Hoy, 19 de octubre de 2.020, hará 47 años que se produjeron unas trágicas inundaciones que en Zurgena han sido consideradas como el hecho “más trascendental” ocurrido en toda su historia, pese a que en 1.924 tuvieron lugar otras que no llegaron a ser de tal calado y sin parangón con las de 2.012, al haber arrollado la turbulencia de las 600 mm de agua a seis personas, -una de ellas aún sin aparecer y las cinco restantes halladas en Villaricos, Mojácar, Agua Amarga, Las Negras y Rodalquilar-, arrasado parcialmente sus vegas y destruido edificios, lo que invita a pensar en la Naturaleza.
Para situarnos cronológicamente debo hacer mención a que el año 1.973 fue atípico o anormal en la Historia Contemporánea de España, al producirse el asesinato del Presidente del Gobierno Luis Carrero Blanco y previamente en el aspecto educativo el cambio de fecha en el curso universitario al empezar y acabar con el año natural, lo que no se llegaría a producir. Por esta razón me disponía, con el relajamiento propio de la edad y la fecha, a tomar el tren hacia Granada cuando me desperté, por iniciativa de mi madre, para ver los destrozos causados en La Glorieta tras haber derribado el agua el muro del Barranco La Pepa al no poder absorber la mina tal cantidad, por sus dimensiones y por taponamiento por los materiales arrastrados.
El día anterior, jueves, estuve con mi padre y mi amigo Antonio ‘El molinero’ en Puerto Lumbreras para labrar los almendros tras haber cogido la cosecha en septiembre, y al regreso tuvimos que parar por la granizada que nos caía. Tan es así que paramos en un bar de carretera de Puerto Lumbreras a Huércal-Overa y le tuvimos que poner una jarapa al cristal delantero para que no se fracturase por el granizo. Cuando paró la granizada continuamos hacia Zurgena con absoluta normalidad y observando en algunos lugares granizo acumulado y algunos desperfectos por las correntías del agua, uno de ellos fue en el relleno existente en el acceso al nuevo puente que se había construido sobre el río Almanzora, una reivindicación histórica, y que comunicaría al pueblo con La Estación. Como por el camino del puente de El Molino resultaba imposible cruzar, quitamos las dos vallas existentes y pasamos, con lo cual inauguré el flamante puente que al día siguiente padecería su primera y gran prueba.
Al día siguiente, viernes, 19 de Octubre, cuando desperté ya la lluvia había cesado pero el cielo estaba oscuro y tan negro que permitía fácilmente intuir una fuerte descarga de agua. Eran la una del mediodía y la hora en que las amas de casa transitaban por el centro del casco urbano para nutrirse. Rápidamente comenzó una lluvia sumamente densa provocó la huida hacia nuestras respectivas viviendas de cuantos nos encontrábamos en La Glorieta, cerrando bares, tienda y despensas, y casi al mismo tiempo se iniciaron las correntías por las Calles El Pinar y Orán, desde la Placeta Cinco Mártires y Cruz de los Caídos. Simultáneamente a estas correntías se producían las salidas de la rambla que cruzaba el casco urbano y el río Almanzora haciendo honor a su nombre (La muerte de ALMANZOR, el caudillo militar y dictador andalusí por antonomasia), el caudillo militar y dictador andalusí por antonomasia, lo que produjo el embasamiento de la rambla por la única zona de expansión que era la de La Glorieta, lo que motivó las trágicas consecuencias mencionadas y dantescas situaciones personales cuyas imágenes perduran incrustadas en la memoria de quienes la visualizamos.
