La sociedad europea no está dispuesta a poner la otra mejilla… Hoy mismo (14 de junio de 2005), aparece una encuesta publicada en el periódico “The Irish Times” que muestra luz sobre la intención de voto del pueblo irlandés en referencia a la Constitución de la Unión Europea, y los resultados no son muy alentadores para la clase política que sujeta el cetro del poder y que aspira a construir una “Europa mejor” (yo me pregunto, para quién…).
Según esta encuesta, el “no” ganaría, de una forma apabullante además, entre determinados sectores de población –como el comprendido en la franja de edad entre los 50 y los 64 años-, que andan cansados de monsergas políticas y arengas populosas antes de cada enfrentamiento con las urnas.
Creo que ha llegado el tiempo de una reflexión seria, profunda y consecuente por parte de la clase política; ese grupo de señores que viven de espalda a la sociedad y que si acaso se pone el mono de trabajo (de Armani, eso sí) cada vez que adquieren conciencia de que van a ser evaluados, es decir, justo antes de unas elecciones. Y es que la sociedad está entendiendo que el derecho democrático de ejercer su libertad de voto, con todas las taras que le podamos hallar, es la única voz que sus políticos aceptan escuchar cuando les es venida desde las esferas menos tenidas en cuenta de la sociedad, eso que llaman la clase media. Así, corremos el riesgo de convertir esa mal designada fiesta de la democracia en un arma arrojadiza para mostrar nuestro descontento con una forma de hacer política…, no sólo del que gobierna.
Y la forma de expresión en las urnas de este desencanto acepta dos manifestaciones: por un lado está esa no asistir a la llamada de los políticos, como pasó en las elecciones para aprobar la Constitución de la Unión Europea en España, donde tres de cada cinco españolitos con derecho a votó pensó que tenía algo más interesante que hacer que invertir su tiempo en tomar semejante decisión; y por otro, el votar precisamente lo contrario a lo que defienden los partidos mayoritarios –independientemente de su color político, porque el desengaño no entiende de matices cromáticos…-, como ha pasado en Francia o en Holanda, donde el cincuenta y cinco, y el sesenta y dos por ciento de la población, respectivamente, ha dicho que no. En Holanda, además, se da la paradoja de que la participación popular fue casi doblada con respecto al último referéndum en el que se decidió la formación del Parlamento Europeo (63.4% de ahora frente al 39% de entonces), lo que indica que el pueblo tiene la necesidad, y así lo muestra, de manifestarse.
Pero la sociedad europea no está dispuesta a poner la otra mejilla… La sociedad europea está cansada de los democristianos (CDA) del gobierno holandés, de los socialistas franceses, perdidos en guerras internas, y de toda la curia gobernante de Occidente; en Italia, por ejemplo, un reciente referéndum sobre la fertilidad ha quedado sin validez dada una mínima asistencia a las urnas. Porque la sensación general es que los políticos cada vez están más alejados de la vida real y más preocupados por cuestiones que escapan al devenir diario de los ciudadanos de a pie.
Y no es cuestión de rasgarse las vestiduras y buscar cabezas de turco, como la del galo Raffarin, ni se trata de fustigarse en pos de una redención de pecados pasados. Como dijo el canciller Schroeder, “la crisis en torno a la ratificación de la Constitución Europea no debe convertirse en una crisis general de la UE”, porque no lo es, pero sí que debería convertirse en un punto de inflexión en cuanto a las formas en la política. Porque el problema no es de fondo, sino de formas, y mientras nuestros políticos no ganen conciencia de por qué y para qué están ahí, el desencanto seguirá creciendo y la bola de nieve puede arrastrar a más de uno consigo.