propio Aníbal, que tenía a su lado a Magón, su hermano. Como dije más arriba, la formación romana miraba hacia Occidente, y la de los cartagineses hacia Oriente, de modo que cuando salió el sol no molestó en ningún momento a los dos bandos»[8].
Los soldados mercenarios, sensu stricto, eran: A) los baleares, que eran unos especialistas como honderos y saeteros.
«Entretanto los hombres de Aníbal encendían hogueras delante de las tiendas y hacían circular por los manípulos aceite para suavizar las articulaciones, y se alimentaban con calma; tan pronto se anunció que el enemigo había cruzado el río, bien dispuestos anímica y físicamente empuñan las armas y salen al campo de batalla. Aníbal sitúa a los baleares delante de las enseñas y las tropas ligeras, unos ocho mil hombres, y detrás a la infantería de armamento más pesado: la totalidad de los efectivos, de la fuerza con que contaba; en las alas distribuye diez mil jinetes y repartidos a ambos lados sitúa los elefantes partiendo del extremo de las alas. El cónsul, cuando sus jinetes en desordenada persecución de los númidas se vieron cogidos por sorpresa, al presentarles éstos cara de forma repentina, mandó dar la señal de retirada y cuando estuvieron de vuelta los colocó a los lados de la infantería. Había dieciocho mil romanos, veinte mil aliados de nombre latino, y además las tropas auxiliares de los cenomanos; éste era el único pueblo galo que se había mantenido fiel. Con estos efectivos se produjo el choque. La batalla la iniciaron los baleares; como la infantería les hacía frente con mayor fuerza, se sacó a toda prisa hacia las alas a las tropas ligeras, maniobra ésta que hizo que la caballería romana se viese inmediatamente en aprietos, pues aparte de que ya de por sí les costaba trabajo, siendo cuatro mil hombres y además cansados, resistir a diez mil jinetes, de refresco en su mayor parte, se vieron encima cubiertos por una nube de proyectiles lanzados por los baleares. Además de esto, los elefantes, apareciendo desde el extremo de las alas, asustaban a los caballos, sobre todo, no solo por su aspecto sino por su extraño olor, y les hacía alejarse huyendo. El combate de los de a pie estaba equilibrado, más en coraje que en fuerzas, que los cartagineses habían llevado intactas al combate después de reponerse físicamente poco antes; por el contrario, los romanos, en ayunas y agotados, tenían los miembros entumecidos de frío. Habrían resistido, no obstante, a base de coraje, de haber tenido que combatir solo contra la infantería; pero los baleares, después de poner en fuga a la caballería, les disparaban por los flancos, y por otra parte los elefantes se habían desplazado hasta el centro del frente de infantería, y Magón y los númidas, así que el ejército rebasó sus escondrijos sin sospechar nada, surgieron por su retaguardia provocando gran confusión y pánico. A pesar, sin embargo, de tantas dificultades como tenía en torno, la formación se mantuvo firme durante algún tiempo, sobre todo frente a los elefantes, en contra de lo que nadie podía esperar. Los vélites colocados con ese preciso objetivo lanzaban sus venablos haciéndoles volverse, se lanzaban en su persecución cuando habían vuelto grupas y los pinchaban bajo el rabo, donde son más vulnerables por la blandura de la piel»[9].
En la batalla del río Trebia serán de capital importancia las hondas, que llevaban estos eficacísimos soldados baleares, que eran tres con correas de diferentes tamaños según la distancia a la que se encontraba el objetivo, dos las llevaban enrolladas en el cabeza y en el cuerpo. Estaarma era de una eficacia terrorífica, y, fruto de su eficacia, uno de estos honderos alcanzaría al cónsul L. Emilio Paulo en la batalla de Cannas, al comienzo de la susodicha conflagración.
- B) Los ligures eran el mercenariado de las tropas de Aníbal y, concretamente, trescientos de ellos se quedarían en Hispania, a las órdenes de Asdrúbal Barca (245-207 a. C.), y servían en la infantería ligera como exploradores; aunque en las batallas de Metauro y de Zama ocuparían la primera fila de combate.
- C) Los galos que eran una infantería muy útil, pero por su anárquico modo de combatir, Aníbal, los utilizaría como fuerzas de primer choque y, por consiguiente, serían sacrificadas a menudo. Entrarán en las filas de la milicia africana en el valle del Po, con la finalidad de reemplazar a las muchas bajas que los africanos habrían sufrido al cruzar los Alpes. A su lado, y para evitar sus deserciones, Aníbal solía colocar a los celtíberos, soldados hispanos muy resistentes y valerosos, que no solían retroceder, y evitaban las desbandadas de los galos; y, asimismo, a soldados ibéricos meridionales; muchos de ellos armados con la afamada espada falcata, que era una espada de filo curvado, que los legionarios romanos temían.
-EL “PRINCEPS” EMPERADOR CÉSAR AUGUSTO “PRIMAPORTA”-
- D) La caballería de los cartagineses estaba conformada, de forma mayoritaria, por los númidas, que portaban algunas lanzas, un pequeño escudo y, sobre todo, un puñal que era un arma terrible y eficacísima en las manos de aquellos jinetes tan eximios, y que eran especialistas en atacar a ejércitos en desbandada.
«De estos acontecimientos se trató repetidas veces tanto en el senado como en las asambleas. En medio de la alegría general de la población, el dictador era el único que no daba el menor crédito ni a las noticias ni a la carta, y afirmaba que, aun en caso de ser todo verdad, él tenía más miedo a los resultados favorables que a los adversos; entonces el tribuno de la plebe Marco Metilio dice que no se puede, de ninguna manera, tolerar aquello; que el dictador no solo ha sido un obstáculo, cuando estaba presente, para la buena marcha de las operaciones, sino que incluso estando ausente pone inconvenientes a lo que se ha hecho, y pierde tiempo a propósito para mantenerse más tiempo en el cargo y detentar él solo la autoridad suprema de Roma y en el ejército; en efecto, uno de los cónsules ha caído en el campo de batalla, el otro ha sido relegado lejos de Italia con el pretexto de la persecución de la flota cartaginesa; dos pretores están atareados en Sicilia y Cerdeña, cuando ninguna de estas dos provincias tiene falta de pretor en estos momentos; Marco Minucio, el jefe de la caballería, es mantenido casi bajo custodia para que no vea al enemigo, para que no lleve a cabo ninguna acción bélica; por ello, ¡por Hércules!, no solo el Samnio, territorio que se les ha cedido ya a los cartagineses como el del lado de allá del Ebro, sino incluso el territorio de la Campania, Cales y Falerno han sido arrasados, mientras el dictador se estaba quieto en Casilino, defendiendo sus propias tierras con el ejército del pueblo romano. El ejército, deseoso de combatir, y el jefe de la caballería se han visto retenidos, casi encerrados, en el recinto de la empalizada; se les han quitado las armas como si fueran prisioneros enemigos. Al fin, una vez que salió de allí el dictador, salieron fuera de la empalizada como liberados de un asedio y dispersaron y pusieron en fuga a los enemigos. Por estas razones, si la plebe romana tuviese su antiguo coraje, él hubiera tenido la audacia de presentar una propuesta de ley en que se le retirase el mando supremo a Quinto Fabio; ahora, en cambio, va a presentar una propuesta moderada acerca de la equiparación de poderes entre el jefe de la caballería y el dictador. Sin embargo, ni siquiera en ese caso se debe enviar a Quinto Fabio al ejército antes de elegir un cónsul que substituya a Gayo Flaminio. El dictador se abstuvo de participar en las asambleas dada su postura nada popular. Ni siquiera en el senado se le escuchaba demasiado favorablemente cuando tenía palabras de ponderación para el enemigo y enumeraba las derrotas sufridas en dos años por culpa de la temeridad y la falta de conocimientos de los generales, y manifestaba que le iba a pedir cuentas al jefe de la caballería por haber combatido contraviniendo sus órdenes expresas. Si el mando supremo y las decisiones últimas le corresponden a él, bien pronto hará que todo el mundo sepa que, si el general es bueno, la suerte no tiene demasiado importancia, es el talento y la razón lo que se impone, y el haber mantenido a salvo y sin deshonor al ejército en momentos difíciles constituye una gloria mayor que haber dado muerte a muchos miles de enemigos. Después de pronunciar infructuosamente discursos por este estilo, y elegido cónsul Marco Atilio Régulo, para no tener que discutir personalmente el derecho a ejercer el mando supremo se marchó al frente por la noche en vísperas de la fecha señalada para someter a votación la propuesta. Al amanecer se reunió la asamblea de la plebe; los ánimos estaban embargados por una sorda animadversión contra el dictador y por la simpatía hacia el jefe de la caballería, pero nadie se decidía a salir a defender lo que la gente quería, y aunque la propuesta ganaba en popularidad, le faltaba, sin embargo, quien se comprometiera en su favor. Solo apareció un defensor del proyecto de ley, Gayo Terencio Varrón, que había sido pretor el año anterior, hombre de origen no ya humilde, sino incluso bajo. Dicen que su padre fue carnicero, que vendía él mismo la mercancía, y que empleó a este hijo suyo en las tareas de su oficio, propio de esclavos»[10].
