Haciendo un inciso en mis reflexiones sobre el momento político por el que está atravesando España actualmente, me llama la atención la inmensa cantidad de grafitis existentes en las innumerables calles sin nombres reconocidos, lo que contrasta con los que se hacían en las postrimerías del Franquismo y durante la Transición, en ambos casos suponían la única forma para lanzar mensajes a la sociedad.
Una forma de reivindicar desde unos principios personales que por añorar aquellos años bien podrían constituir una época dorada que contrasta enormemente con la actual y justamente por ello ha generado un cierto halo de romanticismo. Ciertamente la referida época se hallaba inserta en otra con el denominador común de conformar un callejero en perfecta sintonía con el régimen político imperante, de tal manera que el callejero oficial pasó a ser la dirección política del régimen aunque totalmente en disintonía con el popular.
Así pasó a ser, a modo de ejemplo, Calle Queipo de Llano la Calle El Pinar en Zurgena o la Gran Vía popular la oficialmente Avda. José Antonio en Granada, y así un largo etcétera del que no creo que escape ningún casco urbano de España. Las zonas céntricas de los pueblos y ciudades españolas se encontraban denominadas oficialmente por los más conspicuos dirigentes políticos del régimen, pero como digo se trataba de una nominación que no correspondía a la tradicional y popular.
Tras la restauración de la democracia, nuestro no ya tan flamante régimen de libertades públicas sigue viciado igual que sus antecesores, pero ello no ha sido óbice para que en algunos cascos urbanos se pretendiera impregnar al nuevo callejero con el histórico, lo que ha resultado fallido en gran medida por la renovación generacional de quienes lo habitan y residen. Así nos encontramos, a modo de ejemplos, con que en Almería la Avda. Federico García Lorca seguirá siendo para los almerienses La Rambla; en Garrucha la Avda. Malecón seguirá siendo el Paseo Marítimo; Vista Puerto será en Roquetas de Mar Buena Vista o La Zona de los Zoraidas, y la Plaza del Olmo será siendo La Glorieta en Zurgena.
En los pueblos, especialmente, una connotación digna de todo elogio que poseían las núcleos urbanos era la de la limpieza e inserta en ella la pintura con que se blanqueaban las paredes de las casas, con lo que a ciertas horas del día se reflejaba el sol y generaban una iluminación extasiante y plena de embrujo, como era reconocida internacionalmente el casco urbano de Mojácar.
Pero ello no era óbice para que la política oficial con su simbología externa contrastara con la ciudadana. En la práctica totalidad de los casos se llegaba a pretender vanamente contrarrestarla con la puesta del nombre a una calle con el de un dirigente conocido por escasamente reconocido socialmente que resultase, como por ejemplo el del primer alcalde régimen franquista en Zurgena, Francisco Muñoz, o la contradictoria por esquizofrénica simbiosis existente en el callejero de algunos pueblos y en el de la capital almeriense donde pueblos, ciudades, países y dirigentes políticos como Máximo Redondo, Dolores Ibarruri, Manuel Fraga o Colón dan nombre por duplicado a calles y plazas de la ciudad.
Mi propuesta es que las calles de nuestros pueblos y ciudades pasen a denominarse con el nombre del residente que se haya erigido en un referente social entre los vecinos de esta calle y/o plaza. Y junto a esta propuesta otra sobre los cada vez menos archireferidos socialmente grafitis, a los que en vez de fomentarlos se castiguen, por no transmitir nada socialmente aceptable y ensuciar las fachadas, puertas y aceras a modo de gamberrada.