Por: DR. JOSE MARIA MANUEL GARCIA-OSUNA y RODRIGUEZ
-de 2023
–ILTMO. DR. DON JOSÉ MARÍA MANUEL GARCÍA-OSUNA Y RODRÍGUEZ
Académico-Correspondiente de la Real Academia de Medicina de Asturias (año-2013). RAMPA. IDE.
Cofrade de Número de la Imperial Cofradía de Alfonso VII el Emperador de León y el Pendón de Baeza. (Creación año-1147)
Socio de Número de la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas. ASEMEYA.
-Socio de Número de la Asociación de Hispanistas del BeNeLux.
-Historiador de HISTORIA-16.
Académico-Correspondiente del Instituto de Estudios Históricos Bances y Valdés.
RESUMEN-
En el presente trabajo (32º), que nuevamente presento en la gran GACETA DE ALMERÍA, y en la página de Personajes de la Historia, que su director-fundador, Agustín Muñoz, ha tenido a bien concederme, hoy me voy a aproximar, estimo que rigurosa y pormenorizadamente, al inicio de la segunda parte, de la gran conflagración bélica, que se produjo entre romanos y cartagineses, y que pudo y debió cambiar el sesgo de la Historia de la Antigüedad, y del resto de la futura humanidad, si como uno desea, Cartago hubiese vencido a Roma; pero los hados no fueron favorables a los africanos y sí a los hombres del Lacio. He dividido el trabajo, por su dimensión en dos partes. Y estudio el comienzo de la Segunda Guerra Púnica o Romana, desde el preámbulo, que incluye la conquista púnica de Sagunto, hasta el paso de los Pirineos por parte de las tropas cartagineses del gran general bárcida, Aníbal “el Grande”. Este es el comienzo de la tragedia.
“Ibis ad crucem. Crudelissimum teterrimumque supplicium et seruile supplicium”.
-CLEOPATRA VII “FILOPATOR”-
I.-ANÍBAL BARCA EL GRANDE (247-183 a. C.) ENTRA EN LA HISTORIA-
Su nombre significaba: Honiba’al o Don del Señor-Baal, su apodo familiar que nunca utilizó proviene del vocablo Baraq o Rayo-Fulgor, y que fue aplicado al gran Amílcar, su padre, por su velocidad para resolver las batallas. Tras la muerte, alevosa y a traición, de su cuñado Asdrúbal Janto o “el Bello-Hermoso”, Aníbal va a ser elegido generalísimo, por aclamación unánime de la milicia púnica de Iberia, y la “Asamblea Popular” de Karthago-Cartago lo va a ratificar sin el más mínimo debate. En este momento, 221 a. C., el brillante varón primogénito de Amílcar Barca cuenta con 26 años de edad, y se le presupone un brillante futuro.
«Pocos, pero prácticamente los mejores, se mostraban de acuerdo con Hannón, pero como ocurre las más de las veces, la cantidad se impuso a la calidad. Enviado Aníbal a Iberia, nada más llegar se ganó a todo el ejército: los soldados veteranos tenían la impresión de que les había sido devuelto el Amílcar joven; veían la misma energía en sus rasgos, la misma fuerza en su mirada, la misma expresión en su semblante, idéntica fisonomía. Después, en muy poco tiempo, consiguió que lo que tenía de su padre fuese lo menos importante en orden a granjearse las simpatías. Nunca un mismo carácter fue más dispuesto para cosas enteramente contrapuestas: obedecer y mandar. No resultaría fácil, por ello, discernir si era más apreciado por el general o por la tropa. Ni Asdrúbal prefería a ningún otro para confiarle el mando cuando había que actuar con valor y denuedo, ni los soldados se mostraban más confiados o intrépidos con ningún otro jefe. Era de lo más audaz para afrontar los peligros y de lo más prudente en medio mismo del peligro. No había tarea capaz de fatigar su cuerpo o doblegar su moral. El mismo aguante para el calor y el frío; su manera de comer y beber, atemperada por las necesidades de la naturaleza, no por el placer; el tiempo de vigilia y de sueño, repartido indistintamente a lo largo del día o de la noche; el tiempo que le quedaba libre de actividad era el que dedicaba al descanso, para el cual no buscaba ni muelle lecho ni silencio: muchos lo vieron a menudo echado por el suelo, tapado con el capote militar, en medio de los puestos de guardia o de vigilancia militar. No se distinguía en absoluto entre los de su edad por la indumentaria, sí llamaban la atención sus armas y sus caballos. Era, con diferencia, el mejor soldado de caballería y de infantería a un mismo tiempo; el primero en marchar al combate, el último en retirarse una vez trabada la pelea. Las virtudes tan pronunciadas de este hombre se contrapesaban con defectos muy graves: una crueldad inhumana, una perfidia peor que púnica, una falta absoluta de franqueza y de honestidad, ningún temor a los dioses, ningún respeto por lo jurado, ningún escrúpulo religioso. Con estas virtudes y vicios innatos militó durante tres años bajo el mando de Asdrúbal, sin descuidar nada de lo que debiera hacer o ver quién iba a ser un gran general»[1].
Por ello, se observa como el historiador prorromano va a deslizar una de cal y otra de arena, manipulando lo más posible al realizar el juicio de valor que le merecía el joven comandante de los púnicos, que, por su edad, no podría haber desarrollado esos supuestos vicios, aunque en algunos de sus datos se observa que sigue la opinión de los historiadores procartagineses Sileno y Sosilo, que habrían manifestado la opinión de sus aguerridos conmilitones.
La página entera del historiador paduano muestra, con toda nitidez, el trauma psicológico que siempre supuso, para los historiadores del bando de los vencedores, el hacer el más mínimo análisis objetivo al 100% sobre la ejecutoria y la personalidad del genial estratego y generalísimo púnico. Tito Livio realiza un estudio casi fotográfico del gran Aníbal Barca, pero acudiendo al pertinente estereotipo, aunque en ciertos rasgos concretos se puede tener la certeza de que pertenecen a cuestiones y características reales inherentes al genial cartaginés y, reitero, procedentes de informaciones fidedignas de los dos cronistas que acompañaron a Aníbal en todo el periplo de la Segunda Guerra Romana o Romana-Púnica, ya que a veces el historiador de Padua se refiere a Sileno, claramente, con la finalidad de encontrar algún tipo de aclaración directa, o de forma indirecta a través de Celio Antipater.
-EL HISTORIADOR POLIBIO-
Pero Tito Livio se traiciona, inconscientemente, cuando menciona los acendrados y palpables vicios de un Aníbal, que por su juventud y por no haber ejercido el mando todavía no los ha podido dejar palpables.
La frase de Tito Livio, en la obra ya mencionada de Ab Urbe Condita: “Cum hac indole uirtutem atque uitiorum triennio sub Hasdrubale meruit” (“con estas virtudes y vicios innatos militó durante tres años bajo el mando de Asdrúbal, sin descuidar nada de lo que debiera hacer o ser quien iba a ser un gran general”), deja traslucir que detrás de todo ello se puede hallar el anuncio perenne de que a los romanos del pasado no les quedó otro remedio que luchar, sin denuedo, contra un general enemigo genial, pero que a la par carecía de fe y de ley, es decir de la más mínima ética.
Tito Livio no tiene el más mínimo empacho en acudir a los tópicos típicos e injustos calificativos sobre los púnicos de “inhumana crueldad-crudelitas” o de “perfidia plus quam punica”, por lo tanto, está claro que esos van a ser los eslóganes de la guerra, fácilmente manejados por los romanos. Dentro del rito litúrgico-literario de Tito Livio, para retratar a Aníbal, el historiador romano no tiene el más mínimo inconveniente en identificar al hijo con el padre, tanto física como moralmente, lo que ya habría sido sancionado en el pasado por el famoso juramento de: “Nunquam romani in amicitia pore” o “Nunca estarás en amistad con los romanos”, y ya está el odio irracional de los Bárcidas hacia Roma en el tapete como la causa esencial de la guerra; aunque es más que probable que padre e hijo se pareciesen en lo físico, y es prístino y obvio que las relaciones familiares entre todos los miembros del clan Barca serán siempre inmejorables.
II.-LA ARQUEOLOGÍA RETRATÍSTICA O EN EFIGIE DE ANÍBAL-
Los museos están plagados de efigies, en mármol o en bronce, a las que los especialistas intentan poner el pertinente nombre de un personaje de la Antigüedad. En la primera mitad del siglo XX se ha encontrado un bronce preciosísimo en la urbe histórica marroquí de Volubilis, al que se le han ido colocando diversos nombres: Hierón II “Tirano” de Siracusa; el rey Cleómenes III de Esparta; luego se adjudicaría al rey Atalo III de Pérgamo, hasta que en las últimas investigaciones comparativas con unas estatuas conservadas en Copenhague y en Madrid, se ha llegado a la conclusión de que correspondería a la efigie del joven rey Juba II de Mauritania, monarca filoheleno y muy erudito, que fue un protegido de Augusto y, por ello, se casaría con Cleopatra-Selene, la hija de Marco Antonio y de Cleopatra VII de Egipto, y que había sido adoptada, en su orfandad, por Octavia la esposa romana de M. Antonio y hermana de Augusto.
Dicho monarca tenía su residencia regia en la mencionada Volubilis, pero la duda sobre la identidad del representado cuando se compara este bronce con otras imágenes regias existentes en la antigua Cesarea (Cherchell) de Argelia o en el museo del Louvre, ha llegado a poner en solfa los anteriores planteamientos que se dirigen, pues, en sus investigaciones hacía que todas ellas sean, al igual que las de Madrid y de Copenhague, los retratos de un joven y bello Aníbal, pero todo ello se ha empobrecido al compararlo con el leve parecido que presenta con el Aníbal de la moneda de plata acuñada por el Bárquida o Bárcida en Iberia, aunque en ambas ocasiones lleven una diadema en su cabeza.
III.-LAS CAMPAÑAS MILITARES DE ANÍBAL “EL GRANDE” EN IBERIA-
Según el subjetivo historiador Tito Livio, los deseos incoercibles de Aníbal Barca de conducir la guerra contra los romanos hasta la propia península itálica, ya estaban en la mente de Aníbal tras acceder al mando supremo de la milicia púnica.
«Pero desde el día en que fue proclamado general, como si le hubiese sido asignada Italia por decreto como provincia y se le hubiese encargado la guerra contra Roma, persuadido de que no había momento que perder no fuese a ocurrir que también a él como a su padre Amílcar y después a Asdrúbal lo sorprendiese alguna eventualidad mientras andaba en vacilaciones, decidió hacer la guerra a los saguntinos. Como al atacarlos iba a provocar con toda seguridad una reacción armada por parte de los romanos, llevó primero [verano del año 221 a. C.] a su ejército al territorio de los ólcades [entre los ríos Guadiana y Tajo, o en el alto Guadalquivir] –pueblo éste situado en el territorio de los cartagineses más que bajo su dominio, al otro lado del Ebro- para que pudiese dar la impresión, no de que había atacado a los saguntinos, sino de que se había visto arrastrado a esta guerra por la concatenación de los hechos, una vez dominados y anexionados los pueblos circundantes. Asalta y saquea la rica ciudad de Cartala, capital de dicho pueblo; sacudidas por esta amenaza, las ciudades más pequeñas se someten a su dominio imponiéndoseles un tributo. El ejército victorioso y cargado de botín es conducido a la actual Cartagena a los cuarteles de invierno. Allí, repartiendo con generosidad el botín y abonando debidamente las pagas militares atrasadas se aseguró por completo las voluntades de conciudadanos y aliados y a principios de la primavera [año 220 a. C.] puso en marcha la guerra contra los vacceos [en las actuales provincias de Palencia, Valladolid y Segovia, y territorios limítrofes]. Sus ciudades de Hermandica [Salamanca] y Arbocala [Toro] fueron tomadas por la fuerza. Arbocala se defendió largo tiempo gracias al valor y al número de sus habitantes. Los fugitivos de Hermándica después de unirse a los exiliados de los ólcades, pueblo dominado el verano anterior, instigan a los carpetanos [cuenca media del río Tajo], y atacando a Aníbal a su regreso del territorio vacceo no lejos del río Tajo, desbarataron la marcha de su ejército cargado con el botín. Aníbal obvió el combate y después de acampar a la orilla del río, una vez que reinó la calma y el silencio en el lado enemigo vadeó el río, levantó una empalizada de forma que los enemigos tuviesen sitio por donde cruzar y decidió atacarlos cuando estuvieran cruzando. Dio orden a la caballería de que atacasen a la columna entorpecida cuando la viesen metida en el agua; los elefantes, pues había cuarenta, los colocó en la orilla. Entre carpetanos y tropas auxiliares de ólcades y vacceos sumaban cien mil, ejército invencible si la lucha se desarrollara en campo abierto. Por ello, intrépidos por naturaleza y confiando además en el número, y creyendo que el enemigo había retrocedido por miedo, convencidos de que lo que retrasaba la victoria era el hecho de estar el río de por medio, lanzando el grito de guerra se precipitan al río de cualquier manera, sin mando alguno, por donde a cada uno le pillaba más cerca. También desde la otra orilla se lanza al río un enorme contingente de jinetes, y en pleno cauce se produce un choque absolutamente desigual, puesto que mientras el soldado de a pie, falto de estabilidad y poco confiado en el vado, podía ser abatido por un jinete incluso desarmado que lanzase su caballo al azar, el soldado de a caballo, con libertad de movimientos para sí y para sus armas, operaba de cerca y de lejos con un caballo estable incluso en medio de los remolinos. En buena parte perecieron en el río; algunos, arrastrados en dirección al enemigo por la corriente llena de rápidos, fueron aplastados por los elefantes. Los últimos, que encontraron más segura la vuelta a la orilla, después de andar de acá para allá se reagruparon, y Aníbal, antes de que se recobrasen sus ánimos de tan tremendo susto, metiéndose en el río en formación al cuadro los obligó a huir de la orilla, y después de arrasar el territorio en cosa de pocos días recibió también la sumisión de los carpetanos. Desde ese momento quedaba en poder de los cartagineses todo el territorio del otro lado del Ebro, exceptuados los saguntinos»[2].
-PUBLIO CORNELIO ESCIPIÓN “AFRICANO O EL MAYOR”-
Por lo tanto, Aníbal solo se va a contener de atacar de inmediato a Sagunto para no dar a los romanos una justificación inmediata de un primigenio casus belli. Su coartada iba a consistir en la realización de esta serie de campañas de gran dinamismo contra los meseteños pueblos ya citados.