El historiador romano compara a los jinetes númidas con los desultores o caballistas que en las carreras o en el circo saltaban de un caballo a otro, ya que, asimismo, llevaban dos caballos y realizaban la misma parafernalia circense, conforme estos equinos se iban cansando, incluso en pleno combate.
A esta milicia tan heterogénea habría que añadir, tras la aplastante victoria annibálica de Cannas a los:
- E) Itálicos, pueblos tales como los samnitas, lucanos,bruttios y apulios, todo este conglomerado será de una fidelidad hacia Aníbal y de una cohesión ejemplares, aunque el genial Barca siempre los agrupará, en su ejército, por nacionalidades.
Los suboficiales que mandaban estos cuerpos de ejército eran de la misma nacionalidad que la de los soldados que tenían a su cargo y las relaciones que mantenían entre ellos eran muy estrechas.
-CÓNSUL GAYO FLAMINIO NEPOTE-
En los niveles más elevados del escalafón de mando del ejército africano, los oficiales ya eran cartagineses o aliados africanos punificados o libiofenicios.
Esto será así en la milicia cartaginesa que luchará en Sicilia, entre los años 212 y 210 a. C., en la que el mando de los númidas va a recaer en un libiofenicio de Bizerta llamado Mattán-Mútines.
«Mientras en Hispania se desarrollaban estos hechos, Marcelo, después de la toma de Siracusa, lo organizó todo en Sicilia con tanta honradez e integridad que aparte de su reputación acrecentó la respetabilidad del pueblo romano. Trasladóa Roma las obras de arte de la ciudad, las esculturas y cuadros, que abundaban en Siracusa, que evidentemente eran un botín quitado al enemigo conseguidos por derecho de guerra. A partir de ahí, por otra parte, nació la admiración por las obras de arte griegas, y a raíz de esto, el abuso del expolio indiscriminado de todo lo sagrado y lo profano que últimamente se ha vuelto contra los dioses romanos, empezando por el propio templo que Marcelo decoró espléndidamente. Los extranjeros, en efecto, solían visitar los templos dedicados por Marco Marcelo atraídos por las magníficas obras de ese género, de las que queda solo una pequeñísima parte. Acudían a Marcelo embajadas de casi todas las ciudades de Sicilia; las condiciones eran distintas a tenor de la disparidad de sus alegatos. Los que se habían rebelado, o habían reanudado relaciones amistosas antes de la caída de Siracusa, fueron aceptados y tratados como aliados leales. A los que se habían entregado por miedo después de la toma de Siracusa, se les impusieron, como vencidos, las condiciones del vencedor. Les quedaban sin embargo a los romanos restos de resistencia no desdeñables en los alrededores de Agrigento: Epicides y Hannón, jefes supervivientes de la campaña anterior, y un tercero, nuevo, enviado por Aníbal para reemplazar a Hipócrates, un hipacritano de origen libiofenicio al que sus paisanos llamaban Mútines, hombre de acción que había aprendido toda la ciencia de la guerra teniendo a Aníbal por maestro. Epicides y Hannón le dieron el mando de las fuerzas auxiliares númidas, con las que recorrió las tierras enemigas y se puso en contacto con los aliados para mantenerlos leales, ofreciéndole ayuda a cada uno en el momento preciso con tal éxito que al poco tiempo su nombre era conocido en toda Sicilia y él constituía la mayor esperanza de los partidarios de la causa cartaginesa. Consiguientemente, los generales cartaginés y siracusano, encerrados hasta entonces tras las murallas de Agrigento, se decidieron a salir fuera de los muros, no tanto por consejo de Mútines como por lo que confiaban en él, y acamparon junto al río Hímera. Cuando Marcelo tuvo conocimiento de esto, puso sus tropas en movimiento inmediatamente y acampó a unas cuatro millas de distancia del enemigo con el objeto de mantenerse a la espera de lo que éste hacía o preparaba. Pero Mútines no le dejó tiempo ni lugar para esperas o planes, al cruzar el río y atacar los puestos de guardia enemigos creando una gran confusión y alarma. Al día siguiente, en una batalla casi regular, obligó al enemigo a retirarse al interior de sus fortificaciones. A continuación, fue reclamada su presencia al producirse un motín de los númidas en el campamento: aproximadamente trescientos de ellos se habían marchado a Heraclea Minoa. Marchó a calmarlos y traerlos de nuevo, no sin advertir a los jefes, según dicen, de forma tajante, que durante su ausencia no entraran en combate con el enemigo. Les sentó mal esto a los dos jefes, pero peor a Hannón, preocupado desde hacía tiempo por la fama de Mútines: éste, un medio africano, ¿le iba a poner cortapisas a él, un general cartaginés enviado por el senado y el pueblo? Hannón convenció a Epicides, que no acababa de decidirse, para que cruzaran el río y presentaran batalla, pues si esperaban a Mútines y el resultado de la batalla era favorable, la gloria sería de Mútines con toda seguridad»[11].
Aunque el generalísimo se llamaba, ¡cómo no!, Hannón y era un cartaginés sensu stricto. El mando supremo de las divisiones de los ejércitos púnicos era para los cartagineses de la clase alta de la propia metrópoli norteafricana, siempre fieles lugartenientes del generalísimo de los ejércitos, en este caso se hallarían bajo el mando de Asdrúbal Barca que en el año 218 a. C. se había quedado al mando del ejército cartaginés de Hispania y de Magón Barca (243-203 a. C.).
También hay que citar a otro Asdrúbal “el Calvo”, quien en Cannas mandaría el ala izquierda del ejército; otro púnico llamado Hannón estaría a cargo del ala derecha de la milicia norteafricana en esa batalla. Maharbal se encargaba del mando de la caballería, y Magón “el Samnita” era el cabecilla del ejército cartaginés en el Bruttium. Eran personas muy jóvenes en edad, pero ya veteranos en las campañas de Aníbal Barca y, por ello, sus relaciones serían estrechas, cordiales y solidarias.
–CUADRO DE LA MUERTE DE LA PÚNICA SOFONISBAAL. DE G. TIÉPOLO-
III.-LOS “PANZER” DE ANÍBAL BARCA: SUS ELEFANTES-
Ya el rey Alejandro III “el Grande” o “el Magno” de Macedonia habría utilizado paquidermos en la batalla de Arbelas, en el año 331 a. C., y en sus múltiples escaramuzas por el dominio del valle del río Indo; pero sería el gran rey del Epiro, Pirro, el que los traería por vez primera al sur del Occidente de Europa, en la batalla de Heraclea (contra los romanos de P. Valerio Levino que pretendían conquistar la Magna Grecia), año 280 a. C., y luego en sus guerras de Sicilia, en todas partes causaban pavor y sensación de peligro.
Pertenecían a la especie Elephas indicus, portaban a cuestas la torre típica que aparece en todas las imágenes de este paquidermo asiático. En esa torre iban dos arqueros. Los cartagineses adoptaron rápida e inteligentemente ese medio militar tan eficaz, pero cuya raza no será la de los púnicos, pero ya sus efectos los habían sufrido en sus propias carnes durante la guerra siciliana que habían sostenido contra Pirro “el Grande”.