En el entorno del 19 de Octubre se produjo una situación surrealista que cada vecino vivió como si de una novela se tratara, y que la mía personal nadie mejor que mí añorado padre puede describir, y reseñada en primera persona para un ensayo que espero vea la luz y del que la cito literalmente:
“La mía personal es la siguiente, que puedo reproducir con la fidelidad de un vídeo:
Yo estaba en la oficina de Caja Rural reducida entonces a una sola habitación en La Plaza. Amaneció el día oscuro con lluvias intermitentes aumentando la intensidad a medida que avanzaba la mañana. Serían las diez cuando Juan Sánchez Ortega entró en la Caja como vecino a comentar la lluvia. Estábamos hablando cuando la lluvia arreciaba. Yo empecé a empaquetar papeles. La plaza iba pareja de agua. La pared de la mina había reventado. Comencé a desalojar la Caja, Juaripe me ayudó a subir ficheros, máquina de escribir, sellos, etc. y colocarlos en mi dormitorio. Vino el chaparrón fuerte y definitivo. Saqué de la caja de caudales el dinero y las pólizas, lo envolví en un periódico, cogí a mi madre y por la puerta de la casa de Arturo subimos mi madre con el periódico y el dinero, Juaripe y yo. Abandonamos la casa. Calle arriba nos refugiamos en el domicilio de Félix Cantisano. Estaban comiendo patatas cocidas. Al pasar por la puerta de Antonio Segura Fernández vimos el agua de la Rambla que estaba entrando en casa del tío Fernando, el comedor escolar había sido derrumbado. No nos sentimos seguros en casa de Félix y seguimos subiendo la calle del Calvario hasta llegar a la casa de Ezequiel Segura. Allí nos refugiamos. Yo salí en busca de Angustias, mi esposa, que le había sorprendido en el horno de Miguel Segura. Como por la Cuesta del tío José Ramos no podía llegar al horno porque el agua de la rambla lo impedía intenté hacerlo por la casa de la calle Pinar pero de la cuadra y descubierto no pude pasar del agua que había. Me asomé a la calle del Pinar y llegaba el agua de la rambla a la puerta del Hogar. Ya no llovía. Dejé a mi madre en casa de Ezequiel y a Angustias en el horno. Bajé por el Calvario a mi casa y vi un espectáculo dantesco. En los bajos de mi casa el agua alcanzó 2,25 m. de altura. Me asomé al balcón y vi a Agustín Torrecillas enganchado a una pequeña acacia que había en la puerta de Julia Egea. Daba gritos, pedía auxilio, su voz era de verdadera angustia. Salió su primo Agustín García Muñoz, el Fraile, y cuando bajó el agua lo llevó a su casa. Ya estaba viudo. Su esposa Carmen Torrecillas siguió la corriente del agua y apareció en Mojácar. Se separaron en la cuesta de la plaza. En un remolino del agua él tomó para la izquierda y se salvó. Ella siguió hacia el río adonde seguramente llegó muerta. El espectáculo aquella tarde era trágico. Empezamos a notar faltas de personas que ocupaban viviendas desaparecidas. El agua sacó de sus casas a seis personas que tranquilamente esperaban en sus viviendas el cese de la lluvia. Ana María López Buenafuente, la de la posada, fue arrebatada por el agua de las manos de su sobrino Sebastián.”
Recuerdo que mucha gente de La Alfoquìa se acercó al pueblo para observar el desastre que intuían. Entre ellos se encontraba el Alcalde, a quien mi padre le dio información de lo sucedido desde un lado de la rambla. Esta noche dormí en casa de Bartolo Pérez en La Placeta y al día siguiente me fui a casa, donde me dijeron que mi padre había ido a Huércal-Overa, al Juzgado de Instrucción, en el coche de Felipe Castaño, para dar cuenta de las víctimas, y allí observaron sobrecogedoramente como una megafonía bien alta solicitaba mantas, botellas de butano, alimentos y toda clase de ayuda para los habitantes del vecino pueblo de Zurgena.
Cuando amainó, mucho personal de la Estación vino al pueblo a comprobar el desastre que temían. El Juez de Paz, que era el dicente, agua de la Rambla por medio, hablaba con el Alcaide y le daba cuenta de los desaparecidos, entre los que se contaba a José Gallego García que, afortunadamente, no pasó de un rumor. Recuerdo que mi padre llegó a Zurgena estremecido por el elevado grado de solidaridad que constató en Huércal-Overa, un recuerdo imborrable de agradecimiento y simpatía que le acompañaría durante el resto de sus días, tan es así que pensó que “nunca pagará Zurgena a Huércal-Overa el interés que tomó en estos momentos tan tristes”.
Lo recogido en un almacén determinado lo llevaron después al Ayuntamiento y se repartió entre los afectados aunque no predominó la justicia en la adjudicación del socorro. La condición de domiciliado en el casco histórico, maestro de La Alfoquía, Juez de Paz y Director de la Oficina de Caja Rural le dio a mi padre una situación de privilegio que le facilitaba el conocimiento de cuanto en la vida pública del municipio y entre bastidores acontecía, aunque en los primeros días estuvo ausente de Zurgena muchas horas porque era reclamado desde distintos lugares de la costa para identificar los cadáveres que el mar devolvía.
