Las Elecciones Generales convocadas para el 20-D obtendrán un resultado, en mi opinión, como las del 15-J, los primeros comicios electorales en democracia tras cuarenta años de dictadura, y en esta ocasión, como si se tratara del final de ciclo político, parece que estarán presididos por el miedo.
Recuerdo perfectamente como en la antesala del 15-J la gran mayoría social recordaba un ambiente como el vivido cuarenta años antes, en la República, un miedo a la pana de Felipe&Guerra y al demonio encarnado en Santiago Carrillo que determinó la victoria electoral de la UCD presidida por el último líder del Movimiento Nacional, donde se ubicaban los denominados ‘franquistas reformadores’ que no eran más que los cuadros del Régimen Franquista. Al otro lado estaba la mayoría de la juventud con un enfervorizado deseo de cambio, encarnando la nueva Izquierda la juventud con la paradoja que se está produciendo en estos momentos en que la moda juvenil es ser de Derecha, aunque en ambos casos con un elevado grado de incoherencia en lo personal antes y ahora, lo cual, desde mi experiencia personal, no debe llamar poderosamente la atención porque es una característica en esta etapa de la vida.
En el aniversario de la muerte del dictador se están haciendo muchas valoraciones y lo que a mí me llama la atención es que la inquina de antaño haya desaparecido para transformarse en una respetuosa etapa de la Historia de España. Y esta transformación, desde mi humilde punto de vista, no se debe a un proceso de madurez colectiva, sino antes bien a un agravio comparativo entre entonces y ahora. Y me baso en esta apreciación colectiva en que el planteamiento que se viene haciendo durante los últimos cuatro años es en cómo se vivía antes y como se vive ahora.
Y en el modo de vivir tiene, pienso, mucho que ver las razones por las que han emergido diversos grupúsculos políticos hasta ahora impensables. No en vano, yo soy de los que piensan que tanto Podemos como Ciudadanos se deben al empobrecimiento del españolito y de la españolita de a pie que se ha sentido agraviado por la clase política que no se ha sentido, ni se siente, afectada por las dificultades que atraviesa el país cuando paradójicamente deberían haber sido los primeros afectados.
El robo generalizado que ha protagonizado la clase política española, que encima ha hecho alarde de riqueza, frente a las dificultades por las que atraviesa la otrora clase media y la pobreza a la que ha sido abocada a las clase baja, han generado los ingredientes para una revulsión social que Podemos y Ciudadanos han evitado, el primero sosteniendo a los más radicales y el segundo embaucando a los más molestos.
A Podemos y a Ciudadanos, desde mi punto de vista, hay que agradecerles enormemente que no se haya producido estallido social alguno, cuando razones suficientes ha tenido un elevado número de españolitas y españolitos de a pie para rebelarse contra el agravio del que están siendo objeto. En este estado de cosas, surge sospechosamente el sentimiento nacionalista de Artur Mas y coincidente con su última fase la psicosis yihadista.
Si el sentimiento separatista en Cataluña, en un estado de indignación social estimulada por la desafección hacia la clase política española, ha hecho rememorar al Régimen de Franco, el terrorismo yihadista ha alimentado un elevado grado de inseguridad personal que han generado un miedo manifiesto en la sociedad española que se ha encomendado a su Gobierno. La templanza imperante en las organizaciones políticas con representación parlamentaria y su apoyo al Gobierno de la Nación ha derivado hacia el apoyo social en su conjunto y ha hecho olvidar la gestión que ha hecho de la crisis económica, que es donde se debería estar poniendo el foco de la atención individual y colectiva, valorando ante todo la acción política del Gobierno y no apoyándolo por temor a la integridad personal. Durante los últimos cuatro años se le ha venido atribuyendo a San José Luis Rodríguez Zapatero la paternidad de la crisis económica, provocada, según nos han explicado hasta la extenuación, por el ladrillo, pero con independencia del grado de responsabilidad lo cierto es que ETA no ha matado desde que fue elegido Presidente, excepto una persona en Barajas, y fue Aznar quien recalificó urbanísticamente los municipios, correspondiendo la administración de la crisis al Gobierno Rajoy. Si la herencia ha pasado a un lugar secundario electoralmente debido al filón que el Gobierno Rajoy ha encontrado en el separatismo catalán y en el terrorismo yihadista, Mariano Rajoy tiene todos los visos de convertirse en el próximo Presidente del Gobierno sin haber tratado los problemas que aquejan a sus gobernados y a sus gobernadas sino por algo etéreo como el independentismo y el terrorismo.