Los cartagineses los van a utilizar en Sicilia y contra el cónsul romano (cónsul en los años 267 y 256 a. C.) M. Atilio Régulo, durante la Primera Guerra Romana. Posteriormente, Amílcar Barca, los utilizaría de forma inmisericorde contra sus mercenarios sediciosos atrapados en el desfiladero de la Sierra o del Hacha y, por fin, el propio Aníbal, por vez primera, contra los carpetanos del río Tajo (año 220 a. C.).
Eran el tótem zoológico de los Bárcidas, y por sus apariciones en las monedas púnicas hispanas se sabe que se trata del elefante selvático o Loxodonta africana cyclotis o Loxodonta atlantica, de 2’40-2’50 m. de altura, con orejas de grandes lóbulos y una importante depresión en la espalda, cabeza alta, trompa anillada y largas defensas.
Heródoto los sitúa en el Sur del actual Túnez o en las costas del Marruecos actual o en el macizo del Rif, no lejos de las denominadas como columnas de Hércules; por lo tanto, son las regiones ancestrales del Antiguo Magreb.
Su extinción se produciría por la culpa inexcusable de sus constantes apariciones en los espectáculos circenses de la Roma imperial, donde eran utilizados para diversiones sangrientas de los romanos y que eran los lugares donde se mataban ingentes cantidades de animales salvajes.
En la primavera del año 218 a. C., Aníbal Barca cuenta con 27 de ellos. Pero, además de estos elefantes africanos, existía el elefante más valiente y renombrado del ejército cartaginés que va a ser denominado por Plinio “el Viejo”, y proveniente de una cita del valetudinario y atrabiliario Catón “el Censor”, como Syrus–Surus o “el Sirio”; era un elefante gétulo (de Getulia, región del noroeste de África), y parece que más blanquecino que el color habitual de los proboscídeos.
Aníbal lo montará y lo mimará especialmente, tras ser el único superviviente de la batalla de Trasimeno. Los elefantes de Aníbal eran de un tamaño tal que no les permitía cargar una torre de combate, sino que llevaban dos cornacas o guías, que Polibio define como “indos o indoi”, que era el nombre estereotipado aplicado a todos ellos.
«Construyeron un gran número de balsas muy sólidas, ataron fuertemente entre sí a dos de ellas y las adosaron a la tierra firme, a la orilla misma del río; entre ambas tenían una anchura como de cincuenta pies. Por la parte externa de éstas ataron otras que encajaran con ellas, y alargaron así la plataforma hacia el curso del río. Consolidaron el lado de la corriente con cables fijados en tierra, atándolos a los árboles que crecían en la orilla, para que toda la obra resistiera y no cediera, yéndose río abajo. Cuando hubieron construido el conjunto de esta plataforma proyectada hacia delante, de una anchura de dos pletros [30 metros cuadrados], añadieron a las últimas balsas dos más excepcionalmente resistentes, atadas estrechamente, y a éstas otras, de la misma manera, pero de modo tal que las amarras fueran fáciles de cortar. Además, habían fijado a las balsas muchas correas: con ellas los esquifes que iban a remolcar las balsas impedirían que éstas fueran arrastradas por el río, y al retenerlas con fuerza contra la corriente permitirían transportar y pasar a los elefantes sobre tales artilugios. Recubrieron las balsas con mucha tierra, que echaron encima hasta nivelarlas; las allanaron y les dieron el mismo color del camino que conduciría al vado a través de la tierra firme. Los elefantes están acostumbrados a obedecer a los indios hasta llegar al agua, pero en modo alguno se atreven a penetrar en ella. Los indios hicieron avanzar por la tierra apisonada a un par de hembras, que los elefantes siguieron. Así que situaron en las últimas balsas a los elefantes, cortaron las amarras que las unían a las otras, tiraron con los esquifes de los cables y pronto separaron de la tierra apisonada los elefantes y las balsas que los transportaban. Tras esta operación los animales al principio se pusieron a dar vueltas y embestían hacia todas partes; pero, rodeados por la corriente, se acobardaron y se vieron forzados a permanecer en su sitio. De esta manera, atando cada vez dos balsas, hicieron cruzar encima de ellas la mayoría de los elefantes. Algunos, con todo, se lanzaron aterrorizados al río a mitad de la travesía, y ocurrió que sus indios murieron todos, pero los elefantes se salvaron. Pues, gracias a la fuerza y longitud de sus trompas, que levantaban por encima del agua, inspirando y exhalando a la vez, resistieron la corriente, haciendo erguidos la mayor parte de la travesía» [12].
Si los guías perdían el control de sus gigantes que, por causa de sus heridas o por el estrépito de la batalla, se volvían enloquecidos hacia sus propias filas, tenían la orden expresa de rematarlos dándoles la puntilla en la nuca con la ayuda de un punzón y un mazo, este hecho se va a producir en la malhadada batalla de Metauro (año 207 a. C.), donde el número de elefantes rematados fue superior al que eliminarían los legionarios de Roma.
«Más elefantes fueron muertos por sus conductores que por el enemigo. Llevaban un escoplo de carpintero y un mazo y, cuando las bestias enloquecidas corrían por entre su propio bando, el conductor colocaba el escoplo entre las orejas, justo donde la cabeza está unida al cuello, y lo hundían con todas sus fuerzas. Este era el método más rápido que había sido descubierto para dar muerte a estos enormes animales cuando no había ninguna esperanza de controlarlos, y Asdrúbal fue el primero en introducirlo. A menudo se había distinguido este comandante en las batallas, pero nunca más que en este caso. Mantuvo arriba el ánimo de sus hombres, que lucharon tanto por sus palabras de aliento como compartiendo sus peligros; cuando, cansados y desanimados, ya no podían luchar más, reavivaba su coraje mediante súplicas y reproches; llamaba a los que huían y con frecuencia reanudó el combate allí donde había sido abandonado. Finalmente, cuando la fortuna de la jornada se mostró decisivamente a favor del enemigo, rehusó sobrevivir a aquel gran ejército que le había seguido arrastrado por la magia de su nombre y, picando espuelas a su caballo, se lanzó contra una cohorte romana. Allí cayó luchando, una muerte digna del hijo de Amílcar y hermano de Aníbal. Nunca, durante toda la guerra, perecieron tantos enemigos en una sola batalla. La muerte del comandante y la destrucción de su ejército se consideró una compensación adecuada por el desastre de Cannas. Murieron cincuenta y seis mil enemigos, cinco mil cuatrocientos cayeron prisioneros y se obtuvo una gran cantidad de botín, especialmente de oro y plata. Más de tres mil romanos, que habían sido capturados por el enemigo, fueron rescatados, y esto supuso cierto consuelo por las pérdidas sufridas en la batalla, pues la victoria no se logró, ciertamente sin sangre; alrededor de ocho mil romanos y aliados perdieron la vida. Tan saciados quedaron los vencedores con el derramamiento de sangre y la carnicería que, cuando al día siguiente se informó a Livio de que los galos cisalpinos y los ligures que no habían participado en la batalla o habían escapado del campo de batalla, marchaban en un grupo sin jefe ni nadie que impartiera órdenes y que una sola ala de caballería podría borrarlos a todos, el cónsul replicó: “Dejad que algunos sobrevivan para que lleven la noticia de su derrota y de nuestra victoria”»[13].
-CÓNSUL. MARCO LIVIO SALINATOR-
El procedimiento de rematarlos habría sido inventado por Asdrúbal Barca. Los romanos aprenderán a neutralizarlos y, Publio Cornelio Escipión “Africano” o“el Mayor” lo va a aplicar, perfectamente, en la batalla de Zama (año 202 a. C.), dejando una serie de pasillos entre sus manípulos, para que los elefantes se perdiesen en ellos.
Pero en los inicios de las confrontaciones entre romanos y cartagineses, sus agudos barritados, sus orejas desplegadas en forma de velas, su gran tamaño y su probóscide o trompa que proyectaban hacia adelante entre sus colmillos cuando cargaban, habían aterrorizado a los legionarios romanos.
IV.-EL PASO DEL RÍO EBRO (IBER) POR LOS CARTAGINESES-
En el momento de la partida hacia el Norte, el gran Aníbal Barca recibió a unos mensajeros galos que le indicaron que, cuanto menos, en la Galia-Cisalpina sus habitantes estaban a favor de las tropas norteafricanas.
