Coman carne o no, la mayoría de personas nunca han estado dentro de un matadero. Son lugares sucios y mugrientos. Hay heces de animales en el piso, ves y hueles tripas, y las paredes están cubiertas de sangre. Y el olor… Te chocas con él como si fuera un muro cuando entras por primera vez y luego permanece en el aire. El olor de los animales moribundos te rodea como vapor. Era muy común que la gente se desmayara durante el recorrido.
Hubo innumerables ocasiones en las que, a pesar de seguir todos los procedimientos para aturdir a los animales, los matarifes recibían patadas de alguna vaca enorme y con espasmos mientras la subían a la máquina para matarla. Una habilidad que llegas a dominar cuando trabajas en un matadero es la disociación. Aprendes a ser insensible a la muerte y al sufrimiento. En lugar de pensar en las vacas como seres completos, las separas en partes del cuerpo vendibles y comestibles.
Al final de la línea de sacrificio había un gran hueco que estaba lleno de cientos de cabezas de vacas. Cada una había sido desollada y toda su carne vendible eliminada. Pero todavía tenían sus globos oculares. Cada vez que pasaba por ahí, no podía evitar sentir que tenía cientos de pares de ojos mirándome. Algunos de ellos me acusaban, sabiendo que había participado en sus muertes. Otros parecían suplicar, como si hubiera manera de retroceder en el tiempo para salvarlos.
Era asqueroso, aterrador y desgarrador, todo al mismo tiempo. Me hacía sentir culpable. La primera vez que vi esas cabezas, me tomó todas mis fuerzas no vomitar. Sé que cosas como estas también molestaban a otros empleados.
Nunca olvidaré cuando, llevando yo algunos meses en el matadero, uno de los chicos abrió una vaca recién sacrificada para destriparla y el feto de una ternera cayó de ella. Estaba preñada. El joven empezó a gritar y tuve que llevarlo a una sala de reuniones para calmarlo; lo único que podía decir era: “Simplemente no está bien, no está bien”, una y otra vez.
Unos meses después de haberme ido, me contactó uno de mis antiguos colegas. Me dijo que un compañero, cuya tarea era despellejar las carcasas, se había suicidado.
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