El primer cadáver que se rescató fue el de Dolores Jiménez Muñoz, de 70 años, aparecida el día 21 en Villaricos. Al día siguiente los de Carmen del Águila Jiménez, de 56 años y Julia García Pardo de 63. Las tres recibieron sepultura el día 23. Hasta el día 26 en que se enterraron las dos últimas víctimas, Manuel Jiménez Cañabate, de 75 años, y Ana María López Buenafuente, de la misma edad, aparecidos en Agua Amarga (Najar), oficiando la Misa el Obispo de la Diócesis D. Manuel Casares Hervás, no cesaron los viajes y pasó a colaborar en otros asuntos municipales que le encargaba el Alcade, Francisco Pérez Casquet.
No recuerdo la visita de muchas autoridades en Zurgena, cuya primera visita fue la del Obispo Don Manuel Casares el día 21 y unas horas después la del Ministro de Agricultura, Tomás Allende García Báster, a quien tuve el honor de conocer personalmente tres años después y al presentárseme como de Almería me recordó su visita a Zurgena, manifestándole que yo era de alli y me impactó sobremanera que se acordara de mi padre con quien su equipo diseñó en la Casa Consistorial las ayudas a las provincias afectadas por las catastróficas inundaciones. También hay que reseñar que el Ministro de la Vivienda sobrevoló el día 21, domingo, la Cuenca del Almanzora comprobando cómo Zurgena, Arboleas y Albox permanecían aún incomunicados, y ese mismo día los entonces Príncipes de España visitaron la zona inundada en helicóptero aterrizando en Puerto Lumbreras y Albox.
Mención aparte merece el entonces Gobernador Civil Joaquín Gías Jové quien no fue hasta el día 23, y de quien solo puedo decir la animadversión personal que tenía hacia mi padre cuando se opuso frontalmente a la construcción de una Iglesia y un núcleo urbano totalmente equipado en La Alfoquìa, con lo que se frustraría una máxima de Vizcaíno Márquez ‘ahora o nunca’, con lo que mi padre fue sometido a una persecución tremebunda. Afortunadamente para mi padre y para la familia, en abril de 1974 sería nombrado Gobernador Civil Antonio Merino González, Guardia Civil del entorno de Franco, con quien cesó la atroz persecución hacia mi padre. El nombramiento de Antonio Merino supuso un giro radical para el devenir de Zurgena, primer pueblo de la provincia que visitó, y en el pueblo expresó la frase lapidaria ‘Aquí se puede vivir’ que ha cambiado la Historia de Zurgena tras el intento de trasladarlo a la barriada de La Alfoquìa. Baste apuntar que el General Vizcaíno Márquez produjo en Zurgena la mayor fractura social de toda su Historia, al vivirse días de pavor y convertirla en un pueblo oprimido y sospechoso en el que se vivieron días de pavor con un cúmulo de detenciones practicadas por la Guardia Civil cuya plantilla fue incrementada.
Estando en Granada escuchaba comentarios sobre lo que estaba sucediendo en Zurgena entre el pueblo y La Estación, librándose una batalla en la prensa, la provincial como órgano de difusión de La Alfoquìa y Cambio 16 del pueblo. La situación llego a tal extremo que se produjeron motines e intentos de linchamiento. Los padres reclamaban las escuelas que habían instalado en La Alfoquìa negándose a enviar a sus hijos al colegio. Las detenciones aumentaban la tensión y cuando la calma empezó a reinar se produjo el asesinato de Carrero Blanco, Presidente del Gobierno.
Si la imagen de mi padre y de mi abuela abandonando la casa ante la llegada del agua turbia de la rambla bajando por la Calle Calvario permanece incrustada en mi memoria, no se ha alterado la del patio del Ayuntamiento de Puerto Lumbreras con más de cien ataúdes y casas de personas allegadas a mi familia y la finca que vi para labrar tres días antes arrasada. Sirvan estas letras de sincero homenaje a cuantos hicieron posible la recuperación de la normalidad en el pueblo que me vio nacer tras la debacle sufrida como consecuencia de las inundaciones del 19-O y al que tengo siempre en el recuerdo, en justa correspondencia, con igual cariño y la misma simpatía que me profesa.