«Aníbal, después de tomar sus previsiones acerca de las operaciones en África y en España, esperaba con impaciencia la llegada de los mensajeros que le habían enviado los galos. En efecto: había investigado exhaustivamente la fertilidad de la tierra situada al pie de los Alpes y alrededor del Po, el número de sus habitantes, la audacia bélica de estos hombres, y lo que le importaba más, la aversión que abrigaban contra los romanos como consecuencia de la guerra que tratamos en el libro anterior para familiarizar a los lectores con lo que ahora se va a exponer. Por esto, Aníbal se aferraba a esta esperanza y hacía toda clase de promesas; enviaba con gran interés legados a los jefes de los galos que habitaban en la parte de acá de los Alpes y a los de los mismos Alpes. Suponía que solo entablaría en Italia la guerra contra los romanos si podía superar las dificultades del terreno y llegar a los lugares antedichos, y si podía usar a los galos como aliados y colaboradores para el plan que tenía fijado. Al llegar los mensajeros y anunciar la buena disposición y las esperanzas de los galos, diciendo, además, que el paso de los Alpes sería muy duro y difícil, pero no imposible, Aníbal congregó a sus tropas desde los lugares donde habían invernado al comienzo de la primavera. Acababa de saber lo ocurrido en Cartago, y esto le infundió ánimos. Confiado en la buena disposición de sus conciudadanos, exhortaba abiertamente a sus tropas para la guerra contra los romanos. Expuso muy claramente de qué modo los romanos habían exigido la entrega de su persona y la de todos los oficiales de su campamento; les indicó, además, la fertilidad del país al que iban a marchar, y también la buena disposición y alianza de los galos. Al ofrecérsele para el combate las tropas entusiásticamente, les felicitó, les indicó el día en que se iniciaría la marcha y disolvió la asamblea»[14].
Como contrapartida el caudillo africano envió embajadores para que reconociesen cuáles eran los pasos alpinos más favorables y, a la par, anudasen lazos de amistad con los régulos celtas de los Alpes y les ofreciesen regalos.
-RUINAS DE CARTAGO (TÚNEZ)-
«Lleno de alegría por esta visión, hizo que sus tropas cruzaran el Ebro en tres cuerpos enviando por delante unos emisarios para ganarse a base de dádivas los ánimos de los galos por donde tenía que pasar el ejército y para efectuar un reconocimiento de los pasos de los Alpes. Cruzó el Ebro con noventa mil soldados de a pie y doce mil de a caballo. Sometió seguidamente a los ilergetes y bargusios y a los ausetanos [tribu pirenaica con centro en Ausa-Vich] y la Lacetania, que está situada en las estribaciones de los montes Pirineos, y le dio a Hannón el mando de toda aquella comarca para mantener bajo su control los desfiladeros que comunican las Hispanias con las Galias. Para mantener la ocupación de la zona le fue entregado a Hannón un destacamento de diez mil soldados de infantería y mil de caballería. Cuando comenzó la travesía del ejército por los desfiladeros de los Pirineos y se difundió entre los bárbaros el rumor, bastante fundado, de una guerra contra Roma, tres mil soldados de a pie carpetanos dieron la vuelta desde allí. Era un hecho que los impulsó a ello no tanto la guerra como lo largo del camino y el paso infranqueable de los Alpes. Aníbal, como era arriesgado hacerles volver o retenerlos por la fuerza, no fuesen a encresparse también los ánimos irreductibles de los demás, despachó a sus casas a más de siete mil hombres, a los que personalmente se había dado cuenta de que les resultaba una carga servir a las armas, simulando que también a los carpetanos los había licenciado él»[15].
Desde Qart Hadasht o la futura Cartago-Nova hasta el río Ebro no hubo el más mínimo problema, era el mes de junio del año 218 a. C. y el tiempo era estupendo. Inclusive cuando llegó a Onussa-Puig de la Misericordia (Vinaroz), en el Maestrazgo castellonense, y se preparaba para atravesar ese límite que era el inicio innegociable del comienzo de la guerra contra los romanos, se cuenta que el gran Aníbal tuvo un sueño lleno de presagios divinos favorables.
«Parece que, en el sueño, habría visto a un hombre joven de apariencia divina que se presentaba como el guía designado por Júpiter para conducirlo hasta Italia; no tenía más que seguirlo, pero sin volver la vista atrás. Aníbal, lleno de miedo reverencial, al principio obedecía, pero más tarde, movido por una curiosidad muy humana, no había podido evitar mirar hacia atrás, y entonces habría visto una serpiente de tamaño descomunal que se desplazaba en medio de un ruido de truenos ensordecedor, y de un inmenso paisaje de desolación de árboles abatidos y casas destruidas. Y como preguntara a su joven guía divino qué era aquel prodigio, aquél le habría respondido que era la “Devastación de Italia”. Aníbal debía seguir su propio camino y dejar que los destinos permanecieran ocultos»[16].
Pero Polibio no hace referencia a esta especie de epifanía o manifestación, ya que se solía burlar acremente de los historiadores que hacen intervenir a los dioses o a los hijos de las divinidades en los avatares de la historia humana, cuando narra la travesía alpina.
«Cuando los elefantes hubieron sido trasladados, Aníbal los recogió, y con ellos y los jinetes formó la retaguardia. Y avanzó paralelamente al río, desde el mar en dirección a Oriente; se marchaba como si fuera hacia el interior del continente europeo. El Ródano tiene sus fuentes orientadas hacia poniente, encima del golfo Adriático, en la vertiente norte de los Alpes; fluye en dirección Sudoeste y desemboca en el Mar de Cerdeña. Corre casi siempre por un valle en cuya parte Norte habitan los galos ardieos, pero por el Sur le bordean en toda su longitud las estribaciones de los Alpes que miran hacia el Norte. Las llanuras del Po, de las que hemos hablado largamente, están separadas del valle del Ródano por la citada cordillera, que arranca en Marsella y cubre todo el golfo Adriático; esta cadena montañosa es la que, partiendo de la región del Ródano, franqueó Aníbal para invadir Italia. Algunos de los autores que han tratado este paso de los Alpes quieren sobrecoger a los lectores mediante narraciones portentosas sobre los lugares citados, y no caen en la cuenta de que cometen las dos faltas más directas contra el género histórico, pues narran mentiras y, además, se contradicen a sí mismos: presentan a Aníbal como general sin parangón por su previsión y audacia, y al mismo tiempo nos lo muestran, sin duda alguna, como el más irracional; entonces, incapaces de encontrar solución y salida a sus embustes, introducen dioses e hijos de dioses en la historia científica. En efecto, establecen que la fragosidad y las dificultades de los Alpes son tales que, no ya los caballos y los ejércitos, junto con los elefantes, sino que ni tan siquiera la infantería ligera los pasaría con facilidad; y como también nos describen aquellos parajes como tan desiertos que, a no ser que un dios o un héroe hubiera guiado a los hombres de Aníbal, todos se hubieran visto en una situación difícil y hubieran perecido, es evidente que estos autores caen en ambos errores citados»[17].
También M. Tulio Cicerón se refiere al hecho en el que muta a la serpiente o el dragón por una hidra de múltiples cabezas. La síntesis del episodio estriba en que existen órdenes imperativas de las divinidades que impiden mirar hacia atrás, lo que está indicado en las narraciones mitológicas sobre Orfeo y Eurídice, y en las bíblicas de Lot y su mujer en Sodoma y Gomorra; en ambos casos la curiosidad humana va a superar la orden de los dioses.
Pero, Aníbal Barca no será castigado por transgredir lo prohibido, por lo que se puede colegir que toda esta parafernalia propagandística habría sido orquestada por el historiador griego Sileno, que habría acompañado al generalísimo púnico en las campañas militares de la Segunda Guerra Romana, y de ahí pasaría la información a los historiógrafos prorromanos.
Una vez atravesado el río Ebro comenzaron los problemas para la milicia cartaginesa, ya que se vio atacada por poblaciones de indígenas hispanos que no estaban sometidas ni a los romanos ni a los cartagineses. Se pueden citar entre ellos, según Tito Livio, a los ilergetes, situados en las actuales tierras de Lérida; los bargusios en el valle del río Segre, los denominados ausetanos que se hallaban en lo que hoy serían las tierras situadas entre Vich y Gerona y en la Lacetania probablemente cerca de Ripoll.
