En Alemania los indecisos se decantan por el corazón mientras que en Afganistán, la necesidad de instaurar una normalidad democrática gana al temor a los talibanes.
Los alemanes, haciendo caso omiso a lo que pronosticaban las encuestas, se han dejado llevar por el corazón y no han permitido que el hijo de un feriante abandone el mando del bundestag…, al menos por el momento.
Gerhard Schröder es un animal político hecho a sí mismo. Este alemán de 61 años, abogado y que aprobó el bachiller por los pelos mientras de día trabajaba de albañil, se jacta de no necesitar para gobernar nada más que a los medios de comunicación y el oído de los electores. Es un político nato que sabe llegar a su pueblo y que no duda en ponerse el mono de trabajo para ganarse uno a uno cada voto en las elecciones, sin renunciar a la realidad de ser un feliz hombre casado en cuartas nupcias.
Por otro lado, la conservadora Angela Merkel es una mujer fría que lidera el partido democristiano a pesar de estar divorciada –algo que al principio temió lastrara su carrera política en el CDU- y ser hija de un pastor protestante. Merkel no dudó en aprovecharse de las circunstancias –el escándalo de unos ilegales donativos a su partido- para dar de lado al todopoderoso Helmut Kohl y a su delfín, Wolfgang Schäuble, y alzarse así con el liderazgo del CDU. Nadie en Alemania duda que esta mujer, que llegó incluso a militar en las juventudes comunistas alemanas, sería capaz de devorar al más duro de sus adversarios políticos para conseguir sus objetivos sin pestañear, y es precisamente esta actitud unida a la mala gestión del partido de Schröder y a la decadencia de la economía alemana, la que ha impulsado su meteórico ascenso.
Pero el recuerdo de un pasado mejor y la incapacidad de renunciar a unas garantías sociales dignas de la locomotora económica europea que fuera Alemania, parecen haber frenado al electorado alemán a la hora de decantarse por esta licenciada en Físicas de expediente inmaculado. Y es que a veinticuatro horas de las elecciones todo hacía pensar que sería Angela Merkel la llamada a dirigir el timón alemán, pero el carácter cálido –casi ibérico- de su contrincante, empujó a la indecisa masa electoral a dejarse llevar por sus impulsos más primarios. Quizá hoy, cuando la inestabilidad política vea su reflejo en una maltrecha economía que no parece enderezarse, empiecen a plantearse la conveniencia de haber votado “con la cabeza”, siendo pragmáticos y pensando en esos casi cinco millones de parados, pero el hasta ahora canciller supo jugar sus cartas e hizo de la palabra su fuerza.
Aunque ahora lo que toca es reconstruir el puzzle político de un país donde la izquierda ha ganado claramente, pero donde las rencillas personales de Schröder con Lafontaine –quien en su día le ayudara a proclamarse como la cabeza visible del SPD (Partido Socialdemócrata de Alemania) y que ahora es el líder del partido de la extrema izquierda (Die Linke)- parecen insalvables. Ni el apoyo de los liberales a los democristianos, que juntos suman 286 escaños, ni el de los verdes a los socialdemócratas, que cuentan con 276, son suficientes para gobernar un país donde el partido de Lafontaine se proclama como cuarta fuerza política con 54 escaños que no parece estar dispuesto a compartir. Habrá que hacer encaje de bolillos para hilvanar una situación estable en el parlamento, aunque hay quien incluso se aventura a pronosticar la necesidad de unas nuevas elecciones precedidas de una moción de censura a Angela Merkel, que tendría el derecho de proponer al futuro canciller, como líder del partido mayoritario. En tal caso, la cuestión sería: ¿quién va a pagar la factura política de unos nuevos comicios? ¿La mujer dispuesta a dejar fuera de Europa a Turquía y decidida a rebajar los beneficios sociales de los alemanes, o el hombre cuyo gobierno ha demostrado su incapacidad frente a las circunstancias que vive su país?
Y mientras tanto, en Afganistán, el pueblo se echó a la calle –con una más que digna participación del 50 %- a pesar de las amenazas talibanes y de la precaria situación que vive una nación sumida en una pobreza absoluta de la que nadie parece tener capacidad para sacarle. Aquí habremos de esperar aún varias semanas para tener datos significativos en cuanto a los resultados se refiere, pero todo hace pensar que el actual presidente, Hamid Karzai, se volverá a alzar con el bastón de mando del país. Karzai no es un político al uso –aunque nadie lo es en Afganistán…- que está convencido de que su pueblo necesita de la ayuda de EEUU para salir de la situación donde se encuentra y que no duda en dejarse fotografiar con los líderes occidentales a pesar de las reticencias de los suyos. No es karzai un señor de la guerra, con los que sabe que tendrá que pactar si quiere hacerse fuerte –así como con los jefes tribales-, y su firme oposición al régimen talibán le obliga a contratar el servicio de empresas norteamericanas que garanticen su seguridad. Este hombre de semblante serio y ojos enigmáticos renunció a la llamada Alianza del Norte, y está convencido de conocer el camino para sacar a su país de la precaria situación en la que se encuentra. Pero Afganistán, un país donde el negocio del cultivo de la adormidera –planta de la que se obtiene la heroína- equivale al 60% de su PIB y donde la corrupción política y policial hacen recordar peligrosamente a la Rusia de hace unas pocas décadas, no es un país que se deje gobernar con facilidad. Aún así, Karzai, que ya en su anterior período gubernamental contaba con tres mujeres ministros –en un país donde más del 80% de las mujeres no sabe leer-, cree tener la llave que ha de conducir a su pueblo, a través de un camino irrenunciablemente democrático, a una situación con la que soñaba desde su exilio en Pakistán. Hay quien le compara con la Evita Perón que culminó una etapa en Argentina –o que empezó otra…, según se vea-, y hay quien ve en él una especie de mesías cuasi-occidental que ha de llevar a su pueblo a encontrar el marco político adecuado. En cualquier caso, lo que sí parece una realidad es que el apoyo internacional a su proyecto pasa por ser la vía de escape a una situación que exige un giro de tuerca cuanto antes.
Alemania y Afganistán. Diferentes preocupaciones socio-económicas afrontables necesariamente desde la normalidad política y democrática, y con la esperanza de que esta idea, que es una realidad asumida por occidente, se imponga con fuerza y sin retorno en unos países cada vez más abiertos, gracias a los medios de comunicación, a la conciencia colectiva de nuestras sociedades desarrolladas.