Con el verano y el cambio desosegado que se ha producido en el Ayuntamiento de Níjar, ha comenzado a abrirse un debate que ha permanecido aletargado durante décadas por la habilidad del exalcalde Joaquín García Fernández y que continuó su sucesor, uno de los escasos dirigentes políticos con responsabilidad de gobierno; pocos más me parece que aún se pueden contar en la provincia de Almería, y no parece que se me escapen muchos a los que abordara en mi época de Redactor de la Sección de Provincia en el desaparecido diario LA CRÓNICA.
Y recuerdo que, con anterioridad a la agitada época de San José con la añorada Josefina Huertas al frente, existía una cierta sensibilización localista en la barriada nijareña de Agua Amarga, Aguamarga como gustaban decir a los parroquianos. Argumentaban, y no sin razón, que Agua Amarga merecería más bien estar en Carboneras que en Níjar, ya que por proximidad geográfica e idiosincrasia se sentían más carboneros que nijareños. No era un clamor pero sí un determinado sentimiento sensiblero el que existía y se manifestaba larvadamente entre los aldeanos.
Son pocos los vecinos de Amarmarga porque es pequeña la barriada, solamente alcanza a una gran cala a mar abierto en el Mediterráneo en la que los atardeceres y amaneceres suponen un verdadero deleite para quienes puedan y quieran divisarlos. Posiblemente, no tengo el dato, sean tantos o más los veraneantes y visitantes, estables o no, que disfrutan de esta zona del Levante almeriense, hace cuarenta años punto de encuentro de sibaritas españoles y centro de operaciones políticas en las postrimerías del franquismo y transición poítica.
A medida que el desarrollo se ha ido asentando y el crecimiento socio-económico arraigando en este núcleo urbano, las necesidades perentorias se han ido manifestando y el sentido común profundizando. Y este sentido común pasa por adscribir legalmente Aguamarga a Carboneras porque supone un sinsentido el mantenerla prisionera de su ubicación geográfica y hacerla pertenecer a Níjar cuando las condiciones son completamente distintas.
Las necesidades que iban surgiendo en el día a día eran solventadas en Carboneras, y a Níjar solamente se acudía, y acude, para resolver las cuestiones administrativas y en visita turística, toda vez que la proximidad con Carboneras la convierte en una pedanía de hecho de este miunicipio, con el que se siente identificada social y económicamente así como plenamente integrada. Y además es que resulta razonable que las viejas aspiraciones de los lugareños se vean cumplidas porque el sentido común debe imperar en la Administración Pública y el gobernante tiene y debe facilitar el desarrollo socio-económico y la eficacia administrativa a los gobernados.
La corta distancia que existe de Agua Amarga a Carboneras contrasta con el alejamiento a Níjar, a la que administrativamente pertenece pero que en la realidad, social y económicamente se encuentra muy alejada de su actual capitalidad. Por eso digo que debe imperar el sentido común en el gobernante y Agua Amarga agregarla a su capitalidad natural, en la que se siente de hecho como una más. En cualquier caso, Agua Amarga constituye una reivindicación poítica partidista como arma arrojadiza contra el adversario y que puede ser utilizada en todo momento por las razones aducidas.