Polibio menciona a los araneses del homónimo valle de Arán y a los andosinos en las actuales tierras de Andorra, y no se recata en mencionar que los soldados africanos sufrirían importantes pérdidas en aquellas inesperadas escaramuzas.
Por lo que, Anibal, tuvo que dejar a uno de sus más eximios lugartenientes llamado Hannón, con diez mil infantes y mil caballeros, para la defensa de los intereses militares y políticos de los africanos en esas tierras y, sobre todo, para la vigilancia y el control de los bargusios, que se estaban inclinando, peligrosamente, hacia el lado de los romanos, pero también dejó en esa retaguardia a unos siete mil indecisos que iban a ser una rémora en la gigantesca empresa que iba a iniciar. Lo mismo hizo con tres mil infantes carpetanos que se volvieron a sus lares en el inicio de la ascensión pirenaica.
Según Tito Livio, con ese ejército pequeño pero aguerrido, Aníbal, va a cruzar los Pirineos; pero para poder evitar a las colonias de Massilia-Marsella, Emporion-Ampurias y Rhode-Rosas, se verá obligado a atravesar por la Cerdaña y luego por el puerto de La Perche y el valle del río Têt, yendo en dirección Este va a montar su campamento en la actual pequeña población de Elna, al Sur de Perpiñán.
En este momento histórico, las tribus del Rosellón conformaban una federación gentilicia que era la de los volscos arecomicos, que eran unas tribus celtas que se habían incorporado a un mundo culturalmente ibérico, hacia los finales del siglo III a. C.
-EL REY PIRRO “EL GRANDE” DEL ÉPIRO-
«A continuación, para que la demora y la inactividad no enervara los ánimos, cruza los Pirineos con el resto de las tropas y acampa junto a la ciudad de Iliberri. Los galos, aunque oían decir que la guerra iba dirigida contra Italia, sin embargo, como era voz común que al otro lado de los Pirineos los hispanos habían sido sometidos por la fuerza y se les habían impuesto fuertes guarniciones, acudieron a las armas por miedo a la esclavitud y se concentraron en Ruscinón unos cuantos pueblos. Aníbal, cuando le llegó esta noticia, por temor a un retraso más que a la guerra envió emisarios a sus reyezuelos para decirles que quería tener una entrevista personal con ellos, que o bien se acercaban ellos hasta Iliberri o bien se adelantaba él hasta Ruscinon para que la corta distancia facilitase el encuentro; que los recibiría de buen grado en su campamento, pero que también estaba dispuesto a acudir personalmente a su encuentro sin vacilar, pues él había llegado a la Galia como huésped, no como enemigo, y no tenía pensado desenvainar la espada, si los galos no ponían inconveniente, hasta llegar a Italia. Esto se lo comunicó a través de mensajeros; pero cuando los reyezuelos de los galos trasladaron al instante su campamento a Iliberri y acudieron de buen grado a ver al cartaginés, ganados a base de obsequios dejaron que el ejército pasara por su territorio pacíficamente bordeando la plaza de Ruscinón»[18].
Está claro que aquellas gentes tenían pavor a perder su libertad y caer bajo el yugo poderoso de los cartagineses; por todo ello se van a preparar para la guerra, concentrando sus fuerzas en la ciudad de Ruscino-Castel Roussillon, que se encuentra en el hinterland de Perpiñán.
Aníbal está muy agobiado por el tiempo en que se encontraba, ya que, al estar a finales del mes de julio, el retraso era una tragedia si se pretendía el abordaje de los Alpes con un tiempo más que aceptable, por lo que arriesgarse a una batalla en toda regla era un suicidio, y por ello decidió entregar regalos a aquella gentilidad y, por consiguiente, obtuvo el placet para poder pasar.
Han recorrido ya unos 280 kilómetros, unos 600 estadios, desde Ampurias y el lugar por donde han cruzado el río Ródano, al norte de su confluencia con el río Durance.
Un siglo más tarde, Gneo Domicio Ahenobarbo (cónsul en el año 122 a. C.), en su lucha y ulterior sometimiento de los galos alóbroges, recorrerá la llamada “vía Domiciana”, que seguía un itinerario paralelo a la costa, dejando entre su transcurrir y el mar las tierras de aguas pantanosas de la región.
El genial púnico iría dejando guarniciones en los oppida cercanos a la actual ciudad de Béziers, a Aumes y en las proximidades de la actual Nimes; de esta forma se puede explicar, también, el decremento producido en las tropas cartaginesas que desembocaron en la llanura padana, aunque esta explicación no está contrastada por la arqueología todavía, ya que lo hallado en la región son más bien las mercaderías de los comerciantes cartagineses que eran los habituales informadores privilegiados de Aníbal Barca.
Por todo lo que antecede, se piensa que el transcurrir de la milicia cartaginesa por el Rosellón y el Languedoc fue rápido y pacífico.
A finales de agosto del año 218 a. C., Aníbal “el Grande” llega a las proximidades del río Ródano; en esos momentos, P. Cornelio Escipión “el Viejo” llegaba con la flota romana a Massilia y establecía su campamento en el delta del río Ródano, habiendo bordeado las costas de la Etruria y de la Liguria.
Pero, los celtas del valle del río Po le habrían retrasado en la realización de su primigenio plan de llegar con sus dos legiones hasta Iberia, y abortar de raíz los planes bélicos de los cartagineses.
Pues bien, en la primavera del año 218 a. C., los galos-boios, que ocupaban la región en el actual hinterland de la ciudad de Bolonia-Bononia, se habían sublevado contra los romanos a causa de la creación romana de dos nuevas colonias en la zona, concretamente en Piacenza y en Cremona; además, Aníbal, les habría prometido una pronta ayuda.
Unidos, por consiguiente, a los galos-ínsubres del milanesado van a atacar a los colonos romanos y los van a obligar a retroceder hasta Módena-Mútina, a la que van a comenzar a cercar.
«Aníbal atacó los desfiladeros pirenaicos con un gran temor a los galos, porque aquellos parajes son sumamente escarpados. Los romanos, en ese mismo tiempo, ya habían oído de boca de los embajadores enviados a Cartago lo decidido allí y los discursos que se pronunciaron. Supieron que Aníbal había cruzado el río Ebro con su ejército más pronto de lo que ellos suponían, y resolvieron enviar a España a Publio Cornelio Escipión con sus legiones, y a Tiberio Sempronio a África. Mientras éstos reclutaban las tropas y hacían los preparativos restantes, los romanos se apresuraron a organizar las colonias que ya habían planeado enviar a la Galia (Cisalpina). Pusieron gran ardor en amurallar las ciudades, y ordenaron a sus futuros habitantes que se personaran en ellas en el plazo de treinta días. Cada ciudad iba a tener unos seis mil. Fundaron la primera colonia en la parte de acá del río Po y la llamaron Placentia; la segunda, en la parte de allá del río, y la llamaron Cremona. Apenas fundadas estas ciudades, los galos llamados boyos (que desde hacía tiempo buscaban, sin encontrarla, una ocasión para deshacerse de la amistad de los romanos), se envanecieron fiados, por las declaraciones de sus mensajeros, en la llegada de los cartagineses, y desertaron de los romanos, abandonando los rehenes entregados al final de la guerra pasada, que hemos descrito en el libro anterior a éste. Llamaron a los ínsubres, que compartían con ellos la cólera por los hechos de antes, y devastaron las tierras que los romanos habían distribuido en lotes. Persiguieron a los fugitivos hasta Mútina, que era colonia romana, y la asediaron. Entre los que encerraron allí había tres hombres notables, que habían sido enviados para repartir las tierras; uno de ellos era Gayo Lutacio, que anteriormente había sido cónsul, y dos antiguos pretores. Los tres creyeron oportuno parlamentar con los boyos, a lo que éstos accedieron. Pero cuando los romanos hubieron salido, los boyos, menospreciando cualquier derecho, les cogieron prisioneros; esperaban que así recuperarían a sus propios rehenes. Lucio Manlio, al que habían nombrado pretor, y estaba en aquellos parajes con sus fuerzas, cuando oyó lo ocurrido, acudió en su socorro a marchas forzadas. Pero los boyos se enteraron de su llegada y le tendieron una celada en unos encinares, y al tiempo de llegar los romanos en el paraje boscoso se vieron asaltados a la vez desde todas partes; los boyos les infligieron muchas bajas. Los supervivientes primero emprendieron la huida, pero cuando alcanzaron unas alturas, allí se reagruparon como para poder efectuar con dificultad una honrosa retirada. Los boyos persistieron en su persecución y les cercaron en la aldea llamada Tannes. Cuando en Roma se enteraron de que los boyos habían atrapado la legión cuarta y la asediaban enérgicamente, enviaron al punto en su ayuda las legiones puestas a disposición de Publio Cornelio Escipión,al mando de un pretor; ordenaron a aquél reclutar y concentrar más legiones de entre los aliados»[19].
