Los daños materiales son cuantiosos, y mucho más podrían haber sido de no haber existido el triste recuerdo de aquel viernes 19 de octubre de 1973, pese a haberse canalizado las ramblas y ordenado urbanísticamente el municipio pulpileño. Como en todas las tragedias, los casos que afloran son escalofriantes.
Seibert Hansjurgen viajaba en su vehículo Suzuki cuando le sorprendió la tormenta. Vivía en el vecino municipio murciano de Águilas, y su vehículo apareció en la desembocadura de la Rambla de las Palmeras. Fue su esposa quien, desde Denia (Valencia), reconoció el coche de su marido e imediatamente se puso en contacto con la Subdelegación del Gobierno en Almería, lo que sirvió para cerciorarse de que ella se hallaba bien y confirmar que su marido se encontraba desaparecido. La esposa señaló que vivían en Águilas y que su marido se había desplazado a San Juan de los Terreros para llevar a un amigo, facilitando así todo tipo de datos sobre el propietario del vehículo desaparecido. En fin, un hecho trágico provocado por una fuerte tormenta que rememora aquel triste viernes 19 de octubre de 1973.
El día anterior, jueves, había viajado desde Zurgena a Puerto Lumbreras con mi padre y un trastorista amigo a quien le había encargado la labranza de una finca situada, parte de ella, en la Rambla de Nogalte. Una parte de ella fue la última vez que la viera, porque cuando nos disponíamos a emprender el viaje de regreso a Zurgena, comenzó a oscurecerse el cielo y logramos incorporarnos, como no era habitual, a la CN-340 a su paso por Puerto Lumbreras a la altura del entonces hostal El Tengo, situado en la confluencia del acceso a la rambla con la CN-340 y la carretera al paraje Gaznatón.
Me costará olvidar, y han pasado ya 32 años, aquella insinuosa parada que hicimos unos kms antes de llegar a Huércal-Overa debido a la granizada que caía, teniendo que poner las jarapas en el parabrisas para que los gruesos granos de granizo no lo rompiesen. Acabada la fuerte tormenta de granizo que precedió a las torrenciales lluvias del día siguiente, apresuramos el viaje hacia Zurgena, y cruzando el nuevo puente no inaugurado e históricamente reivindicado sobre el río Almanzora y que unía el casco urbano con la barraiada La Alfoquia, si bien es cierto que servía como paso obligado también para la comunicación con Lubrin, Ulelia del Campo además de otras zonasdel término municipal de Zurgena y Huércal-Overa.
El curso universitario estaba conmenzando y me disponía a marchar hacia Granada en el tren Expreso Barcelona-Granada, que en La Alfoquia tenía la importancia de ser acceso a todos los municipios del Levante Almeriense (Carboneras, Mojácar, Turre, Los Gallardos, Garrucha, Vera, Antas y Cuevas del Almanzora) y de la Sierra de losFilabres (Uleila del Campo y Lubrin). Concurríamos a esta Estación de Ferrocarril ingente número de jóvenes universitarios así como adultos que se disponían marchar a buscar una vida mejor allende nuestras fronteras, principalmente a Cataluña, Francia, Suiza y Alemania.
Minutos antes de la una de la tarde me llamó mi madre para que viese el espectáculo que suponía el arrastre de la Cruz de los Caídos y la caída de la pared que la resguardaba del Barranco de la Pepa. Mi ventana del dormitorio me ofrecía un espectáculo tremebundo que sería totalmente ridiculizado en cuestión de minutos por una fortísima tormenta que jamás había visto mis ojos en mi corta vida. Nos hallábamos comentando el triste panorama ofrecido por la tormenta que acababa de caer y el granizo caído la noche anterior cuando el cielo oscureció completamente, la noche se tornó y comenzó a caer agua en la oscuridad con fortísima intensidad y en cantidad inimaginable. Se dijo entonces que habían caído 300 litros por metros cuadrados, y todo lo acaecido fue en una hora como máximo.
Ante el panorama que se nos estaba ofreciendo, marchamos a casa cuantos en la terraza del bar Feliciano nos hallábamos y desde la ventana del balcón de mi salón pude observar trágicas imágenes de una hecatombre natural, un cataclismo provocado por la Naturaleza y que difícilmente se pueden igualar a lo largo de una vida. Desde ese privilegiado lugar, y atónito por la fuerza de la Naturaleza, pude observar como varias personas, vecinos a los que conocía perfectamente, revoloteaban en las revueltas aguas que llegaban a la plaza José Antonio, para y desde siempre Glorieta, agarrándose a uno de los árboles que la circundaban, y difícilmente podría ayudar porque la casa de mis padres estaba amenazada por las aguas torrenciales provenientes del citado barrando La Pepa, la calle El Pinar y La Placeta que se contenían al no permitírseles coger al cauce de la rambla que cruza el caso urbano por el mantantial que por ella discurría, que a su vez estaba padeciendo el efecto embalse al inmpedirles avanzar al río Almanzora que también estaba padeciendo este efecto porque los árboles, vehículos y demás enseres y objetos arrastrados por las turbulentas aguas estaban tapando los huecos del puente recién construido y no inagurado. Como digo, todo lo arrastrado por las torrenciales aguas del río Almanzora, así denominado por la turbulencia de sus aguas como lo fuere el Rey Almanzor, fue tapando el cauce en el puente, produciendo un turbulento embalse en la rambla que provocó la destrucción de numerosas viviendas en su cauce y la desparición de cinco vecinos de Zurgena, hallados en distintos lugares de la costa almeriense y que regresaron a su pueblo natal para descansar eternamente.
Decía que la casa familiar estaba amenzada cuando mi vista se dirigía hacia ese árbol que sirvió para salvar la vida a unos vecinos de la Calle Orán a los que el agua había sacado de su vivienda intespetuosamente. Mi casa, la casa de mis padres, la casa que nme viera nacer se vio muy pronto sometida por las turbulentas aguas embalsadas en La Glorieta, abriendo la puerta principal y arrasando cuanto vieran a su paso, por lo que mi padre, mi hermana menor y mi abuela nos vimos en la obligación de salir huyendo por la puerta más alta de la calle El Calvario hacia el elevado núcleo urbano del mismo nombre. Durante el trayecto observábamos las aguas torrenciales pretendiendo arrebatarnos y un desolador panorama desde la cuesta del Calvario que permitía ver las casas y escuelas del colegio “Juan Andrés Toledo” de la Huerta la Viga.
El resultado en este trágico día fueron cinco vecinos del pueblo fallecidos y cuantiosos daños materiales hasta el extremo de ser declarada por el Gobierno de Carrero Blanco como “zona catastrófica”. Donde se cebaría la Naturaleza fue en Puerto Lumbreras, donde no pude reconocer a los dos días de suceder los hechos la finca que habia ido a visitar el día anterior y en la puerta del cortijo me dijeron que aparecieron numerosos cadáveres. El patio del Ayuntamiento de Puerto Lumbreras me impactó, ya que estaba prácticamente ocupado por ataúdes. Su Alcalde, Juan García Caballero, describía horrorizado esta trágica fecha, y reseñando que en gran parte se debió a que era día de mercadillo. Ciento y pico muertos, daños materiales inmensos, algunos de ellos irreparables aún, y esa fecha en la memoria de cuantos algo tenemos en este gran pueblo de Murcia que es Puerto Lumbreras.