«Por ello, se observa que el autor griego sostiene que la causa de que Aníbal no atacase, de inmediato, a Sagunto, se debió a su necesidad de conseguir tropas mercenarias suficientes de entre los hispanos y, además, consolidar su poder entre los habitantes de la península; así se lo habría enseñado su padre, Amílcar Barca. Al verano siguiente salió de nuevo, esta vez contra los vacceos, lanzó un ataque súbito contra Salamanca y la conquistó; tras pasar muchas fatigas en el asedio de Arbucala [Toro], debido a sus dimensiones, al número de sus habitantes y también a su bravura, la tomó por la fuerza. Ya se retiraba, cuando se vio expuesto súbitamente a los más graves peligros: le salieron al encuentro los carpetanos, que quizás sea el pueblo más poderoso de los de aquellos lugares; los acompañaban sus vecinos, que se les unieron excitados principalmente por los ólcades que habían logrado huir; les atacaban también, enardecidos, los salmantinos que se habían salvado. Si los cartagineses se hubieran visto en la precisión de entablar con ellos una batalla campal, sin duda alguna se habrían visto derrotados. Pero Aníbal, que se iba retirando con habilidad y prudencia, tomó como defensa el río llamado Tajo, y trabó el combate en el momento en que el enemigo lo vadeaba, utilizando como auxiliar el mismo río y sus elefantes, ya que disponía de cuarenta de ellos. Todo le resultó de manera imprevista y contra todo cálculo. Pues los bárbaros intentaron forzar el paso por muchos lugares y cruzar el río, pero la mayoría de ellos murió al salir del agua, ante los elefantes que recorrían la orilla y siempre se anticipaban a los hombres que iban saliendo. Muchos también sucumbieron dentro del río mismo a manos de los jinetes cartagineses, porque los caballos dominaban mejor la corriente, y los jinetes combatían contra los hombres de a pie desde una situación más elevada. Al final cruzó el río el mismo Aníbal con su escolta, atacó a los bárbaros y puso en fuga a más de cien mil hombres. Una vez derrotados, nadie de allá del Ebro se atrevió fácilmente a afrontarle, a excepción de Sagunto. Pero Aníbal, de momento, no atacaba en absoluto a la ciudad, porque no quería ofrecer ningún pretexto claro de guerra a los romanos hasta haberse asegurado el resto del país; en ello seguía sugerencias y consejos de su padre, Amílcar»[3].
Como Aníbal tenía claro que la conflagración bélica contra Roma era más que inevitable, sobre todo en ese momento histórico en el que los galos del valle del río Po ya no eran un peligro para las legiones romanas de la Galia-Cisalpina, se veía en la obligación de tener una base sólida en la retaguardia, lo suficientemente amplia, segura y siempre a su disposición en el momento en que necesitase movilizar mercenarios; pero, por desgracia, los generales púnicos en la Península Ibérica no tendrían la suficiente genialidad estratégica y militar, como la tenía él, como para poder consolidar todo lo que había ido edificando paulatinamente y, ya en el año 210 a. C., los púnicos perderían su gran base urbana que era la actual Cartagena, por obra y gracia del que será, a posteriori, Publio Cornelio Escipión Africano “el Mayor”.
Aníbal Barca tardó unos dos años, desde 221 a 220 a. C., en extender, hacia el noroeste hispano, la influencia de los púnicos. La primera campaña bélica le condujo contra unos pueblos llamados los ólcades, cuya capital, “Altea” para Polibio y “Cartala” para Tito Livio, fue conquistada con suma facilidad por las tropas cartaginesas; con ello conseguiría someter la región existente entre el curso alto del río Guadalquivir y el curso medio del río Júcar.
«Los cartagineses soportaban a duras penas su descalabro en Sicilia [en la Primera Guerra Romana]; pero aumentaron su cólera, como dije antes, lo ocurrido en Cerdeña y la gran cantidad de dinero que, al final, les fue impuesta. Por ello, así que hubieron sometido la mayor parte de los territorios de España, estuvieron dispuestos a todo lo que se presentara contra los romanos. Cuando les llegó la noticia de la muerte de Asdrúbal, a quien, tras la muerte de Amílcar, habían confiado los asuntos españoles, primero tantearon las preferencias de las tropas. Cuando desde los campamentos se les hizo saber que los soldados habían elegido unánimemente a Aníbal como general, reunieron al instante la asamblea popular y ratificaron por unanimidad la decisión de sus tropas. Aníbal se hizo cargo del mando, y al instante hizo una salida para someter a la tribu de los ólcades. Llegó a Altea, su ciudad más fuerte, y acampó junto a ella. Luego la atacó de manera enérgica y formidable y la tomó en poco tiempo; ello hizo que las demás ciudades, espantadas, se entregaran a los cartagineses. En ellas Aníbal recaudó dinero; tras hacerse con una fuerte suma se presentó en Cartagena para pasar allí el invierno. Trató con liberalidad a sus súbditos, anticipó parte de sus soldadas a sus compañeros de armas y les prometió aumentarlas, con lo que infundió grandes esperanzas en sus tropas, y al propio tiempo se hizo muy popular»[4].
-EL REY FILIPO V DE MACEDONIA-
Luego regresaría con su milicia y un más que importante botín a sus cuarteles de invierno, en Qart Hadasht–Cartago Nova. Pero ya, en la primavera siguiente, año 220 a. C., iría a luchar contra los vacceos, conquistando una de sus ciudades más conspicuas, llamada Hermandica (Salamanca); aunque Aníbal estaba muy lejos de sus bases logísticas, en la inhóspita tierra de los celtíberos; por ello una coalición conformada por los vencidos vacceos y los exiliados de los ólcades incitaron a los carpetanos del territorio contra los cartagineses de Aníbal, que iban de regreso, parece ser que hablan los dos historiadores de la actual región toledana; no obstante, Aníbal pudo romper el cerco y vadeando el río Tajo establecería su campamento en la otra orilla, la izquierda, provocando a sus enemigos para que lo cruzaran; estos lo hicieron en tropel y entonces, la caballería númida del ejército púnico los ahogaría en aquellas turbulentas aguas.
Los que consiguieron llegar a la orilla fueron aplastados por los 40 elefantes que estaban en poder de los cartagineses. En ese momento, Aníbal, repasó el río y se encargó de dispersar a los supervivientes que se habían quedado en la ribera derecha. Desde este instante histórico nadie al sur del río Ebro, salvo la urbe de Sagunto, va a encontrarse en disposición de poder enfrentarse a la milicia púnica, invencible, del gran Aníbal Barca, aunque este aserto de Polibio y de Tito Livio se puede considerar exagerado, ya que la actual región de Aragón siempre estuvo fuera de las apetencias y de los intereses de los africanos, y lo mismo se puede decir de los territorios de los pueblos galaicos lucenses y bracarenses localizados en el noroeste peninsular hispánico.
IV.-SAGUNTO Y LOS TURBOLETAS–
Esta ciudad, tan renombrada en la Antigüedad, era un dardo envenenado lanzado hacia el centro del corazón de los intereses cartagineses en el Levante hispánico. La causa del tan manido “sitio de Sagunto” permanece, hasta ahora, en la mayor de las nebulosas históricas.
Las causas son enumeradas desde el bando prorromano, ya que Polibio va a realizar una más que desacertada interpretación reduccionista de la cuestión y Tito Livio se va a encargar de realizar la parte sesgada y manipuladora del hecho histórico, con la finalidad de intentar lavar, como era de rigor para la época, las manos y la responsabilidad ineluctable de los romanos en la conflagración que se preparaba entre Roma y Cartago o Segunda Guerra Romana.
El error de Polibio va a radicar en el batiburrillo de hechos relatados al indicar que van a ser los púnicos los que van a infringir el tratado concluido con C. Lutacio Catulo (año 241 a. C. Primer cónsul del año 242 a. C.), por el que se estipulaba que ninguna de las partes, romanos y cartagineses, atacaría a los aliados del otro pueblo; asimismo incumplirían el convenio o tratado concluido por Roma con Asdrúbal “Janto”, por medio del cual ambas partes se comprometían a no pasar con las armas en la mano el límite del río Ebro.
«Las cosas estaban así, y era notorio que los saguntinos ya se habían aliado con los romanos muy anteriormente a la época de Aníbal. He aquí la máxima prueba de ello, reconocida por los mismos cartagineses: cuando los saguntinos se pelearon entre ellos, no se dirigieron a los cartagineses, a pesar de que los tenían muy cerca y disponían ya de los asuntos de España, sino a los romanos, y gracias a ellos enderezaron su situación política. Si alguien apunta que la destrucción de Sagunto fue la causa de la guerra, debe concedérsele que los cartagineses la provocaron injustamente, contra el pacto establecido por Lutacio, en el que se estipulaba que los aliados respectivos debían gozar de seguridad, y también contra el pacto firmado por Asdrúbal, según el cual los cartagineses no debían cruzar el río Ebro con fines bélicos. Pero si como causa de esta guerra se aduce la pérdida de Cerdeña por parte de los cartagineses, y el dinero unido a tal pérdida, en este caso se debe reconocer que los cartagineses hicieron con toda razón la guerra de Aníbal; aprovecharon una circunstancia que se les presentaba de vengarse de quienes les habían inferido daños, aprovechándose de otra circunstancia»[5].
El error topográfico de Polibio es claro y, mucho más grave, si cabe, al tratarse de alguien que conocía perfectamente Iberia y que era, por ende, un apasionado de la geografía, lo que va a incrementar su error, ¿a conciencia?, de colocar a Sagunto al norte del río Ebro; por ello, otros autores posteriores, como Apiano en su obra Hispania, que sitúa a Sagunto entre el Ebro y los Pirineos, abundan en el error.
–EL CÓNSUL L. EMILIO PAULO-
A mediados del siglo XX algunos historiadores más volcados hacia el bando de los romanos, verbigracia J. Carcopino, pretendieron arreglar el polémico desaguisado histórico y geográfico, sugiriendo que el río Iber, que aparecería citado en el malhadado tratado subscrito entre Asdrúbal “Janto” y los romanos (año 226 a. C.) correspondería en realidad al ¡¿río Júcar?!, que si se encontraría por debajo de Sagunto; pero el propio Polibio va a zanjar la cuestión en su obra, donde ya precisa con toda claridad que existieron diversas causas para la guerra.
En primer lugar, el asedio de Sagunto, ciudad aliada de Roma, lo que transgredía el Tratado de Lutacio.
En segundo lugar, el paso de la milicia de los púnicos del límite del río Iber y en tercer lugar, detrás de todo ello se va a encontrar la franca hostilidad, que solo se puede considerar como supuesta, de los Bárcidas o Barcas, siempre y en todo lugar, contra Roma y todo lo que ella representase o defendiese.
«Algunos tratadistas de la historia de Aníbal, al querer señalarnos las causas de la guerra en cuestión entre romanos y cartagineses, aducen primero el asedio de Sagunto por parte de los cartagineses y, en segundo lugar, su paso, en contra de los tratados, del río que los naturales del país llaman Ebro. Yo podría afirmar que éstos fueron los comienzos de la guerra, pero negaría rotundamente que fueron sus causas -¡nada de esto!-, a no ser que alguien diga que el paso de Alejandro a Asia fue la causa de su guerra contra los persas y que el desembarco de Antíoco en Demetrias fue la causa de su guerra contra los romanos; ninguna de estas afirmaciones responde a la verdad y a la lógica. ¿Quién creería, en efecto, que radica aquí la verdadera causa de los muchos preparativos que previamente realizó Alejandro y de los no pocos que Filipo, vivo aún, dispuso para la guerra contra los persas? Lo mismo cabe decir de los etolios, antes de que se les presentara Antíoco, por lo que hace a su guerra contra los romanos. Éstas son cosas propias de hombres que no han descubierto en qué se diferencia y cuánto se contrapone el inicio de la causa y el pretexto. Porque la causa y el pretexto son lo primero de todo, y el inicio, en cambio, la última parte de las mencionadas. Yo sostengo que los inicios de todo son los primeros intentos y la ejecución de obras ya decididas; causas son, en cambio, lo que antecede y conduce hacia los juicios y las opiniones; me refiero a nuestras concepciones y disposiciones y a los cálculos relacionados con ellas: gracias a ellas llegamos a juzgar y decidir. Mi aseveración se comprenderá mejor con ejemplos. Cuáles fueron realmente las causas y de dónde surgió la guerra contra los persas, puede verlo cualquiera. La primera fue la retirada de los griegos bajo el mando de Jenofonte desde las satrapías del interior, retirada en la que recorrieron toda el Asia, que les era hostil, y, sin embargo, ningún bárbaro osó hacerles frente. La segunda fue el paso de Agesilao, rey de Lacedemonia, en el cual no encontró ningún adversario importante ni de su altura, y, sin realizar sus proyectos, se vio obligado a regresar por los disturbios que estallaron en Grecia. De resultas de esto, Filipo comprendió y dedujo la cobardía y malicia de los persas frente a su propia buena disposición, y la de los macedonios para las acciones bélicas. Puso, además ante sus ojos, la magnitud y la belleza de los trofeos que se seguirían de la guerra. Así que se hubo captado la adhesión unánime de los griegos, usando al punto el pretexto de que corría prisa vengarse de los ultrajes que les habían inferido los persas, tomó impulso y se dispuso a la guerra; disponía todos los preparativos correspondientes. Demodo que hay que creer que las causas de la guerra contra los persas son las aducidas en primer lugar; el pretexto, lo que se dijo en segundo lugar, y el inicio, el paso de Alejandro a Asia»[6].