«A Italia, entre tanto, la única noticia que había llegado era la del paso del Ebro por parte de Anibal, comunicada en Roma por los embajadores marselleses; entonces, como si ya hubiese atravesado los Alpes, se sublevaron los boyos instigando a los ínsubres, y no tanto por su antiguo resentimiento contra el pueblo romano como porque soportaban a regañadientes el establecimiento reciente de colonias en las proximidades del Po, en Placencia y en Cremona, en territorio galo. Así pues, empuñando las armas de forma repentina, atacaron precisamente ese territorio y provocaron tal pánico y confusión que, además de la masa campesina, incluso los propios triunviros romanos, Gayo Lutacio, Gayo Servilio y Marco Anio, venidos para hacer el reparto de tierras, faltos de confianza en las murallas de Placencia se refugiaron en Mútina. El nombre de Lutacio no ofrece dudas; en lugar de Anio y Servilio, algunos anales traen a Manio Acilio y Gayo Herenio, y otros, Publio Cornelio Asina y Gayo Papirio Masón. Tampoco se sabe seguro si los embajadores enviados a los boyos a presentar la reclamación fueron maltratados, o si se produjo el ataque contra los triunviros cuando estaban midiendo las tierras. Cuando Mútina era asediada, como aquella gente inexperta en las técnicas del asedio de las ciudades y al mismo tiempo muy poco activa para las tareas militares se sentaba sin hacer nada ante las murallas intactas comenzaron a simular que querían negociaciones de paz y los embajadores, convocados por los jefes galos para parlamentar, fueron apresados, no solocontraviniendo el derecho de gentes, sino violando además el compromiso adquirido para aquella ocasión, asegurando los galos que no los dejarían en libertad si no se les entregaban los rehenes. Cuando llegaron estas noticias referentes a los embajadores, como además Mútina y su guarnición corrían peligro, el pretor Lucio Manlio encendido de ira lleva hacia Mútina su ejército en marcha desordenada. Había por entonces bosques a los lados del camino, tierras sin cultivar en su mayor parte. Al haber emprendido la marcha sin explorar el terreno, se metió allí en una emboscada y tras perder a muchos de sus hombres salió, trabajosamente, a campo abierto. Allí atrincheró el campamento, y gracias a que los galos anduvieron faltos de confianza para atacarlo se rehízo la moral de los soldados, aunque sabían seguro que habían caído cerca de quinientos. Se reanudo luego la marcha de nuevo, y mientras la columna avanzaba por espacios despejados no apareció el enemigo; pero en cuanto se internaron otra vez en los bosques, entonces, atacando a la retaguardia en medio de una gran confusión y pánico generalizado dieron muerte a setecientos soldados y se hicieron con seis enseñas militares. Así que se salió de aquella espesura impracticable y llena de obstáculos dejaron los galos de provocar pánico y los romanos de sentirlo. A partir de allí, protegiendo sin dificultad su marcha por lugares despejados los romanos se dirigieron a Taneto, poblado cercano al Po. Allí, con una fortificación de circunstancias y con las provisiones que llegaban por el río, e incluso con la ayuda de los galos brixianos, se iban defendiendo frente a una multitud de enemigos cada día más numerosa»[20].
Como se indica en los textos de las fuentes, en primer lugar (los galos) derrotaron a las legiones mandadas por el pretor L. Manlio Vulso, atrayéndolo a la batalla por medio de añagazas, por lo que el pretor urbano, C. Atilio Serrano, tuvo que ir en su ayuda con una de las dos legiones que le habrían sido encomendadas, de forma primigenia, a P. Cornelio Escipión “el Viejo” para su campaña hispana, por lo que el cónsul mencionado se vio en la obligación de reclutar una nueva legión para substituirla, por lo que cuando llegó a Marsella, Aníbal ya estaba camino de los Alpes.
V.-EL PASO DEL RÍO RÓDANO POR LOS CARTAGINESES-
Los romanos creían tener la seguridad de que Aníbal buscaría el lugar más fácil para atravesar el susodicho río, es decir en torno a la actual ciudad de Beaucaire donde el caudal era menor, desde aquí se dominaba toda la ruta del litoral (que en la época imperial sería denominada como vía Julia Augusta), hasta el valle del río Durance y desde este hasta el Mont-Genèvre.
-ESTATUA DE LOS CAUDILLOS ILERGETES INDIBIL Y MANDONIO-
Por otro lado, el primer itinerario por vía costera estaba totalmente descartado, ya que era territorio de Massalia y de sus factorías coloniales: Tauroeis-Le Brusc, Olbia-Hyères, Antípolis-Antibes y Nikaia-Niza, ya que además de ser un territorio francamente hostil, era necesario atravesar barreras naturales de gran dificultad, entre ellas los estrechos desfiladeros de la Riviera dei Fiori, además de las seguras emboscadas que les tenderían los bandoleros ligures, los cuales darían guerra y problemas a los romanos durante casi un siglo (años 239 a 173 a. C.) para conseguir establecer un corredor costero libre de bandidaje, lo que ocurriría tras la victoria del año 173 a. C. por medio de las tropas legionarias del cónsul Póstumo Albino, que los desarmó totalmente y solo les dejó herramientas de hierro para que las utilizasen en cultivar los campos.
Y, además, si Aníbal Barca se decidía a travesar la región y el desfiladero de Beaucaire, el enfrentamiento entre sus tropas y las consulares romanas debería ser inevitable y, para el genial caudillo de los púnicos, totalmente desaconsejable.
Por lo tanto, es obvio que la presencia de las dos legiones de P. Cornelio Escipión “el Viejo” le iban a impedir, al Bárcida, ir por la ruta óptima del valle del río Durance o Vía Heraklea, ya que se decía que había sido abierta por Hércules-Herakles-Melkart, el héroe epónimo de algunas de las grandes vías terrestres de la Antigüedad.
Por consiguiente, en este mes de agosto del año 218 a. C., los romanos se encuentran en la llanura del río Crau, y los cartagineses en la ribera derecha del río Ródano (entre Nimes y Villeneuve-lès-Avignon), en contra de los datos equivocados de Polibio, que sitúan al cartaginés al Sur de la confluencia del río Durance.
No obstante, el lugar exacto es muy complicado de poderlo determinar, ya que hay que fundamentar los datos de Polibio:
«Aníbal, así que llegó a los parajes próximos al río, intentó cruzarlo allí donde su curso es todavía único, a una distancia del mar que un ejército haría en unos cuatro días. Se concilió de todas las formas iniimaginables la amistad de los pueblos ribereños: les compró las barcas y los esquifes, suficientes en número, puesto que muchos de los que habitan la región del Ródano se dedican al tráfico marítimo. Adquirió de ellos también la madera necesaria para fabricar barcas, por lo cual al cabo de dos días tenía construidas muchísimas, pues sus hombres se empeñaban en no depender del vecino y en depositar en sí mismos la esperanza de cruzar el río. Pero entonces se concentró en la otra orilla una gran multitud de bárbaros con la intención de impedir el paso del río a los cartagineses. Aníbal se percató muy bien de que en aquellas circunstancias ni podría forzar por la violencia el paso del río, porque el número de enemigos apostados era incalculable, ni podría aguantar allí sin que el adversario le atacara por todas partes. A la tercera noche envía parte de sus fuerzas, con unos guías naturales del país, bajo el mando de Hannón [el sobrino carnal de Aníbal] el hijo del sufeta Bomílcar. El contingente marchó unos doscientos estadios curso arriba del río, hasta llegar a un lugar en que la corriente se divide y forma una pequeña isla, y se quedaron allí. Fijando y atando troncos de un bosque vecino, en breve tiempo armaron muchas balsas, suficientes para lo que entonces necesitaban; en ellas cruzaron el río con seguridad y sin que nadie les estorbara. Tomaron un lugar abrupto, y aquel día permanecieron allí tanto para descansar de las penalidades anteriores como para prepararse para la operación siguiente, según las órdenes que tenían. Aníbal hizo algo muy parecido con las tropas que habían quedado con él. Lo que le ofrecía más dificultades era hacer cruzar el río a los elefantes que eran treinta y siete»[21].
