De acuerdo con la ley de la naturaleza el cuerpo humano pertenece a la Tierra. En el instante del fallecimiento el alma se desprende lentamente de la envoltura mortal, el cuerpo, y de inmediato pasa a formar parte de una conciencia en un estado sustancial adecuado a su dimensión. Los vínculos con personas que estaban muy familiarizadas con el fallecido, que vivieron juntos durante muchos años, que adquirieron conjuntamente algunas cosas y construyeron para sus familias o conocidos algo que para ellos era valioso, puede convertirse ahora en un problema para el recién fallecido.
Los parientes no pueden ver el alma de la persona que antes estuvo tan cerca. Sin embargo a la inversa si, el alma ve a las personas con las que vivió y obró siendo un ser humano. En la primera fase tras la muerte el alma se encuentra aún en medio de las personas allegadas, sigue viviendo todavía en la idea de su valor como ser humano, y en torno a todo aquello que tuvo que ver con el ser humano: un hogar, seguridad, ganancia, prestigio y cosas parecidas, en definitiva todo aquello que era importante para la persona. El alma por lo tanto no puede desprenderse tan fácilmente de todo eso, pues el magnetismo creado con los valores de esas cosas externas tiene demasiado peso. El imán es el entorno en el que el ser humano se sentía a gusto, donde practicaba sus costumbres, donde tenía prestigio, poseía bienes, obtenía ganancias y muchas cosas más. Si el alma no se puede desprender de todo eso, a pesar de reconocer que ahora es un alma, permanece en el entorno terrestre que le es familiar, pero invisible a los ojos humanos.
Al principio no quiere admitir los impulsos que le van llegando sobre su futura evolución como alma, ya que estos mueven en ella muchas cosas sin purificar que como ser humano quería olvidar o había olvidado. Lo que estaba olvidado reaparece y se muestra en diferentes sucesiones de imágenes que se van actualizando con el fin de verlo y poder liberarse de ello para luego olvidarlo.
Todo sufrimiento, el daño y el dolor que por nuestro egoísmo o indiferencia causamos a nuestros semejantes se torna vivo en estas secuencias de imágenes. Debido a que estas imágenes son un grabado que se ha trazado en nuestra alma, no nos la podemos simplemente quitar de encima, sino que las viviremos en nuestro propio cuerpo anímico. Dolores, duelo, soledad, abandono, sufrimiento y preocupaciones que experimentaron otras personas por nuestra culpa todo eso lo veremos, lo sufriremos y soportaremos nosotros mismos como alma en nuestro cuerpo anímico. Por eso Jesús de Nazaret nos enseñó lo siguiente: “Haz las paces enseguida con tu adversario mientras vayas con él de camino, no sea que tu adversario te entregue al juez y este al alguacil, y te metan en la cárcel”.
Si los seres humanos nos hacemos conscientes de que cada cual muere por sí mismo y de que el camino del olvido lo recorre cada uno solo, nos resultará mucho más fácil comprender que cada uno es un individuo especifico, que energéticamente se rodea de lo que personalmente ha introducido de negativo en su interior. Por eso cada uno tiene un transcurso del día específico para si mismo, con sus características individuales.
Todo lo que los seres humanos hacemos cada día con naturalidad, el alma ya sin cuerpo no lo necesita. Ella vivirá en otra dimensión que es de sustancia más sutil, sin embargo estas costumbres las conservará por mucho tiempo, pues todo es energía. Todo lo que es propio del ser humano, aunque no sea una carga para el alma, se lo llevará al otro mundo, al Más allá. Pero también de aquello con lo que no se cargó, tiene que deshacerse en el camino del olvido.
Por el contrario las cargas más graves de la persona pueden ser un grabado grave para el alma, y como ya se ha dicho, se puede formar además en el macrocosmos material una especia de matriz, denominada también capullo o envoltura. Así se le da a esta alma cargada de culpa la posibilidad de volver a encarnarse.