-MAGÓN BARCA-
Pero, Tito Livio coloca, por el contrario, a Sagunto más allá del río Ebro, desde el punto de vista geográfico de los romanos, es decir al sur del río, aunque el historiador latino comete, a sabiendas, gran número de incongruencias, pero de forma tan sibilina, que pone en un brete a la historiografía ulterior; por ejemplo cuando afirma, de forma taxativa, que el origen del asedio saguntino, por parte de Aníbal “el Grande”, se va a encontrar en el conflicto que existe entre los saguntinos y sus vecinos aliados de los púnicos, resaltando específicamente a los turdetanos:
«Con los Saguntinos no había guerra todavía pero ya se producían gérmenes de guerra, enfrentamientos con sus vecinos, sobre todo los turdetanos. Como éstos tenían el apoyo del mismo que promovía el conflicto y estaba claro que lo que se buscaba era no la discusión de un derecho sino la violencia, los saguntinos enviaron a Roma embajadores para pedir ayuda con vistas a una guerra inminente ya sin lugar a dudas. Eran cónsules en Roma por entonces Publio Cornelio Escipión y Tiberio Sempronio Longo. Presentaron éstos a los embajadores ante el senado y abrieron un debate sobre los intereses de la república; se acordó enviar a Iberia embajadores con el fin de examinar la situación de los aliados y, si les parecía que su causa lo merecía, que comunicasen formalmente a Aníbal que se abstuviese de tocar a los saguntinos, aliados del pueblo romano, y que cruzasen a África, a Cartago, y presentasen las quejas de los aliados del pueblo romano; acordado, pero no efectuado aún el envío de esta embajada, llegó la noticia de que Sagunto, antes de lo que nadie se esperaba, estaba siendo atacada. Se sometió entonces toda la cuestión a reexamen del senado; unos eran partidarios de que se desarrollase la acción por tierra y mar, asignándoseles a los cónsules Hispania y África como provincias, y otros de que se centrase en Hispania, contra Aníbal, la guerra en su totalidad; había quienes opinaban que no se debía desencadenar a la ligera una operación de tanta envergadura y que se debía esperar a que volvieran de Hispania los embajadores. Se impuso este criterio, que parecía el más seguro, y por eso se efectuó con mayor prontitud el envío de los embajadores Publio Valerio Flaco y Quinto Bebio Tánfilo a Sagunto a ver a Aníbal y después, si no desistía de la guerra, a Cartago, a exigir la entrega del propio general como sanción por la ruptura del tratado»[7].
Cuando entre Sagunto y la Turdetania (el antañón reino de Tartessos) que se hallaba en el valle medio y bajo del río Guadalquivir existía una considerable distancia en kilómetros, pero para el cronista romano de la época de Augusto, la Turdetania era la sinonimia de la Iberia púnica, cuando la palpable realidad, según Apiano, era que los enemigos de los saguntinos y, por consiguiente, aliados de los cartagineses sería la gentilidad ibera de los turboletas o túrdulos que ocuparían el territorio existente entre la sierra de Albarracín y la del Maestrazgo, su capital sería Turba-Teruel.
Pero existen más incoherencias y de mayor gravedad, ya que Tito Livio sitúa los comienzos del conflicto bélico entre Roma y Cartago en el tiempo del consulado de P. Cornelio Escipión el Viejo y de Tb. Sempronio Longo, es decir tras las idus (día 15 del mes, en marzo, mayo, julio y octubre, el resto sería el 13) de marzo del año 218 a. C., que era la fecha legal de la entrada en función de los cónsules de aquel año, y Tito Livio no tiene el menor empacho en resumir todos los acontecimientos en unas pocas semanas hasta finales de abril en que cifra la salida de la milicia cartaginesa hacia el norte de Hispania-Iberia, cuando la realidad es que todo ello duró 18 meses, por ello no tiene inconveniente, y se ve obligado a ello, a reconocer implícitamente que se debe aplicar una cronología más laxa.
«La ciudad fue tomada con un enorme botín. A pesar de que en su mayor parte había sido destruido adrede por sus dueños, y de que durante la matanza la rabia apenas había hecho distinción alguna de edades, y los prisioneros habían constituido el botín de la tropa, sin embargo, es un hecho comprobado que con el importe de los objetos se reunió bastante dinero y que se envió a Cartago abundante mobiliario y ropa de gran valor. Según algunos historiadores, Sagunto fue tomada siete meses después de haber comenzado el asedio, de allí Aníbal se retiró a Cartagena a los cuarteles de invierno, y cuatro meses después de partir de Cartagena llegó a Italia. Si esto es así, no pudieron ser Publio Cornelio y Tiberio Sempronio los cónsules a quienes fueron enviados los embajadores saguntinos al comienzo del asedio y los mismos que en el desempeño de su cargo combatieron contra Aníbal, en el río Tesino uno de ellos y un poco más tarde los dos en el Trebia. O bien todo ocurrió en bastante menos tiempo, o a comienzos del año del consulado de Publio Cornelio y Tiberio Sempronio tuvo lugar no el comienzo del asedio, sino la toma de Sagunto. En efecto, la batalla del Trebia no podemos situarla en el año del consulado de Gneo Servilio y Gayo Flaminio, porque Gayo Flaminio tomó posesión de su cargo en Arimino, habiendo sido proclamado por el cónsul Tiberio Sempronio, que acudió a Roma después de la batalla del Trebia para las elecciones consulares y, una vez finalizados los comicios, regresó al ejército a los cuarteles de invierno»[8].
-ASDRÚBAL BARCA-
Como la de Polibio que dilata en ocho meses la duración del asedio saguntino; pero de forma explícita, Tito Livio no va a rectificar ya que su obra literaria es esclava de los cronistas prorromanos ancestrales como son: Fabio Pictor o Celio Antipater, dichos historiadores prorromanos, que eran acendrados enemigos del genial caudillo cartaginés, Aníbal “el Grande”. Con todo este lío de fechas, Tito Livio conseguiría confundir a sus lectores romanos y crear la opinión de que Roma no tuvo mala fe en el retraso de enviar la pertinente y obligada ayuda a sus aliados saguntinos, sino que, en realidad, no tuvo tiempo material para poder hacerlo.
«Aníbal levantó el campo y avanzó con sus tropas desde Cartagena, marchando hacia Sagunto. Esta ciudad está no lejos del mar, y al pie mismo de una región montañosa que une los límites de la Iberia y de la Celtiberia; dista de la costa unos siete estadios. Sus habitantes se alimentan del país, que es muy feraz, y sobrepasa en fertilidad a todos los de España. Aníbal, pues, acampó allí, y estableció un asedio muy activo, ya que preveía muchas ventajas para el futuro si conseguía tomar la ciudad por la fuerza. Creía, en primer lugar, que quitaría a los romanos la esperanza de trabar la guerra en España, y después que, si intimidaba a todos, volvería más dóciles a los ya sometidos a los cartagineses, y más cautos a los íberos que conservaban todavía la independencia. Pero lo principal era qué al no dejar atrás a ningún enemigo, podría continuar su marcha sin ningún peligro. Además, suponía que iba a disfrutar de recursos en abundancia para sus empresas, que infundiría coraje a sus soldados con la ganancia que cada uno lograría, y que con el botín que enviaría procuraría la prosperidad de los cartagineses residentes en la metrópoli. Haciendo tales cálculos, proseguía el asedio con firmeza: a veces daba ejemplo a sus tropas y participaba de la fatiga de las operaciones, otras las arengaba y arrostraba audazmente los peligros. Tras sostener penalidades y preocupaciones de todas clases, tomó la ciudad al asalto tras ocho meses. Se apoderó de muchas riquezas, de prisioneros y de bagaje. El dinero, según su propósito inicial, lo reservó para sus propios proyectos; los prisioneros, los distribuyó entre sus soldados, según el merecimiento de cada uno, y remitió el bagaje íntegro a Cartago sin pérdida de tiempo. Al obrar así, ni erro en sus cálculos ni falló en su propósito inicial: aumentó en los soldados el ardor combativo y predispuso a los cartagineses para lo que les anunciaba. Y con tales pertrechos y provisiones él mismo logro muchas cosas útiles después»[9].
Silio Itálico, en su obra “la Guerra Púnica”, todavía reduce más el tiempo, para el cual la embajada romana habría declarado la guerra a Cartago antes inclusive de la caída de la propia Sagunto.
«Entonces los senadores, estupefactos como si el enemigo hubiera irrumpido en el templo, se abalanzaron a pedir a su dios que invirtiera el mal presagio hacia el Lacio. Pero, después que Fabio se dio cuenta de la hostilidad que encerraban en su corazón y de que aquellas pérfidas mentes eran proclives a la guerra, sin poder soportar más tiempo su resentimiento, les exigió que se dieran prisa en tomar una resolución. Una vez convocados los senadores, les dijo que llevaba en el pliegue de su toga la paz y la guerra, y les instó a que le comunicaran la decisión final y no intentasen engañarlo con palabras de doble sentido. El Senado, enfurecido, respondió que no se había dictaminado ni una cosa ni la otra; Fabio, como si dejase escapar de su toga ejércitos escondidos y armas, declaró. “Disponeos a sufrir una guerra funesta para Libia que tendrá el mismo resultado que la primera”, y dejó caer los pliegues de sus vestiduras; regresó luego a las ciudadelas de su patria como mensajero de la guerra. Mientras esto sucedía en el reino de la fugitiva Elissa, el cartaginés se daba prisa en arrasar los pueblos cuya lealtad se tambaleaba insegura ante la marcha incierta de la guerra y, cargado de botín, se dirigía con sus ejércitos hasta los muros de Sagunto. Y he aquí que los pueblos del Océano venían con regalos para el general: un escudo que brillaba con rabioso fulgor, obra de la tierra galaica; un casco coronado de resplandeciente cresta, en cuya blanca cimera relucían y se bamboleaban plumas de nieve; una espada, y una lanza capaz de acabar con miles de guerreros. Además, una coraza tejida con triple malla de oro, armadura impenetrable a cualquier tipo de proyectil»[10].
Por lo tanto, para Silio Itálico, la embajada de los romanos habría llegado y declarado la guerra a los cartagineses antes, incluso, de la caída de la propia Sagunto.
La cronología moderna permite un mejor análisis de la cuestión. En primer lugar, probablemente los saguntinos recurrieron a Roma para buscar y obtener su ayuda militar, con la finalidad de poder solucionar las violentas disensiones existentes entre los dos partidos intramuros, uno apoyando una alianza con Roma y otro volcándose hacia la urbe norteafricana, Cartago.
Roma, el gendarme inequívoco del Mar Mediterráneo-Mare Nostrum, se encargaría de eliminar, manu militari, a los militantes saguntinos del partido procartaginés, lo cual se puede fechar en el verano o en el otoño del año 223 a. C.
Dos años más tarde, los púnicos ya poseen otro comandante en jefe en Hispania, que no es otro que el gran Aníbal Barca, el cual se encuentra en plena campaña militar en el interior de la península hispánica, hasta el invierno de los años 220-219 a. C.
Entonces, Sagunto, que observa, desde lo alto de sus murallas, los progresos de los cartagineses en la zona, y que parece ser que están instigando, probablemente, a sus vecinos, contra ellos, sumamente preocupados por la cuestión, va a enviar una embajada, o más de una según Tito Livio, a Roma impetrando su ayuda:
«Los saguntinos despachaban mensajeros a Roma continuamente, porque preveían el futuro y temían por ellos mismos; querían, al propio tiempo, que los romanos no ignorasen los éxitos cartagineses en España. Hasta entonces los romanos no les habían hecho el menor caso, pero en aquella ocasión enviaron una misión que investigara lo ocurrido. Era el tiempo en que Aníbal ya había sometido a los que quería y se había establecido con sus tropas de nuevo en Cartagena, para pasar el invierno. Esta ciudad era algo así como el ornato y la capital de los cartagineses en las regiones de España. Allí se encontró con la embajada romana, la recibió en audiencia y escuchó lo que decían acerca de la situación. Los romanos, poniendo por testigo a los dioses, le exigieron que se mantuviera alejado de los saguntinos (pues estaban bajo su protección) y no cruzara el río Ebro, según el pacto establecido con Asdrúbal. Aníbal, como joven que era, embargado de ardor guerrero, que había tenido éxito en sus empresas, y dispuesto desde hacía tiempo a la enemistad con los romanos, les acusaba ante sus embajadores, como si fuera él el encargado de velar por los saguntinos, de que, aprovechando una revuelta que había estallado en la ciudad hacia muy poco, habían efectuado un arbitraje para dirimir aquella turbulencia y habían mandado ejecutar injustamente a algunos prohombres. Dijo que no vería con indiferencia a los que habían sido traicionados. Pues era algo innato en los cartagineses no pasar por alto ninguna injusticia. Pero al mismo tiempo Aníbal envío correos a Cartago para saber qué debía hacer, puesto que los saguntinos, fiados en su alianza con los romanos, dañaban a algunos pueblos de los sometidos a los cartagineses. Aníbal, en resumen, estaba poseído de irreflexión y de coraje violento. Por eso no se servía de las causas verdaderas y se escapaba hacia pretextos absurdos. Es lo que suelen hacer quienes por estar aferrados a sus pasiones desprecian el deber. ¡Cuánto más le hubiera valido creer que los romanos debían devolverles Cerdeña y restituirles el importe de los tributos que, aprovechándose de las circunstancias, les habían impuesto y cobrado anteriormente, y afirmar qué si no accedían, ello significaría la guerra! Pero ahora, al silenciar la causa verdadera y fingir una inexistente sobre los saguntinos, dio la impresión de empezar la guerra no solo de un modo irracional, sino aun injusto. Los embajadores romanos, al comprobar que la guerra era inevitable, zarparon hacia Cartago, pues querían renovar allí sus advertencias. Evidentemente, estaban seguros de que la guerra no se desarrollaría en Italia, sino en España, y de que utilizarían como base para esta guerra la ciudad de Sagunto»[11].
Tal como nos lo describe el historiador griego prorromano, Roma va a enviar una embajada para parlamentar con Aníbal “el Grande” en Kart Hadasht o Cartago-Nova (así será denominada tras ser conquistada por P. Cornelio Escipión “el Africano” o “el Mayor”), durante el invierno del año 220-219 a. C.
Con el típico estilo prepotente de los romanos, van a conminar al generalísimo cartaginés de que estaba obligado a abstenerse de cualquier tipo de acción militar contra los saguntinos. Aníbal Barca se mostró despectivo y recordó a los romanos que no olvidasen que en su día habían intervenido, con toda brutalidad, en los asuntos internos de dicha urbe, asesinando sin el menor escrúpulo a los muchos notables procartagineses y enviando a otros al exilio más ignominioso.
Con la típica e inteligente ironía bárcida, volvía contra los políticos de la orgullosa urbe del Lacio, los argumentos patognomónicos con los que justificaban, los romanos siempre, su política imperialista.
«Los cartagineses, les dijo, no podían cerrar los ojos ante un atentado así, pues ellos tenían por norma no dejar jamás de socorrer a los oprimidos»[12].
Como el dato se recibe de Polibio se puede observar que, en muchas ocasiones, los juicios de valor del historiador griego son proclives al brillante general púnico y, frecuentemente, no tiene el más mínimo problema en negar las variopintas acusaciones lanzadas contra el gran caudillo africano por parte de la historiografía romana, en relación a su crueldad, su barbarie o su perfidia, e incluso, a veces, lo alabará en muchas de sus cualidades militares; pero no en este caso en el que Polibio acusa a Aníbal de una juventud impetuosa en su ardor bélico, crecido por los éxitos recientes que está consiguiendo en la península hispánica y, sobre todo, por el odio que tiene a los romanos, a causa del comportamiento amoral que siempre han demostrado en las relaciones con los cartagineses.
