Hacía una recopilación muy sintetizada sobre el que viene a ser el mayor ejercicio que suele hacerse en muchos lugares de nuestra geografía y, en plena consonancia con un amable lector que captó perfectamente lo que pretendía decir en el muchas ocasiones espacio barullado, si en algo me puedo sentir reflejado.
Obviamente en toda reflexión se inmiscuye algo personal, aunque lo que vine a sintetizar fue un compendio en el contexto de una conversación y que se puede extraer la conclusión de que ningún personaje público y con la consiguiente repercusión social es objeto de atención por los dirigentes políticos. Y éstos, en unos casos porque son de su cuerda política y en otros porque son de la contraria, se dedican a forjarle un perfil generalmente personal, es decir en el ámbito de lo privado, que defienden a ultranza y que hacen creer como si se tratara un dogma de fe; perfil que en la mayoría de las ocasiones no se reconoce ni el propio personaje público.
Y ello era justamente lo que pretendí, en esta ocasión perfectamente captado, exponer, ya que algunos dirigentes políticos emplean esta táctica como eficaz arma con la que luchar y doblegar y/o desprestigiar profesionalmente utilizando la esfera privada al personaje público. Coincidía con un buen amigo en que sistemáticamente suelen cuestionarse los valores de ese personaje público y no colocan en el punto de mira los puntos de inflexión, tal vez porque éstos por sí mismos pueden corroer al personaje público y es por lo que se hace necesario arremeter contra las cualidades en la seguridad de que la supuesta credibilidad de quien las emite le ofrece cierta seguridad de que es así ante el interlocutor que no conoce al personaje público vilipendiado y quien conoce éste ya utilizará argumentos que les pueda hacer dudar.
Tan común, por frecuente y antiguo, es esta táctica que pocas personas públicas han escapado a ella, siendo la reacción delo más diverso. Puedo asegurar que partiendo de la base de que este ejercicio es tan viejo como el oficio a nadie se le debería escapar que el aplauso suele ser la medida correctora más eficaz, aplauso por sentirse honrado de ser objeto de atención desmedida y generadora de una autoestima elevada. Y esto último, puedo asegurar, es lo que perturba generalmente a quien practican esta táctica, que Dm conserven tan elevado grado de lucidez y no se metan a gestionar los asuntos públicos porque cada decisión que toman les cuesta a los gobernados y gobernadas sinsabores y un titánico ejercicio de equilibrio económico.
Finalmente, yo suelo decir que los dimes y diretes en numerosas ocasiones califican al que los produce y que en el afectado suele producir, por una parte, una honra proporcional a la importancia del cargo público que los dice y, por otra, supone un magnífico medidor de la importancia social del afectado, por lo que en todo caso deberíase manifestar que no decaiga la fiesta porque produciría altibajos en la autoestima y, como he dicho antes mejor que se distraigan de este modo que no se ocupen de las tareas propias del cargo público.