- Algunos dicen que me repito, y eso es una verdad a medias
- Lo que hago es resumir el artículo en unas frases previamente
- Esto explica por qué mis vídeos suelen durar muy pocos minutos
- Lo ideal es transmitir las ideas más profundas con las palabras más sencillas
- España ha sido pionera del Conceptismo, que es un estilo literario del barroco
- Se caracteriza por su concisión y por el empleo de conceptos y agudezas ingeniosas
- “Lo bueno, si breve, dos veces bueno” y “más valen quintaesencias que fárragos”
- Hoy está más vigente que nunca, porque el lector demanda concisión en las palabras
- Además, la concisión es un dogma del Periodismo moderno, que pretende ser directo
- La gente no tiene tiempo ni ganas de leer o escuchar largas y complejas explicaciones
- Enredarse con las palabras es el oficio de los abogados, pero no el de los periodistas
- Los políticos se han convertido en especialistas en hablar mucho y en no decir nada
- El escritor Azorín parecía un maestro taoísta chino, por su parquedad y profundidad
Algunos dicen que me repito, y eso es una verdad a medias. Lo que ocurre es que utilizo una técnica periodística consistente en resumir el contenido del artículo previamente en unas pocas frases llamadas sumarios, antes de comenzar con la lectura del texto completo. Con ello pretendo transmitir las ideas básicas del modo más breve y claro posible. Esto explica por qué mis vídeos duran pocos minutos, para no hacerle perder a nadie su valioso tiempo, excepto cuando el tema requiere más detalles. En cambio hay algunos ‘youtubers’ que provocan el bostezo por su discurso cansino y soporífero.
Esto coincide con la tradición literaria del Conceptismo, que es un estilo literario del Barroco español (que no tiene nada de barroco) caracterizado por su concisión y el empleo de conceptos o agudezas, que ha tenido una repercusión extraordinaria en toda la cultura europea.
Lo contrario del Conceptismo es el Culteranismo, que prodiga más las palabras que las ideas, y que dificulta la comprensión mediante la dispersión de un mínimo de significado en laberínticos y largos periodos, que constituyen un enigma cultural e intelectual
“Lo bueno, si breve, dos veces bueno” y “más valen quintaesencias que fárragos” son las frases del jesuita Baltasar Gracián para definir el conceptismo, que también desarrolló Francisco de Quevedo y Villegas, y Fray Antonio de Guevara, y que hoy está más vigente que nunca, no sólo porque la concisión es un dogma del periodismo moderno, sino además porque el ciudadano del siglo XXI demanda concisión en las palabras.
VAMOS A LO PRÁCTICO
Vivimos en un mundo de ideas ágiles y fugaces. La gente no tiene tiempo ni ganas de leer o escuchar largas y complejas explicaciones, porque todos vamos a lo práctico, a una comprensión rápida de las ideas. Por eso los ciudadanos prefiere ver un documental entretenido que resuma un tema, que leerse un libro voluminoso sobre el mismo tema.
Tanto es así que cuando presentas un informe en una reunión de trabajo, te piden que omitas los preliminares, y hasta el desarrollo del trabajo, y que vayas directamente a las conclusiones, y expliques en qué resultado práctico se traducen dichas conclusiones.
No digamos nada de las sentencias judiciales. ¿Quién tiene la paciencia de leerlas? Todos buscamos la resolución final, a ver si hay condena o absolución.
TOCHOS CANSINOS
No siempre ha sido así, porque muy pocos intelectuales tuvieron la paciencia de leerse un libro de Kant o de Hegel, por poner ejemplos, verdaderos tochos cansinos, plomizos y repetitivos, que fueron fruto de la intelectualidad densa de su época.
Sin embargo hoy en día existen políticos y hasta profesores universitarios que se han convertido en especialistas en hablar mucho y en no decir nada, para que todo el mundo piense que ellos son muy inteligentes y que los demás somos muy tontos, porque no nos enteramos de nada. Pero dudo de que ellos mismos se enteren de lo que están diciendo, cuando no dicen nada. Sólo nos dejan su lenguaje corporal para tratar de averiguar sus intenciones.
ECONOMÍA VERBAL
En realidad, lo ideal sería tener la habilidad de transmitir las ideas más profundas con las palabras más sencillas posibles. Es decir, practicar una auténtica economía de palabras. Un maestro de este arte fue el escritor Azorín, quien más que un intelectual español parecía un maestro taoísta chino, por la parquedad y profundidad de su expresión. Y es que la cultura española encierra grandes tesoros que el vulgo es incapaz de valorar.
En este sentido España puede presumir de haber sido pionera del conceptismo en todo el continente, ya que esta corriente ha tenido una repercusión extraordinaria en toda la cultura europea.
Por ejemplo, el conceptismo español en la fórmula de la prosa de Fray Antonio de Guevara fue tan popular en Europa, que incluso engendró un movimiento prosístico conceptista en Inglaterra conocido como Eufuismo. En Francia fue conocido como Preciosismo, en Italia como Marinismo, y en Alemania lo siguió la Segunda escuela de Silesia.
Pero ya en la antigua Roma imperial brillaron autores como el prosista Séneca, su sobrino el poeta Lucano, el epigramista Marcial y el historiador Tácito, quienes hacen gala de gran ingenio y concisión. Ya resulta curioso que los tres primeros proviniesen de Hispania.
EL CONCEPTISMO
El conceptismo es una corriente de la literatura, con especial curso en el barroco del siglo XVII en España, (pero más actual y vigente que nunca) que se funda en una asociación ingeniosa entre palabras e ideas denominada “concepto” o “agudeza”.
Ramón Menéndez Pidal comenta los afanes del conceptismo.- Lo que principalmente buscaba el conceptista al escribir era hacer gala de agudeza y de ingenio; por eso muestra gusto especial por las metáforas forzadas, asociaciones anormales de ideas, transiciones bruscas, y gusto por los contrastes violentos en que se funda todo sentido del humor, ya que humoristas son los grandes escritores de este siglo, Quevedo y Gracián. En estos autores geniales el conceptismo aparece lleno de profundidad, ya que la frase encierra más ideas que palabras.
Es decir, que el conceptismo no es jugar con el lenguaje por sólo jugar: todo está subordinado a la precisión y exactitud de lo que se pretende expresar.