Con todo lo que refiere en su texto, Polibio pretende indicar que el decisivo acto de exigencia de Aníbal “el Grande” fue un error, por haber estado fundamentado en un arrebato pasional, y de esta forma así terminó la guerra de mal para los púnicos.
Pero, Polibio jugaba con demasiada ventaja, ya que en el momento de escribir sus “Historias” ya habían transcurrido lustros bastantes como para verlo todo tan claro desde su atalaya de asesor militar del genocida de Publio Cornelio Escipión Emiliano “Segundo Africano y Numantino”, el destructor y genocida incalificable de Cartago en la más que injusta Tercera Guerra Romana o Romana-Púnica.
-EL REY CLEOMENES III DE ESPARTA-
Entonces, los embajadores romanos se van a dirigir a la propia metrópoli norteafricana, mencionando ya Tito Livio que aquella embajada no tuvo tiempo de salir de Roma, ya que en el interregno Aníbal Barca atacó decididamente a los saguntinos, estaríamos en las postrimerías del invierno del año 220-219 a. C. Aníbal “el Grande” tenía la suficiente información como para saber que, tras haber orillado el peligro celta, en la Galia-Cisalpina, los romanos estaban, ahora, muy preocupados por la situación política en Iliria, donde las maquinaciones de su viejo enemigo, el rey Demetrio de Faros, aliado ahora con el peligroso regente del reino de Macedonia, Antígono Dosón, y más tarde con el propio y joven rey Filipo V de Macedonia, tras el acceso al trono de este en el año 221 a. C., estaban a la orden del día; todo lo cual iba a provocar el estallido de la denominada como Segunda Guerra Ilírica (220-219 a. C.), lo que obligaría a las legiones de Roma a trasladarse a los Balcanes, en aquella primavera del año 219 a. C.
Por todo ello, Aníbal Barca contemplaba con delectación cómo tenía las manos libres para actuar contra Sagunto. Según Polibio, Aníbal se implicó muchísimo en el cerco, incluso personalmente. Tito Livio indica, basándose en Celio Antipater, que tras comenzar el asedio se acercó, imprudentemente, a la muralla y fue herido por una flecha en una pierna.
«Mientras los romanos debatían y preparaban estas medidas, ya Sagunto era objeto de un violentísimo ataque. Estaba esta ciudad, la más rica con mucho del otro lado del Ebro, situada a unos mil pasos del mar. Sus habitantes eran oriundos, dicen, de la isla de Zacinto, con los que se mezclaron también algunos del linaje de los rútulos procedentes de Árdea; sus recursos, por otro parte, se habían desarrollado en poco tiempo hasta aquel extremo con el producto del comercio marítimo y de la tierra, o bien por el crecimiento de su población, o por la integridad de costumbres, con la que cultivaron la fidelidad a sus aliados hasta el punto de costarles la ruina. Aníbal, con su ejército en son de guerra, se internó en su territorio y después de arrasar por completo sus campos por todas partes, ataca la ciudad por tres puntos. Había un ángulo de la muralla que estaba orientado hacia un valle más llano y abierto que el resto del contorno. En dirección a él decidió acercar los manteletes que permitirían la aproximación del ariete a las murallas. Pero, así como el terreno alejado del muro resultó bastante apropiado para movilizar los manteletes, no tuvo, sin embargo, igual éxito cuando se llegó al momento de rematar la operación. Por una parte, los dominaba una enorme torre, y el muro estaba fortificado a una altura mayor que el resto, dado que el lugar no ofrecía garantías, y, por otra parte, la juventud más escogida ofrecía una resistencia más enconada allí donde se veía que el peligro era más amenazante. Empezaron por repeler al enemigo con proyectiles, sin dejar que los que realizaban las tareas de asedio estuviesen lo bastante a salvo en ninguna parte; después no solo blandían sus armas arrojadizas en defensa de las murallas y la torre, sino que incluso tenían coraje para salir bruscamente contra los puestos de vigilancia y las obras de asedio del enemigo; en estos ataques en tromba apenas caían más saguntinos que cartagineses. Ahora bien, cuando el propio Aníbal, al acercarse al muro sin tomar las debidas precauciones, cayó herido de gravedad en la parte delantera del muslo por una jabalina de doble punta, la huida en torno suyo fue tan acusada y tan precipitada que poco faltó para que quedaran abandonados los trabajos de asedio y los manteletes»[13].
Sagunto era una plaza fuerte y sólidamente defendida. La ciudadela ocupaba un promontorio en el ángulo oeste del muro. Los saguntinos se defendieron con un valor sin límites e incluso acudieron a un arma de gran nivel de eficacia, que se llamaba la falárica y que era una lanza arrojadiza de tamaño superior al normal (con una punta de hierro de tres pies de largo), su mango estaba recubierto de lino y untado con pez y azufre se le prendía fuego, y todo ello era propulsado como si fuese un misil de daños incalculables.
«Después, durante unos cuantos días, lo que hubo fue más un asedio que un ataque mientras se curaba la herida del general. Durante este tiempo, si bien los combates estaban interrumpidos, no lo estaban los preparativos de las obras de asedio y de defensa, que no cesaron ni un momento. Así pues, se reinició la lucha de nuevo con mayor dureza; y en varios puntos, pues algunos sitios apenas si admitían obras, se comenzó a hacer avanzar los manteletes y a acercar el ariete. Los cartagineses contaban con efectivos muy abundantes: se cree, con bastante fundamento, que tenían unos ciento cincuenta mil combatientes. Los habitantes de la plaza, que habían comenzado a repartirse en múltiples direcciones, no daban abasto a acudir a todas partes y defenderlo todo. De modo que los muros sufrían ya los embates de los arietes y estaban debilitados en muchas de sus partes; una de ellas, con sus derrumbes ininterrumpidos, había dejado la ciudad al descubierto; tres torres, sucesivamente, y todo el muro que las unía se habían venido abajo con gran estrépito. Los cartagineses habían dado la plaza por tomada con este derrumbamiento, punto por el que desde uno y otro lado se precipitaron a la lucha, como si la muralla hubiese parapetado por igual a unos y otros. No había ningún parecido con los combates atropellados que suelen entablarse en los asaltos de las ciudades cuando a uno de los contendientes se le presenta una oportunidad, sino que los ejércitos en orden de batalla habían tomado posiciones, como en campo abierto, entre los escombros del muro y los edificios de la ciudad, distantes entre sí un trecho no muy largo. En un bando tensa los ánimos la esperanza, en el otro la desesperación, convencido el cartaginés de que con un poco de esfuerzo la toma de la ciudad es cosa hecha, y poniendo los saguntinos sus cuerpos como barrera delante de la ciudad desguarnecida de murallas, sin que ninguno dé un paso atrás por miedo a que el enemigo ocupe el espacio que él deje libre. De este modo, cuanto mayor era el denuedo y más cerrada la formación con que se batían, mayor era el número de heridos, al no resultar fallido ninguno de los dardos que caían entre cuerpos y armaduras. Los saguntinos tenían la falárica, arma arrojadiza de mango de abeto redondeado todo él excepto el extremo en el que se encajaba el hierro; éste, cuadrado como el del pilum, lo liaban con estopa y lo untaban de pez; el hierro, por otra parte, tenía tres pies de largo a fin de que pudiese traspasar el cuerpo a la vez que la armadura. Pero era especialmente temible, aunque quedase clavado en el escudo y no penetrase en el cuerpo, porque, como se le prendía fuego por el centro antes de lanzarlo y con el propio movimiento la llama que portaba cobraba gran incremento, obligaba a soltar el arma defensiva y dejaba al soldado desprotegido para los golpes siguiente»[14].
«Los asediados, sin embargo, disponían de un arma que mantenía al enemigo alejado de sus puertas, la falárica, que, para ser lanzada, precisa de muchos brazos. Se trata de un madero de descomunales dimensiones, un roble cortado en las excelsas cumbres de los nevados Pirineos, con muchas puntas de hierro –una calamidad que difícilmente pueden soportar los muros- y el resto untado de grasiento pez y embadurnado de negruzco azufre que lo hace humear. Impulsada como un rayo desde las elevadas murallas de la ciudadela, corta el aire con su trémula llama, cual meteoro de fuego que, al bajar desde el cielo a la tierra, deslumbra la vista con su cola roja de sangre. A veces, con su violento impacto, levanta por los aires los cuerpos humeantes de los sitiadores ante el asombro de su general. Cuando, con su movimiento vibratorio, se clava en el costado de una gigantesca torre, provoca el fuego de Vulcano que consume todo entero el parapeto de madera; al derrumbarse éste con estrépito, sepulta a un tiempo armas y guerreros bajo los ardientes escombros. Finalmente, reuniendo sus escudos en apretada testud, avanzan los cartagineses parapetados en este oculto escondrijo y abren una brecha al pie de las murallas por la que se deslizan dentro de la ciudad»[15].
-TEATRO ROMANO DE SAGUNTO-
La falárica, por su gran tamaño, era propulsada como si fuese una catapulta. No obstante, la pseudodiplomacia romana seguía activa, ya que en el verano del año 219 a. C., una embajada plenipotenciaria del SPQR (Senatus Populusque Romanus) desembarcó cerca de Sagunto, según Tito Livio; pero Polibio no la menciona, ya que para el historiador griego es la misma que habría llegado ante el Barca unos meses antes, en el invierno anterior en Cartago Nova o Qart Hadasht o La Nueva Ciudad; esta embajada romana estaba encabezada por P. Valerio Flaco, quién, como cónsul en el año 227 a. C., habría preparado los pactos con Asdrúbal “el Bello” del año 226 a. C., y por lo tanto estaba al día de todo lo que los púnicos estaban haciendo en Hispania.
Aníbal Barca alegó derechos y deberes que, como generalísimo en tiempos de guerra que era, le impedían recibirlos, pero como tenía la certidumbre de que desde allí se dirigirían con sus quejas y exigencias hasta la propia Cartago, envió de forma urgente un correo para que pusiese sobreaviso a los jefes de la llamada factio Barcida, que eran los fieles a su familia en el Consejo de Ancianos o “Balanza” o Senado de Cartago y que apoyaban, sin ambages, a los Bárcidas y a sus proyectos políticos desde hacía más de veinte años.
En la “Balanza” púnica de ese momento histórico, el portavoz de la oligarquía agraria africanista, enemiga de los Barca, sería siempre el general Hannón “el Grande”, rival de Amílcar Barca, celoso y envidioso por antonomasia de los éxitos de esa familia y, ahora, ¡no faltaría más!, hostil al hijo, el joven Aníbal y a sus planes en Hispania.
«De esta forma, también aquella embajada, aparte del hecho de ser recibida y escuchada, resultó completamente inútil. Hannón, en solitario frente al senado, defendió la causa del tratado, en medio de un gran silencio debido a su prestigio, no a que los oyentes le dieran su aprobación; en nombre de los dioses árbitros y testigos de los tratados, hizo un llamamiento a los senadores para que no desencadenaran una guerras con Roma a la vez que con Sagunto; él les había advertido, los había prevenido para que no enviasen al ejército a un descendiente de Amílcar; ni los manes ni la estirpe de este hombre se estarían tranquilos, ni jamás, mientras quedase algún superviviente de la sangre y el nombre de los Barca, tendrían estabilidad los tratados con Roma. “Enviasteis al ejército, echando leña al fuego, a un joven que ardía en ansias de realeza y que tenía entre ceja y ceja un único camino para conseguirla: vivir rodeado de legiones armadas empalmando una guerra con otra. Alimentasteis, por tanto, estas llamas en que ahora os abrasáis. Vuestros ejércitos asedian Sagunto, cosa que les prohíbe un tratado; pronto asediarán Cartago las legiones romanas, guiadas por los mismos dioses por los que vengaron la ruptura de los tratados en la guerra anterior. ¿Es que no conocéis al enemigo, o no os conocéis a vosotros mismos, o no conocéis la suerte de uno y otro pueblo? A unos embajadores que venían de parte de unos aliados a favor de sus aliados, vuestro general no los recibió en su campamento; violó el derecho de gentes; ellos, no obstante, rechazados de donde no se rechaza ni siquiera a los embajadores enemigos, se presentaron a vosotros; exigen una reparación de acuerdo con el tratado; no se falte oficialmente a la palabra: reclaman al culpable responsable del delito. Cuanto más moderadamente actúan, cuanto más tardan en pasar a la acción, más persistente temo que sea su dureza cuando empiecen. Fijad vuestra atención en las islas Egates y en el Érice, y en lo que habéis soportado por tierra y mar a lo largo de veinticuatro años. Y no era el general este muchacho, sino el propio Amílcar, su padre, un nuevo Marte según ésos pretenden. Pero no nos mantuvimos alejados de Tarento, o sea de Italia, a tenor del tratado, igual que ahora no nos mantenemos alejados de Sagunto. Vencieron, pues, los dioses y los hombres, y lo que se discutía de palabra, cuál de los dos pueblos había violado el tratado, lo dirimió el resultado de la guerra, como juez justo, dando la victoria a quien tenía el derecho de su parte. Ahora Aníbal acerca a Cartago sus manteletes y sus torres, bate con el ariete las murallas de Cartago; las ruinas de Sagunto -¡ojalá resulte yo un falso adivino!- caerán sobre vuestras cabezas, y la guerra iniciada contra los saguntinos habrá que mantenerla contra los romanos. ¿Vamos entonces a entregar a Aníbal?, se dirá. Soy consciente de que mi autoridad en esta cuestión es escasa debido a mi enemistad con su padre; pero si me alegré de la muerte de Amílcar fue porque si él estuviera vivo estaríamos ya en guerra con los romanos, y a este joven lo detesto profundamente como genio maligno y atizador de esta guerra; y no solo debe ser entregado como reparación por la violación del tratado sino que, aun en caso de que nadie lo reclamase, habría que deportarlo al último confín del mar y de la tierra, relegarlo a un lugar desde donde no pudiese llegar hasta nosotros ni su nombre ni su fama, ni él pudiese turbar la situación de tranquilidad de la población, eso es lo que yo pienso. Mi parecer es que se deben enviar inmediatamente unos embajadores a Roma a presentar excusas al senado, otros a comunicar a Aníbal que retire de Sagunto el ejército y hacer entrega del propio Aníbal a los romanos de acuerdo con el tratado, y una tercera embajada a ofrecerles una reparación a los saguntinos”»[16].
