Cada uno de ellos defendía un modelo diferente de España. Mientras Unamuno hablaba de unidad y de civilización, el militar se refería a Cataluña y el País Vasco como “cánceres en el cuerpo de la nación”. En un momento dado, ante el discurso tan desmesuradamente bárbaro y descarnado del militar, Unamuno expuso una argumentación finísimamente hilada en la que incluso llegó a referenciar a Miguel de Cervartes. Ante lo que para él suponía una exposición desbordante, Millán Astray sólo pudo gritar: “¡Muera la inteligencia!”. Y es que si de algo no quedaba duda era que, en aquel cuadrilátero improvisado, la inteligencia la aportaba uno sólo de los contendientes.
Miguel de Unamuno, que nació en Bilbao en 1864, ha sido, sin lugar a dudas, uno de los grandes pensadores en la historia de nuestro país. A él le debemos grandes obras y grandes ideas, grandes momentos y grandes frases. Y una de aquellas frases hace referencia a la osadía humana de no morir. “Todos sentimos un hambre de inmortalidad, un anhelo de eternidad", que diría en cierta ocasión.
Pero ese sentimiento al que hacía referencia Unamuno es tan antinatural como inalcanzable. El envejecimiento es un proceso irreversible, cifrado en nuestro material genético, y que desemboca, ineludiblemente, en la muerte. A nivel biológico se puede decir que el envejecimiento se relaciona con una progresiva disminución tanto de la población celular como de la actividad metabólica de cada célula, mientras que a nivel social o humano podríamos decir que lo que caracteriza al envejecimiento es el enlentecimiento de unas funciones y la desaparición de otras, así como un mayor grado de incidencia de enfermedades. Pero, ¿por qué envejecemos? ¿Sería posible, a nivel metabólico, detener este proceso? ¿En qué consiste envejecer?
El ADN constituye el material genético donde está contenida toda la información necesaria para la vida. En los humanos, se estima que este ADN está formado por unos 3.000 millones de nucleótidos (que son las unidades estructurales que lo conforman). Si fuéramos capaces de estirar todo el ADN de una célula, éste daría lugar a un hilo delgadísimo de más de un metro de longitud. Así, podemos hacernos una idea del nivel de empaquetamiento al que se encuentra sometido nuestro material genético. Dentro de la célula, el ADN se encuentra en un subcompartimento llamado núcleo y en éste donde se encuentran los cromosomas (en humanos hay 23 parejas de cromosomas), máximo nivel de empaquetamiento del material genético. Cada vez que una célula humana se divide, todo este ADN tiene que duplicarse y distribuirse en las dos células resultantes en un complejo proceso llamado mitosis. No obstante, ese proceso de división celular es limitado. Se sabe que una célula humana no es capaz de dividirse más de 50 ó 60 veces. Y es precisamente ese estado en el que la célula no puede dar lugar a nuevas divisiones, lo que conocemos por senescencia o envejecimiento.
La cuestión es, ¿por qué no puede una célula dividirse más de esas 60 veces? Y la respuesta la encontramos en los cromosomas. Los cromosomas tienen forma de “bastoncillos” y en sus extremos se encuentran unas estructuras llamadas telómeros (del griego telos, “final”, y meros, “parte”). Estos telómeros están compuestos por unas secuencias de nucleótidos altamente repetidas que no dan lugar a ningún gen en particular, pero que cumplen una función muy importante para el cromosoma como es la de protegerlo de la degradación y del contacto con otros cromosomas. El problema es que, en cada división celular, la proteína encargada de duplicar el ADN (llamada polimerasa) no es capaz de copiar la totalidad de la secuencia del telómero, perdiéndose en cada ciclo un número determinado de nucleótidos. Así, el desgaste progresivo del telómero hará que éste pierda su función protectora, dando lugar a un cromosoma inestable en el que aparecerán errores (mutaciones) que activarán procesos de muerte celular programada (apoptosis).
Es posible que, en un futuro no muy lejano, el uso de la terapia génica permita la obtención de telómeros mucho más estables y, por lo tanto, individuos mucho más longevos. Quizá demasiado longevos; es posible. Pero ese será otro tema. Y es que ya lo dijo Unamuno, “todos sentimos un hambre de inmortalidad, un anhelo de eternidad".