Durante todo el tiempo de cuaresma, se nos ha recordado la importancia de enmendar nuestra vida, de manera que sea más religiosa y más cercana a lo que Dios quiere. Esta llamada tenía una intención clara; preparar nuestra vida cristiana para llegar al día de hoy: el comienzo de la Semana Santa. Es posible que haya lecturas que comprendan estos días solo como una manifestación cultural, unos momentos para disfrutar de la gastronomía o ratos para el relax. Pero no podemos olvidar que nos adentramos en los días de mayor densidad religiosa de todo el año; la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.
El día de hoy ha sido revestido por la tradición popular de un cierto aire festivo. Sin embargo, la liturgia de la Iglesia nos recuerda el verdadero sentido de este día. Hoy es Domingo de Ramos en la Pasión del Señor. De hecho, tras la procesión de palmas y el aire de júbilo del que está revestida, en la celebración de la misa, se lee el texto completo de la Pasión. De esta manera, la Iglesia quiere recordarnos el verdadero sentido de estos días; Jesucristo se entrega por nosotros, por nuestra salvación.
Cristo es condenado porque se atrevió a criticar la manera en que el pueblo de Israel vivía su religiosidad. Jesús rechazó la supuesta actitud religiosa de aquellos que solo cogen de la Palabra de Dios lo que les conviene en cada momento y rechazan todo aquello que es exigente y saca al ser humano de su autocomplacencia. Por su crítica, Jesús resultaba molesto, tanto, que optaron por quitarlo de en medio. Quisieron quitarle su vida, su fama, su reputación, su pretensión de ser Aquel que hablaba verdaderamente en nombre de Dios… Todo eso significa la cruz.
El texto de la Pasión de san Lucas se caracteriza por remarcar la actitud orante de Jesús mientras se desarrollan todos los acontecimientos de la Pasión. Esta debería ser la actitud propia de los cristianos durante la semana que hoy comienza. Además de contemplar las magníficas manifestaciones de religiosidad popular que recorrerán nuestras calles, debemos vivir estos días con espíritu de contemplación. De esta manera, podremos descubrir la permanente tentación humana de querer hacer a Dios a nuestra manera. Contemplando a Jesucristo, que se entrega por nosotros, se nos invita a imitar su actitud vital; escuchar perennemente lo que Dios quiere de nosotros y llevarlo a la práctica. La vida cristiana no consiste en un sacrificio momentáneo, sino en recorrer el camino silencioso de toda una vida en obediencia a Dios.