-LA CARTAGONOVA-CARTAGENA ROMANA-
De esta forma tan desvergonzada e incalificable cualificó a Aníbal frente a la delegación romana, como de un peligroso provocador de guerras sin sentido y, por ello, era preciso que se le parasen los pies como fuere, para ello era necesario apresar al propio Aníbal y entregárselo a los romanos; pero los partidarios de los Barca, mayoritarios entonces en la “Balanza” cartaginesa, ahogaron sus palabras prototípicas de astuto felón irredento y echaron la culpa del hecho a los saguntinos.
En Iberia, Aníbal tuvo que suspender el asedio y dirigirse a la región actual de La Mancha para reprimir una nueva revuelta de los carpetanos y de los oretanos coaligados en contra de los rigurosos reclutadores de las levas de soldados mercenarios para la milicia cartaginesa de Aníbal Barca “el Grande”.
Mientras tanto las operaciones del cerco saguntino las va a dirigir su aguerrido primo carnal llamado Maharbaal, hijo de Himilcón, que sería su genial jefe de la caballería númida en la batalla de Cannas y siempre su más fiel aliado hasta el final de sus respectivas vidas terrenales.
De su guerra relámpago contra las tierras manchegas se va a traer un escudo de bronce realizado por orfebres galaicos lucenses. En el mismo se encontraba inscrita la historia de Cartago, en un prodigio artesanal de resumen mitológico e inclusive aludiendo a la expedición anibalina más allá del río Ebro.
«Todas estas armas, forjadas en bronce y duro acero y recubiertas con oro del Tajo, las examinaba detalladamente Aníbal con ojos llenos de felicidad y, triunfante, se alegraba de contemplar grabados los orígenes de Cartago: Podía verse a Dido levantando la ciudadela de la primitiva Cartago; los jóvenes ponían manos a la obra después de atracar las naves. Unos formaban en el puerto un dique con grandes piedras, otros recibían los techos y hogares que tú, Bitias, venerable e íntegro anciano, repartías. Se exhibía la cabeza de un caballo de guerra hallada al excavar en el suelo y todos acogían este presagio entre clamores. En medio de estas imágenes podía verse a Eneas, privado de flota y compañeros, arrojado por el mar y suplicando con su mano. Con el semblante apacible y cierto aire de amistad, lo está mirando, deseosa, la desdichada reina. A su lado, los artesanos galaicos han modelado la cueva y la secreta unión de los amantes; se escapa hasta el cielo el ladrido de los perros; la partida de cazadores, asustados ante el repentino aguacero, se oculta en el bosque. Y, no muy lejos, estaba representada la playa solitaria y la flota de los Enéadas alejándose en el mar mientras Elissa la llamaba en vano. La misma Dido, herida en su orgullo, de pie sobre una enorme pira, instigaba a las generaciones venideras de tirios a una guerra vengadora; el dardanio, desde alta mar, observaba la hoguera encendida y mandaba desplegar las velas en busca de su grandioso destino. En otra parte del escudo se podía contemplar a Aníbal suplicante junto a la sacerdotisa estigia, ofreciendo ante los altares de los dioses infernales una libación de sangre y jurando ya, desde sus primeros años, hacer la guerra contra los Enéadas. El anciano Amílcar galopa a lo largo de las praderas de Sicilia: podría pensarse que vivía solo para librar denodados combates. Se percibe el fuego en su mirada, su aspecto resulta amenazante y fiero. La parte izquierda del escudo ofrece también figuras en relieve que muestran un triunfante regimiento espartano conducido por el victorioso Jantipo, llegado de Amiclas, la ciudad de Leda. Junto a él (infausta gloria) está colgado Régulo en una imagen de su suplicio, dando a Sagunto un maravilloso ejemplo de lealtad. Más alegre es lo que se aprecia al lado: se ven brillar manadas de fieras acosadas por cazadores y cabañas cincelas. No lejos de allí se muestra con su piel tostada por el sol, la desaliñada hermana del negro mauro amansando leonas en su lengua vernácula. Libremente se pasea por el campo el pastor cuyos rebaños ocupan a sus anchas aquellos espaciosos prados. Atento el cartaginés a su ganado, según costumbre inveterada, anda errante con todas sus posesiones: su jabalina, su perro de Cidón, su tienda, las venas de sílex que le proporcionan el fuego y el caramillo que tan bien conocen sus reses. Resalta también en el escudo Sagunto sobre su prominente colina, asediada por un sinfín de pueblos y compactas formaciones de combatientes que la hostigan blandiendo sus lanzas. El Ebro, con sus aguas tranquilas, recubría los bordes del escudo, encerrando la enorme redondez con sus curvas y recodos. Después de cruzar sus orillas, rompiendo así el tratado de paz, Aníbal emplazaba a todas las naciones cartaginesas a la guerra contra Roma. Ufano con semejante obsequio, Aníbal se ajusta su nueva armadura, la hace sonar y, echándosela sobre sus descomunales hombros, dice altanero: “¡Ah, de cuanta sangre ausonia se va a empapar esta armadura! ¡Qué castigo te voy a infligir, Curio, árbitro, de la contienda!”»[17].
-EFIGIE DEL JOVEN ANÍBAL BARCA “EL GRANDE”-
Pero, a pesar de los pesares, Sagunto no tiene la más mínima posibilidad de salvación y caerá en manos púnicas a finales del otoño del año 219 a. C. Los habitantes, casi muertos de hambre, se van a dedicar a devorar los cadáveres de sus congéneres allegados, al finalizar el cataclismo, los defensores saguntinos van a encender una enorme pira funeraria y se arrojarán a ella con sus familias y enseres.
El botín de conquista será dividido en tres lotes: a) los prisioneros serán entregados como esclavos para los soldados cartagineses; b) los objetos preciosos y el dinero obtenido por su venta serán enviados a la propia metrópoli cartaginesa y c) el oro y la plata va a ser administrado y utilizado por Aníbal Barca “el Grande” para poder rentabilizar sus futuras campañas militares.
«Pero entre todas las calamidades que sucedieron en la segunda guerra púnica, ninguna hubo más lastimosa ni más digna de compasión y justa queja. Porque esta ciudad de España, por ser amiga y confederada del pueblo romano, y por observar constantemente su amistad, fue destruida, y de esta conquista quebrantando la paz con los romanos, tomó ocasión Aníbal para irritarlos y obligarlos a la guerra. Cercó, pues, bárbaramente a Sagunto, lo cual, sabido en Roma, enviaron sus embajadores a Aníbal para que levantase el sitio, y, no haciendo caso de sus ruegos, marcharon a Cartago, donde, querellándose de la infracción de la paz y sin concluir cosa alguna, volvieron a Roma. Mientras andábase en estas dilaciones, la infeliz Sagunto, ciudad opulentísima y aliada de la República romana, fue destruida por los cartagineses al cabo de ocho o nueve meses de cerco, cuya ruina causa horror al leerlo, cuanto más al escribir cómo aconteció; sin embargo, la referiré brevemente, porque interesa al asunto que tratamos. Primeramente, se fue consumiendo por el hambre, pues aseguran que algunos comieron los cuerpos muertos de sus mismos compatriotas; después, reducida al mayor extremo con la penuria y escasez de todas las cosas necesarias a la vida y a su propia defensa, por no verse más aun cautiva en manos de Aníbal, formó en la plaza pública una gran hoguera, y, degollando a todos sus amados hijos y parientes y demás ciudadanos, se arrojaron todos en ella. Hicieron aquí alguna admirable acción los dioses glotones y seductores, hambrientos de buenos bocados y manjares de los sacrificios, y empeñados solamente en alucinar a los idiotas con la obscuridad y la ambigüedad de sus engañosos presagios. Obraron aquí algún prodigio estupendo y socorrieron a una nación amiga del pueblo romano, y no dejaron perecer a la que se sepultaba voluntariamente en sus ruinas por conservar su amistad en atención a que ellos fueron los que presidieron en la unión y confederación que ella estipuló con la República romana. Así que, por observar escrupulosamente los sagrados tratados y conciertos que, presidiendo o autorizando estas falsas deidades, había concluido con verdadera voluntad, ligado con la amistad y estrechado con juramento inviolable, fue cercada, ocupada y asolada por un hombre pérfido y fementido. Si estos dioses fueron los que después espantaron y ahuyentaron a Aníbal de los muros de Roma con crueles tempestades y encendidos rayos, entonces, con tiempo, debieron obrar alguno de estos particulares prodigios, pues se atrevió a decir que con más justa razón pudieron enviar la tempestad a favor de los amigos de los romanos, expuestos al inminente riesgo de perderse puesto que, por no faltar a la fe dada a los romanos, estaban en peligro de perecer, y entonces, totalmente faltos de ayuda, que a favor de los mismos romanos, que peleaban y corrían riesgos por sí, y contra Aníbal tengan en sí mismos bastante auxilio; luego si fueran tutores y defensores de la felicidad y gloria de Roma, debieran haberla librado de una culpa tan grave como fue la ruina de Sagunto. Pero ahora consideremos cuan neciamente creen que no se perdió Roma por la defensa de estos dioses cuando andaba victorioso Aníbal si vemos que no pudieron socorrer a la ciudad de Sagunto para que no se perdiese por guardar a Roma su amistad. Si el pueblo de Sagunto fuera cristiano y padeciera algún infortunio como éste por la fe evangélica (aunque no se hubiera él profanado a sí mismo, matándose a fuego y sangre), y si padeciera su destrucción por la fe evangélica, la sufriría con aquella esperanza que creyó en Jesucristo, y gozaría del premio y galardón, no de un brevísimo tiempo, sino de una eternidad sin fin. Pero a favor de estos dioses, los cuales dicen que por eso deben ser adorados y por eso se buscan para adorarlos, para asegurar la felicidad de estos bienes temporales y transitorios, ¿qué nos han de responder sus defensores sobre la pérdida de los saguntinos, sino lo mismo que sobre la muerte de Régulo? Porque la diferencia que hay es que aquél fue una persona particular, y ésta una ciudad entera; pero la causa de la ruina de ambos fue el querer guardar puntualmente la lealtad, pues por ésta quiso el otro volverse a poder de sus enemigos, y ésta no quiso entregarse; ¿luego la lealtad observada inviolablemente, provoca la ira de los dioses? ¿O es, acaso, cierto que pueden también, teniendo propicios a los dioses, perderse no solo cualesquiera hombres, sino también las ciudades enteras? Elijan, pues, lo que más les agradare, porque si ofenden a estos dioses con una fidelidad bien guardada, busquen a los pérfidos y fementidos que los adoren; pero si teniéndolos aún propicios pueden perderse y acabar los hombres, y las ciudades ser afligidas con muchos y graves tormentos, sin provecho ni fruto alguno de esta felicidad, los adoran. Dejen, pues, de enojarse los que entienden y creen que ha causado su desgracia el haber perdido los templos y sacrificios de estos dioses, porque pudieran, no solo sin haberlos perdido, sino teniéndolos aún de su parte propicios y favorables, no como ahora, quejarse de su infortunio y miseria, sino, como entonces Régulo y los saguntinos, perderse y perecer también del todo con horribles calamidades y tormentos»[18].
V.-ROMA DECLARA LA GUERRA A CARTAGO-
La noticia de la caída de Sagunto en poder de Aníbal Barca sentó como una bomba en Roma, al exacerbar el indudable complejo de culpa que había ido creciendo entre los romanos por lo poco o nada que habían hecho para acudir a socorrer a una ciudad amiga; a pesar de lo que escribe Polibio sobre el aserto relativo a que se produjo un más que animado debate en el Senado de Roma, descrito por los dos historiadores griegos procartagineses, Sósilo de Lacedemonia y un ignoto Quéreas, que, según Polibio, no son más que “vulgares chismes, propios de barbería”.
«Cuando llegó a los romanos la noticia de la toma de Sagunto, no celebraron ninguna asamblea, ¡no, por Zeus!, para tratar de la guerra, cosa que afirman algunos historiadores que llegan a incluir los discursos pronunciados por los rivales políticos, actuando de manera totalmente absurda. ¿Cómo iba a ser posible que los romanos, que en el año anterior habían advertido a los cartagineses que si invadían el país de los saguntinos les declararían la guerra, se reunieran, tomada ya por la fuerza la ciudad de Sagunto, para deliberar si debían pelear o no? ¿Cómo y de qué forma presentan éstos el extraño abatimiento del senado romano y, al mismo tiempo, afirman que los padres llevaron a la asamblea a sus hijos de doce años, quienes participaron en las discusiones, y no revelaron a nadie, ni siquiera a los parientes, ningún secreto? Nada de esto es lógico ni verídico en absoluto, a no ser que ¡por Zeus!, la Fortuna hubiera proporcionado a los romanos, entre otras muchas cosas, ser juiciosos ya de nacimiento. Contra semejantes libros, como los que escriben Quéreas y Sósilo, no hay que decir más; creo que tienen la disposición y la fuerza no de una historia, sino de cuentos de barbería o de charlatanes vulgares. Los romanos, al saber lo ocurrido con los saguntinos, eligieron unos embajadores y los enviaron sin dilación a Cartago. Debían proponer alternativamente dos cosas: si aceptaban la primera, los cartagineses sufrían a todas luces daño y vergüenza; la segunda les representaba el inicio de problemas y de grandes peligros. En efecto, los romanos exigían la entrega del general Aníbal y de sus consejeros; de lo contrario, habría guerra. Los romanos llegaron a Cartago, se presentaron al senado cartaginés y expusieron sus condiciones. Los cartagineses escucharon con disgusto aquellas propuestas; sin embargo, eligieron como portavoz suyo al más hábil de entre ellos, y empezaron a justificarse»[19].
-MONEDA DE ANÍBAL BARCA “EL GRANDE”-
Sobre todo, porque la unanimidad relativa a que era prioritario declarar la guerra, no existió nunca en la realidad del momento y entre los senadores del SPQR.