Y de Tito Livio:
«Cuando llegó a Roma la noticia de esta súbita sublevación y se enteraron los senadores de que a la Guerra Púnica habían venido a sumarse además la de los galos, dispusieron que el pretor Gayo Atilio con una legión de romanos y con cinco mil aliados, alistados por el cónsul en un reciente llamamiento a filas, llevase ayuda a Manlio; Atilio llegó a Taneto sin combatir ni una vez, pues el enemigo se había retirado por miedo. También Publio Cornelio, después de alistar una nueva legión en substitución de la que había marchado con el pretor, partiendo de Roma con sesenta naves largas, bordeando la costa de Etruria y los montes de los lígures y luego de los saluvios llegó a Marsella y acampó cerca de la boca más cercana del Ródano –pues este río entra en el mar por varias desembocaduras- resistiéndose a creer del todo que Aníbal hubiera salvado los montes Pirineos. Cuando se percató de que éste andaba pensando en cruzar también el Ródano, como no estaba seguro sobre el sitio en que salirle al paso y los soldados no estaban aún suficientemente repuestos del traqueteo marítimo, envió entretanto delante a trescientos jinetes escogidos guiados por marselleses y auxiliares galos para hacer una exploración completa y observar al enemigo desde una posición a cubierto. Aníbal, después de neutralizar a los demás con amenazas o dinero, había llegado ya al territorio de un pueblo fuerte, el de los volcas. Habitan en los contornos de las dos orillas del Ródano; pero, desconfiando de poder mantener al cartaginés alejado del territorio de su lado, para tener el río como barrera pasaron casi todas sus cosas por el Ródano y defendían con sus armas la otra orilla. A los demás ribereños, e incluso a los propios volcas que se habían quedado donde residían, los convence Aníbal con dádivas para que reúnan y construyan embarcaciones por todas partes, y al mismo tiempo también ellos mismos deseaban que el ejército pasara al otro lado y su comarca se viera aligerada cuanto antes de la carga que suponía tan ingente masa humana. Se reunió así una enorme cantidad de naves y barcas habilitadas de cualquier manera para uso de los vecinos; los galos comenzaron los primeros a construir otras nuevas vaciando un tronco de árbol para cada una; después, también los propios soldados, animados por la abundancia de madera a la vez que por la facilidad de la tarea, fabricaban unas balsas toscas sin preocuparse de más con tal de que pudiesen mantenerse a flote sobre el agua y soportar carga para trasladarse deprisa y corriendo a la otra orilla ellos y su equipo. Cuando estaba ya todo listo para cruzar, los enemigos los amenazaban desde el lado opuesto, ocupando hombres y caballos toda la orilla. Para alejarlos, Aníbal ordena a Hannón, hijo de Bomílcar, que salga durante el primer relevo de la guardia dirigiéndose río arriba durante una jornada con una parte de las tropas, hispanas, sobre todo, y que tan pronto como pueda cruce el río lo más a escondidas posible y lleve las tropas dando un rodeo para atacar al enemigo por la espalda en el momento preciso. Los galos asignados como guías para la operación le explicaron que, unas veinticinco millas más arriba, el río discurría en torno a un islote presentando un lugar de paso, al ser más ancho y por tanto menos profundo su caudal en el punto donde se bifurcaba. Una vez allí cortaron madera a toda prisa y construyeron balsas en las que trasladar al otro lado a hombres, caballos y bagajes. Los hispanos cruzaron el río sin ninguna dificultad poniendo las ropas en odres, colocando encima sus escudos y luego tendiéndose ellos. También pasó el resto de las tropas uniendo balsas, y acampando cerca del río, se repusieron del cansancio de la marcha nocturno y de los trabajos con un día de descanso, poniendo cuidado el jefe en el cumplimiento puntual del plan. Emprendida la marcha al día siguiente, desde un lugar elevado hacen señales con humo indicando que han cruzado y que no están muy lejos. Cuando Aníbal recibió este aviso dio la señal de cruzar para no desaprovechar la ocasión. La infantería tenía ya las embarcaciones preparadas y a punto y los jinetes iban casi juntos a los caballos que cruzaban a nado…Una hilera de naves atravesada en la parte de más arriba para frenar la fuerza de la corriente proporcionaba tranquilidad a las barcas que cruzaban más abajo; la mayor parte de los caballos iban a nado sujetos de las bridas desde las popas, a no ser los que habían colocado ensillados y embridados sobre las embarcaciones para que pudieran ser utilizados por los jinetes nada más salir a la orilla»[22].
-BUSTO DE LA PRINCESA ORETANA CASTULENSE, HIMILCE-
Por la narración del cronista latino se colige que Aníbal Barca “el Grande” no estaba en condiciones de tener una confrontación bélica con los galos-volscos, lo que se añadiría a lo complicado del paso del río Ródano.
Por lo tanto, va a encargar a su sobrino Hannón, hijo de su cuñado y sufete Bomílcar y de su hermana mayor, que al mando de un destacamento de tropas ibéricas ataque a esos celtas por la retaguardia.
«Hannón remontó la orilla derecha del Ródano unas veinticinco millas hasta llegar a un lugar donde sus guías galos le indicaron que el río se dividía en dos brazos formando una pequeña isla en medio, una configuración que facilitaba el paso. El destacamento atravesó el río, descansó durante una jornada, descendió por la orilla izquierda y, tras ocupar un promontorio situado detrás del campamento de los volcos, hizo saber a Aníbal por medio de señales de humo que se encontraba preparado para una acción coordinada. Por parte del grueso de la tropa púnica, acampada en la orilla derecha, todo estaba listo para atravesar el río. Y Aníbal ordenó a su ejército que comenzara la travesía: embarcó la infantería más ligera en barcazas y decidió “llevar a nado a los caballos en las popas de los bateles”, salvo la caballería pesadamente armada que cruzó en bateles para que pudieran montarse inmediatamente después de la travesía del río. A la vista del intento del enemigo, los volcos abandonaron su campamento y se concentraron desordenadamente en la orilla, pero cuando Hannón y sus hombres cayeron sobre ellos por sorpresa, huyeron en desbandada. Ya solo quedaba ultimar las operaciones del paso del río. Los elefantes dieron mucha guerra a sus cornacas. Nuestros dos autores, Polibio y Tito Livio, relatan complacidos y con lujo de detalles –detalles que transmiten a partir de la misma fuente, seguramente Celio Antípater, a su vez deudor de Sileno-, la estratagema de Aníbal para hacer cruzar el río a aquellos animales, “acostumbrados a obedecer siempre a los indos hasta llegar al agua, pero meter el pie dentro jamás se habían atrevido”. Se pensó entonces en construir dos inmensos bateles recubiertos de una espesa capa de tierra, de manera que los elefantes aceptaran dejarse embarcar siguiendo dócilmente a dos hembras que les hacían de guía. En cuanto a aquellos que, enloquecidos, saltaron al río, Polibio, que como todos los antiguos en general los creía incapaces de nadar, nos los muestra abriéndose camino por el lecho del Ródano, sumergidos y levantando la trompa por encima del agua a modo de tubo respiratorio»[23].
En este momento y punto concretos, es cuando los romanos y los cartagineses van a enfrentarse por primera vez.