El partido senatorial de la familia-Fabia, que estaba en contra de cualquier tipo de aventura bélica en las tierras bañadas por el mar Mediterráneo y, por extensión, en Hispania, todavía tenía un importante predicamento en la Alta Cámara de Roma en ese malhadado año 219 a. C., pero la familia rival “Emilia” estaba enfrentada a ellos por la obtención de los puestos dirigentes en el SPQR; y desde que habían sido los artífices de la victoria obtenida contra los galos cisalpinos en la batalla del cabo Telamón, en el año 225 a. C.:
“Los galos cayeron sobre la urbe de Clusium y la saquearon, pero al retornar a sus bases de la costa tirrena para reclutar nuevas tropas fueron alcanzados por las tropas legionarias consulares de C. Atilio Régulo y de L. Emilio Papo, y serían aplastados en dicho cabo Telamón, donde morirían unos cuarenta mil galos y alrededor de diez mil serían esclavizados”[20]
Hoy se puede decir qué contaban con el apoyo del partido de la plebe plebeyo y de su primer cónsul, del año 223 a. C., y que se llamaba C. Flaminio Nepote para la guerra contra Cartago, el segundo cónsul sería de la oligarquía o patricio y sería C. Furio Filón.
A partir del año 222 a. C., otra familia patricia va a apoyar los debates bélicos en el Senado de Roma, se trata de la eximia de los Cornelios Escipiones. En el año 219 a. C., el consulado está dirigido por el patricio L. Emilio Paulo y por el plebeyo M. Lino Salinátor, pero como están enfrascados en la guerra contra el rey Demetrio de Faros, en la Iliria, poco van a poder hacer contra Aníbal Barca.
Pero los cónsules del año 218 a. C., ya son decididos enemigos de la metrópoli norteafricana, se llaman: Publio Cornelio Escipión el Viejo y Tiberio Sempronio Longo.
«¿Por qué soy despreciado como si fuera un miembro cercenado y arrancado del cuerpo? ¿Por qué ha de ser nuestra sangre la que expíe la ruptura del tratado? Tan pronto como dejó de hablar, movía a compasión verlos rasgar sus vestiduras y, con las manos levantadas, tumbar sus desaliñados cuerpos boca abajo en el suelo. Acto seguido, se celebró un debate en el Senado y se deliberó sin descanso. Léntulo, como si estuviera viendo arder las casas de Sagunto, pedía un castigo para el joven Aníbal y, en caso de que Cartago ofreciera resistencia, exigía que se quemaran sus campos con un ataque por sorpresa. Por el contrario, Fabio, con su espíritu cauteloso y previsor del futuro, no muy amigo de situaciones inciertas y receloso de provocar una guerra, era más partidario de prolongar el conflicto sin desenvainar la espada. Señaló, además, que, en un asunto tan importante, había que juzgar primeramente si la locura de Aníbal le llevaría a empuñar las armas o si el Senado ordenaría que se movieran las enseñas. Desde su punto de vista, había que enviar legados que trajesen una respuesta concreta. Vaticinando el futuro como si fuese un adivino y presintiendo una guerra que era inminente, Fabio dejaba escapar las palabras de lo más profundo de su corazón, igual que desde lo alto de su nave una y otra vez el piloto veterano observa mediante signos que el Cauro va a chocar contra las velas y ajusta inmediatamente las lonas a lo alto del mástil. Pero las lágrimas y el dolor mezclado con la ira empujaron a todos a precipitar un destino desconocido. De entre los miembros del Senado se propuso una comisión que fuese ante Aníbal con la consigna de que, si prestaba oídos sordos a los pactos y persistía en su empeño por luchar, se dirigiera inmediatamente a las ciudadelas de Cartago y declarara sin más demora la guerra a un pueblo que no respeta a los dioses»[21].
-BUSTO DE ANÍBAL BARCA “EL GRANDE”-
Ya descrito con anterioridad relatan el debate senatorial tras el anuncio del asedio de Sagunto; pero Zonaras basándose en Dión Casio sitúa el debate senatorial tras la caída de la ciudad hispana y el envío de la segunda embajada romana ante la “Balanza” de Cartago.
«Por ellos entraron en guerra los romanos y los cartagineses, pues Aníbal, tras reunir muchos aliados, se dirigió a Italia. Al enterarse de esto, los romanos se reunieron en el senado, donde entre muchas otras intervenciones habló Lucio Cornelio Léntulo y dijo que no se debía esperar, sino votar ya la guerra contra los cartagineses, dividir en dos el ejército con los cónsules y a unos enviarlos a Hispania y a otros a África, para que al mismo tiempo se devastara su territorio y se vieran perjudicados sus aliados, al no poder llevar ayuda a Hispania ni ellos recibirla de allí. A esto Quinto Fabio Máximo contrapuso que no convenía votar la guerra así, de cualquier manera, sin antes servirse de una embajada y, si los convencían de que no habían cometido ninguna injusticia, quedarse tranquilos, pero si encontraban que sí la habían cometido, entonces atacarles, “para que podamos arrojarles sobre ellos la causa de la guerra”. Tales eran entonces las opiniones de ambos, por decir solo lo principal. El senado decidió prepararse para el combate, pero también enviar embajadores a Cartago y presentar reclamaciones contra Aníbal para que, si no aprobaban lo que había hecho, lo sometieran a juicio, pero, si cargaban sobre él la responsabilidad, lo reclamarían y, si no lo entregaban, les declararían la guerra. Entonces, cuando se retiraron los embajadores, los cartagineses se pusieron a examinar sus posibilidades de actuación. Asdrúbal, uno de los que habían sido aleccionados por Aníbal, les aconsejaba que intentaran recuperar la antigua libertad y desembarazarse de la esclavitud, producto de la derrota, con dinero, recursos y levas de aliados y los exhortaba así: “si permitís a Aníbal actuar por su cuenta en todo lo que quiere, se hará lo que os conviene y no tendréis que esforzaros en nada vosotros mismos”. Cuando se hubo expresado de este modo, Hannón el Grande, que se oponía a las palabras de Asdrúbal, expuso su opinión de que no debían dar facilidades ni responder a pequeñas reclamaciones ajenas para atraer la guerra sobre sí, pues era posible resolver algunas, pero otras había que volverlas contra quienes eran sus causantes. Cuando terminó de decir esto, los más viejos de los cartagineses, que se acordaban de la guerra anterior, se alinearon con él, pero los que estaban en edad militar y sobre todo cuantos actuaban de acuerdo con Aníbal, se opusieron violentamente. Como nada claro respondían y trataban con desprecio a los embajadores, Marco Fabio, tras poner las manos debajo de la toga y colocarlas a su espalda, dijo: “Cartagineses, yo os traigo aquí la guerra y la paz, elegid vosotros cuál de las dos queréis”. Al contestarle que no elegirían ninguna de las dos, sino que aceptarían con gusto cualquiera que les dejaran, les declaró al punto la guerra. De este modo y por este motivo, los romanos y los cartagineses fueron a la guerra por segunda vez. La divinidad señaló de antemano lo que iba a suceder. En efecto, en Roma un buey habló con voz humana y otro, en los Juegos Romanos, desde una casa se arrojó al Tíber y murió, cayeron muchos rayos, en un caso fue vista la sangre de las estatuas, en otro fluyó del escudo de un soldado, y un lobo arrebató el cuchillo de otro del mismo campamento. A Aníbal, por su parte, mientras atravesaba el Ebro, lo guiaron muchas fieras desconocidas y tuvo un sueño. Le pareció que los dioses, sentados en asamblea, le hacían presentarse y le ordenaban que marchara en expedición lo más rápidamente posible hacia Italia, y recibió de ellos un guía para el camino, que le indicó que lo siguiera sin volverse atrás. Pero se volvió, por lo que vio avanzar una gran tempestad y un dragón inmenso que le acompañaba. Se quedó admirado y preguntó al guía qué era esto y él dijo: “Aníbal, esto va contigo para devastar Italia”»[22].
Pero el resto de las fuentes históricas dan, incluso los nombres de los dos personajes que se enfrentaron en el Senado de Roma, a saber L. Cornelio Léntulo Caudino, el Princeps Senatus en el año 220 a. C. y Pontifex Maximus desde el año 221 a. C. y que exigió la guerra inmediata; el otro bando estaba dirigido por Q. Fabio Máximo “Verrucoso”, censor en el año 230 a. C. y cónsul en los años 233 a. C. (primer) y 228 a. C. (segundo), y que pronto sería denominado como “Contemporizador” o Cunctator por sus reiteradas tácticas dilatorias en las confrontaciones contra los africanos, tras la gran derrota romana en la batalla del Lago Trasimeno o de Etruria (c. 21 de junio de 217 a.C.).
-BUSTO DE ASDRÚBAL JANTO “EL BELLO”-
En esta ocasión pedía que se enviase una embajada a Cartago para pedir explicaciones a la “Balanza” púnica, esta última fue la decisión adoptada y esta delegación conciliadora sería comendada por el anciano M. Fabio Buteón (primer cónsul en el año 245 a. C.); aunque los acompañantes no eran, ciertamente, pacifistas, ya que se trataba de los dos cónsules del año 219 a. C., ya citados con anterioridad, L. Emilio Paulo y M. Livio Salinator.
No obstante, la cuestión que se iba a plantear era sumamente sencilla y solo estribaba en preguntar al Senado o “Balanza” o Consejo de Ancianos de Cartago si la orden de la agresión bélica contra Sagunto había partido de los senadores cartagineses o del propio Aníbal Barca; en la segunda hipótesis el generalísimo de los cartagineses debería serles entregado, pero en el caso de que fuese la primera la guerra debería ser inmediata.
La respuesta del Senado de Cartago no la dio, en esta ocasión, el atrabiliario Hannón “el Grande”, sino un senador anónimo y que Polibio nos lo presenta como el más conspicuo de entre todos los miembros de la “Balanza” cartaginesa.
«En primer lugar, no correspondía a una potencia extranjera pedir cuentas a un general cartaginés que solo debía justificar su conducta ante su gobierno. El único punto a discutir era saber si, al atacar Sagunto, este general había o no contravenido un tratado que comprometía a Cartago. Pero el único tratado que obligaba a la ciudad púnica era el tratado de Lutacio, firmado en el 241 a. C. una vez concluida la primera guerra con Roma, y aquel tratado no podía implicar a Sagunto, puesto que en aquella fecha la ciudad no era aún aliada del pueblo romano. En cuanto a la convención firmada con Asdrúbal en el 226 a. C., y suponiendo que los saguntinos hubieran hecho de ello el objeto de una cláusula especial, Cartago no se reconocía como parte implicada en un pacto concluido a sus espaldas por su representante en Hispania, y que el Senado cartaginés no había ratificado. Después de todo, al adoptar esa posición, Cartago no se comportaba de forma distinta a como lo hacía la propia Roma, que no había aceptado la redacción inicial del tratado concluido entre Lutacio y Amílcar en el 241 a. C., y que había incluso agravado varias cláusulas contra los cartagineses tras consultar al pueblo. El orador cartaginés concluía poniendo a los embajadores romanos entre la espada y la pared mediante una imagen fuerte y audaz que encaja perfectamente con las maneras de Tito Livio: “¡Parid de una vez el proyecto que tenéis en la cabeza desde hace tiempo!” (“quod diu parturit animus uester aliquando pariat!”). La habilidad de la réplica, el vigor del requerimiento, tenía todos los ingredientes necesarios para desconcertar a la delegación romana. Su jefe respondió tan solo mediante un gesto; pellizcando su toga con dos dedos y haciendo un pliegue, añadió: “Aquí os traemos la guerra o la paz: escoged lo que queréis”. Fieles a su línea de conducta, los senadores cartagineses respondieron al punto que quien debía elegir era él. Entonces Fabio Pictor, deshaciendo el pliegue, declaró que él escogía la guerra»[23].
«Efectuados estos preparativos, para cumplir con todos los requisitos legales previos a la guerra envían a África unos embajadores de edad avanzada, Quinto Fabio [en realidad se trató de Marco Fabio Buteón], Marco Livio [Salinator], Lucio Emilio [Paulo], Gayo Licinio [Varo] y Quinto Bebio [Tánfilo], para inquirir de los cartagineses si Aníbal había atacado Sagunto por decisión oficial, y en caso de que los cartagineses reconociesen y mantuviesen, como parecía que iban a hacer, que se había actuado por decisión oficial, declarar la guerra al pueblo cartaginés. Una vez que los romanos llegaron a Cartago y les fue concedida audiencia en el Senado, cuando Quinto Fabio se limitó a hacer la única pregunta que se le había encomendado, uno de los cartagineses dijo: “Ya fue precipitada, romanos, vuestra anterior embajada, cuando exigíais la entrega de Aníbal por atacar Sagunto a iniciativa propia; pero esta embajada, hasta ahora más suave de palabra, en la práctica es más dura. Entonces, en efecto, era Aníbal el acusado y reclamado; ahora se nos quiere arrancar a nosotros una confesión de culpa y además se nos exige, como a confesos, una reparación inmediata. Yo desde luego creo que lo que debe inquirirse es, no si el ataque a Sagunto obedeció a una iniciativa pública o privada, sino si fue justo o injusto. Es, en efecto, cuestión nuestra investigar en qué actuó por decisión nuestra y en qué por decisión suya un conciudadano nuestro, y tomar medidas contra él: lo único que cabe discutir con vosotros es si el tratado [del año 241 a. C.] permitía hacerlo o no. Así pues, ya que os parece correcto que se establezca qué hacen los generales por decisión oficial y qué por iniciativa propia: tenemos un tratado con vosotros, un tratado firmado por el cónsul Gayo Lutacio, en el cual, si bien se estipulaban medidas precautorias con respecto a los aliados de ambos, nada se estipuló referente a los saguntinos, pues todavía no eran aliados vuestros. Pero, se dirá, en el tratado aquel que se concluyó con Asdrúbal que quedan exceptuados los saguntinos. En respuesta a esto, yo no voy a decir nada más que lo que aprendí de vosotros. El tratado que primeramente ajustó con nosotros Gayo Lutacio vosotros dijisteis, en efecto, que no os obligaba porque no había sido concertado con el refrendo del Senado ni por mandato del pueblo; consiguientemente, se concertó un nuevo tratado por decisión oficial. Si a vosotros no os obligan vuestros tratados, a no ser los firmados con vuestro refrendo o por mandato vuestro, tampoco a nosotros pudo obligarnos el tratado que Asdrúbal firmó sin nuestro conocimiento. Dejad, por tanto, de referiros a Sagunto y al Ebro y parid de una vez lo que vuestra intención lleva largo tiempo gestando”. Entonces el romano, dando un pliegue a la toga, dijo: “Aquí os traemos la paz y la guerra: escoged lo que os plazca”. A estas palabras se respondió a gritos, con no menos arrogancia, que diera lo que quisiera, y cuando él, deshaciendo otra vez el pliegue, dijo que daba la guerra, replicaron todos que la aceptaban y que con la misma decisión con que la aceptaban la iban a hacer»[24].
La guerra, que iba a decidir el destino del orbe conocido de ese momento histórico y de sus dos más grandes potencias, había sido aceptada por Cartago sin que la mayoría de sus representantes la hubiesen aceptado, salvo, probablemente, el clan de los Bárcidas que no contemplaban otra posibilidad de subsistencia que la bélica, para enaltecer a su patria humillada y vilipendiada, injustamente, por los romanos, tras la finalización de una Primera Guerra Romana o Romana-Púnica que no perdieron francamente.
-MONEDA DE AMÍLCAR BARCA-
Pero, salvo Hannón “el Grande”, el resto de los senadores cartagineses estaban convencidos, al unísono, que el desafío de Roma referente al asedio y conquista de Sagunto tenía que ser respondido con tanta contundencia como la que se merecían los romanos; ya que si así no fuese, los púnicos quedarían en muy mal lugar ante sus aliados hispanos, y la obra de los “Barcas”, en Hispania, realizada con tanta paciencia y convicción desde hacía unos veinte años, para que Cartago renaciera tras la pérdida espuria de Sicilia y de Cerdeña, en la desdichada Primera Guerra, se perdería en un abrir y cerrar de ojos.
Por todo ello, no les quedaba otra solución que hacer de tripas corazón y encarar un nuevo conflicto bélico, que se preveía terrible, contra los romanos, quienes por norma incumplían, de forma cínica, los tratados que firmaban con la metrópoli norteafricana. Roma que había tranquilizado su modus uiuendi al haber llegado a un armisticio con los macedonios y con su joven rey Filipo V, tras la Primera Guerra Romana-Macedónica o Macedónica, tenía las manos libres para que los clanes dirigentes de los Emilios y de los Cornelios Escipiones, junto a sus aliados, pudiesen torcer la voluntad del Senado de Roma y la prudencia del clan de los Fabios.
La finalidad de todo ello era la de golpear con furia a los cartagineses en sus intereses más paradigmáticos que eran los que tenían en Hispania y los del norte de África. Así se va a hacer, y en la primavera del año 218 a. C. los nuevos cónsules se repartieron dos provincias diferentes; Publio Cornelio Escipión “el Viejo” debería conducir a sus legionarios hasta Hispania, mientras que Tiberio Sempronio Longo iba a reunir sus legiones en Lilibeo, al oeste de Sicilia, y desde ahí realizaría una expedición punitiva hasta la propia Cartago.
Pero, Aníbal “el Grande” estaba más que preparado para demostrar, a los prepotentes dirigentes de la capital del Lacio, que clase de hombres nacían y regían los destinos en la ciudad, Cartago, fundada por la mítica reina tiria Dido-Elishat.
VI.-ANÍBAL BARCA “EL GRANDE” PREPARA SU PLAN DE ACCIÓN EN LA PENÍNSULA IBÉRICA–
Aníbal tenía una información fidedigna sobre lo que había ocurrido en la Balanza de Cartago, y ya se había preparado para acometer un plan de gran envergadura, del que los romanos no tenían ni la más mínima sospecha. No existen pruebas de ello, pero se puede colegir que, Aníbal, habría enviado embajadores para sondear el terreno político en las tierras de algunos de los pueblos galos del territorio del actual Rosellón, como eran los volcos, que era el lugar por donde planeaba llevar a su ejército en su camino hacia Italia, además de entre los salienos y los alóbroges, todos ellos deberían concederle permiso para pasar por sus tierras en su dirección hacia Roma.
Tras la toma de Sagunto, Aníbal regresó a sus cuarteles de invierno de Qart Hadasht–Cartago Nova, aquí recibió el informe pormenorizado de cuál había sido el resultado de la actuación y las exigencias de la embajada de los romanos ante el Senado de Cartago. Eran los inicios del invierno de los años 219-218 a. C.; hoy se tiene la convicción de que los romanos azuzaron a sus aliados saguntinos para que, al atacar a los turboletas, provocasen la inevitable reacción del ejército cartaginés de Iberia.
En esta tesitura histórica, para que sus valerosos soldados hispanos estuviesen en perfectas condiciones de afrontar lo que se iba a producir, mandó a sus soldados iberos a sus casas para que pasasen todo el invierno con sus familiares. Pero, Aníbal no descansaría durante aquel invierno y prepararía toda una imprescindible infraestructura defensiva y ofensiva para que no le cogieran por sorpresa los contraataques, más que esperados, de las legiones de Roma.
En primer lugar, va a reforzar las guarniciones del norte de África enviando 13.850 infantes iberos armados con la cetra, un pequeño y manejable escudo redondeado, 1.200 jinetes y 870 honderos y saeteros baleares.
«Tomada Sagunto, Aníbal se había retirado a Cartagena a los cuarteles de invierno, y allí, enterado de las medidas tomadas y decretadas en Roma y en Cartago y de que él era no solo el general, sino la causa de la guerra, después de repartir y vender el resto del botín, convencido de que no debía dejar nada para más adelante convoca a los soldados de origen hispánico. “Yo creo que incluso vosotros mismos, aliados –dice-, os dais cuenta de que una vez pacificados todos los pueblos de Hispania tenemos que dar fin a la campaña y licenciar los ejércitos, o trasladar la guerra a otras tierras; en efecto, estos pueblos florecerán con los frutos de la victoria tanto como de la paz solo a condición de que busquemos en otros el botín y la gloria. Por consiguiente, como se avecina una campaña lejos de casa y no es seguro cuándo vais a ver vuestros hogares y a los seres queridos que cada uno tiene en ellos, si alguno de vosotros quiere visitar a los suyos le concedo permiso. Tenéis orden de presentaros al principio de la primavera para iniciar, con la ayuda de los dioses, una guerra que nos ha de reportar enorme gloria y botín”. A casi todos les resultaba grata la posibilidad, brindada espontáneamente, de visitar sus casas, pues ya echaban de menos a los suyos y además preveían que los iban a añorar en mayor medida en el futuro. El descanso durante todo lo que duró el invierno, entre las fatigas ya pasadas y las que iban a pasar bien pronto, restableció sus fuerzas físicas y su moral para aguantarlo todo de nuevo; al comienzo de la primavera, de acuerdo con la orden recibida, se presentaron. Aníbal, después de pasar revista a las tropas auxiliares de todos los pueblos, marchó a Cádiz y cumplió sus votos a Hércules comprometiéndose con otros nuevos para el caso de que todo lo demás saliera bien. A continuación, preocupándose al mismo tiempo de la ofensiva y la defensiva bélica, no fuera a ocurrir que, mientras él se dirigía a Italia por tierra a través de Hispania y de la Galia, quedase África desguarnecida y con el flanco descubierto por la parte de Sicilia para los romanos, decidió asegurarla con una sólida guarnición. A cambio pidió a su vez un complemento de tropas procedentes de África, lanzadores de venablos, sobre todo, con armamento ligero, con el fin de que los africanos en Hispania y los hispanos en África, que iban a ser mejores soldados tanto unos como otros lejos de su patria, hicieran su servicio de armas como obligados con rehenes mutuos. Envió a África trece mil ochocientos cincuenta soldados de infantería armados de caetra, ochocientos setenta honderos baleares y mil doscientos jinetes de múltiples nacionalidades entremezcladas. A estas tropas les da orden de servir en parte de guarnición a Cartago y en parte distribuirse por África. Al mismo tiempo, después de enviar reclutadores a las ciudades, ordena que los cuatro mil jóvenes escogidos reclutados sean conducidos a Cartago como guarnición a la vez que como rehenes»[25].
-EL HISTORIADOR ROMANO TITO LIVIO-
«Los embajadores romanos (de ahí arrancó nuestra digresión) escucharon el alegato cartaginés y no añadieron nada. El de mayor edad mostró su manto a los senadores cartagineses, y les dijo que allí les llevaba la guerra y la paz; lo sacudiría y les soltaría lo que eligieran. El sufeta cartaginés les dijo que soltaran lo que a ellos les pareciera bien. Cuando el romano dijo que les soltaba la guerra, la mayoría de los componentes del Senado [Balanza de Cartago] alzó la voz y gritó que la aceptaban. Y con estas palabras los embajadores y el Senado cartaginés se separaron. Aníbal pasaba el invierno en Cartagena [Cartago Nova]. Primero licenció a los iberos hacia sus ciudades respectivas, con la intención de tenerlos dispuestos y animosos para el futuro. A continuación, dio instrucciones a su hermano Asdrúbal [Barca o el Joven] acerca de cómo debía ejercer el gobierno y la autoridad sobre los iberos, y de cómo debía hacer los preparativos contra los romanos en el caso de que él mismo se encontrara ausente en cualquier otro sitio. En tercer lugar, se preocupó de la seguridad de los asuntos de África. Con cálculo propio de un hombre prudente y experto hizo pasar soldados de África a España [Hispania] y de ésta al África, estrechando con semejante plan la lealtad mutua de ambas poblaciones. Los que pasaron al África fueron los tersitas y los mastios, y además los oretanos iberos [bastetanos] y los ólcades. Los soldados procedentes de estos pueblos sumaban mil doscientos jinetes y trece mil ochocientos cincuenta hombres de a pie. Además de éstos había baleares (en número de ochocientos setenta), cuyo nombre significa propiamente “honderos”. Los habitantes de estas islas usan principalmente hondas, y este uso ha dado nombre a las islas y a sus moradores. La mayoría de los citados fue acantonada en Metagonia del África, pero algunos lo fueron en la misma Cartago. A ella mandó también Aníbal cuatro mil infantes, en calidad a la vez de rehenes y refuerzo, procedentes de las ciudades llamadas de los metagonitas. En España [Hispania] dejó a su hermano Asdrúbal cincuenta quinquerremes, dos cuatrirremes y cinco trirremes. De estas naves, treinta y dos quinquerremes y los cinco trirremes tenían sus dotaciones. Le confió también como caballería cuatrocientos cincuenta libiofenicios y africanos, trescientos ilergetes y mil ochocientos hombres reclutados entre los númidas: los masilios, los masasilios, los macneos y los mauritanos que viven en la costa; como infantería, once mil ochocientas cincuenta soldados de a pie africanos, trescientos ligures, quinientos baleares y veintiún elefantes. Nadie debe extrañarse de la exactitud de esta enumeración acerca de las disposiciones de Aníbal en España [Hispania], aunque apenas la usaría uno que hubiera dispuesto personalmente las acciones en todas sus partes. Que nadie nos condene precipitadamente si hemos procedido de modo semejante a algunos historiadores que pretenden dar visos de verdad a sus falsedades. Pues nosotros hemos encontrado en el cabo Lacinio esta enumeración grabada por orden de Aníbal en una tablilla de bronce en la época en que él se paseaba por Italia; hemos creído que, al menos en esta materia, la tablilla es totalmente fiable, y por esto hemos decidido dar crédito a la inscripción»[26].
Ambos historiadores dan las mismas cifras, ya que son las que grabó el gran Aníbal en el bronce del cabo Lacinión, cerca de la actual urbe de Crotona, en la costa meridional italiana, cuando se retiró de Italia para ir a defender a su patria, antes de la batalla de Zama. Esas tropas estaban encargadas de defender Cartago y las ciudades metagonitas del África cartaginesa o sea las de la Numidia-masesilia, mientras que de esta zona reclutaría 4.000 jóvenes de la clase aristocrática para que reforzasen a la guarnición ciudadana de Cartago, a la par que servían de rehenes.
Pero, la preclara inteligencia anibalina consideraba que de África deberían salir diversas tropas norteafricanas hacia Hispania. Tras su regreso de Cartago los embajadores de Roma se habrían dirigido al norte de Hispania para ganar adeptos en los pueblos de la zona que apoyasen la causa espuria del SPQR.
-EL TIRANO HIERON II DE SIRACUSA-
«Esta forma directa de llevar a cabo la inquisitoria y declarar la guerra pareció más acorde con la dignidad del pueblo que hacer disquisiciones verbales acerca de la legitimidad de los tratados tanto antes como especialmente después de la destrucción de Sagunto. Pero si se hubiera tratado de una discusión de palabras, ¿cómo se iba a comparar el tratado de Asdrúbal con el anterior de Lutacio que fue modificado, si en el tratado de Lutacio se había añadido expresamente que tendría plena validez si el pueblo lo aprobaba, mientras que en el tratado de Asdrúbal no figuraba una cláusula de excepción semejante, y por otra parte el tratado se vio confirmado hasta tal punto por tantos años de silencio en vida de su autor que ni siquiera muerto éste se introdujo modificación alguna? Y eso que, aun ateniéndose al tratado anterior, estaban suficientemente salvaguardados los saguntinos al hacerse excepción de los aliados de una y otra parte, pues no se había añadido “los que lo son en la actualidad” ni “no se incorporará a otros en el futuro”. Y puesto que se permitía la incorporación de nuevos aliados, ¿quién estimaría justo que no se admitiese como amigo a ningún pueblo fuesen cuales fuesen sus merecimientos, o que una vez admitido como aliado no se le defendiera, únicamente con la condición de no instigar a la defección a los aliados de los cartagineses ni darles acogida si se pasasen por iniciativa propia? Los embajadores romanos pasaron de Cartago a Hispania, según se les había ordenado en Roma, para dirigirse a los pueblos y atraerlos a su alianza o alejarlos de los cartagineses. Llegaron en primer lugar a los dominios de los bargusios, que les dispensaron una buena acogida, y despertaron en muchos pueblos del otro lado del Ebro las ganas de un cambio de suerte, porque estaban hartos del dominio cartaginés. A continuación, llegaron al territorio de los volcianos, cuya respuesta, divulgada por toda Hispania, apartó de la alianza con Roma a los demás pueblos, pues la persona de más edad entre ellos respondió así en la asamblea: “¿No os da vergüenza, romanos, pedirnos que prefiramos vuestra amistad a la de los cartagineses cuando con quienes así lo hicieron vosotros fuisteis más crueles al traicionarlos que el enemigo cartaginés al acabar con ellos? Mi opinión es que vayáis a buscar aliados donde no se conozca el desastre de Sagunto; para los pueblos de Hispania, las ruinas de Sagunto serán un ejemplo tan siniestro como señalado para que nadie se fíe de la lealtad o de la alianza romana”. Invitados a continuación a abandonar inmediatamente el territorio de los volcianos, en adelante no recibieron palabras menos duras de ninguna asamblea de Hispania. Después de recorrer así Hispania infructuosamente, pasaron a la Galia»[27].
Unos de los pueblos citados fueron los bargusios que habitarían en las tierras de la actual Cataluña, otros son denominados como los volcianos, los cuales dieron a los romanos una respuesta más que hábil pero desalentadora, a lo que no solía estar acostumbrada la habitual prepotencia de los hombres de la República de la Lupa (Loba) romana.