- Cornelio Escipión tras desembarcar en el Crau, habría enviado a trescientos de sus caballeros a explicar y conocer las intenciones de Aníbal Barca, en ese momento se toparon, de improviso, con los númidas de Maharbal, que estaban realizando una maniobra semejante, los jinetes africanos perdieron en el enfrentamiento y, entonces, el cónsul puso en marcha a todo su ejército para presentar batalla en toda regla, ya, a todo el ejército de los cartagineses.
«Ya se había disuelto aquella asamblea cuando llegaron los númidas enviados en misión de reconocimiento. La mayoría de los que habían salido había muerto y los restantes habían huido precipitadamente, porque no lejos de su propio campo se habían tropezado con la caballería romana, enviada por Publio con la misma finalidad, y ambos destacamentos pusieron tal coraje en la escaramuza que murieron en ella ciento cuarenta jinetes entre galos y romanos, y más de doscientos jinetes númidas. Después de la refriega los romanos siguieron la persecución y se acercaron al atrincheramiento cartaginés, que examinaron; dieron la vuelta y regresaron para explicar a su general la presencia del enemigo. Llegaron, pues, a su campamento, y la anunciaron. Escipión transportó inmediatamente sus bagajes a las naves, levantó todo su campamento y avanzó hacia el río, deseando establecer contacto con el enemigo. Al día siguiente de la asamblea Aníbal, al amanecer, hizo avanzar toda la caballería en dirección al mar, en situación de observadora, e iban haciendo salir del atrincheramiento a sus fuerzas de a pie para emprender la marcha. Él personalmente se quedó en espera de los elefantes y de los hombres que había dejado a su cuidado. El paso de los elefantes se efectúo como sigue»[24].
-ESTATUA DE LA PRINCESA CASTULENSE HIMILCE (LINARES-JAÉN)-
Aníbal “el Grande” titubeó un instante sobre la decisión a tomar, pero tras recibir a una embajada de los galos boios de la Galia-Cisalpina, que se ofrecieron a guiarle garantizándole su alianza, no lo dudó y ordenó a sus tropas que remontasen, lo más rápidamente posible, la ribera izquierda del río Ródano.
- Escipión no le siguió sino que decidió volver a Italia para defender el valle del río Po, aunque confió a su hermano menor Gneo sus propios legionarios, para que invadiese Hispania y atacase, sin ambages, a los soldados púnicos de Asdrúbal Barca, este hecho sería muy favorable para las intenciones de los romanos, ya que inmovilizaría al segundogénito de Amílcar Barca “el Grande”, en la Península Ibérica, y aquel no podría, durante años, enviar los pertinentes refuerzos a su hermano mayor, ya en Italia.
A continuación, Aníbal Barca se iba a enfrentar con el hecho más grandioso, heroico y arriesgado de toda la Antigüedad, y que no fue otro que, con todo su ejército, realizase la travesía o paso de los Alpes; al otro lado le estaría esperando la civilización y la estructura política de sus enemigos romanos. “Exercitum in unum locum conducere”.
-REPRESENTACIÓN DE LOS DOS PUERTOS, MILITAR Y COMERCIAL, DE CARTAGO-
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-CURRICULUM VITAE-
-Del Instituto de Estudios Zamoranos “Florián de Ocampo”. (CSIC).
-Del Ateneo de Valladolid (Creación año-1872).
-Del Instituto de Estudios Gerundenses (CSIC).
-De la Real Sociedad Arqueológica Tarraconense (CSIC).
-Del Círculo Cultural Péndulo de Baza (UNESCO).
-Del Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino (CSIC).
-Del Centro de Estudios Benaventanos “Ledo del Pozo” (CSIC).
-Del Centro de Estudios Fenicios y Púnicos (CSIC).
-Del Centro de Estudios Históricos Jerezanos (CSIC).
-Del Ateneo Jovellanos (Creación año-1953).
-De la Sociedad Española de Estudios Clásicos (CSIC).
-De la Asociación Hispania Nostra.
-Asesor de la Asociación Cultural Reinos de España (FEAH).
-De la Sociedad Española de Estudios Medievales (CSIC).
-Del Instituto de Estudios Bercianos (CECEL/CSIC).
-De la Asociación Gaxarte, Luanco-Gozón.
–Historiador-Diplomado en Estudios Avanzados de Historia Antigua y Medieval y Médico-Familia de Atención Primaria.
-Jurado-Vicepresidente del I Concurso de Trabajos Cortos de Investigación en Historia de la Medicina en Asturias. Colegio de Médicos de Asturias.
–Médico-Valorador de Discapacidades y Daños Corporales del Colegio de Médicos de Asturias.
-303 Críticas Literarias/Ensayo en Todo Literatura. Madrid.
-33 Trabajos-Ensayos-Curriculares de Historia en la Gaceta de Almería.
-49 (2022) Trabajos publicados en Dialnet.
-30 (2022) Trabajos/Libros publicados en Regesta Imperii /Universidad de Maguncia/Mainz.
-229 Trabajos de HISTORIA publicados.
-39 Biografías de Músicos de Música-Académica publicadas.
-119 Conferencias impartidas sobre Historia.
-LIBROS PUBLICADOS-
1.-EL GRAN REY ALFONSO VIII DE CASTILLA, “EL DE LAS NAVAS DE TOLOSA”. Editorial Alderabán/Alfonsípolis. 2012. Cuenca.
2.-BREVE HISTORIA DE FERNANDO “EL CATÓLICO”. Editorial Nowtilus. 2013. Madrid.
3.-EL REY ALFONSO X “EL SABIO” DE LEÓN Y DE CASTILLA. SU VIDA Y SU ÉPOCA. Editorial El Lobo Sapiens/El Forastero. 2017. León.
4.-EL REY ALFONSO VII “EL EMPERADOR” DE LEÓN. Editorial Cultural Norte. 2018. León.
5.-URRACA I DE LEÓN. PRIMERA REINA Y EMPERATRIZ DE EUROPA. Editorial El Lobo Sapiens/El Forastero. 2020. León.
6.-EL REY RAMIRO II “EL GRANDE” DE LEÓN. EL “INVICTO” DE SIMANCAS. Editorial Alderabán/Alfonsípolis. 2021. Cuenca.
7.-LA BATALLA DE LAS NAVAS DE TOLOSA. UN MITO HISTÓRICO. Editorial Alderabán/Alfonsípolis. 2023. Cuenca.
[1] Tito Livio, XXI, 22, Op. Cit.
[2] S. Lancel; Op. Cit., pág. 78.
[3] Polibio, III, 35; Op. Cit.
[4]Polibio, III, 60; Op. Cit.;“Aníbal y Escipión frente a frente en Italia”.
[5] Polibio, III, 56; Op. Cit.
[6] Polibio, III, 87; Op. Cit.
[7] Tito Livio, XXII, 46; Op. Cit.
[8] Polibio, III, 114; Op. Cit.
[9]Tito Livio, XXI, 55; Op. Cit., “La batalla del río Trebia”.
[10] Tito Livio, XXII, 25; Op. Cit., “Equiparación de poderes por plebiscito entre dictador y jefe de la caballería”.
[11] Tito Livio, XXV, 40; Op. Cit.“Sicilia: últimos combates, victoria final de Marcelo”.
[12] Polibio, III, 46. Op. Cit.
[13] Tito Livio, XXVII, 49; Op. Cit.
[14] Polibio, III, 34; Op. Cit., “Últimos preparativos para la marcha”.
[15]Tito Livio, XXI, 23; Op. Cit., “Travesía de los Pirineos. Inquietud en la Galia al paso de Aníbal”.
[16] S. Lancel, págs. 86 y 87; Op. Cit.
[17]Polibio, III, 47; Op. Cit.
[18]Tito Livio, XXI, 24; Op. Cit.
[19] Polibio. III, 40; Op. Cit., “Hechos en la Galia Cisalpina”.
[20] Tito Livio, XXI, 25; Op. Cit., “Levantamientos antirromanos en el norte de Italia. Llegada de Aníbal al Ródano”.
[21] Polibio, III, 42; Op. Cit.
[22]Tito Livio, XXI, 26-27; Op. Cit., “Aníbal cruza el Ródano. Combate de caballería”.
[23] S. Lancel, pág. 91; Op. Cit.
[24]Polibio, III, 45; Op. Cit.