«Pese a que el portavoz de los volcianos había dado a los enviados romanos una respuesta poco alentadora -¡ahí estaban las ruinas de Sagunto, habría dicho en esencia, para disuadir a cualquiera de una alianza con Roma!- era evidente que había que hacer lo imposible por transformar la mayor parte de Hispania en un “santuario” que fuera lo más seguro posible. Es por esa razón que Aníbal constituyó para su hermano Asdrúbal, a quien dejaba la responsabilidad de conservar y defender la península, una infantería reforzada por once mil ochocientos cincuenta africanos, a los que se añadieron trescientos ligures y quinientos honderos baleáricos. También llegaron en calidad de apoyo ventiún elefantes. La caballería confiada a Asdrúbal era asimismo esencialmente africana: cuatrocientos cincuenta “libiofenicios” –soldados mestizos originarios del Sahel tunecino- y sobre todo mil ochocientos númidas y mauritanos o moros»[28].
-BUSTO DEL REY ATALO III DE PÉRGAMO-
Con todo, ese maremagnum de intercambios militares, Aníbal, pretendía crear un eficaz eje de solidaridad entre su patria africana e Hispania, así no solo estaba actuando en el plano militar, sino también en el político, aquí ya se había mostrado como un auténtico maestro a pesar de su juventud, cuando hacia el año 220 a. C. se habría casado con una bellísima mujer oretana de Castulo, cerca de la actual Linares, llamada Himilce:
«Aquel mismo año el desarrollo de los acontecimientos en Hispania tuvo resultados diversos. Así, antes de que los romanos cruzasen el río Ebro, Magón y Asdrúbal derrotaron tropas muy numerosas de los hispanos, y la Hispania ulterior habría abandonado a los romanos si Publio Cornelio no hubiera cruzado precipitadamente el Ebro con su ejército y acudido en el momento preciso, cuando sus aliados estaban indecisos. Primeramente, los romanos acamparon en Castro Albo, lugar famoso por la muerte de Amílcar el Grande. Su ciudadela estaba fortificada y en ella habían almacenado trigo anteriormente; no obstante, como todos los alrededores estaban ocupados por el enemigo y la columna romana había sido atacada impunemente por la caballería enemiga, siendo muertos cerca de dos mil de los que andaban rezagados o dispersos por los campos, los romanos se retiraron de allí hacia una zona más tranquila y fortificaron un campamento junto al monte Victoria: Allí llegó Gneo Escipión con todas sus tropas; y también Asdrúbal hijo de Gisgón (Giscón), tercer general cartaginés, con un ejército en toda regla, situándose todos al otro lado del río frente al campamento romano. Publio Escipión salió ocultamente a reconocer los alrededores con tropas ligeras, pero el enemigo lo descubrió, y lo habría aplastado en campo abierto si no hubiera ocupado una colina cercana. Rodeado también allí, lo liberó del cerco la llegada de su hermano. Castulo, fuerte y célebre ciudad de Hispania, estrechamente unida a los cartagineses hasta el punto de que la esposa de Aníbal era de allí, se pasó a los romanos. Los cartagineses iniciaron un ataque a Iliturgi porque había allí una guarnición romana y parecía que sobre todo el hambre la iba a poner en sus manos. Salió Gneo Escipión a prestarles ayuda a los aliados y a la guarnición romana con una legión ligera, entró en la ciudad por entre los dos campamentos causando muchas bajas al enemigo, y al día siguiente hizo una salida brusca con un resultado igualmente favorable. Los muertos en los dos combates pasaron de los doce mil, y de mil los prisioneros; enseñas militares se capturaron treinta y seis. Se produjo así la retirada de Iliturgi. A continuación, iniciaron los cartagineses el asedio de la ciudad de Bigerra –aliada de los romanos también ésta-. La llegada de Gneo Escipión la liberó del asedio sin tener que combatir»[29].
Castulo habría sido una apetencia, por sus abundantes recursos de mineral de galena-argentífera, para los deseos de los fenicios de Gadir.
«A nosotros nos esperan desfiladeros infranqueables por la nieve, rocas que sujetan el cielo; nos aguarda un trabajo que hizo sudar al Alcida y asombrar a su propia madrastra; nos aguardan los Alpes, un trabajo aún más penoso que la guerra. Pero, si la Fortuna no cumple el favor que nos ha prometido y no es propicia a nuestros objetivos, querría que vivieras mucho tiempo y conocieras una longeva vejez. Tu juventud merece que las hermanas hilen tu destino sin prisas cuando yo me haya ido. Así dijo. Le respondió Imilce, la hija de Castalio de Cirra, aquel que, en honor a su madre, dio nombre a la ciudad de Cástulo, que todavía hoy conserva el nombre de aquella sacerdotisa de Febo. Contaba Imilce con antepasados de origen divino: en los tiempos en que Baco dominaba los pueblos iberos y, armado con su tirso, asolaba Calpe junto con sus Ménades, Mílico, nacido de un lascivo sátiro y de la ninfa Mirice, extendía sus dominios por toda su patria llevando, igual que su padre, cuernos sobre su frente. A él remontaba Imilce su patria y sus nobles orígenes, y su nombre había sido ligeramente modificado en la lengua bárbara. Vencida ya la joven por las lágrimas que poco a poco le brotaban, habló así a su marido: “¿Olvidas que nuestra salvación depende de la tuya? ¿Nuestra unión y las primeras alegrías de nuestro matrimonio significan tan poco que crees que no puedo yo, tu esposa, subir contigo montañas heladas?»[30].
En esta cita se escribe sobre la princesa castulonense y esposa de Aníbal Barca, pero su nombre es más bien púnico que no ibero, ya que posee el radical semítico “mlk” que significa “el jefe o el rey”.
Pero el nombre del vástago anibalino, Aspar, nacido ante los muros de la asediada Sagunto y el deseo de Aníbal “el Grande” de embarcarlos, en Gadir-Cádiz, para que se fueran a Cartago, antes de que él partiera para la guerra en Italia y, de esta forma, poder evitar que padecieran cualquier tipo de problema grave derivado de la conflagración bélica que se avecinaba, forman un conjunto de hechos míticos que rodean, ¡no faltaba más!, la vida del gran Aníbal Barca.
Antes de partir para la guerra contra Roma, Aníbal va a ir a hacer sus votos en el templo de Melkart en Gadir. Como es sabido era el equivalente al Herakles o Hércules y significaría “Kart” o “Ciudad” y “Melk” o “Rey”, por lo tanto “EL REY DE LA CIUDAD”.
Era el héroe mitológico tutelar de la ciudad de Tiro, la madre patria de Cartago. Gozaba de un lugar de privilegio en el panteón de los Bárcidas y, con toda probabilidad, esta devoción del clan de los Barca hacia esta divinidad podría conllevar algún tipo de rechazo, en la propia urbe de Cartago, por parte de la familia enemiga de los hannonidas que, a lo mejor, eran devotos de otro de los dioses del Olimpo púnico, pero el historiador romano de Padua, Tito Livio, acérrimo defensor de los presupuestos romanos, se aferra a la condición denigratoria para cualquier persona eximia de la Antigüedad lo que significaban la impiedad y el ateísmo paradigmáticos de Aníbal Barca “el Grande”.
-BUSTO DE MARCO ANTONIO-
-FUENTES-
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-Silio Itálico (J. Villalba Álvarez, editor) (2005): La Guerra Púnica. Akal.
-Tito Livio (J. A. Villar Vidal, editor) (2001): Historia de Roma desde su
fundación (Ab Urbe Condita) (Libros XXI-XXV). Gredos.
-Veleyo Patérculo (M. Asunción Sánchez Manzano, editora) (2001): Historia Romana. Gredos.
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-Flaubert, G. (A. Froufé editor) (2006): Salambó.Comunicación y
Publicaciones.
-Haefs, G. (2000): Aníbal, la novela de Cartago. Planeta/De Agostini/Edhasa.
-Haefs, G. (2001): El jardín de Amílcar. Edhasa.
-Kane, B. (2012): Aníbal, enemigo de Roma. Ediciones-B.
-Leckie, R. (2000): Yo, Aníbal, general de Cartago. Emecé/RBA.
-Posteguillo, S. (2011): Africanus. El hijo del cónsul. Ediciones-B.
-Salvadó, A. (2003): Los ojos de Aníbal. Martínez Roca
-CURRICULUM VITAE-
-Del Instituto de Estudios Zamoranos “Florián de Ocampo”. (CSIC).
-Del Ateneo de Valladolid (Creación año-1872).
-Del Instituto de Estudios Gerundenses (CSIC).
-De la Real Sociedad Arqueológica Tarraconense (CSIC).
-Del Círculo Cultural Péndulo de Baza (UNESCO).
-Del Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino (CSIC).
-Del Centro de Estudios Benaventanos “Ledo del Pozo” (CSIC).
-Del Centro de Estudios Fenicios y Púnicos (CSIC).
-Del Centro de Estudios Históricos Jerezanos (CSIC).
-Del Ateneo Jovellanos (Creación año-1953).
-De la Sociedad Española de Estudios Clásicos (CSIC).
-De la Asociación Hispania Nostra.
-Asesor de la Asociación Cultural Reinos de España (FEAH).
-De la Sociedad Española de Estudios Medievales (CSIC).
-Del Instituto de Estudios Bercianos (CECEL/CSIC).
-De la Asociación Gaxarte, Luanco-Gozón.
–Historiador-Diplomado en Estudios Avanzados de Historia Antigua y Medieval y Médico-Familia de Atención Primaria.
-Jurado-Vicepresidente del I Concurso de Trabajos Cortos de Investigación en Historia de la Medicina en Asturias. Colegio de Médicos de Asturias.
-Médico-Valorador de Discapacidades y Daños Corporales del Colegio de Médicos de Asturias.
-296 Críticas Literarias/Ensayo en “Todo Literatura”. Madrid.
-34 Trabajos-Ensayos-Curriculares de Historia en “La Gaceta de Almería”.
-49 (2022) Trabajos publicados en Dialnet.
-20 (2022) Trabajos/Libros publicados en Regesta Imperii /Universidad de Maguncia/Mainz.
-229 Trabajos de HISTORIA publicados.
-40 Biografías de Músicos de Música-Académica publicadas.
-119 Conferencias impartidas sobre Historia.
-LIBROS PUBLICADOS-
1.-EL GRAN REY ALFONSO VIII DE CASTILLA, “EL DE LAS NAVAS DE TOLOSA”. Editorial Alderabán/Alfonsípolis. 2012. Cuenca.
2.-BREVE HISTORIA DE FERNANDO “EL CATÓLICO”. Editorial Nowtilus. 2013. Madrid.
3.-EL REY ALFONSO X “EL SABIO” DE LEÓN Y DE CASTILLA. SU VIDA Y SU ÉPOCA. Editorial El Lobo Sapiens/El Forastero. 2017. León.
4.-EL REY ALFONSO VII “EL EMPERADOR” DE LEÓN. Editorial Cultural Norte. 2018. León.
5.-URRACA I DE LEÓN. PRIMERA REINA Y EMPERATRIZ DE EUROPA. Editorial El Lobo Sapiens/El Forastero. 2020. León.
6.-EL REY RAMIRO II “EL GRANDE” DE LEÓN. EL “INVICTO” DE SIMANCAS. Editorial Alderabán/Alfonsípolis. 2021. Cuenca.
7.-LA BATALLA DE LAS NAVAS DE TOLOSA. UN MITO EN LA HISTORIA DE LA RECONQUISTA. Editorial Alderabán/Alfonsípolis. 2023. Cuenca.
[1] Tito Livio. “Ab UrbeCondita” o “Historia de Roma desde su fundación”, XXI, 4. “Retratode Aníbal”.
[2]Tito Livio, XXI, 5, Op. Cit. “Pasos previos al ataque de Sagunto. Embajadas saguntina y romana”.
[3] Polibio. “Historias”, III. 14.
[4] Polibio, Op. Cit., III, 13. “Inicio de la guerra”.
[5] Polibio. Op. Cit., III, 30.
[6]Polibio; Op. Cit., III, 6. “Guerra de Aníbal. Precisiones terminológicas”.
[7]Tito Livio; Op. Cit.; XXI, 6.
[8] Tito Livio; Op. Cit., XXI, 15.
[9] Polibio; Op. Cit., III, 17. “Aníbal toma Sagunto”.
[10]Silio Itálico. “La Guerra Púnica”; II, 380-390.
[11] Polibio; Op. Cit., III, 15.
[12]Polibio, Op. Cit.; apud S. Lancel, “Aníbal”, pág. 67.
[13]Tito Livio, XXI, 7; Op. Cit. “Ataque a Sagunto. Aníbal herido. Brecha en la muralla”.
[14]Tito Livio, XXI, 8; Op. Cit.
[15] Silio Itálico, I, 350-368; Op. Cit.
[16]Tito Livio, XXI, 10; Op. Cit.
[17] Silio Itálico; Op. Cit., II, 400-456.
[18] San Agustín de Cartago, obispo de Hipona. “Ciudad de Dios” “Destrucción de los saguntinos, a los cuales, muriendo por conservar la amistad de los romanos, no les socorrían los dioses de los romanos”, III, apud S. Lancel; Op. Cit., pág. 70.
[19] Polibio, III, 20; Op. Cit.; “Retorno a los temas de Hispania. Crítica de la historiografía contemporánea”.
[20] José María Manuel García-Osuna y Rodríguez. Texto del trabajo sobre las Guerras entre Roma y Cartago.
[21] Silio Itálico, I, 670-690; Op. Cit. y Tito Livio, XXI, 6; Op. Cit.
[22] Zonaras, VIII, 22, apud Dión Casio, “Historia Romana”, Libro XIII.
[23] S. Lancel; Op. Cit., pág. 72.
[24]Tito Livio, XXI, 18; “Embajada romana a Cartago, Hispania, la Galia, con poco éxito”; Op. Cit.
[25] Tito Livio; XXI, 21; “Aníbal prepara e inicia la marcha por tierra hacia Italia. El sueño de Aníbal”; Op. Cit.
[26]Polibio, III, 33; Op. Cit., “Inicios de la guerra de Aníbal”.
[27] Tito Livio, XXI, 19; Op. Cit.
[28] S. Lancel, pág. 74, Op. Cit.
[29]Tito Livio, XXIV, 41; Op. Cit., “La guerra en Hispania con los dos Escipiones”.
[30] Silio Itálico, III, 90-110; Op. Cit.